coronel Fields, parece creer que su amigo volo hacia aqui porque sabia que el avion estaba cayendo.

Baedecker mira al policia.

El hombre se aclara la garganta y escupe. Ha dejado de nevar y el suelo aun parece mas gris en la opaca luz de la tarde.

– Pero si sabia que tenia problemas -dice el policia-, ?por que no expulso el asiento eyector cuando llego a esta zona? ?Por que se estrello contra la montana?

Baedecker vuelve la cabeza. En la carretera, varios vehiculos militares, dos camiones y una pequena grua se han detenido cerca del Toyota alquilado de Baedecker. Un jeep cubierto trepa por la colina. Dentro va alguien con uniforme azul de la Fuerza Aerea. Baedecker se aleja del policia para salirle al encuentro.

– No lo se -murmura, en voz tan baja que las palabras se pierden en el viento ululante y el ruido del vehiculo que se acerca.

– ?Cuanto falta para Lonerock? -pregunto Baedecker. Se dirigian al norte por la calle Doce de Salem. Ya eran las tres de la tarde.

– Cinco horas de viaje -dijo Dave-. Hay que tomar la interestatal 5 hasta Portland y luego seguir la garganta pasado el Dalles. Luego hay otra hora y media despues de Wasco y Condon.

– Llegaremos despues del anochecer -dijo Baedecker.

– No.

Baedecker plego el mapa de carreteras y enarco las cejas.

– Conozco un atajo -dijo Dave.

– ?A traves de las cascadas?

– Mas o menos.

Salieron de la carretera Turner tomando un camino que conducia a un aeropuerto pequeno. Habia varios reactores militares cerca de dos hangares grandes. Mas alla de una ancha pista se encontraban un Chinook, un Cessna A-37 Dragonfly con insignias de la Guardia Nacional Aerea y un viejo C-130. Dave aparco el Cherokee cerca del hangar militar, saco los bartulos de la parte trasera y arrojo a Baedecker una cazadora de plumas.

– Abrigate, Richard. Hara frio donde vamos.

Un sargento y dos hombres con monos de mecanico salieron del hangar.

– Hola, coronel Muldorff. Todo preparado y revisado -dijo el sargento.

– Gracias, Chico. Te presento al coronel Dick Baedecker.

Baedecker saludo, y luego se dirigieron por la pista hasta un helicoptero aparcado detras del Chinook. Los mecanicos estaban abriendo la portezuela lateral.

– Que me cuelguen -dijo Baedecker-. Un Huey.

– Un Bell HU-1 Iroquois para ti, novato -dijo Dave-. Gracias, Chico, dejalo en mis manos. Nate tiene mi plan de vuelo.

– Buen viaje, coronel -dijo el sargento-. Mucho gusto en conocerle, coronel Baedecker.

Mientras seguia a Dave alrededor del helicoptero, Baedecker sintio una contraccion en el plexo solar. Habia viajado en Huey cientos de veces -incluidas treinta y cinco horas de pilotaje durante la primera epoca de adiestramiento en la NASA- y jamas le habia gustado. Sabia que Dave amaba esas maquinas traicioneras. Muldorff habia realizado muchos vuelos experimentales en helicoptero. En 1965 Dave habia sido «prestado» a Hughes Aircraft para resolver algunos problemas en el prototipo del TH-55A, un aparato de entrenamiento. El nuevo helicoptero tendia a caer de morro sin previo aviso. La investigacion condujo a estudios de campo comparativos con las caracteristicas de vuelo del Bell HU-1, que ya estaba operando en Vietnam. Dave viajo a Vietnam para realizar seis semanas de vuelo de observacion con los pilotos del Ejercito, que tenian fama de hacer cosas insolitas con sus maquinas. Cuatro meses despues lo llamaron de vuelta y se descubrio que habia pilotado misiones de combate todos los dias, en un escuadron de evacuacion medica.

Dave se sirvio de su experiencia para resolver el problema de Hughes con el TH-55A, pero le habian suspendido la promocion por haber volado sin autorizacion con el Primero de Caballeria Aerea. Tambien recibio notas de la Fuerza Aerea y del Ejercito informandole de que en ninguna circunstancia recibiria pagos retroactivos por vuelos de combate. Dave habia reido. Dos semanas antes de irse de Vietnam se entero de que la NASA lo habia aceptado para el programa de entrenamiento de astronautas post-Gemini.

