—Chet, eres un ingenuo. Bien, imaginemos el mejor de los resultados posibles. Imaginemos que tus optimistas esperanzas se convierten en realidad: nos independizamos, y las Naciones Unidas nos reconocen. Tu pais y el mio no interfieren, y la guerra se evita. ?Por cuanto tiempo? ?Seis meses? ?Un ano? ?Hemos logrado dar mas comida para todos? ?Mas energia? Tarde o temprano estaremos exactamente donde estamos ahora: los dos aqui sin poder hacer nada, mientras los vemos prepararse para la guerra.
»?No hay modo de evitarlo! La Tierra esta superpoblada, los recursos son escasos. ?Por que crees que se dispararon mutuamente en la Antartida ? ?Ambos necesitan ese carbon!
De mala gana Kinsman estuvo de acuerdo.
—Ni aun con los reactores de alimentacion habra suficiente energia para todos.
—Ni con los reactores de alimentacion —repitio Leonov—. Y las maquinarias de fusion no estaran en condiciones de producir suficiente energia como para resolver el problema en menos de cinco o diez anos.
—Si pudieramos detenerlos durante ese tiempo…
—No podriamos detenerlos ni cinco meses —aseguro Leonov.
—Tienes razon —admitio Kinsman.
—Entonces, mi idealista amigo, la declaracion de la independencia de Selene no lograra nada. No cambiara nada.
—Asegurara que casi un millar de seres humanos sobrevivan a esa guerra, sin que los maten despues la lluvia acida, las enfermedades o el hambre —respondio friamente Kinsman.
Leonov permanecio en silencio un largo rato. Camino en direccion al modulo lunar y se detuvo cuando aparecio la bandera norteamericana detras del voluminoso aparato con aspecto de arana. Sin volver la cara hacia Kinsman, pregunto con lentitud:
—?Crees realmente que cualquiera de nosotros podria ver como se destruyen nuestros hogares sin volvernos locos? ?Crees honestamente que su guerra no nos ha de destruir a nosotros tambien?
Kinsman respondio, esforzandose para que su voz sonara tranquila mientras se acercaba a su amigo:
—Podriamos conseguirlo sin luchar. Si lo intentaramos.
La voz del ruso era infinitamente triste.
—No, mi viejo amigo. Yo podria confiar en ti, y tu en mi, pero esperar que casi un millar de rusos y americanos confien los unos en los otros mientras ven que sus familias son asesinadas… ?nunca!
Kinsman queria gritar. Pero en cambio se oyo decir:
—Pero… Pete, ?que podemos hacer?
—Nada. Se terminara el mundo. El milenio se acerca. Hace mil anos, la mayoria de los cristianos creian que el mundo terminaria con el milenio. Erraron por un factor de mil anos. El mundo terminara ahora. Y no hay nada que podamos hacer.
El vuelo de regreso a Selene parecio mas largo y solitario que el vuelo a la base Tranquilidad. Kinsman trato de que su mente no pensara en nada, pero le resulto imposible.
?Falso! Tenia que ser falso. Debe haber algo que se pueda hacer. ?Algo!
Al mirar la Tierra intensamente azul, que estaba sobre el horizonte, lo sorprendio la enormidad de su idea. Estaba dispuesto a rebelarse contra los Estados Unidos de America, contra la nacion mas poderosa que el mundo habia conocido, contra los mismos trescientos millones de personas que habia jurado defender y proteger.
