del programa, estaba mas delgado que entonces. Baedecker se pregunto si seria a causa de la enfermedad.
– Corro un poco -dijo Baedecker-. Empece hace unos meses, cuando regrese de la India.
Diane trajo varias botellas de cerveza helada a la mesa y se sento. La ultima luz del atardecer le alumbro las mejillas.
– ?Que tal por la India? -pregunto.
– Interesante -dijo Baedecker-. Demasiado para absorber en tan poco tiempo.
– ?Y viste a Scott? -pregunto Dave.
– Si. Pero muy poco.
– Echo de menos a Scott -dijo Dave-. ?Recuerdas nuestras excursiones de pesca en Galveston, a principios de los anos 70?
Baedecker asintio. Recordaba las interminables tardes en la luz deslumbrante y las veladas lentas y calidas. Scott y Baedecker siempre regresaban a casa con quemaduras de sol. «?El regreso de los pieles rojas!», exclamaba Joan en un remedo de consternacion. «?Traed el unguento!»
– ?Sabias que ese tio, el hombre santo de Scott, vendra para quedarse en ese ashram que tiene cerca de Lonerock? -pregunto Diane.
Baedecker pestaneo.
– ?A quedarse? No, no lo sabia.
– ?Como era el ashram de Poona donde se alojaba Scott? -pregunto Dave.
– En verdad no lo se -dijo Baedecker. Penso en la tienda de la entrada, que vendia camisetas con estampas de la cara barbuda del Maestro-. Estuve en Poona solo un par de dias, y apenas vi el ashram.
– ?Regresara Scott cuando el grupo se traslade aqui? -pregunto Diane.
Baedecker paladeo la cerveza.
– No lo se -dijo-. Tal vez este aqui ahora. Me temo que he perdido el contacto.
– Oye -dijo Dave con acento cantarin-. ?Quieres pasar a la sala de billar para jugar una partida?
– ?Sala de billar? -inquirio Baedecker.
– ?Que te pasa, Richard? -dijo Dave-. ?Nunca has visto los
– No.
Dave movio los ojos con gesto sorprendido.
– He aqui el problema de este chico, Diane. Esta aislado culturalmente.
Diane asintio.
– Sin duda tu lo solucionaras, Dave.
Muldorff sirvio mas cerveza y llevo ambos picheles a la puerta del patio.
– Por suerte para el, tengo grabados veinte episodios de los
–
Baedecker aparca el coche alquilado y camina doscientos metros hasta la zona del accidente. Ha visto muchas veces este espectaculo, y no espera sorpresas. Esta equivocado.
Cuando llega a la cima del risco, el viento helado lo abofetea y al mismo tiempo ve nitidamente el monte St. Helens. El volcan se yergue sobre el valle y la linea de riscos como un enorme y astillado tocon de hielo, coronado por un angosto penacho de humo o nubes. Baedecker comprende que esta caminando sobre cenizas. Bajo la delgada capa de nieve el suelo es mas gris que pardo. La confusion de huellas de la ladera le recuerda la zona pisoteada que rodeaba el modulo lunar cuando el y Dave terminaron su actividad extravehicular al final del segundo dia.
La zona del accidente, el volcan y la ceniza le hacen pensar en el inevitable triunfo de la catastrofe y la entropia sobre el orden. Largas tiras de cinta de plastico color amarillo y naranja cuelgan de las rocas y arbustos indicando lugares que los investigadores hallaron interesantes. Para sorpresa de Baedecker, aun no han retirado los restos del avion. Repara en dos franjas largas y chamuscadas, separadas por treinta metros, donde el T-38 choco con la colina y reboto mientras se desintegraba. La mayoria de las ruinas se concentran en un grupo de rocas que se elevan como molares en la ladera. La nieve y la ceniza estaban desperdigadas en rayos que evocan los crateres de impacto secundario cerca de la zona de alunizaje del modulo en las colinas Marius.
