El consejero murmuro asperamente:
—Mas que eso. Mientras nuestra atencion esta concentrada en este drama espacial, aun tenemos que enfrentarnos con crisis bastante reales aqui en la Tierra. Los yacimientos de carbon en la Antartida , las batallas entre nuestras flotas pesqueras el ultimo verano…
—Ademas, hundieron a uno de nuestros submarinos —insistio el mariscal Prokoff, moviendo un dedo regordete en el aire—. ?No permitamos que esta jugarreta con los satelites nos impida ver las realidades de la Tierra !
Cansadamente, el Premier pregunto:
—Entonces, ?que es lo que ustedes recomiendan? Evidentemente no podemos lanzar un ataque con proyectiles…, desgracia por la cual deberiamos estar agradecidos, me parece.
—Puede ser —dijo el innombrable. Y luego agrego con una sonrisa—: Pero creo que sera necesario enviar tropas para recapturar las estaciones orbitales.
—?Y eso se puede hacer?
—Ya encontraremos el modo de hacerlo.
—Recuerde que en las estaciones espaciales tienen las bombas orbitales —dijo el mariscal Prokoff—. No podemos permitir que mantengan esas armas sobre nuestras cabezas.
El Premier lo miro indignado.
—Las mismas bombas que
E] ministro de Seguridad se aclaro la garganta.
—Deberiamos detener a la familia de este coronel Leonov —dijo—, y de todos los que esten en las estaciones espaciales o en la base lunar. Como precaucion.
—?Y para que serviria eso? —murmuro el Premier.
—Podrian convertirse en utiles rehenes.
—?Idiota! ?Piense en los rehenes que ellos tienen a su merced!
—?Rehenes?
El Premier comenzo a contar, dando un golpe con sus nudillos sobre la mesa con cada palabra:
—Moscu, Leningrado, Smolensko, Volgagrado, Kiev…
—Entonces… estamos de acuerdo en que la reconquista de las estaciones espaciales es nuestra primera tarea —dijo el secretario de Defensa.
—Si —murmuro el consejero.
El general Hofstader asintio con la cabeza.
—No estoy tan seguro —dijo el presidente—. ?Como podemos enviarles tropas si derriban todos nuestros cohetes?
—Tendremos que pensar en algun plan —dijo el general Hofstader.
—Hay muchas cosas que tenemos que resolver —asintio el secretario de Defensa.
—Si —dijo el aspero murmullo—. Muchas cosas.
Era casi medianoche cuando el general Murdock leyo el TWX por primera vez. Todavia estaba en su oficina, sentado en su escritorio. Las luces de la Base Patrick de la Fuerza Aerea aun estaban amortiguadas: la alerta roja no habia sido levantada.
Su mujer habia llamado tres veces, y cada vez le habia dicho que estaria en casa dentro de una hora. No le habia dicho nada de lo que publicaba el TWX. Miro fijamente la delgada hoja de papel.
A la vista de todo el mundo. Ni siquiera una comunicacion privada. Todos en la base lo deben saber ya. ?Lo supieron antes de que yo lo supiera!
Ya habia cesado de llorar. Habia gimoteado durante una hora cuando llego el TWX y lo leyo. Su secretaria habia intentado calmarlo con cafe, luego con whisky. Le daba su consuelo femenino, que iba desde caricias maternales hasta el ofrecimiento de acostarse juntos esa noche.
El capellan de la base habia venido y le hablo brevemente:
—Es una investigacion. Eso es todo lo que una corte marcial significa. No pueden encontrarlo culpable de traicion o descuido de sus obligaciones…
Temblando, Murdock lo habia echado de su oficina.
Un psicologo, un amigo jugador de golf del general, habia pasado a verlo mucho despues de la hora de la cena.
—Pero… ?por que crees que trataran de culparte, Bob? No has tenido nada que ver con el asunto.
