hombre, tira hacia arriba solo con la mano derecha, apoyandose en el grandote mientras lo aplasta de bruces contra el capo del Toyota.
El hombre de la placa suelta un grito mientras avanza, ambos brazos tendidos como un luchador. Baedecker le pega tres veces con la mano izquierda, los dos primeros golpes rapidos e inutiles, el tercero solido y satisfactorio, en plena garganta. El hombre recula con ambas manos en el cuello, las botas de cowboy se le atascan en la grava del borde del camino, se desploma en la zanja.
El grandote todavia resopla y se desliza por el capo, pateando y tratando de recobrar el brazo. Baedecker se desliza con el, preparado para usar ambas manos, cuando ve que el joven sale de la garita con una escopeta calibre 12.
Hay tres metros entre Baedecker y el joven. El chico sostiene el arma a baja altura, casi como el pequeno Scott cuando aferraba la raqueta de tenis, antes de que Baedecker le ensenara. Baedecker no le vio meter la primera bala en la recamara, y presiente que nadie lo ha hecho antes de que el chico saliera de la garita. Baedecker titubea un segundo, pero la furia fria y afilada que sentia un segundo antes es ahora reemplazada por la caliente colera contra si mismo. Hace girar al grandote y lo lanza contra el joven de tal modo que el grandote cae hacia delante, olvida que el brazo derecho ya no detendra su caida, y cae de bruces en la grava y el lodo, a los pies del joven de la escopeta.
El chico grita algo, agita la escopeta como una varita magica, pero Baedecker lo ignora, sube al Toyota, retrocede por el camino de grava, vira en redondo y regresa por donde ha venido.
Baedecker habia escuchado la cinta a solas, en una pequena habitacion de la base McChord de la Fuerza Aerea. No decia mucho. La voz del joven controlador era profesionalmente nitida, pero se le notaba el filo del miedo bajo la superficie. La voz de Dave empleaba el tono que Baedecker consideraba su voz de vuelo: parsimoniosa, con el marcado acento de su infancia en Oklahoma.
Seis minutos antes de la colision. El controlador: Afirmativo, Delta Aguila dos-siete-nueve, apagon de motor. ?Desea declarar una emergencia? Cambio.
Dave: Negativo, Centro Portland. Regreso y lo pensaremos un poco antes de embrollar todos los horarios de las aerolineas. Cambio.
Dos minutos antes de la colision. Controlador: Enterado, autorizacion para pista tres-siete, Delta Aguila dos- siete-nueve. ?Tiene usted confirmacion de que el tren de aterrizaje esta operativo? Cambio.
Dave: Negativo, Centro Portland. No tengo luz verde sobre eso, pero tampoco luz roja. Cambio.
Controlador: Enterado, Delta Aguila dos-siete-nueve. ?Cuenta con un procedimiento en caso de que el tren este atascado y no descienda? Cambio.
Dave: Afirmativo, Centro Portland.
Controlador: Muy bien, Delta Aguila dos-siete-nueve. ?Cual es el procedimiento? Cambio.
Dave: El procedimiento es el siguiente, Portland: coge tus calcetines. Cambio.
Controlador: Repita, por favor, Delta Aguila dos-siete-nueve. No captamos eso. Cambio.
Dave: Negativo, Portland. Ahora estoy ocupado. Cambio.
Controlador: Enterado, Delta Aguila. Por favor… tenga en cuenta que su lectura actual de altitud es dos-dos- uno-cero y que en su trayectoria hay riscos de hasta mil quinientos metros. Repito, riscos hasta uno-cinco-doble cero. Cambio.
Dave: Enterado. Bajo a dos mil metros. Recibido riscos adelante hasta uno-cinco-doble cero. Gracias, Portland.
Dieciseis segundos antes de la colision. Dave: Saliendo de las nubes a mil setecientos metros, Portland. Veo luces a la derecha. Bien, ahora…
Luego nada.
Baedecker escucho la cinta tres veces y en la tercera oyo el «Bien, ahora» de otro modo. La voz parsimoniosa era de triunfo. Algo habia empezado a andar bien para Dave en los ultimos segundos.
A Baedecker la grabacion le recordo otra ocasion, otro vuelo. Penso en la fecha del viejo periodico en la manana del entierro de Dave: 21 de octubre de 1971. Quiza. Ese vuelo habia sido a fines de octubre, poco antes de la mision.
