completo?

– Tenia prisa -dice el mayor-, pero Toliver afirma que lo hizo.

– Bob, me gustaria hablar con Fields y los demas. ?Puedes lograr que se reunan conmigo?

– Hoy no. Estan desperdigados por toda la zona. Podria conseguirlo para manana por la manana, pero no les gustara demasiado.

– Hazlo, por favor -ruega Baedecker.

– Kitt Toliver esta aqui -dice Munsen-. En el comedor de suboficiales. ?Quieres hablar con el ahora?

– No -dice Baedecker-, mas tarde. Primero tengo que escuchar la cinta. Gracias, Bill, te vere manana por la manana.

Baedecker le estrecha la mano y se dispone a escuchar la voz de su amigo por ultima vez.

– Embriaguemonos y metamonos judias en las narices -grito Dave. Su voz retumbo en las oscuras calles de Lonerock-. Dios Santo, ?que bella noche!

Baedecker se cerro la cazadora y salto al jeep mientras Dave hacia rugir el motor.

– ?Luna llena! -grito Dave, y aullo como un lobo. En las colinas aullo un coyote. Dave se echo a reir y dejo atras la iglesia metodista tapiada. De pronto freno el jeep y cogio el brazo de Baedecker. Senalo el disco blanco de la Luna-. Nosotros caminamos por alla -murmuro con innegable exaltacion-. Caminamos por alla arriba, Richard. Dejamos las pequenas huellas antropoides de nuestras patas traseras en el polvo lunar, amigo. Y no nos pueden quitar eso. -Dave acelero el motor y continuo la marcha, cantando They Can't Take That Away from Me a todo pulmon.

El viaje en jeep duro un kilometro y termino en el campo de Kink Weltner. Dave saco tablas y linternas de la parte trasera del Huey y realizo una cuidadosa inspeccion, incluso arrastrandose bajo esa masa oscura para cerciorarse de que no hubiera condensacion en la linea de combustible. Estaban en el techo chato de la nave, chequeando el eje del rotor, el mastil, las varillas de control y los pernos cuando Baedecker dijo:

– En verdad no queremos hacer esto, ?no es asi?

– ?Por que no? -dijo Dave.

– Despertare a Kink. -Era lo unico que se le ocurria a Baedecker.

Dave rio.

– Nada despierta a Kink. Vamos.

Baedecker bajo del techo y entro. Se acomodo en el asiento izquierdo, abrocho las correas al cinturon del regazo, se puso el casco reglamentario que no habia usado en el vuelo anterior, se calzo los auriculares y pestaneo ante los circulos de luz roja que parpadeaban desde la consola central. Dave se inclino hacia adelante para hacer el chequeo de la cabina mientras Baedecker leia las posiciones de los interruptores de circuitos. Cuando termino, Dave apoyo un artefacto en unas mensulas de metal junto a la consola y le enchufo conexiones de radio.

– ?Que diablos es eso?

– Reproductor de audio -dijo Dave-. Ningun Huey que se precie vuela sin eso.

El arranque gimio, los rotores giraron, la turbina carraspeo y arranco. Dave encendio el interfono.

– Proxima parada, Stonehenge -dijo con voz ahogada.

– ?Como es eso?

– Espera y veras, amigo. Oh, ?estan derechas mis gafas?

Baedecker miro a la derecha. Dave usaba abultadas gafas de vision nocturna, pero la cara que estaba bajo las gafas y el casco no era la de Dave. Ni siquiera era humana, no tenia mejillas. En el rojo fulgor de la cabina, Baedecker vio dos enormes ojos saltones sobre tallos cortos y carnosos, una ancha boca de rana sin labios y un cuello arrugado y verrugoso como el de un pavo viejo.

– Si, estan derechas -dijo Baedecker.

– Gracias.

Tres minutos despues revoloteaban a dos mil quinientos metros de Lonerock. Abajo brillaban algunas luces.

– ?No te ha gustado mi almirante Ackbar? -pregunto Dave.

– Au contraire -dijo Baedecker-, es la mejor mascara de almirante Ackbar que he visto en semanas. ?Por que lo haces?

Dave habia activado el interruptor de luces de aterrizaje de la palanca de control colectivo. Ahora movia el interruptor. Baedecker veia los destellos a traves de la burbuja de plexiglas.

– Solo envio saludos y felicitaciones extraterrestres a la senora Callahan -dijo Dave-, asi puede dar el dia por terminado e irse a acostar. -Retrajo la luz y ladeo el Huey para girar.

