—?Yo?
—Vamos, muevete. Quiero saber exactamente cuando llegara esa lanzadera. Inspeccionare la base a medianoche. Y que Dios te ayude si no estoy satisfecho con las medidas de seguridad.
Kelly se levanto y se retiro murmurando incoherentemente.
Sin perdida de tiempo, Kinsman se volvio hacia la pantalla visora de la computadora y comenzo a revisar los antecedentes del personal militar que habia en Moonbase, especialmente los temporarios. Conocia a la mayoria de ellos, los habia seleccionado en estadias anteriores.
Me pregunto cuantos habre rechazado en todos estos anos… Los cabeza hueca. Los torpes, que moririan en la Luna. Los estupidos que matarian a otros con sus errores. Los idiotas que no podian vivir cerca de gente de otras razas, de otras nacionalidades. Los debiles, que nunca tendrian el coraje para… para…
—Para cometer una traicion —dijo en voz alta.
Esa es la verdad. Traicion. Igual que Washington y Jefferson. Como Benedict Arnold. Todo depende de quien es el vencedor. Esa es la diferencia entre traicion y patriotismo. De mas de cien militares entre los temporarios, Kinsman identifico a cuarenta que consideraba de confianza. Cuarenta hombres que estarian dispuestos a seguirlos, que podrian ver una Selene libre no era una amenaza para su pais, sino el unico modo de eliminar ese juego con resultados siempre negativos.
El hombre de mayor graduacion en la lista, despues de Pat Kelly, era un capitan.
—Christopher Perry —murmuro Kinsman, al mirar la ficha personal del capitan.
La fotografia mostraba a un hombre joven, rubio y de cara cuadrada, de expresion agradable, casi inocente. Kinsman recordo una larga conversacion en uno de sus viajes anteriores. Habian hablado de lo harto que estaba de pilotear helicopteros en patrullas para prevenir desordenes en los alrededores de Washington.
—Si. Es uno de los nuestros.
El llamador de la puerta sono. Apartando la vista de la pantalla, Kinsman dijo:
—Adelante.
La puerta se abrio y Frank Colt entro a la oficina.
—Estaba pensando en ti en este momento, Frank.
La cara del mayor negro no tenia expresion.
—?Que es lo que esta ocurriendo aqui?
—Sientate amigo. Relajate.
Colt ignoro el sillon y tomo una silla de respaldo rigido que estaba junto a la pared.
—Me dice Kelly que has organizado un falso estado de alerta. ?De pronto te empiezas a preocupar por la seguridad?
—Asi es. Precisamente eso. Me preocupa la seguridad.
Colt no se sentia de ningun modo convencido.
—?Por que no has incluido a los temporarios?
—Porque Murdock quiere que tengamos suficiente personal disponible para auxiliar en las estaciones tripuladas —respondio Kinsman con suavidad—. No puedo enviar a los luniks permanentes, ?verdad?
—Podrias hacerlo en un segundo. Solo una seccion de las estaciones tiene la gravedad de la Tierra.
—Si, pero es mejor que los temporarios esten en tareas orbitales, y no nosotros, debiles y decrepitos casos medicos. —Colt fruncio el ceno—. ?Que te ocurre, Frank? Crei que estarias encantado de que me tomara tan en serio la histeria de Murdock…
—?Por que no se me notifico? Soy el segundo jefe y…
—El programa de comando no ha sido picuesto al dia cuando tu llegaste. Pero de todos modos te has enterado, ?no?
—?Porque me encontre con Pat Kelly en el maldito corredor y tenia una asquerosa cara de susto!
—De modo que no te enteraste por los canales oficiales —dijo Kinsman—. Pero el hecho es que te enteraste.
—?Que estas tramando, Chet?
—Cuando este tramando algo —respondio Kinsman—, seras el primero en saberlo. Hasta lo hare por los canales oficiales.
Colt se puso de pie de un salto. Como aun estaba poco acostumbrado a la gravedad lunar, hizo que la silla cayera hacia atras.
—?Maldita sea, Chet, vas a lograr que te metan un disparo en el culo! Se que estas tramando alguna locura, y tambien se que no son ordenes de Murdock. Mira, escucha un consejo de amigo y…
—?Frank! —lo interrumpio Kinsman—. No quiero ningun consejo, yo se lo que tengo que hacer.
—No lo hagas, Chet. Te lo pido ahora. No lo hagas, sea lo que sea. Me forzaras a matarte.
—No habra muertos, Frank.
—No se que demonios esta pasando por tu perturbada cabeza —la voz de Colt temblaba casi incontrolablemente—, pero no me pongas a prueba. No quiero tener que elegir entre tu vida y la mia.
—No tendras que elegir —dijo Kinsman con calma. Pero sentia que la tension le apretaba el pecho.
—Si tratas de entregar esta base a los rusos…
—?Que? ?No seas estupido!
—O haces algo contra los Estados Unidos, Chet… tendre que detenerte. ?Tendre que hacerlo!
—Tendras que intentarlo cuando llegue el momento, si llega.
—?Maldicion!
Kinsman se levanto lentamente de su silla; luego dijo:
—Frank…, cuando llegue el momento, si llega, tendremos que hacer lo que consideremos que es mejor. Si consideras que tienes que matarme… Bueno, todos tenemos que morir alguna vez.
—?Oh, Jesus! —Colt levanto los brazos y salio como un torbellino de la oficina.
Kinsman permanecio inmovil durante un largo rato, apoyado sobre el escritorio, esperando que la tension de su pecho aflojara.
SABADO 11 DE DICIEMBRE DE 1999, 01:12 HT
Anochecia en Washington, estaba oscuro y llovia.
El general Murdock temblaba cuando doblo su pesado cuerpo en el asiento de su limusina. No era por la lluvia o por el frio, aunque Dios sabia bien que ensuciaban los adornos de Navidad de los negocios del centro y los hacia aparecer tristes y baratos. Nadie, absolutamente nadie caminaba por las calles. Un carro de combate del ejercito hacia guardia en cada esquina, brillante a la debil luz de las calles a causa de la lenta lluvia, con sus torrecillas cerradas y los canones apuntando a las aceras.
Hasta el general Hofstader parecia triste. Su uniforme estaba impecable y sus condecoraciones brillaban en la oscuridad de la limusina. Pero su cara era gris, arrugada, consumida por una vejez prematura.
Fue la voz del otro hombre lo que hizo temblar a Murdock. Ese murmullo aspero y meditado, como un demonio trepando desde el Infierno.
—Enemigos adentro y enemigos afuera —murmuro, senalando con su pesada mano hacia las calles vacias—. Con los rojos a punto de atacarnos, todos los locos y los simpatizantes comunistas del pais se preparan para acuchillarnos por la espalda.
—No me habia dado cuenta… —comenzo Murdock, e inmediatamente deseo no haberlo dicho. El general Hofstader lo paralizo con la mirada.
—
Quedo en silencio por un momento. Ninguno de los dos generales se atrevia a hablar. La limusina acelero en la lluvia. La turbina hacia un zumbido agudo. No habia trafico que los demorara. El unico otro sonido era el
—Somos excesivamente pocos —jadeo. Hizo un ruido que parecio ser una risa—. Sobreviviremos al