blancas y duras, un camastro de bronce y un antiguo tocador con una jofaina blanca y una jarra. Baedecker miro por la ventana. A traves de las ramas desnudas se veia el patio del frente y la calle de tierra. Podia imaginar carruajes, pero no otros vehiculos. Los restos de una baja acera de madera se pudrian en la hierba frente a la cerca.
– Ven -llamo Dave desde abajo-. Te ensenare el pueblo antes de que oscurezca.
No llevaba mucho tiempo recorrer el pueblo, aun a pie. A treinta metros de la casa, el camino de tierra viraba al norte y se transformaba en calle Mayor por una manzana. La carretera del condado salia a la izquierda, cruzaba un puente bajo y continuaba entre trigales y campos de alfalfa hasta las montanas, tres kilometros al oeste. El arroyo que Baedecker habia visto desde el aire rodeaba la propiedad de Dave bordeando el derruido cobertizo que el llamaba garaje.
El silencio era tan profundo que los pasos de ambos en la grava de la calle Mayor sonaban como una intrusion. Algunas casas parecian habitadas, una vieja caravana permanecia aparcada detras de un edificio tapiado, pero la mayoria de los edificios estaban arruinados por las malezas y la intemperie, las vigas expuestas a los elementos. Habia tres tiendas cerradas en el oeste de la calle Mayor, dos con oxidadas lamparas sin bombilla en la puerta. Frente a una tienda abandonada, un surtidor ofrecia gasolina especial a treinta y un centavos el galon. En la ventana colgaba un letrero en diagonal, manchado de excrementos de moscas: «Coca CERRADO. La Pausa que Refresca».
– ?Es oficialmente un pueblo fantasma? -pregunto Baedecker.
– Claro que si -dijo Dave-. El censo oficial indica cuatrocientos ochenta y nueve fantasmas y dieciocho personas en el pico de la temporada estival.
– ?Y que hace la gente que se queda aqui todo el ano?
Dave se encogio de hombros.
– Hay un par de granjeros y rancheros retirados. A Solly, el de la caravana, le toco la loteria de Washington hace unos anos y se instalo aqui con sus dos millones.
– Bromeas -dijo Baedecker.
– Nunca bromeo -dijo Dave-. Vamos, quiero presentarte a alguien.
Caminaron una calle y media al este hasta el extremo del pueblo y doblaron hacia la escuela de ladrillos. Era un imponente edificio de dos pisos, y el enorme campanario recubierto de vidrio le daba cierta majestuosidad. Baedecker advirtio que se habia puesto mucho esfuerzo en la rehabilitacion del edificio. Un cuidado jardin formaba parte de lo que habia sido el patio, y hacia algunos anos habian limpiado los ladrillos con arena. La puerta estaba bellamente tallada, y colgaban cortinas blancas de las altas ventanas.
Baedecker resollaba cuando llegaron a la puerta.
– Tienes que correr mas, Dick -bromeo Dave. Golpeo una aldaba de bronce. Baedecker se sobresalto cuando llego una voz por un tubo metalico.
– Es Dave Muldorff, senora Callahan -grito Dave por el tubo-. He traido a un amigo.
Baedecker reconocio la anticuada bocina como parte de un viejo sistema de comunicacion por tubos que solo habia visto en peliculas y una vez al visitar el hogar de Mark Twain en Hartford.
Se oyo una respuesta ahogada que Baedecker tradujo como «Adelante» y un zumbido cuando se abrio la puerta. Baedecker recordo la entrada del edificio de apartamentos de la calle Kildare de Chicago, donde vivia antes de la guerra. Al entrar, casi esperaba oler esa mezcla de alfombra musgosa, madera barnizada y col hervida que durante su infancia habia representado la vuelta al hogar. Pero el interior de la escuela olia a cera para muebles y a la brisa nocturna que entraba por las ventanas abiertas.
Baedecker se quedo fascinado al ver las habitaciones mientras subian los dos tramos de escaleras. Habian transformado una gran aula del primer piso en una amplia sala de estar. Todavia quedaba parte de la larga pizarra, pero estaba tapada por estantes que contenian cientos de volumenes. Valiosos muebles antiguos se repartian sobre un suelo de madera pulido, y una pequena zona limitada por una alfombra persa, un sofa y mullidos sillones.
En el segundo piso, a la altura de un tercer piso normal, detras de puertas correderas, habia un estudio lleno de libros y un dormitorio donde se erguia una cama individual con dosel en medio de doscientos metros cuadrados de madera brunida. Dos gatos se internaron deprisa en las sombras al oir pisadas. Baedecker siguio a Dave por una escalera de caracol de hierro forjado que obviamente se habia anadido cuando el edificio dejo de funcionar como escuela. Atravesaron un escotillon abierto en el cielo raso y de pronto la luz los inundo de nuevo, mientras subian a lo que podria haber sido la cabina del piloto de uno de esos altos vapores de ruedas.