Pasaron sobre Condon a mil quinientos metros. Baedecker vio luces alrededor de un quiosco vacio en un parque pequeno, una calle abandonada congelada en el fulgor de las lamparas de mercurio, y oscuras calles laterales salpicadas por el brillo de los faroles a traves de altos y anosos arboles. De pronto, Baedecker penso que los pueblos pequenos de Estados Unidos estaban mas cuerdos que las ciudades, porque podian dormir.

– Pon esto, Richard. -Dave le alcanzo una cinta. Baedecker la sostuvo a la luz del tablero. Solo decia Jean Michel Jarre. La inserto en el reproductor. Recordo el pequeno aparato que llevaban en el modulo de mando. Cada uno de ellos llevaba tres cintas: Tom Gavin se llevo melodias Country y Western y exitos de Barry Manilow, Baedecker: Bach, Brubeck y la Preservacion Hall Jazz Band, y Dave se llevo el material mas exotico: Consort, el grupo de Paul Winter, interpretando Icarus, los Beach Boys, un duo de flauta japonesa y citara india, y una grabacion de una ceremonia tribal masai.

– ?Ahora que? -pregunto Baedecker.

Dave acciono el magnetofono y lo miro. Los extremos de las gafas tubulares emitian un fulgor rojo.

– Coge tus calcetines -dijo jovialmente.

La primera pulsacion de musica inundo los auriculares de Baedecker al tiempo que Dave inclinaba el Huey en una zambullida. Baedecker se deslizo hacia adelante hasta que el arnes del hombro y el cinturon lo retuvieron. La zambullida daba la misma sensacion que habia disfrutado en su infancia en el Riverview Park de Chicago, cuando la montana rusa terminaba su ascenso chirriante para bajar a toda velocidad, solo que esta montana rusa tenia mil quinientos metros por debajo y no habia rieles por los que girar para alejarla de la destruccion, solo colinas banadas por la luna, manchadas aqui y alla por retazos de vegetacion oscura, bosque, rio y roca.

Baedecker apartaba las manos de las palancas y los pies de los pedales, con lo cual la zambullida parecia mucho mas descontrolada. Las colinas subieron de golpe, y la velocidad de descenso no disminuyo hasta que el Huey estuvo a altitud cero, luego por debajo de cero, dejando atras cerros, laderas, claro de luna, oscuridad. De pronto aparecieron en un valle, un desfiladero; la palanca oscilo entre las piernas de Baedecker y luego se centro. Por ambos lados se deslizaban arboles oscuros a diez metros, las copas a mayor altura que el Huey, que luego se lanzo a 125 nudos, cinco metros por encima de un arroyo en cuyas ondas se reflejaba el claro de luna. Viraron bruscamente en una curva, siguieron en linea recta, se ladearon de tal modo que las paletas del rotor arrojaron al aire una iridiscente estela de espuma.

La musica se fundia con ese paisaje calidoscopico. Era una musica electronica, sobrenatural, impulsada por un ritmo solido y persistente que parecia nacer a borbotones de la pulsacion de los rotores y la turbina. La musica tenia otros sonidos, ecos laser, el susurro de un viento electronico, el oleaje lamiendo una playa pedregosa, pero todo estaba orquestado segun el exigente embate del ritmo central.

Baedecker se reclino cuando el Huey se ladeo con brusquedad a la derecha, casi tocando el rio con los rotores, siguiendo una ancha curva del desfiladero. Sabia que a esta altura, en caso de que el motor fallara, no habia espacio ni lugar para una autorrotacion. Peor aun, si una cuerda, cable de alta tension, puente o tuberia cruzaba el desfiladero, no habria tiempo para eludirlo. Pero Baedecker miro a Dave, sentado comodamente ante los controles, moviendo juguetonamente la palanca, la atencion concentrada en lo que tenia delante, y supo que no habria cuerdas, cables, puentes ni tubos, que Dave habia recorrido cada palmo de ese desfiladero de dia y de noche. Baedecker se relajo, escucho el ritmo de la musica, disfruto del viaje.

Y recordo otro viaje.

Bajaban con los pies por delante y las caras hacia el semi-disco de la Tierra, los motores del modulo lunar escupiendo una llamarada de frenado de 400 kilometros de largo. Estaban de pie en los abultados trajes de presion, sin cascos ni guantes, retenidos por correas y hebillas mientras el extrano aparato pateaba, temblaba y

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