La mente de Kinsman estaba llena de imagenes: cenas de Accion de Gracias; sentado en la escuela mirando peliculas sobre la declaracion de la Independencia ; el enloquecedor viaje desde Virginia, por Crystal City hasta el viejo y descascarado Pentagono todos los dias; la primera vez que vio el Gran Canon; el juramento de fidelidad a la bandera en su actitud de nino solemne, y mas tarde el saludo especial a esa misma bandera durante la retreta, el primer dia que lucia sus brillantes y doradas insignias de teniente; los vuelos en picada en un T-39 por debajo del Golden Gate: “No abandonar la nave”; “Enviennos mas japoneses” ; “Dadme libertad o dadme muerte”; “El gobierno del pueblo, por el pueblo…”
Toda esa historia, toda esa educacion, trescientos millones de personas programadas… ?como podria Selene mantenerse firme contra todo eso? La superaban en una relacion de cien millones a uno. Incluso cada hombre, cada mujer, cada nino en Moonbase habian sido educados y adoctrinados desde su nacimiento. “Mi Patria, es a ti…”
Y entonces recordo una frase de una clase de fisica —?o fue de historia?—; un hombrecito cubierto de tiza, uno de los maestros, con la cara arrugada y el mismo traje gris durante todo el semestre, habia dicho:
—Dadme una palanca lo suficientemente larga y un punto de apoyo, y movere la Tierra.
Para cualquiera que observara ese tipo de cosas, Jill Myers y Alexei Landau constituian una pareja incongruente: el un ruso alto, barbudo y grave, y la muchacha una americana pequena, con cara de luna llena y pelo castano muy corto.
Pero en ese momento nadie lo advertia. Jill y Alexei estaban de pie en medio de un apretado grupo de gente que miraba el noticiero transmitido desde la Tierra por television. Estaban en la plaza central de Selene, esa galeria de alta cupula que habia comenzado como una enorme caverna natural, luego la convirtieron en deposito de intendencia, y finalmente se habia ido convirtiendo en un complejo de mutiples filas de negocios privados que parecian crecer organicamente alrededor de los expendedores del gobierno.
Pero en ese momento casi no habia operaciones comerciales. La gente estaba de pie en silencio en el medio de la galeria; mirando la enorme pantalla visora instalada en uno de los extremos. Un locutor de la Tierra estaba narrando tristemente los acontecimientos del dia mientras se mostraban los videotapes de la base americana de McMurdo y vistas aereas del seco valle donde habia muerto el capitan de la Marina.
La escena cambio. Washington, el viejo e imponente Pentagono, color gris.
—Si bien no se ha recibido ninguna informacion de la Casa Blanca —estaba diciendo el locutor—, altos funcionarios del Pentagono han comentado que han sido alertadas unidades militares americanas en todo el mundo para entrar en accion. Monitores en satelites han identificado una fuerza especial rusa dirigiendose a toda velocidad hacia la Antartida desde Vladivostok, y las tropas del este europeo continuan sus maniobras en Polonia y Checoslovaquia bajo la excusa de ejercicios de invierno…
Jill se volvio hacia Landau. Tenia que estirar el cuello para hablar con el, pero jamas se le cruzo por la mente que fuera un inconveniente.
—Alex, ?crees que esta vez lo haran?
El sacudio la cabeza.
—Locos, estan todos locos. Demencia. La producen las impurezas metalicas en el aire; en exceso provocan danos en el cerebro.
—En serio —insistio Jill.
La gente que estaba a su alrededor comenzo a mirar y a chistar. Landau la tomo por el brazo y comenzo a abrirse paso.
—Hablo en serio. Comienza a parecerme que el fin del mundo se aproxima realmente.
Jill sintio un escalofrio. Dejo que Landau la guiara hacia la escalera mecanica que conducia abajo, al area de viviendas. Le puso sus brazos alrededor de sus hombros y la atrajo.
—Si solo nos quedan unas pocas semanas, mi pequena, usemoslas sensatamente.
Cuando regreso a su oficina, Kinsman se dio cuenta que no tenia humor para estar solo esa noche. Llamo a Ellen y la invito a cenar. En la pequena pantalla del telefono visual se la veia autenticamente feliz de que la hubiera llamado.
—Estupendo, cenemos juntos. ?Por que no vienes a mis habitaciones?
—Estas bastante ocupada… —dudo Kinsman.
Con una sonrisa, la mujer respondio:
—No seas tonto. Me gusta cocinar.
Y cocinaba muy bien, admitio el. La comida lunar consistia casi totalmente en vegetales cultivados en la base, preciosas esencias de pollo, cerdo y cordero, y ocasionales lujos, como carne y especias que venian de la Tierra. La cena de Ellen estaba compuesta principalmente de soja disfrazada de varios modos y un postre de un