luces de unas casas y dos faroles de la calle, uno a poca distancia de la casa de Dave, pero las ramas tapaban el brillo y no enturbiaban la belleza del cielo mientras despuntaban mas estrellas.
– Alla asoma Marte -dijo Dave.
– No, querido, esa es Betelgeuse -dijo la senora Callahan-. Veras, esta frente a Rigel y encima del Cinturon de Orion.
– ?Le interesa la astronomia? -pregunto Baedecker, sonriendo ante el embarazo de Dave. Baedecker habia tenido que instruir a su companero durante los ejercicios de navegacion celestial en los meses anteriores a la mision.
– Mi difunto esposo era astronomo -dijo la anciana-. Nos conocimos cuando era profesor en la Universidad de DePauw de Greencastle, Indiana. Yo ensenaba historia. ?Alguna vez estuvo en DePauw, senor Baedecker?
– No, senora Callahan.
– Bonito lugar. Academicamente secundario, y sepultado en el septimo circulo de la desolacion en los maizales de Indiana, pero con un bonito campus. ?Mas limonada, senor Baedecker?
– No, gracias.
– Mi difunto esposo era fanatico de los Chicago Cubs -explicaba la senora Callahan-. Viajabamos a Chicago en el ferrocarril Monon cada agosto, para ver los partidos en el estadio Wrigley. Esas eran nuestras vacaciones. Recuerdo que en 1945 les fue muy bien. Mi difunto esposo hizo planes para alojarnos en el hotel Blackstone una semana mas. Viajar para ver a los Cubs fue lo unico que echo de menos cuando se jubilo y nos mudamos aqui en el otono de 1959.
– ?Por que Lonerock? -pregunto Baedecker-. ?Tenian ustedes familiares en Oregon?
– De ninguna manera. Ninguno de nosotros habia visitado el oeste. No, mi difunto esposo calculo por los mapas que este era el mejor sitio para las lineas magneticas de fuerza, asi que cargamos nuestro DeSoto y vinimos.
– ?Lineas magneticas de fuerza?
– ?Le interesa observar el cielo, senor Baedecker? -pregunto la senora Callahan.
Antes que Baedecker pudiera responder, Dave intervino:
– Richard camino conmigo por la Luna hace dieciseis anos.
– Oh, David, no empieces de nuevo con eso -dijo la senora Callahan, dandole una palmada juguetona en la muneca.
Dave se volvio hacia Baedecker.
– La senora Callahan no cree que los norteamericanos pisaran la Luna.
– ?De veras? -pregunto Baedecker-. Crei que todos aceptaban eso.
– Vamos, no empiece usted tambien a tomarme el pelo -dijo la anciana, con aire divertido-. Dave ya es bastante malvado.
– Salio en television -dijo Baedecker, y en seguida comprendio que era un argumento pobre.
– Si -afirmo la senora Callahan-, y tambien el discurso de Checkers de Nixon. ?Cree usted todo lo que ve y oye, senor Baedecker? No he vuelto a tener un televisor desde que fallo nuestro aparato. Ocurrio un domingo. Teniamos un Sylvania Halolite. El halo continuo funcionando cuando la pantalla se volvio negra. En realidad, era bastante sedante.
– Los alunizajes se publicaron en todos los periodicos -dijo Baedecker-. ?Recuerda el verano de 1969? ?Neil Armstrong? «?Un paso pequeno para un hombre, un brinco gigantesco para la humanidad?»
– Si, si -rio la anciana-. Digame, senor Baedecker, ?cree usted que alguien diria algo asi espontaneamente? ?O en semejante ocasion? Claro que no. Suena como lo que es, un melodrama mal escrito.
Baedecker iba a hablar, miro a Dave y cerro la boca.
– David, ?como esta mi querida Diane? -pregunto la senora Callarian.
– Bien -dijo Dave-. Estaba con ella cuando le hicieron la ecografia.
– ?Tambien amniocentesis? -pregunto la anciana.
– No, solo ecografia.
– Habeis sido prudentes -dijo la senora Callahan-. Diane es joven. No hay razones para correr ese uno por ciento de riesgo de aborto si el procedimiento no es necesario. ?Cual es la fecha prevista?
