—Y entonces quieres que todos los satelites no tripulados puedan ser controlados desde Beta —concluyo Leonov.
—Exactamente. Nos enviaran a sus prisioneros y los retendremos aqui hasta que consigamos otra nave de la Tierra.
—En tu lugar, camarada, yo me quedaria con el resto de los prisioneros. Pueden ser muy valiosos como rehenes. Eso es lo que estamos haciendo aqui. —Kinsman asintio con la cabeza—. Otra cosa: ?que piensas sobre el anuncio de lo que hemos hecho a los antiguos duenos de esos satelites?
—Los evacuados estan ya probablemente desganitandose frente a los transmisores de la nave de evacuacion —dijo Kinsman—. Washington estara analizando esos informes en muy poco tiempo.
—Si, pero… ?te das cuenta de que ambos lados estan ya en alerta total? Podrian enviar sus proyectiles antes de que estemos en condiciones de detenerlos. Debemos hacer algun tipo de anuncio conjunto, para que no comiencen a bombardearse mutuamente.
—Lo se, Pete, pero temo que si hacemos el anuncio antes de que efectivamente controlemos los satelites ABM ellos nos ataquen o envien tropas. Prefiero esperar hasta que lleguen los refuerzos de Selene y tengamos suficiente personal como para manejar los centros de control ABM adecuadamente.
Leonov pestaneo lentamente.
—Entiendo. Pero es mucho mas rapido lanzar un proyectil o una nave de transporte de tropas desde la Tierra que hacer venir especialistas de refuerzo desde Selene. Aun cuando nuestras naves aceleren al maximo de su velocidad…
Se detuvo. Algo que no se veia en la pantalla atrajo su atencion. Leonov respondio rapidamente en ruso y con voz excitada hablo a Kinsman, casi sin aliento. Su cara estaba blanca.
—?Chet, es demasiado tarde! Uno de nuestros… un submarino ruso ha sido torpedeado y hundido frente a la costa de California. ?La guerra ha comenzado!
MARTES 14 DE DICIEMBRE DE 1999, 21:48 HT
—?Han disparado los proyectiles?
La voz de Kinsman era un agudo chillido de miedo, como el de un nino. Tenia sus entranas congeladas, eran un bloque de hielo lunar. Pero su mente trabajaba a toda prisa.
—No —estaba respondiendo Leonov—. Nada ha sido lanzado todavia. Pero las ordenes de alerta han desaparecido. Es solo cuestion de horas, posiblemente minutos.
Un estrepito hizo apartar su atencion de la pantalla. Uno de los jovenes oficiales habia dejado caer de sus manos una bandeja plastica con comida. Temblaba visiblemente cuando se arrodillo para recoger lo que estaba en el suelo. Los demas estaban pendientes de Kinsman: de pie, sentados —uno de ellos tenia los punos apoyados sobre la terminal de la computadora, su cara era una tensa mascara mortuoria, blanca, inmovil, sin pestanear—, todos miraban fijamente a Kinsman, a la espera de que el actuara.
—Pete, consigue todas las frecuencias de transmision posibles y dile a tu gente lo que hemos hecho. Yo voy al centro de comunicaciones y hare lo mismo.
—?Si gritamos con suficiente fuerza podremos detenerlos!
—?Eso espero!
—Pero tenemos que decirselo ahora.
—Si, si. Por supuesto, pero ?crees…?
—Diles que estamos dispuestos a derribar cualquier proyectil que sea lanzado de cualquier parte de la Tierra. ?Tienes que convencerlos!
—Pero ?podremos realmente hacerlo?
—Tu debes responder a eso.
Leonov se paso una mano por la frente.
—No lo se. Tenemos a los equipos de especialistas trabajando, pero ?como podemos estar seguros de que todos esos satelites responderan correctamente?
Kinsman forzo una sonrisa y respondio:
—A las maquinas no les interesa la politica, Pete. Si las luces se ponen verdes, entonces todo funciona bien.
—Puro materialismo.
—Asi es. Y tu pensabas que yo era un romantico. Vamos, de prisa; no hay tiempo que perder.
—
—Buena velocidad, amigo.
Se levanto de su silla y comenzo a atravesar el acolchado suelo del gimnasio en direccion a la portezuela que conducia a la escalera espiral.
—Hable con el centro de comunicaciones —ordeno a uno de los jovenes que lo rodeaban—. Asegurese de que entiendan lo que esta ocurriendo. Digales que voy para alla, y que sera mejor que las operadoras esten en condiciones de usar cada uno de los malditos laseres de cada uno de los malditos satelites que tenemos.
—?Si, senor! —gruno el oficial, mientras Kinsman abria la portezuela de un tiron.
En el Nivel Tres era como caminar entre olas oceanicas. La mitad de la gravedad normal de la Tierra , y Kinsman tardo muy poco en quedar sin aliento. Cuando los muchachos del centro de comunicaciones le acercaron una silla le dolian las piernas, y su corazon golpeaba pesadamente. Hasta el aire parecia espeso, humedo y pesado, dificil de respirar.
El centro de comunicaciones le hizo pensar a Kinsman en un sexteto de cuerdas tocando un allegro de Mozart: actividad salvajemente ordenada, accion mesurada pero frenetica. Los tecnicos de comunicaciones estaban difundiendo ordenes por sus microfonos. El gigantesco ojo de insecto que componian las pantallas —una junto a otra— mostraban escenas extranamente incongruentes.
La brillante y conmovedora belleza del ancho Pacifico: una extension azul que cubria todo el globo, decorada con intrincados dibujos de deslumbrantes nubes blancas, remolinos de tormentas gigantescas, hileras de cumulos que marchaban ordenadamente en respuesta a la luz del sol y a la rotacion de la Tierra. ?Cuantos submarinos habria bajo tanta belleza? ?Cuantos proyectiles?
La cara tensa y surcada por la transpiracion de un tecnico gritaba con urgencia en los auriculares del operador, que estaba sentado asintiendo con la cabeza frente a esa pantalla en particular.
El capitan Perry, de pie frente a un complicado panel de control de disparo a bordo de la Estacion Espacial Beta, hablaba con alguien en lo que parecia un tono tranquilo, profesional, competente. Kinsman, por supuesto, no podia oirlo, a menos que el sonido de esa pantalla fuera conectado a los auriculares que estaban apoyados en sus rodillas. Las luces del panel estaban casi todas verdes, advirtio. Los satelites ABM estaban en condiciones de funcionar.
Algunas pantallas visoras mostraban deliciosos paisajes rurales de la Tierra , donde estaban escondidos los proyectiles intercontinentales. Media docena de ciudades importantes. Un tecnico en comunicaciones ruso arrugando la frente mientras hablaba con su colega americano…
No. Ni rusos ni americanos ahora. Luniks. Selenitas.
Kinsman abarco todo eso con una sola mirada mientras se dejaba caer pesadamente en un asiento junto a la portezuela del centro de comunicaciones.
—Los informes son buenos —dijo el oficial que estaba sentado junto a el—. Ademas tenemos una docena de voluntarios entre la tripulacion de la estacion espacial, que nos estan ayudando. Han decidido quedarse con