– Me alegra haberla alcanzado -dice Baedecker.
– ?No es terrible lo de David? -comenta ella, tensando las manos de emocion.
– Si, lo es -contesta Baedecker, y ve a Sable, la perra labrador, que se acerca dando brincos.
Y luego aparecen ellos, cuatro en total. Apenas pueden caminar. Baedecker se arrodilla, acariciandolos, frotandoles las orejas, ni siquiera necesita las palabras de la anciana para confirmar lo que sabe.
– Que triste -dice la senora Callahan-. Y David que habia venido de tan lejos para escoger el adecuado para su hijito.
Baedecker llama desde Condon. Diane responde al tercer timbrazo.
– Lamento no haber estado para el desayuno esta manana -se excusa-. Decidi hablar con Bill y el resto y obtener un informe preliminar.
– Cuentame -dice Diane.
Baedecker titubea un segundo.
– Podemos hablar esta noche cuando tengamos mas tiempo, Diane. Odio hablar de esto por telefono.
– Por favor, Richard. Quiero saber ahora lo mas importante. -La voz es suave pero firme.
– De acuerdo -dice Baedecker-. Primero, el motor de estribor estaba apagado tal como pensaban, pero estan seguros de que Dave lo puso en marcha segundos antes de la colision. El problema hidraulico fue producto de la tension, un fallo estructural, nadie pudo preverlo, pero incluso eso parece haberse estabilizado en un treinta por ciento de combustible auxiliar. No se si el tren de aterrizaje hubiera bajado, pero Dave planeaba encararlo cuando llegara el momento.
»Segundo, Dave no veia nada. Dijo en la cinta que podia ver luces cuando salio de las nubes a dos mil metros, pero eso fue durante dos segundos. El risco donde se estrello estaba en medio de una tormenta, con lluvia densa y visibilidad cero en unos diez kilometros.
»Tercero, y esto es lo importante, el controlador del Centro Portland que se encargaba de la emergencia le dijo a Dave que los riscos de la zona tenian una altura de hasta mil quinientos metros. El risco con el que choco tenia mil setecientos, y llegaba hasta el monte St. Helens. Apostaria cualquier cosa a que Dave se impuso mil seiscientos metros como altura minima… tal vez un poco mas. Lo cierto es que habia dominado la situacion: controlaba el problema hidraulico, se habia liberado del hielo, habia encendido el motor y estaba a menos de cuatro minutos de Portland. Hacia todo lo posible, Diane, y lo habria logrado de no ser por ese risco.
Baedecker hace una pausa, viendo, no, sintiendo esos ultimos segundos: luchar con esa palanca clavada en una caja de roca, forcejear con los pedales, sin tiempo para mirar por la cabina empapada de lluvia, observar esa esfera saltarina, chequear el indicador de velocidad del aire y el altimetro, regular aguardando el instante apropiado para arrancar de nuevo el motor. Y entretanto, en medio del ruido y la tormenta, escuchar los ruiditos del asiento trasero.
Baedecker sabe que Dave no era tonto y habria sido el primero en burlarse ante la sugerencia sentimental de que un piloto se quedaria dos segundos de mas en un avion moribundo a causa de un perro, pero Baedecker recuerda el tono de Dave tres meses antes, diciendo: «Fue uno de los momentos mas felices de mi vida», y en ese tono oye la posibilidad de una pausa de un par de segundos en un momento que no concede ninguna pausa, ve ese detalle final sumado a la determinacion de un piloto de pruebas de hacer todo lo posible por salvar el avion.
– …agradezco lo que has hecho, Richard -dice Diane-. En realidad nunca lo puse en duda, pero habia muchas preguntas que no podia contestar.
– Diane -dice Baedecker-, se por que Dave vino a Lonerock. Queria haceros un regalo especial a ti y al bebe. -Baedecker hace una pausa-. No estaba… eh… no estaba listo cuando el vino aqui -miente-. Pero yo lo llevare esta noche, si te parece bien. -Baedecker mira hacia el Toyota donde el cachorro raspa la caja en el asiento trasero, junto a la caja que contiene el manuscrito de Dave.
– Si -dice Diane, aspirando aire-. Richard, tu sabes que la ecografia indicaba que tendriamos un varon.
– Dave me lo conto.
– ?Te hablo de los nombres que habiamos pensado?
– No -dice Baedecker-, no creo.