Volaban a Houston desde el Cabo en un T-38, Baedecker en el asiento delantero. Estaban sobre el golfo de Mexico, pero el unico mar que veian era el mar de nubes mil metros debajo de ellos, un resplandor lechoso en todo el horizonte a la luz de una luna en cuarto creciente. Habian volado en silencio durante un rato cuando Dave dijo por el interfono:
– Iremos alla arriba en un par de meses, amigo.
– Siempre que logres hacer la secuencia Pings en el simulador la proxima vez -dijo Baedecker.
– Iremos -dijo Dave-. Las cosas nunca seran iguales.
– ?Por que no? -pregunto Baedecker, mirando hacia arriba. La luz se descomponia en el prisma de plexiglas, distorsionando la forma de la luna.
– Porque nosotros no seremos iguales, Richard -contesto Dave lentamente-. La gente que pisa suelo sagrado sale cambiada, amigo mio.
– ?Suelo sagrado? ?De que demonios hablas?
– Confia en mi -dijo Dave.
Baedecker habia callado un minuto, dejandose envolver por la pulsacion pareja de los motores y el flujo de oxigeno.
– Confio en ti -dijo al fin.
– Bien -asintio Dave-. Pasame los mandos, por favor.
– Los tienes.
Dave lanzo el T-38 en un ascenso abrupto, acelerando al subir, hasta que Baedecker quedo tendido de espaldas mirando la luna mientras escalaban el cielo. La region de las colinas Marius quedaria perfectamente iluminada en el amanecer lunar. Dave mantuvo el ascenso hasta que el tenso avion alcanzo mas de quince kilometros de altura -dos mil metros mas de su techo oficial- y luego, en vez de volver al nivel horizontal, maniobro para ponerlo vertical, incapaz de ganar mas altitud pero negandose a caer, el T-38 quedo suspendido del morro entre el espacio y el mar de nubes que rodaba 15.000 metros mas abajo, la gravedad no desafiada pero anulada, todas las fuerzas del universo equilibradas y armonizadas. No podia durar. Un instante antes de que el avion entrara en barrena, Dave maniobro con el timon izquierdo y el aparato corcoveo como un animal al que le tiran de la rienda, y luego se lanzaron en un descenso de setenta kilometros que terminaria en Houston y en casa.
Baedecker llega a Lonerock media hora antes del poniente, pero el dia gris ya no tiene luz. Conduce hasta el rancho de Kink, aparca el Toyota y lleva el cachorro a la casa. Le da leche, pone la caja junto a la estufa aun tibia de la cocina y se cerciora de que la casa tenga calor suficiente para el perro hasta que el regrese.
Afuera, Baedecker arranca los cables, saca la tabla de control de la cabina y realiza una inspeccion externa del Huey mientras un viento frio sopla del norte. Tarda el triple que cuando lo hacia con Dave, y cuando esta de rodillas, tratando de hallar la valvula de combustible, la mano le palpita de frio y de dolor. Tiene tres dedos hinchados. Baedecker se sienta en el suelo escarchado y se pregunta si se habra roto un dedo. Recuerda que en una ocasion, cuando tenia doce anos, regreso al apartamento de la calle Kildare despues de una rina en la escuela. Su padre le miro la mano magullada, sacudio la cabeza y dijo simplemente: «Si es absolutamente necesario que pelees, y si insistes en golpear a alguien en la cara, no lo hagas con la mano vacia.»
Al concluir con los chequeos externos, Baedecker se dispone a entrar por la portezuela izquierda, se detiene y se dirige al lado derecho. Se apoya en el patin, aferra el asiento y trepa al interior. Hace frio dentro del helicoptero. La maquina tiene calefaccion y descongelantes, pero no puede derrochar bateria en ellos antes de que arranque el motor. Si arranca.
Baedecker se sujeta, libera la traba inercial para inclinarse hacia adelante y chequea la consola y los interruptores. Cuando ha terminado, se reclina y su cabeza choca contra el casco de vuelo que esta encima de la mensula. Se pone el casco, ajustando los auriculares. No tiene intencion de usar la radio, pero los auriculares le entibian los oidos.
Baedecker se reclina en el asiento, mueve la palanca de control ciclico entre las piernas, aferra la palanca de control colectivo con la mano izquierda. No logra cerrar la mano sobre ella, pero decide que asi la podra manejar.