Baedecker quedo tan sorprendido que durante varios segundos no atino a fijar la vista en la mujer mayor que le sonreia desde una silla de mimbre. Miro en torno sin molestarse en ocultar su expresion de deleite.
El campanario de la vieja escuela era ahora una cupula de vidrio de cinco metros por cinco, e incluso en el techo habia claraboyas. Por la calidad de la luz, Baedecker comprendio que el vidrio era polarizado. Ahora realzaba los ricos matices del cielo y el follaje, pero durante el dia debia de ser opaco por fuera, mientras que los colores resultarian mas claros y contrastados para quien los observara desde dentro. Afuera, al este y al oeste, a lo largo del remate de dos gabletes que salian del campanario, se veia un estrecho pasaje cercado por una intrincada baranda de hierro forjado. Dentro habia muebles de mimbre, un juego de te y mapas estelares sobre una mesa, y un antiguo telescopio de bronce en un alto tripode.
Pero lo que mas sorprendio a Baedecker fue el paisaje. Desde esa altura de diez metros por encima del pueblo, podia ver los tejados, las copas de los arboles, las paredes del desfiladero, las colinas y los altos riscos donde losas de antiguo sedimento atravesaban el suelo como espinas perforando una tela gastada. El cielo polarizado era tan oscuro que Baedecker recordo uno de esos raros vuelos por encima de los 20.000 metros, donde las estrellas se vuelven visibles durante el dia y la curva azul cobalto de los cielos se funde con el negro. Baedecker comprendio que ahora se veian las estrellas, que despuntaban en pares y pequenos cumulos, como gente que llega temprano al cine para escoger las mejores butacas.
Una brisa atravesaba las mallas de alambre de la parte inferior de la pared de vidrio, el viento agitaba las paginas de un libro apoyado en el brazo de un sillon. Baedecker se volvio hacia la sonriente mujer.
– Senora Callahan -dijo Dave-, este es Richard Baedecker. Richard, la senora Elizabeth Sterling Callahan.
– Tanto gusto, senor Baedecker -dijo la mujer, extendiendo la mano con la palma hacia abajo.
Baedecker cogio la mano y miro atentamente a la mujer. Al principio le habia atribuido unos sesenta anos, pero ahora comprendio que no tenia menos de setenta. Pero a pesar del peso de los anos, Elizabeth Sterling Callahan conservaba una belleza demasiado arraigada para que el tiempo lograra exterminarla. El pelo blanco y corto formaba ondas electricas alrededor de ese rostro de facciones energicas. Los pomulos presionaban con fuerza una tez que el sol y la edad habian cubierto de pecas, pero los ojillos castanos eran vivaces e inteligentes, y la sonrisa aun mantenia el poder de cautivar.
– Encantado de conocerla, senora Callahan -dijo Baedecker.
– Cualquier amigo de David es amigo mio -respondio ella, y Baedecker sonrio al oir esa voz susurrante y calida-. Sientese, por favor. Sable, saluda a nuestros amigos.
Baedecker se percato de que una labrador negra estaba acurrucada en las sombras detras de la mujer. La perra alzo la cabeza avidamente cuando Dave se agacho para acariciarla.
– ?Cuanto tiempo? -pregunto Dave, palmeando el costado de la perra.
– Paciencia, paciencia -rio la senora Callahan-. Las cosas buenas llevan tiempo. -Miro a Baedecker-. ?Es esta su primera visita a nuestra localidad, senor Baedecker?
– Si, senora -dijo Baedecker, sintiendose como un nino en presencia de ella. No le disgustaba esa sensacion.
– Bien, es un sitio apacible, pero esperamos que le agrade -dijo la senora Callahan.
– Ya me gusta -contesto Baedecker-. Tambien me gusta mucho esta casa. Ha hecho usted maravillas.
– Vaya, senor Baedecker, gracias -dijo la senora Callahan, y Baedecker le vio la sonrisa en la luz penumbrosa-. Mi difunto esposo y yo realizamos casi todo el trabajo cuando vinimos aqui a finales de los anos 50. Hacia treinta anos que la escuela estaba abandonada y se encontraba en pesimas condiciones. El techo se habia desmoronado por partes, en casi todas las habitaciones del segundo piso habia nidos de palomas…, cielos, pesimas condiciones. David, en esa mesa hay una jarra de limonada. ?Por que no sirves un poco? Gracias, querido.
Baedecker bebio limonada de una copa de cristal mientras fuera anochecia del todo. En el pueblo se veian las