terminar una carrera de piloto que ejercia desde los dieciocho anos, los estertores de Nixon eran torpes y embarazosos, evidencia de una sociedad en decadencia que hacia tiempo que contemplaba con tristeza.

En realidad la cabana era una anticuada casa de troncos de dos pisos, muy distinta de los chalets de ladrillo y piedra y techo a dos aguas que asomaban en los complejos que rodeaban el nuevo embalse. La cabana se encontraba en una colina, en medio de tres acres de bosques y prados. Colina abajo habia una estrecha franja lacustre y un muelle corto que el padre de Baedecker habia construido el verano que reeligieron a Eisenhower. Los padres de Baedecker habian trabajado para terminar las habitaciones del segundo piso y anadir un balcon trasero, pero el padre de Baedecker dejo la obra inconclusa cuando se mudo alli despues de la muerte de su esposa.

Baedecker y Scott arrancaron los restos podridos del balcon el dia de agosto en que Richard Nixon anuncio su renuncia. Ese jueves por la tarde, Baedecker y su hijo estaban sentados frente a la cabana, comiendo las hamburguesas que habian asado, mientras escuchaban las ultimas y debiles expresiones de autocompasion y desafio del presidente saliente. Nixon termino con la frase: «Haber cumplido esta funcion es haber sentido un parentesco personal con cada norteamericano. Al abandonarla, lo hago con esta plegaria: que la gracia de Dios sea con todos vosotros en los dias venideros.»

– Termina con eso, cerdo embustero -comento Scott-. No te echaremos de menos.

– ?Scott! -ladro Baedecker-. Hasta manana al mediodia ese hombre es el presidente de Estados Unidos. No te permitire que hables de ese modo.

El chico abrio la boca para responder, pero la orden de Baedecker trasuntaba dos decadas de autoridad inculcada por el Cuerpo de Marines, y Scott solo pudo arrojar el plato y echar a correr, con la cara encendida. Baedecker se quedo a solas en el crepusculo de Arkansas, mirando como la camisa blanca del hijo se perdia colina abajo. Sabia que la hostilidad de Scott se ahondaria en esos dias que les quedaban. Tambien sabia que el exabrupto de Scott, aunque expresado de otra manera, manifestaba adecuadamente los sentimientos del propio Baedecker sobre la partida de Nixon. Baedecker miro la cabana y recordo la primera vez que la habia visto, la primera vez que estuvo en Arkansas. Habia conducido su nuevo Thunderbird desde Yuma, Arizona, evocando Nueva Inglaterra mientras atravesaba pueblos pequenos con nombres como Choctaw, Leslie, Yellville y Salesville, y casi esperando ver el mar en vez del vasto lago donde sus padres habian ganado esa propiedad.

El aspecto de su padre lo habia conmovido: aunque tenia sesenta y cuatro anos, el padre de Baedecker siempre habia aparentado diez anos menos. Todavia conservaba el pelo renegrido, pero un vello gris le aclaraba la barba crecida, y tenia el cuello fofo y rugoso desde que Baedecker lo habia visto en Illinois, ocho meses antes. Baedecker comprendio que en veinticuatro anos jamas habia visto a su padre sin afeitar.

Baedecker llego la noche del 5 de octubre de 1957, un dia despues del lanzamiento del Sputnik. Su padre bajo al muelle a pescar y «a buscar el satelite», aunque Baedecker le habia asegurado que era demasiado pequeno para verse sin telescopio. Hacia una noche fresca y sin luna, y el bosque de la otra margen del lago era una linea negra contra el campo estelar. Baedecker observo el fulgor del cigarrillo de su padre y escucho el crujido del carrete y la cana. A veces un pez brincaba en la oscuridad.

– Quien sabe si esa cosa no lleva bombas atomicas -dijo de pronto su padre.

– Bombas diminutas -dijo Baedecker-. El satelite tiene el tamano de una pelota.

– Pero si pueden enviar algo de ese tamano alla arriba, pueden enviar uno mas grande con bombas a bordo, ?verdad? -dijo su padre, y Baedecker penso que esa voz profunda revelaba resentimiento.

– Es verdad, pero si pudieran poner tanto peso en orbita, no necesitarian cargar bombas a bordo. Pueden usar los cohetes como misiles balisticos.

Su padre no respondio y Baedecker lamento no haber cerrado el pico. Al fin su padre tosio y hablo de nuevo, recogiendo la cana y arrojandola otra vez.

– Lei en el Tribune sobre ese nuevo avion-cohete que estan planeando, el X-15. Se supone que sube al espacio, rodea la tierra y aterriza como un avion comun. ?Lo pilotaras cuando este listo?

– Ojala pudiera -dijo Baedecker-. Lamentablemente hay varios candidatos delante de mi, con nombres como Joe Walker e Ivan Kincheloe. Ademas, lo llevan todo desde Edwards. Yo paso casi todo el tiempo en Yuma o Pax River. Esperaba estar en primera fila a estas alturas, pero aun no he terminado la universidad.