– Ambos conveniamos en que Richard es bonito -dice Diane-. Especialmente si tu piensas lo mismo.
– Si -contesta Baedecker-. Yo pienso lo mismo.
Baedecker enfila hacia el sur por la carretera 218, dejando atras Mayville y Fossil, cruzando el rio John Day mas alla de Clarno. El ancho camino de grava del rancho ashram sale de la carretera asfaltada. Baedecker conduce por ella cinco kilometros, pensando en Scott. Recuerda el regreso a Houston el verano del Watergate, hace tanto tiempo: queria hablar mas con su hijo pero no atinaba a hacerlo, presintiendo que a pesar de todo Scott tambien queria hablar, cambiar las cosas.
La carretera esta bloqueada en un punto donde se estrecha entre dos zanjas profundas. Cierra el paso una limusina azul aparcada diagonalmente. A la izquierda hay una pequena garita con techo inclinado, paredes marrones y una sola ventana, a Baedecker le recuerda las paradas de autobuses cubiertas que hay al borde del camino en Oregon. Se detiene y baja del Toyota. El cachorro duerme en el asiento trasero.
– Si, senor. ?En que podemos servirle? -pregunta uno de los tres hombres que salen de la garita.
– Me gustaria pasar -dice Baedecker.
– Lo lamento, senor, nadie puede cruzar este punto -explica el hombre. Dos de ellos son corpulentos y barbudos; el que habla es el mas fornido, mide uno noventa. Tiene poco mas de treinta anos y lleva una camisa roja bajo el chaleco. Del chaleco cuelga un medallon con una fotografia del guru.
– Este es el camino del ashram, ?verdad? -pregunta Baedecker.
– Si, pero esta cerrado -dice el segundo hombre. Lleva una camisa a cuadros oscura con una placa barata del servicio de seguridad.
– ?El ashram esta cerrado?
– El camino esta cerrado -dice el grandote, cambiando de tono. No habia mas «senor»-. Haga girar ese vehiculo.
– Estoy aqui para ver a mi hijo. Ayer hable por telefono con el. Ha estado enfermo, y quiero verlo y charlar. Dejare mi coche aqui si usted quiere llevarme.
El grandote sacude la cabeza y avanza tres pasos con aire prepotente. Baedecker sabe que no lo dejaran pasar. Nunca ha visto a este sujeto, pero lo conoce bien; ha visto a sus congeneres en bares, de San Diego a Yakarta. Ha conocido a muchos tios parecidos entre los
Baedecker mira al tercer hombre: poco mas que un muchacho, delgado y picado de viruela. Solo lleva una camisa roja de algodon y tirita en la fria brisa del norte.
– No -dice el grandote, acercandose amenazadoramente-. De la vuelta, papa.
– Me gustaria ver a mi hijo -insiste Baedecker-. Si tiene un telefono ahi, llamemos a alguien.
Baedecker trata de sortearlo, pero el grandote lo detiene con tres dedos, golpeandole el pecho con fuerza.
– He dicho que de la vuelta. Retroceda hasta ese punto mas ancho y de la vuelta.
Baedecker siente una sensacion aguda, fria y familiar, pero se detiene y retrocede dos pasos. El grandote es puro hombros, pecho y brazos, un cuello taurino bajo una barba hirsuta, pero el vientre es grande y blando, incluso bajo el chaleco. Baedecker se mira su propio estomago y sacude la cabeza.
– Probemos de nuevo -dice Baedecker-. Este camino todavia pertenece al condado. Pregunte en Condon. Si usted tiene telefono o radio, hablemos con alguien que sepa pensar y tomar decisiones adultas. De lo contrario, lleveme hasta el ashram y hallaremos a alguien.
– Ah-ah -dice el grandote, mostrando los dientes. El hombre de barba se acerca a su amigo mientras el mas joven retrocede hacia la puerta de la garita-. Muevase, papa -dice el grandote. Los tres dedos golpean de nuevo el pecho de Baedecker. Baedecker retrocede otro paso.
El hombre muestra mas dientes, complacido con la retirada de Baedecker, avanza de nuevo y prepara la palma para darle un buen empellon. Baedecker sigue el movimiento, coge el brazo tendido, lo hace girar hacia atras y hacia arriba, no tan violentamente como para romper los huesos pero con rapidez suficiente para provocar desgarrones internos. El grandote grita y forcejea, Baedecker sigue sus movimientos observando al segundo