el viaje. La peregrinacion a mas lugares de poder, el afan imposible de impedir que las personas y las cosas que amas se detengan en los juncos y se hundan. Para aqui, por favor.

Baedecker se detuvo. Dave se arqueo, vomito en silencio por el costado del jeep y se irguio para enjuagarse la boca con agua de una vieja cantimplora que llevaba bajo el asiento. Dave se reclino, eructo y se calo la gorra sobre los ojos.

– Asi termina el Evangelio segun San David. Continua.

Baedecker aminoro la marcha en el risco anterior al sendero que descendia al ultimo desfiladero. Lonerock se veia a tres kilometros. Unas luces resplandecian entre los oscuros arboles.

– Haz varios guinos con los faros -indico Dave.

Baedecker obedecio.

– Bien, continua.

– ?La senora Callaban cree que los alienigenas conducen OVNIS con faros? -pregunto Baedecker.

Dave se encogio de hombros sin alzar la gorra.

– Tal vez realizan actividades extravehiculares.

Baedecker bajo la palanca, pero la movio mal y la caja chirrio. La bajo de nuevo.

– Oye, con calma -dijo Dave-. ?Que te parecio la idea del libro?

– ?Fronteras? -dijo Baedecker-. Me gusto.

– ?Crees que el proyecto vale la pena?

– Sin duda.

– Bien -siguio Dave-. Quiero que me ayudes a escribirlo.

– ?Por que, por Dios? Lo estas haciendo bien.

– No, no lo hago bien -dijo Dave-. No puedo escribir las partes relacionadas con las personas. Aunque mi trabajo en el Capitolio me diera tiempo para viajar e investigar, lo cual no ocurrira, yo no podria escribir esa parte.

– La parte del ruso, Belyayev, es sensacional.

– Oi todas esas pamplinas cuando estuve en Rusia por lo del programa Apollo- Soyuz -dijo Dave-. Las partes mas recientes tienen diez anos. Lo mas crucial del libro sera averiguar que buscan los cuatro norteamericanos. Y no quiero esas chorradas del Reader's Digest: «El teniente coronel Brick Masterson se ha retirado de la NASA para realizar una carrera de exito que combina la distribucion de cerveza Austin con la participacion en una empresa de espectaculos de luchadoras lesbianas que pelean en el lodo.» No, Richard, quiero saber que sienten estos sujetos. Quiero saber cosas que no les cuentan a las esposas en medio de la noche, cuando no pueden dormir. Quiero saber que los impulsa desde la medula. No me importa que esos ex pilotos no sepan expresarse. Espero que llegues alli con tu pequeno rectoscopio epistemologico… demonios, eso ha estado bien… no estoy tan borracho si puedo decir esto, ?eh? Quiero que llegues alli y averigues que necesitamos saber sobre nosotros mismos. ?De acuerdo?

– No creo… -dijo Baedecker.

– Callate, por favor. Piensa en ello. Dame tu respuesta cuando haya nacido mi hijo. Regresaremos a Salem y Lonerock pocas semanas despues del parto. Tomate tiempo hasta entonces. Es una orden, Baedecker.

– Si, senor.

– Cielos -dijo Dave-. Arrollaste a esa pobre serpiente y ni siquiera era una cascabel.

Tendido en el sofa del estudio de Dave, Baedecker observa los rectangulos de luz que se desplazan por los estantes -las luces de los coches que pasan- y piensa. Recuerda el comentario de Dave -«Fue uno de los momentos mas felices de mi vida»- y trata de evocar un momento similar. Los recuerdos se le agolpan en la mente -la infancia, Joan en los primeros anos, la noche en que nacio Scott- pero, aunque todos son importantes y satisfactorios, cada uno es rechazado. Luego recuerda un acontecimiento simple que ha llevado consigo con los anos como una instantanea ajada, para mirarla en momentos de soledad y desconcierto.

Fue un episodio menor. Unos minutos. Volaba del Cabo a Houston durante los ultimos meses de entrenamiento. Estaba solo en su T-38 -al igual que Dave una semana atras- cuando, impulsivamente, sobrevolo el complejo donde vivia. Baedecker recuerda que su esposa y su hijo de siete anos salieron en ese instante, la claridad con que los vio desde una altitud de doscientos metros a setecientos kilometros por hora. Recuerda la luz del sol bailando sobre el plexiglas mientras hacia girar el T-38 en una pirueta triunfal, y luego otra, celebrando el cielo, el dia, la mision inminente, su amor por las dos pequenas figuras que habia visto.