– No esta mal -dijo Baedecker cuando terminaron los chequeos externos y entraron en la cabina-. Buen vehiculo para los fines de semana. ?Una de las prebendas de un diputado, Dave?

Muldorff rio y arrojo a Baedecker una tabla con la lista de chequeo interno.

– Claro -dijo-. Goldwater hacia viajes gratis en F-18. Yo tengo mi Huey. Desde luego, es una ayuda que aun siga en reserva activa aqui. -Entrego a Baedecker una gorra de beisbol con la insignia AIR FORCE 1?. Baedecker se la calo y se puso los auriculares de radio-. Ademas, Richard, para tu tranquilidad como contribuyente, debes saber que esta pila de chatarra cumplio su deber en Vietnam, traslado gente durante diez anos y ahora figura oficialmente en la lista de repuestos. Chico y los muchachos lo mantienen en marcha por si alguien necesita correr a Portland a comprar cigarrillos.

– Si -dijo Baedecker-. Magnifico. -Se sujeto al asiento izquierdo mientras Dave movia la palanca de control ciclico y bajaba la mano izquierda para apretar el arranque de la palanca de control colectivo. Ese constante juego de controles -ciclico, colectivo, pedales del timon, palanca de regulacion- habia enloquecido a Baedecker cuando pilotaba esas maquinas perversas, veinte anos atras. Comparado con un helicoptero militar, el modulo lunar Apollo era facil de dominar.

El motor de turbina rugio, el motor de arranque de alta velocidad gimio y los dos rotores de quince metros empezaron a girar.

– ?Alla vamos! -grito Dave por el interfono. Varios paneles registraron lecturas correctas mientras el paleteo de los rotores alcanzaba un punto de presion casi fisico. Dave tiro del control colectivo y tres toneladas de vieja maquinaria se elevaron. Los patines flotaron a dos metros de la pista.

– ?Preparado para ver mi atajo? -dijo la metalica voz de Dave por el interfono.

– Ensenamelo -dijo Baedecker.

Dave sonrio, dijo algo por el microfono y lanzo la nave hacia delante mientras iniciaban el ascenso hacia el este.

San Francisco estuvo lluviosa y fria los dos dias que pasaron alli Baedecker y Maggie Brown. A sugerencia de Maggie, se alojaron en un viejo hotel rehabilitado cerca de Union Square. Los pasillos en penumbra olian a pintura fresca, las duchas estaban anadidas a macizas baneras con patas ganchudas y por todas partes colgaban canerias vistas. Baedecker y Maggie se turnaron para quitarse la mugre de un viaje de cuarenta y ocho horas en tren y se acostaron para hacer una siesta. En su lugar hicieron el amor, se ducharon de nuevo y salieron al atardecer.

– Nunca habia estado aqui -dijo Maggie sonriendo-. ?Es maravilloso!

Las calles estaban pobladas de gente que asistia a espectaculos, y de parejas -la mayoria masculinas- que caminaban de la mano bajo letreros de neon que prometian las delicias de senos o traseros al aire. El viento olia a mar y a gases de tubos de escape. Los tranvias se estaban reparando y los taxis estaban llenos o muy lejos. Baedecker y Maggie cogieron un autobus hasta el Fisherman's Wharf, donde caminaron sin hablar bajo una llovizna fria. El tobillo lastimado de Baedecker los obligo a entrar en un restaurante.

– Los precios son altos -observo Maggie cuando les sirvieron el plato principal-, pero las ostras son deliciosas.

– Si -asintio Baedecker.

– De acuerdo, Richard -dijo Maggie, tocandole la mano-. ?Que ocurre?

Baedecker meneo la cabeza.

– Nada.

Maggie espero.

– Solo me preguntaba como recuperarias esta semana de clase -dijo Baedecker, sirviendo mas vino para ambos.

– No es verdad -dijo Maggie. A la luz de las velas los ojos verdes parecian color turquesa. Maggie tenia las mejillas encendidas a pesar del bronceado-. Dime.

Baedecker la miro un largo instante.

– He estado pensando en ese estupido espectaculo que el hijo de Tom Gavin dio en las montanas -dijo.

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