Baedecker noto que el resplandor del cigarrillo subia y bajaba.

– A estas alturas tu madre y yo esperabamos estar listos para nuestro primer invierno aqui. A veces no importa lo que esperes o planees. Simplemente no importa.

Baedecker acaricio la tersa madera del muelle.

– El error consiste en esperar los frutos como si fueran una recompensa -dijo el padre; la nota de resentimiento habia desaparecido reemplazada por algo infinitamente mas triste-. Trabajas y esperas y trabajas un poco mas, diciendote que pronto vendran los buenos tiempos, y luego todo se despedaza y solo esperas la muerte.

Un viento frio acaricio el lago y Baedecker tirito.

– Alla esta -dijo su padre.

Baedecker miro hacia arriba, siguiendo el dedo de su padre. En medio de las lagunas oscuras que habia entre los frios astros, incomprensiblemente brillante, anaranjado como la punta del cigarro del padre, moviendose de oeste a este a demasiada altura y demasiada velocidad para ser un avion, se desplazaba el Sputnik, demasiado pequeno para ser visto.

Despues de regresar de la casa de la senora Callahan, Dave preparo salsa de chile y cenaron sentados en la larga cocina, escuchando Bach en un magnetofono portatil. Kink Weltner paso a visitarlos y bebio una cerveza mientras comian. Dave y Kink hablaron de futbol mientras Baedecker callaba, pues el futbol era uno de los pocos deportes que lo aburria. Cuando salieron para despedir a Kink, despuntaba la luna llena, delineando promontorios rocosos y pinos en la linea de riscos del este.

– Quiero ensenarte algo -dijo Dave.

En una pequena habitacion del fondo del primer piso habia pilas de libros, un tosco escritorio compuesto por una puerta apoyada sobre caballetes, una maquina de escribir y varios cientos de hojas manuscritas apiladas bajo un pisapapeles que habia sido un interruptor de un transbordador especial Gemini.

– ?Cuanto hace que trabajas en esto? -pregunto Baedecker, hojeando una cincuentena de paginas.

– Un par de anos -dijo Dave-. Es raro, pero solo trabajo cuando estoy en Lonerock. Tengo que arrastrar de aqui para alla el material de investigacion.

– ?Trabajaras este fin de semana?

– No, me gustaria que le echaras un vistazo -dijo Dave-. Quiero tu opinion. Tu eres escritor.

– Pamplinas -dijo Baedecker-. Vaya escritor. Me pase dos anos trabajando en ese estupido libro y nunca pase del capitulo cuatro. Al fin cai en la cuenta de que para escribir algo necesitas tener algo que decir.

– Tu eres escritor -repitio Dave-. Me gustaria tener tu opinion. -Le entrego el resto del monton.

Mas tarde, en la cama, Baedecker leyo durante dos horas. El libro estaba inacabado -algunos capitulos enteros no eran mas que meros bosquejos, notas apresuradas- pero era fascinante. El titulo provisional del manuscrito era Fronteras olvidadas, y los fragmentos iniciales trataban de la exploracion inicial del continente antartico y la Luna. Se trazaban paralelismos. Algunos obvios, como la carrera para clavar la bandera, el ansia de ser los primeros, de tener precedencia en cualquier programa cientifico serio o sistematico. Otras similitudes eran mas sutiles, tales como la cruda belleza del desierto del polo sur en comparacion con las descripciones de primera mano de la Luna. La informacion estaba extraida de diarios, notas y declaraciones grabadas. Tanto en la Antartida como en la Luna, los inadecuados relatos -las descripciones de los exploradores antarticos eran sin duda las mejor expresadas- hablaban de la misteriosa claridad de la desolacion, la abrumadora belleza de un lugar nuevo totalmente ajeno a la experiencia anterior de la humanidad, y de la seductora atraccion de un lugar tan inclemente y hostil que era totalmente indiferente a las aspiraciones y flaquezas humanas.

Ademas de explorar la estetica de la exploracion, Dave habia ideado minibiografias y retratos psicologicos de diez hombres, cinco exploradores antarticos y cinco viajeros del espacio. Los retratos antarticos incluian a Amundsen, Byrd, Ross, Shackleton y Cherry-Ganard. Entre los equivalentes modernos, Dave habia escogido a cuatro de los astronautas menos conocidos de Apollo que habian caminado por la Luna y uno que -como Tom Gavin- habia permanecido en orbita lunar a bordo del modulo de mando. Tambien habia incluido un ruso, Pavel Belyayev. Baedecker conocio a Belyayev en la Exhibicion Aerea de Paris en 1968, y se encontraba junto a Dave Muldorff y Michael Collins cuando Belyayev declaro: «Pronto, quiza, vere con mis propios

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