muro. Se sostuvo la cabeza con los brazos y resoplo.
– Magnifica carrera -dijo Scott al cabo de un minuto.
– Aja -jadeo Baedecker.
– Uno se siente bien, ?verdad?
– Aja.
– Voy a nadar. ?Quieres venir conmigo?
Baedecker meneo la cabeza.
– Ve tu -jadeo-. Me quedare aqui a vomitar.
– Vale -dijo Scott-. Te veo en un rato.
Scott corrio hasta el agua por la playa. El sol de Florida era muy brillante, la arena era blanca y deslumbrante como polvo lunar al mediodia. Baedecker se alegraba de que Scott se sintiera tan bien. Ocho meses antes habian pensado en internarlo nuevamente en el hospital, pero el medicamento contra el asma habia dado rapidos resultados, la disenteria se habia curado tras varias semanas de reposo, y mientras Baedecker perdia peso durante los meses de regimen y trabajo en Arkansas, Scott habia engordado de tal modo que ya no parecia el pelirrojo superviviente de un campo de concentracion. Baedecker miro el mar donde su hijo nadaba con vigorosas brazadas. Al cabo de un minuto, se levanto con un grunido y corrio despacio por la playa para reunirse con el.
Era de noche cuando Baedecker y Scott cogieron la carretera 1 rumbo al Centro Espacial. Baedecker echo un vistazo a las nuevas instalaciones y centros comerciales de la autopista y recordo la tosquedad de ese lugar a mediados de los anos 60.
El enorme edificio de Ensamblaje de Vehiculos ya era visible antes de tomar la carretera de acceso a la NASA.
– ?Te parece todo igual? -pregunto Baedecker. Scott habia sido un fanatico del Cabo. Habia usado la misma camiseta azul del Centro Espacial Kennedy durante esos dos veranos, a los seis y los siete anos. Joan tenia que esperar a la noche para lavarla.
– Supongo que si -dijo Scott.
Baedecker senalo la gigantesca estructura del nordeste.
– ?Recuerdas cuando te traje aqui para ver como construian el edificio de Ensamblaje?
Scott fruncio el ceno.
– No. ?Cuando fue eso?
– En 1965 -dijo Baedecker-. Yo ya trabajaba para la NASA, pero fue el verano anterior a que me escogieran para el quinto grupo de astronautas. ?Recuerdas?
Scott sonrio.
– Papa, yo tenia un ano.
Baedecker sonrio tambien.
– Pensandolo bien, recuerdo que te lleve en hombros durante casi todo ese viaje.
Antes de llegar al area industrial del Centro Espacial Kennedy los pararon en dos controles. El puerto espacial, habitualmente abierto a los turistas y a los curiosos, estaba cerrado a causa del inminente lanzamiento del Departamento de Defensa. Baedecker mostro los documentos de identidad y los pases que le habia dado Tucker Wilson, y los dejaron pasar sin problemas.
Pasaron frente al enorme edificio de la jefatura y viraron hacia el aparcamiento del edificio de Operaciones con Naves Espaciales Tripuladas. El enorme complejo de tres pisos seguia siendo tan feo y funcional como durante la estancia de Baedecker, en las fases de entrenamiento y prelanzamiento de su mision
– Es una gran ocasion, ?verdad? -dijo Scott mientras caminaban hacia la entrada principal-. Cena de Accion de Gracias con los astronautas.
– No es una cena de Accion de Gracias -corrigio Baedecker-. Los miembros del equipo ya han cenado con sus familias. Venimos a tomar cafe y pastel…, una especie de reunion tradicional la noche anterior a un vuelo.
– ?No es extrano que la NASA tenga un vuelo en un festivo como este?
– No creas -dijo Baedecker mientras se detenian para mostrar la identificacion a un guardia de la puerta. Un asistente de la Fuerza Aerea los condujo escalera arriba-.
– Y ademas -anadio Scott-, Accion de Gracias es hoy y el lanzamiento es manana.
– Exacto -dijo Baedecker. Pasaron otros dos puestos de inspeccion antes de ingresar en una pequena sala de espera frente al comedor de la dotacion. Baedecker echo una ojeada al sofa verde, las incomodas sillas y la mesilla cubierta de revistas, y se alegro de que ese aposento privado conservara la atmosfera que habia conocido dos decadas antes.
La puerta se abrio y aparecio un grupo de hombres de negocios que venian del comedor. Los guiaba un joven mayor de la Fuerza Aerea. Uno de los hombres, con traje oscuro y maletin, se detuvo al ver a Baedecker.
– Demonios, Dick -dijo-. Entonces es cierto que te ha contratado la Rockwell.
Baedecker se levanto para darle la mano.
– No es verdad, Cole. Es solo una visita social. No recuerdo si conoces a mi hijo. Scott, Cole Prescott, mi jefe en St. Louis.
– Nos conocimos hace anos -dijo Prescott, dandole la mano a Scott-. En el picnic de la compania, cuando Dick empezo a trabajar con nosotros. Creo que tu tenias once anos.
– Recuerdo la carrera de tres piernas -dijo Scott-. Mucho gusto en verle de nuevo, senor Prescott.
Prescott se volvio hacia Baedecker.
– ?En que andas, Dick? Hace seis meses que no recibimos noticias tuyas.
– Siete -dijo Baedecker-. Scott y yo pasamos la primavera y el verano reparando una vieja cabana de Arkansas.
– ?Arkansas? -dijo Prescott, guinandole el ojo a Scott-. ?Que diablos hay en Arkansas?
– No mucho -contesto Baedecker.
– Oye -dijo Prescott-, he oido decir que has estado hablando con gente de la North American Rockwell. ?Es verdad?
– Solo hablando.
– Si, eso dicen todos. Pero oye, si no has firmado con nadie… -Hizo una pausa y miro en torno. Los otros se habian marchado. A traves de la puerta entornada del comedor se oian risas y tintineo de platos-. Cavenaugh se retira en enero, Dick.
– ?Si?
– Si -susurro Prescott-. Yo ocupare su puesto cuando se vaya. Eso deja espacio en el segundo nivel, Dick. Si pensabas regresar, seria el momento apropiado.
– Gracias, Cole, pero ya tengo un empleo -dijo Baedecker-. Bueno no es exactamente un empleo, sino un proyecto que me mantendra ocupado varios meses.
– ?De que se trata?
– Estoy redondeando un libro que David Muldorff empezo hace un par de anos -explico Baedecker-. La parte que queda requiere viajes y entrevistas. De hecho, el lunes debo volar a Austin para empezar a trabajar en ello.
– Un libro -dijo Prescott-. ?Ya te han dado un anticipo?
– Uno modesto -repuso Baedecker-. La mayor parte de los derechos de autor seran para la esposa de Dave y su hijo, pero estamos empleando el anticipo para cubrir algunos gastos.
Prescott asintio y miro su reloj de pulsera.
– Bien, pero ten en cuenta lo que te he dicho. Me ha gustado mucho veros de nuevo, Dick, Scott.
– Lo mismo digo -dijo Baedecker.
Prescott se detuvo junto a la puerta.
– Fue una lastima lo de Muldorff.
– Si -dijo Baedecker-. Lo fue.