– El medico dice que el siete de enero. Diane piensa que sera mas tarde. Yo voto por un poco antes.
– Primer hijo, es mas probable que nazca mas tarde -dijo la senora Callahan.
Baedecker se aclaro la garganta.
– ?Que decia usted de las lineas magneticas de fuerza?
La senora Callahan palmeo a la perra y se levanto para caminar despacio hasta la mesa. Miro el cielo y luego los mapas, movio la cabeza con satisfaccion y regreso a su asiento.
– Si, lineas electromagneticas, en realidad. Nunca lo he comprendido, pero cuando mi difunto esposo establecio el primer contacto, lo anote todo. Puede usted mirarlo un dia si lo desea. De cualquier modo, mi difunto esposo confirmo que eran correctas y que este seria el mejor lugar de Estados Unidos, mejor dicho de America del Norte, asi que nos mudamos. Mi difunto esposo fallecio en 1964, pero como ellos no me hablan directamente a mi tal como lo hacian con el, tengo que confiar en sus primeros calculos. ?No le parece apropiado?
– Supongo que si -dijo Baedecker.
– Mi difunto esposo tenia razon acerca del lugar -continuo la mujer-, pero nunca estuvo seguro sobre el momento. Ellos se negaban a fijar una fecha. Los he visto volar cientos de veces, pero aun no han descendido. Bien, sera mejor que me apresure. Para mi pasan los anos, y a veces apenas puedo arrastrar estos viejos huesos por la escalera. Esta noche no sera buena para observar porque pronto despuntara la luna llena y… ?oh, cielos, miren!
Baedecker siguio la sombria linea del brazo hasta un punto cercano al cenit, donde un satelite o un avion que volaba a gran altura fulguro unos segundos yendo de oeste a este. Los tres lo observaron hasta que desaparecio contra el fondo de estrellas, y luego guardaron silencio en la acogedora oscuridad.
– ?Alguien quiere mas limonada? -pregunto al fin Dave.
Cuando la madre de Baedecker murio de apoplejia en el otono de 1956, su padre se mudo de la casa de Chicago a la «cabana» de Arkansas. Los padres de Baedecker habian ganado el terreno en un concurso del
Baedecker tenia vividos recuerdos de dos viajes a ese lugar: el primero en octubre de 1957, dos meses antes de que su padre muriera de cancer de pulmon, y el segundo, con Scott, durante el caluroso verano de 1974, el verano del Watergate.
Scott tenia diez anos, pero ya habia iniciado esa etapa de crecimiento que no terminaria hasta superar el metro ochenta y ser cinco centimetros mas alto que el padre. Ese ano Scott se habia dejado crecer el pelo rojo hasta los hombros. A Baedecker no le agradaba -ese chico flaco le parecia afeminado- y le disgustaba aun mas el tic nervioso de su hijo, que constantemente se apartaba el pelo de la cara, pero no le daba tanta importancia como para transformarlo en tema de discusion.
El viaje desde Houston habia sido sofocante pero tranquilo. Era el primer verano de insatisfaccion de Joan -o asi llego a verlo Baedecker mas tarde-, y le alegro alejarse por unas semanas. Joan habia resuelto quedarse en Houston porque tenia compromisos con varios clubes femeninos. Baedecker se habia ido de la NASA un mes antes e iniciaria su nuevo trabajo en la empresa aeroespacial de St. Louis en septiembre. Eran sus primeras vacaciones en mas de diez anos.
Scott no estaba contento. Durante los primeros dias de trabajo en la cabana -desbrozar malezas, reparar ventanas, reemplazar tejas, restaurar el exterior de una cabana que habia estado desocupada durante anos- habia guardado un silencio hurano. Baedecker habia llevado una radio, y los noticiarios solo emitian especulaciones sobre el juicio o la inminente renuncia de Nixon. Joan habia estado absorta en la historia de Watergate desde la iniciacion de las audiencias televisadas un ano antes. Al principio le disgustaban porque la cobertura televisiva interferia con sus telenovelas favoritas, pero pronto las aguardo con ansiedad. Miraba las repeticiones nocturnas en PBS, y rara vez hablaba con Baedecker de otra cosa. Para Baedecker, a punto de