habia que hacer.

—Retroceso en treinta segundos.

Tenemos que enviar a Marrett de vuelta a Nueva York, se dijo Kinsman. Tiene que hablar con De Paolo. Necesitamos el control del clima, como amenaza tanto que como promesa, si queremos tener alguna influencia sobre las grandes potencias.

Los cohetes de freno entraron en accion, y Kinsman sintio una energica pero suave mano que lo presionaba en su asiento de espuma. Realmente no se oia ningun ruido de motores, pero se sentia una vibracion que hacia estremecer los huesos.

Estaba aun tratando de decidir si el piloto habia usado tres o cuatro veces los frenos, cuando se dio cuenta de que ya habian llegado. La habitual sensacion de peso lunar lo envolvio, mientras el piloto anunciaba:

—Ultima escala: la nacion libre e independiente de Selene. Poblacion: mil y tantos. ?Todo el mundo abajo!

Kinsman sonrio. Hogar, dulce hogar, se dijo. Y entonces se dio realmente cuenta de que habia regresado al hogar. Alli estaban Ellen, Harriman, Frank Colt, y toda la otra gente y las cosas que hacian que esta parte del universo le pareciera su hogar.

Habia venido sentado en el extremo delantero del compartimiento de pasajeros, y la mayoria de sus acompanantes a bordo se alineaban frente a la portezuela, por delante de el. Uno de los jovenes se volvio cuando Kinsman salio de su lugar y entro al pasillo entre los asientos:

—Si quiere salir primero, senor…

Sacudio la cabeza.

—No, esta bien. Sigan asi.

La portezuela quedo expedita en pocos minutos, y Kinsman camino lentamente junto con los otros a traves del tubo flexible de acceso a la esclusa neumatica de la cupula principal de Selene.

Parecia ser una caminata muy larga. Detras de si quedaba la excitacion, el terror, la pasion de la accion, la rapida y temible culminacion de tantos anos de dudas, de tantas semanas de indecision. Ahora ya estaba hecho, y habian muerto hombres a causa de ello. Yo los mate. Pero, sorprendentemente, no sintio culpa: solo cansancio… y el comienzo del miedo.

Kinsman se dio cuenta de que esta revolucion —si es que realmente lo era— apenas estaba comenzando. El combate podia haber terminado, pero la verdadera lucha recien comenzaba. Ahora habia que hacerla perdurar. Hacer que una nacion de poco mas de mil personas siga siendo independiente de los ocho mil millones de habitantes de la Tierra. Tenemos una larga palanca y un punto de apoyo…, pero ?es eso suficiente?

La puerta interior de la esclusa neumatica estaba cerrada cuando Kinsman ingreso en el pequeno compartimiento metalico.

—?Algun problema? —pregunto al hombre que estaba delante de el.

El oficial se encogio de hombros.

—No lo se. Estaba abierta, y la gente estaba saliendo. Luego alguien afuera grito “esperen” y cerraron la maldita portezuela en mis narices.

Antes de que Kinsman pudiera acercarse al telefono que habia en la pared, la portezuela se abrio nuevamente. El joven oficial hizo un gesto y salio. Kinsman lo siguio hacia el ambito de la cupula principal.

Estaba llena de gente. A la derecha, una abigarrada coleccion de musicos comenzo a tocar una casi irreconocible version de “Viva el Jefe”. Los instrumentos eran: un vapuleado trombon a vara, una docena o mas de armonicas y chicharras, unos pocos instrumentos caseros, por lo menos un violin, unos cuantos tambores hechos con latas de aceite y una melodica.

Todos gritaban y daban vivas. Kinsman ni siquiera tuvo la fortaleza de tambalearse. Se quedo como helado en su sitio. ?El trombonista sonreia mientras tocaba!

Cuando la banda termino la multitud siguio gritando, y sus gritos hicieron vibrar la cupula. Hugh Harriman alcanzo de algun modo a colocarse junto a el, palmeandole la espalda. Tambien estaba Leonov, sonriendo y besando a todo el mundo a su alcance, hombres y mujeres.

