mas cercana. Esta se balanceaba sobre sus patas desparejas.

—Este maldito lugar siempre huele a antisepticos —murmuro Kinsman—. Y los paneles luminosos son demasiado brillantes, casi enceguecedores.

Jill se rio cansadamente.

—Asi es, jefe, ?que le parece? Me veria mucho mejor a la luz de las velas.

—Te ves muy bien, muchacha. Cansada, pero contenta.

Era verdad. Habia marcas de fatiga alrededor de sus ojos, pero Jill sonreia. Se echo hacia atras en su silla de plastico.

—En fin…, ha sido un dia muy largo, pero bueno. Creo que Baliagorev saldra adelante.

—Y tu tienes a Landau en orbita a tu alrededor.

—?Alex? Oh, somos viejos amigos. Nos conocimos hace anos…

Kinsman bebio tranquilamente su cafe hirviendo y dijo:

—Te estuve observando en la sala de terapia intensiva. ?Te dabas cuenta de que le estabas coqueteando con las pestanas?

La cara de Jill se puso intensamente roja.

—?Eso no es verdad!

—?Ah, no? El ha solicitado autorizacion para pasar la noche aqui.

—Quiere estar con su paciente.

—Si; y si lo entiendes bien, quiere estar contigo, mi querida nina.

Ella sonrio, pero sus manos parecian nerviosas. Se movian alrededor de la taza de cafe y luego volvian hacia su cara.

—Estas bromeando… ?Te parece que es asi?

—A mi me parece obvio. No me sorprenderia que hiciera correr al anciano hasta el centro del Mar de las Tormentas, ida y vuelta, si pensara que eso lo mejoraria.

—?Eres terrible!

Kinsman le devolvio la sonrisa.

—Si, supongo que tienes razon. Pero no soy el unico que se ha dado cuenta del modo en que ustedes dos se miran. La mitad del hospital suspira romanticamente por ustedes. La mitad femenina, al menos.

Jill trato de fruncir las cejas pero su cara de duende no estaba hecha para eso.

—?Y que me dices de ti y de esa muchacha nueva del departamento de comunicaciones?

Kinsman se rasco el barbudo menton.

—Quiere llegar a ser jefa del departamento. Por lo menos es honesta, y lo dice. Me recuerda a otra muchacha… Tu la conociste, aquella fotografa del laboratorio orbital.

—Pero eso fue hace mucho tiempo.

—Nunca me olvido de una cara —dijo Kinsman—. Sin embargo, no puedo recordar su nombre. Pero era igual que Ellen, llena de ambiciones.

—De modo que no hay nada serio, entonces.

—?Cuando lo ha habido?

Jill paso el dedo sobre el borde de su taza de cafe.

—?No crees que ya es hora de que hubiera algo serio? Te estas poniendo un poco viejo para hacer vida de playboy.

—Si. Quizas. Y soy muy joven para ser un libertino.

Ella sonrio.

—?Que piensas hacer entonces?

?Que puedo hacer?, quiso gritar. Pero en lugar de ello murmuro:

—Es un mal momento para complicarme la vida.

—?Por que? —pregunto Jill—. ?Que tiene de malo este momento en particular?

Dudo un instante.

—Algo… algo se esta preparando. Los problemas se acercan. Grandes problemas. —Estiro su mano sobre la mesa y la tomo por la muneca—. Escucha, nina: es mejor que tu y tu amigo ruso se diviertan todo lo que puedan, aqui y ahora. Porque dentro de una o dos semanas puede acabarse todo. Las puertas del infierno se abriran. Y pronto.

SABADO 4 DE DICIEMBRE DE 1999; 18.30 HT

Kinsman estaba junto a la portezuela de la esclusa neumatica de la cupula principal, esperando a que se abriera. Afuera, el cohete estaba detenido, ancho y sin gracia, conectado al tubo por medio de tuneles flexibles para el acceso. La portezuela se abrio de par en par con un suspiro, luego se cerro suavemente. Kinsman sintio un leve movimiento del aire mientras se equilibraba la presion de la cupula.

Frank Colt cruzo la portezuela y entro al recinto. Llevaba una pequena maleta y vestia el uniforme azul reglamentario de la Fuerza Aerea —como lo usaban los oficiales en la Tierra , con el pecho cubierto de condecoraciones— en lugar del habitual traje enterizo que todos usaban en la Luna.

Kinsman siempre se sorprendia ante la pequenez fisica de Colt. El astronauta negro tenia una personalidad de gigante, pero fisicamente era diminuto. Un Alexander Hamilton negro, penso Kinsman. Tenaz, irascible. Luego recordo que Hamilton murio en un duelo, a manos de un hombre que mas tarde se descubrio era un traidor a los Estados Unidos.

Al ver a Kinsman, Colt golpeo sus talones en posicion de atencion y saludo con energia. Kinsman, conteniendo una sonrisa, devolvio el saludo y le tendio la mano.

—Frank, querido amigo… que gusto verte. Bienvenido.

La sonrisa de Colt era amplia.

—?Como estas? Siempre con el pelo largo, ?no?

Con una mirada al pelo del negro, cortado casi al ras, Kinsman replico:

—?Celoso?

—Imposible, querido. Si me dejara crecer el pelo naturalmente no podria ponerme el casco.

Continuaban riendose cuando se dirigieron hacia la escalera mecanica.

—Deja el equipaje en tus habitaciones, y luego ven a comer con nosotros —dijo Kinsman, mientras subian a los peldanos moviles.

—Por supuesto, pero… ?no tendria que presentar mis ordenes y ser admitido oficialmente?

—Podemos hacer eso manana. Debes estar hambriento. Estoy seguro que la comida de las naves no ha mejorado nada.

—?Nada! —se rio Colt, mientras tomaba la manija que estaba frente a el.

Bajaron cuatro pisos en silencio. Lo unico que se oia era el lejano quejido de los motores electricos de la escalera. Luego Colt dijo:

—Tal vez, si se puede esperar un par de dias mas, me haga cargo oficialmente de mi puesto para el aniversario de Pearl Harbor. Seria un detalle delicado.

—?Pearl que? —pregunto Kinsman.

—Pearl Harbor, el 7 de diciembre. La Segunda Guerra Mundial. Salio en todos los diarios.

Al salir de la escalera, Kinsman comento:

—Tienes un extrano sentido del humor, Frank.

—No, hombre. La historia. Ese es mi tema favorito: la historia.

Media hora mas tarde estaban en la cafeteria. Era un lugar pequeno, con solo un par de docenas de mesas. La mayoria estaban ocupadas, pero el aislamiento acustico hacia que los ruidos fueran apenas un silencioso murmullo.

Cuando se sentaron, la cara de Colt estaba seria.

—?No son rusos aquellos que estan alla?

Movio la cabeza en direccion a la mesa donde Jill Myers estaba con Landau y otro tecnico ruso. Kinsman asintio.

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