En la casa alguien tose ruidosamente y Baedecker se despabila, condicionado por anos de atencion a los resuellos de su hijo durante la noche. Un rectangulo de luz blanca se desplaza por la oscura hilera de libros y el trata de relajarse.

Al fin se duerme. Y llega el sueno.

Es uno de esos dos o tres suenos que Baedecker no reconoce como tales. Es un recuerdo. Lo ha tenido durante muchos anos. Cuando despierta, jadeando y aferrado a la cabecera, sabe de inmediato que ha sido el sueno. Sentado en la oscuridad del estudio de Dave, sintiendo el sudor que se le seca en el rostro y el cuerpo, sabe que el sueno -por primera vez- ha sido diferente.

Hasta ahora el sueno siempre habia sido igual. Es agosto de 1962 y el despega de Whiting Field, cerca de Pensacola, Florida. Es un dia sofocante y pegajoso, y Baedecker siente alivio cuando cierra la cabina del Starfighter F-104 y empieza a respirar oxigeno fresco. No se trata de un vuelo de prueba. Todo esta probado en este F-104; el avion de aleacion de cromo es equipo solido, debe reunirse con un escuadron de la Fuerza Aerea en la base Homestead, al sur de Miami. Baedecker ha pasado dos semanas conduciendolo por el pais en «visitas de cortesia interfuerzas», su primera tarea politica para la NASA, llevando de paseo a personajes de la Armada y el Ejercito que sienten curiosidad por el nuevo avion de combate. Un almirante retirado de Pensacola -una mole demasiado gorda para el traje de vuelo e incluso para el asiento trasero- palmeo a Baedecker en la espalda despues del paseo y proclamo: «?Una maquina volante de primera!» Como la mayoria de los pilotos que han volado en el F-104, Baedecker no esta de acuerdo. La nave es impresionante por su potencia y su fuerza bruta -se uso en Edwards como maquina de entrenamiento para el X-15, que Baedecker ha pilotado por primera vez este verano- pero no es una maquina volante de primera; es un motor con un asiento eyector (en este caso dos) y dos alas chatas que ofrecen tanta superficie de sustentacion como las aletas de una flecha.

Sentado en la cabina en este torrido dia de agosto, Baedecker se alegra de haber terminado la gira; tiene un vuelo en solitario de diez minutos hasta Homestead, y luego regresara a California en un transporte C-130. No envidia a los pilotos de la Fuerza Aerea que pilotaran el F-104 todos los dias.

Las vaharadas de calor distorsionan la pista y la hilera de mangles. Baedecker avanza hasta su posicion, llama a la torre para pedir autorizacion y clava los frenos mientras lleva el motor a plena potencia. Siente que todo es satisfactorio aun antes de que los paneles registren las lecturas apropiadas. La maquina tironea de su correa mecanica como un purasangre mordiendo el freno en la puerta de salida.

Baedecker llama de nuevo a la torre y suelta los frenos. La maquina brinca hacia delante, arrojandolo contra el asiento mientras el centro de la pista se vuelve borroso bajo el morro del avion. Aun asi, el monstruo recorre demasiada pista hasta alcanzar velocidad de rotacion. Baedecker alza el morro hacia una linea invisible situada veinte grados por encima de la arboleda que se abalanza hacia el, siente que el avion se desprende del suelo, alza la palanca y enciende el posquemador. Luego todo ocurre simultaneamente. La potencia desciende al diez por ciento de lo necesario, el tablero se pone rojo, Baedecker comprende que los rebordes que rodean el posquemador se han abierto y que el combustible se derrama en una estela llameante. La chicharra suelta alaridos de panico. Baedecker baja instintivamente el morro, tira de la palanca en el mismo instante en que las primeras ramas se quiebran bajo el vientre del moribundo F-104. Baedecker se arquea en posicion fetal, tira de la argolla, ve el dosel de plexiglas volando en un silencioso acto de levitacion y espera una eternidad de 1,75 segundos hasta que la carga del asiento eyector se dispara y el sigue al dosel, pero demasiado tarde: el avion choca contra ramas gruesas, tala troncos de pinos, la seccion de cola se estrella contra la base del asiento eyector; no es un impacto directo, sino un bofeton que lo hace girar. Baedecker queda cabeza abajo, el paracaidas de resorte se abre hacia el follaje que esta a quince metros. Baedecker, con ambos tobillos rotos por el impacto, siente vibrar la cabeza. Luego se abre el paracaidas principal, los pies de Baedecker se elevan al cielo como los de un nino que sube demasiado en el columpio, el brusco tiron le rompe el hombro izquierdo, luego, tras un viraje en redondo, el hombro derecho; el paracaidas principal lo roza, un paraguas invertido color naranja que

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