Solo quedan fragmentos desfigurados y retorcidos del avion. La seccion de cola esta casi intacta; un metro y medio de metal limpio donde Baedecker lee el numero de serie de la Guardia Nacional Aerea. Reconoce una masa larga y ennegrecida como uno de los motores turbojet gemelos de General Electric. Hay trozos de plastico derretido y astillas de metal retorcido por todas partes. Maranas de cable blanco y aislado rodean el fuselaje destrozado como entranas de una bestia destripada. Baedecker ve una seccion de la ennegrecida burbuja de plexiglas todavia unida a un fragmento de fuselaje. Salvo por las cintas de color y la concentracion de huellas, no hay indicios de que el cuerpo de un hombre se fusionara con esos rotos fragmentos de aleacion derretida.
Baedecker avanza dos pasos hacia la burbuja, pisa algo y retrocede horrorizado.
– ?Dios mio! -Alza el puno impulsivamente aunque comprende que el trozo de hueso, carne asada y pelo chamuscado bajo el arbusto debia ser parte de un animalito que tuvo la desgracia de ser sorprendido por el impacto o el incendio. Se agacha para mirar con mayor atencion. El animal tenia el tamano de un conejo grande, pero los restos de piel no chamuscada son extranamente oscuros. Busca una rama para tantear el pequeno cadaver.
– ?Eh, nadie puede entrar en esta area! -Un policia del estado de Washington sube jadeando por la colina.
– Esta bien -dice Baedecker, mostrando el pase de la base McChord de la Fuerza Aerea-. Estoy aqui para reunirme con los investigadores.
El policia mueve la cabeza y se detiene a unos metros de Baedecker. Se engancha el cinturon con los pulgares y trata de recobrar el aliento.
– Menudo destrozo, ?eh?
Baedecker alza la cara a las nubes cuando comienza a nevar de nuevo. El monte St. Helens desaparece entre las nubes. El aire huele a goma quemada, aunque Baedecker sabe que habia poca goma en el avion, salvo en las llantas.
– ?Esta en el grupo de investigacion? -pregunta el policia.
– No -dice Baedecker-. Conocia al piloto.
– Oh. -El policia arrastra los pies y mira colina abajo.
– Me sorprende que no se hayan llevado los restos -comenta Baedecker-. Habitualmente tratan de guardarlo cuanto antes en un hangar.
– Problemas con el transporte. El coronel Fields y los del gobierno estan tratando de solucionarlo, de conseguir camiones en Camp Withycombe, en Portland. Y ademas hay un problema jurisdiccional. Hasta el Servicio Forestal esta involucrado.
Baedecker asiente. Se agacha para mirar de nuevo el animal muerto pero lo distrae un trozo de tela naranja que flamea en una rama cercana. Parte de una mochila, piensa. O de un traje de vuelo.
– Yo fui uno de los primeros en llegar aqui despues del accidente -dice el policia-. Jamie y yo recibimos la llamada cuando ibamos de Yale hacia el oeste. El unico que llego antes fue ese geologo que vive en una cabana cerca de la Montana de la Cabra.
Baedecker se incorpora.
– ?Habia mucho fuego?
– No cuando llegamos. La lluvia debio de apagarlo. No habia mucho que quemar aqui. Excepto el avion, desde luego.
– ?Llovia mucho antes del accidente?
– Ya lo creo. En la carretera habia una visibilidad de menos de quince metros. Y vientos muy fuerte. Asi imagine siempre un huracan. ?Has visto alguna vez un huracan?
– No -contesta Baedecker, y luego recuerda el huracan del Pacifico que el, Dave y Tom Gavin vieron desde trescientos kilometros de altura antes del trayecto translunar-. ?Asi que ya estaba oscuro y llovia mucho?
– Si. -El tono del policia sugiere que ya no tiene interes-. Digame una cosa. El oficial de la Fuerza Aerea, el