—Soy el unico que tienen a mano. Yo soy el comandante de los que se rebelaron. Es mi responsabilidad. ?Has estudiado historia? ?Recuerdas lo que ocurrio con el general Short despues de Pearl Harbor? ?Que crees que haran conmigo? —estas ultimas palabras las habia gritado.
Las oraciones no lo ayudaban. Tampoco los tranquilizantes. Murdock sabia lo que le harian. Lo sabia muy claramente.
—Me estas asesinando, Kinsman —murmuro, mientras se descargaba contra su escritorio.
Sus gordos antebrazos se apoyaron pesadamente sobre el mueble. Tenia el uniforme humedo por la transpiracion, a pesar del violento acondicionador de aire que hacia volar los papeles por la oficina. Pero el TWX no volaba. Estaba magneticamente sujeto a la mesa. Nada podria hacerlo volar.
Corte marcial. Investigacion. Juicio.
El brigadier general Robert G. Murdock se alzo de su escritorio y camino tambaleandose hacia el bano junto a su oficina. Ociosamente penso que seria mucho mejor si tuviera un revolver. Pero no habia usado ninguno durante anos, y nunca lo habia hecho estando disgustado.
—Nunca trate de hacer dano a nadie —se dijo a si mismo, y su voz era casi un sollozo—. Ni siquiera a Kinsman. Todos estos anos se ha reido de mi, me ha hecho pasar por tonto. Y ahora me mata.
Abrio el grifo del agua caliente y estiro su mano hacia el botiquin que habia sobre el lavabo para tomar la navaja.
JUEVES 16 DE DICIEMBRE DE 1999, 22:50 UT
—Motores de retroceso en cinco minutos; por favor, prepararse para el descenso.
La voz del piloto, que salia del pequeno parlante en el respaldo delante de el, desperto a Kinsman. Por un momento no supo donde estaba. Desorientado, sintio que un relampago de miedo lo atravesaba. Luego se oriento: estaba en la lanzadera lunar. Los jovenes oficiales lo rodeaban, los correajes de seguridad cruzaban su pecho y sus muslos, y vio el tubo metalico sin ventanas de la seccion de pasajeros de la nave.
—Seguramente he estado dormitando —murmuro.
El muchacho que estaba junto a el le sonrio.
—Desde hace cuatro horas, senor.
Kinsman gruno y se fricciono los ojos. Habia sido un vuelo muy largo, con un impulso de minima energia, pero un viaje muy ajetreado. Habia pasado mas de veinte horas ininterrumpidas en urgentes comunicaciones con Selene, con las estaciones espaciales —donde habia dejado a Chris Perry a cargo de todo— y con Ted Marrett, adentrandose cada vez mas en los detalles de una politica mundial de control del clima.
Habia habido una inundacion de mensajes desde la Tierra : urgentes, furiosos, inquisitivos, aprensivos. Kinsman hizo que Perry y Harriman contestaran la mayor parte de ellos. Se negaba a hablar con cualquiera que estuviera por debajo del presidente de los Estados Unidos o el premier de la Union Sovietica.
—Eso me asegura que no tendre que ocuparme de ningun llamado —habia admitido con una sonrisa.
Los jefes de estado jamas lo llamarian. Seria una concesion demasiado grande el que lo hicieran. Simplemente esas cosas no se hacian en el mundo de la diplomacia internacional, en el que el protocolo esta por sobre todas las cosas.
Hablo brevemente con Ellen usando la pantalla visora compacta que tenia ante si. Todo estaba en orden en Selene. Aparentemente ambos lados continuaban en alerta roja, pero no habian habido mas incidentes belicos, lanzamientos de cohetes, amenazas de Washington o explosiones de Moscu.
Kinsman sabia que ellos jugaban a esperar y ver que sucedia. Estaban digiriendo la nueva situacion, haciendola examinar por las computadoras y comisiones especiales y grupos de expertos, tratando de adivinar que