—Entonces aparece
—Es posible —admitio Kinsman—. Con el tiempo sera asi.
—?Escucheme! Mientras tanto, ustedes quieren ser reconocidos como una nacion independiente… ?Como diablos se van a llamar?
—Selene.
—?Ah! Bueno, Selene, si asi lo quieren. Ahora digame: ?cree que Estados Unidos y Rusia los van a reconocer?
—No. Supongo que no.
—?Por supuesto que no! ?Y que es lo que le hace pensar que cualquiera de las otras naciones va a correr el riesgo de enemistarse con alguna de las grandes potencias, solo para que ustedes se sientan bien? —Marrett se inclino sobre Kinsman y apoyo un dedo contra su pecho—. No lo haran. No lo haran, a menos que haya alguna ventaja para ellos.
—Podemos actuar como policia internacional —dijo Kinsman— mientras sigamos controlando los satelites ABM.
—Esa es una ventaja negativa.
—?Como?
—Quiero decir, que es la clase de beneficio que no es obvio —dijo Marrett—. Se impide una guerra atomica, y la lluvia acida y todas esas cosas. Pero eso no pone un poco mas de arroz en las mesas de Burma.
—No… no entiendo. —Kinsman tuvo la sensacion de que Marrett estaba deliberadamente hablando
Con un suspiro, Marrett se agacho y se sento en la escalera. Sus largas piernas cubrian cuatro escalones. Kinsman se apoyo contra la pared del tubo. El metal se sentia frio contra su espalda.
—Vea usted —dijo Marrett, con mucha paciencia—. Supongamos que va a las naciones mas pequenas del mundo, especialmente algunas del hemisferio sur…, aunque los de la EuroFed pueden interesarse tambien, si uno lo piensa un poco… Bueno, de todos modos, supongamos que usted se dirige a ellas y les promete no solo un policia en orbita sino tambien el control del clima.
—?Control del clima?
—Asi es. No una modificacion, sino el control. Podemos controlar el maldito clima en cualquier parte del planeta. Mejorar los rendimientos de las cosechas, aumentar el nivel sanitario, hacer ganar fortunas en los lugares de vacaciones, desviar tormentas, mejorar la poblacion icticola… Hasta es posible que podamos salvar a los delfines antes de que sigan el mismo camino que las ballenas. En una palabra, lo que se quiera. Pero necesitamos dos cosas: las estaciones espaciales para operar, y el poder politico para eliminar las objeciones de las naciones individuales y sus bloques… y especialmente de las grandes potencias.
—?Que? ?Estan en contra del control del clima?
Marrett fruncio el entrecejo.
—Es una larga y sangrienta historia. Basicamente, las grandes naciones estan en contra de permitir que las Naciones Unidas tengan poder real alguno. El unico modo en que el control de clima puede ser efectivo es en escala mundial. No se puede tomar un pedazo de atmosfera y separarla de la del resto del mundo. Ninguna nacion puede lograr el control del clima individualmente. Y las grandes potencias no permitiran que las Naciones Unidas lo intente tampoco.
—Policia orbital y control del clima… —La mente de Kinsman trabajaba con toda energia.
—Eso le daria a las Naciones Unidas un poder extraordinario, mi amigo —dijo Marrett—. Si una nacion se porta mal, nosotros le cortamos el agua.
—?Se puede hacer
—Es mas o menos como le digo.
—Pero… eso significaria un cataclismo en las Naciones Unidas. No estan preparados para algo de tanta importancia. Habria que reestructurarla integramente.
—Absolutamente correcto.
Marrett tenia una gran sonrisa en la cara ahora. En aquellas lugubres sombras, con los escalones metalicos enroscandose hacia la oscuridad arriba y debajo de ellos, Kinsman se sintio suspendido entre… ?que? ?El exito y el fracaso? ?La vida y la muerte? ?El cielo y el infierno?
—?Habra gente en las Naciones Unidas que deseen considerar este asunto?
—Yo conozco a uno —dijo Marrett.
—?Quien?
—Emanuel De Paolo.
—?El secretario general?
—El mismo.
MIERCOLES 15 DE DICIEMBRE DE 1999, 17:00 UT
Era justo el mediodia en Washington. Sin embargo, desde las ventanas de la Oficina Ovalada solo se veian remolinos de nieve y viento: la primera tormenta de la temporada.
—Grandes copos humedos —dijo el presidente, mirando ociosamente por la ventana mientras se echaba hacia atras en el sillon de su escritorio. Sus ojos estaban hinchados por la falta de sueno y estaba despeinado—. Es el tipo de nieve mas dificil de despejar. Recuerdo cuando yo era nino, alla en Roxbury, un ano…
El secretario de Defensa se veia palido, agotado.
—Senor presidente, no creo que sea este el momento para reminiscencias de la infancia.
El presidente giro en su sillon para mirarlo a el y a otros dos hombres que habia en la oficina: el general Hofstader y el corpulento consejero de cara enfurecida.
—?Ah, no? —pregunto el presidente, sin mucho entusiasmo—. ?Que otra cosa podemos hacer? Este, eh… coronel… ?como se llama?
—Kinsman —gruno Hofstader.
—Eso es, Kinsman. Nos tiene frenados, ?verdad? No podemos lanzar nada al aire. No podemos atacar, y no podemos ser atacados. De modo que no podemos hacer nada salvo lo que haciamos durante las tormentas cuando eramos ninos: sentarnos y disfrutarlas.
—?Que es lo que lo hace estar tan seguro de que no podemos ser atacados? —se oyo el torturado murmullo de ese hombre corpulento.
El presidente pestaneo intrigado y con movimiento reflejo ante el miedo.
—?Por que? ?Usted cree…? —dijo.
Eran las 20:00 en Moscu, y alli se hacian las mismas preguntas.
—?Estamos seguros —preguntaba el Innombrable con su voz aguda como un estilete— de que no se trata de un astuto truco de los americanos? ?Que garantias tenemos de que esos rebeldes selenitas detendran un ataque contra nosotros?
El Premier movio incomodamente su voluminoso cuerpo en el sillon. La larga mesa estaba casi vacia. Solo el mariscal Prokoff, el ministro de Estado de Seguridad y el Innombrable estaban presentes.
—?Acaso no derribaron media docena de proyectiles americanos? —pregunto el Premier.
—?Que son seis proyectiles? —interrogo el Innombrable—. Una trampa, un senuelo, disenado para que nuestra guardia se relaje. Manana podrian atacar, o la semana que viene, o el mes que viene, mientras nuestras defensas estan en un estado de adormilada tranquilidad.
—Asi es —estaba diciendo el general Hofstader—. Todo esto podria no ser mas que un maldito truco para sorprendernos desprevenidos.
—E impedir asi una respuesta inmediata para lanzar un contraataque —agrego el secretario de Defensa.
—O un ataque preventivo —dijo Hofstader.