—?Felicitaciones, Chet! —le gritaba Harriman al oido—. ?Hicimos una eleccion esta tarde y perdiste! Ahora eres el administrador general de esta enloquecida nacion.

—Y yo soy el vice administrador —dijo alegremente Leonov—. A cargo de la inmigracion. ?Tengo que entrevistar a todas las muchachas que quieren venir a vivir aqui!

Era un torbellino vertiginoso y enloquecido. Ellen se separo de la gente y lo tomo del brazo mientras toda la poblacion lo rodeaba riendo, dando vivas, tomandose de las manos, diciendole a el —y diciendoselo unos a otros— que estaban dispuestos a defender su nueva nacion y a seguir al jefe.

Kinsman perdio la nocion del tiempo. De alguna manera, despues de lo que parecieron horas de ruidos ensordecedores, gentios, musica, parejas bailando y serpenteando a lo largo de la cupula y por los corredores del subsuelo, un pequeno grupo termino con el en las habitaciones de Ellen: Harriman, Leonov, Jill y Alexei Landau, y la misma Ellen.

—?Inmigracion? —estaba preguntando Kinsman.

Le daba vueltas la cabeza, y tenia una alta copa en sus manos. Ellen estaba sentada en el brazo del sillon, junto a el. Leonov asintio vigorosamente con la cabeza. Tenia una botella en una mano y un diminuto vaso en la otra. Estaba de pie, con sus pies solidamente plantados sobre la hierba del suelo, pero su cuerpo se balanceaba lentamente de un lado a otro. Kinsman no podia decidir si se trataba de su propia vista o efectivamente el sistema de estabilidad del ruso se habia descompuesto.

Leonov anuncio jovialmente:

—?Sabes cuantos pedidos para visas de inmigracion hemos recibido en las ultimas veinticuatro horas? ?Miles! De casi todas las naciones del mundo.

—Ya hemos sido reconocidos oficialmente por varios paises —dijo Ellen—. Comenzando por Israel.

Antes de que Kinsman pudiera decir nada, Harriman se pulio las unas en el pecho de su traje de cremalleras.

—Es necesario que sepan que tengo mis influencias entre ciertos paises civilizados de la Tierra. Ademas — agrego—, esta es la unica nacion del mundo que no los ha expulsado.

—Demasiado —murmuro Kinsman—. Esto es demasiado.

—Estoy totalmente de acuerdo —dijo Jill Myers, posando su mirada profesional sobre Kinsman—. Tienes el aspecto de haber pasado por varios torniquetes. Quiero que estes en mi oficina manana a la manana, a las nueve horas.

—Quieres decir hoy a la manana —dijo Alexei suavemente—. Ya son mas de las tres.

—A la cama, todos ustedes —ordeno Jill—. No podemos permitir que nuestro administrador general se desmaye en el primer dia de su cargo.

Harriman fruncio los labios.

—Podria hacer varios comentarios obscenos, pero considerando su alta investidura, senor administrador general, mantendre un respetuoso y cortes silencio.

—Me adulas para poder conseguir un buen cargo politico —dijo Kinsman.

—Tienes razon. ?Que tal si me ofreces el Ministerio de Educacion?

—No. Lo que quiero es que seas nuestro ministro de Relaciones Exteriores.

Harriman quedo sorprendido.

—?Yo, un diplomatico? ?Uno de esos melindrosos mariquitas?

—Iniciaras un nuevo estilo en relaciones exteriores. Acabas de admitir que has ejercido tu influencia sobre un pais.

—?No me pondre pantalones a rayas!

—Hugh, no tienes que ponerte pantalones si no quieres. Lo que yo necesito es…

—?Manana! —dijo Jill con firmeza.

Se levanto de su silla y Alexei hizo lo mismo, elevandose por sobre las pequenas proporciones de la muchacha. Ellen tambien se apeo, y todos se dirigieron hacia la puerta. Pero Kinsman se quedo rezagado mientras los otros salian.

La voz de Harriman aun resonaba en el corredor, mientras Kinsman le decia a Ellen:

—No me mataron.

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