gasolina, habia gente pedaleando bicicletas. Se apinaban en los puentes y en los tuneles, donde las barreras para pagar el peaje habian sido levantadas por un gobierno extranamente generoso. La ciudad se iba llenando, esa ciudad que normalmente quedaba vacia y silenciosa despues de la caida del sol. Times Square ya estaba llena de gente y por primera vez en una decada el sistema de computadoras para el trafico de Manhattan se descompuso.

Ceso el viento, y las nubes ya no pasaban delante de la Luna. Esa noche seria fria, pero ninguno de los que habian venido a divertirse festejando el Ano Muevo se daria cuenta de ello.

La sala de reuniones de la Asamblea general estaba vacia. Casi vacia, en realidad: un grupito de escolares estaban reunidos alrededor del atril de los oradores con los ojos muy grandes ante el esplendor de la madera autentica, de los tapizados de felpa, de los cuadros y esculturas encargadas a traves de los anos por las Naciones Unidas. La sala estaba profusamente decorada por los trabajos de los mejores artistas del mundo.

Todo eso para nada, penso Kinsman desde el extremo donde estaba sentado, cerca de las ultimas filas de asientos para visitantes. Sentia el sabor del oxigeno en su boca, el frio del gas y el leve gusto a plastico, mientras contemplaba la esplendida e inutil sala. Cuantas esperanzas han sido traidas aqui de todas partes del mundo… y se las ha dejado morir. Sepultadas con palabras.

Advirtio que habia un enorme cuadro de una escena submarina, muy abstracto pero muy reconocible: el pez grande se come al pequeno.

Los ninos salian ya por uno de los pasillos, tal vez para retirarse. La maestra entro en conversacion con Marrett, por alguna razon. Era una mujer regordeta y de pelo gris, con una sonrisa brillante y manos expresivas.

Marrett volvio unos pasos hacia Kinsman.

—Chet, esos ninos son hijos de los empleados de las Naciones Unidas. La mayoria son gente del lugar; los padres trabajan como oficinistas, porteros y cosas por el estilo. Algunos de los ninos quisieran hablar con usted.

Con su mascara de oxigeno, Kinsman no podia sostener una conversacion. Alzo una mano y senalo hacia el ciclo.

—Arriba… —tradujo Marrett—. ?Hablara con ellos en sus habitaciones?

Kinsman hizo un gesto afirmativo con las manos y guino un ojo. Por lo menos eso lo puedo hacer sin ayuda, penso.

Landau dijo:

—Lo podran visitar solo por unos minutos.

—Muy bien —dijo Marrett—. Usted lo lleva arriba y yo mantendre a los ninos ocupados con una rapida visita al centro meteorologico. Estare con ustedes en unos quince o veinte minutos. ?Les parece bien?

Kinsman asintio con la cabeza y Landau estuvo de acuerdo.

El nuevo milenio ya habia llegado a Moscu, Teheran y Tel Aviv. Berlin, Roma y las otras capitales de Europa se preparaban a recibirlo. Los titulos de las noticias proclamaban LA AMENAZA DE GUERRA DISMINUYE en cuarenta lenguas diferentes. Una multitud feliz y expectante se movia por las calles de Londres, y en Nueva York los clubes y restaurantes que normalmente cerraban a la caida del sol comenzaban a llenarse. Las calles estaban atestadas de gente. Los carteristas y las prostitutas tenian mas trabajo del que podian aceptar.

En la Florida , a las cinco y media hora estandar del este, las tropas comenzaron a embarcarse en el avion cohete. La totalidad del Centro Espacial Kennedy habia sido aislado de miradas indiscretas. Los periodistas estaban encerrados en la misma elegante prision de los refugiados.

En Washington, el corpulento hombre de ojos irritados se deslizaba penosamente en su silla mientras observaba el embarque de las tropas por un circuito cerrado de television.

—?Despegaran a las seis? —pregunto por centesima vez.

—Si no hay imprevistos —respondio un coronel de la Fuerza Aerea—. Deberan apoderarse de Alfa poco antes de la medianoche, segun los planes. Kinsman y su comitiva llegaran despues de la una de la manana.

El hombre asintio con la cabeza.

—?Puedo preguntar algo? —dijo el coronel—. ?Porque le permitimos partir a Kinsman? ?Por que no dejarlo aqui, en nuestro poder?

—Un martir muerto es peor enemigo que un traidor vivo.

—Oh, entiendo. Ah; el coronel Colt debe haber llegado ya a Nueva York…

El hombre expreso lo mas que pudo una sonrisa.

—Si, lo se.

Colt estaba alli cuando Kinsman regreso a sus habitaciones. Harriman mantuvo la puerta abierta mientras el entraba en su silla de ruedas; Landau venia detras. Colt estaba de pie junto a las ventanas, mirando la noche afuera y el insolito brillo de las luces de la ciudad.

Despues de maniobrar con su silla y quitarse la mascara de oxigeno, Kinsman dijo:

—Esta si que es una agradable sorpresa. ?Que te trae por aqui? Crei que estabas en la Florida.

Hizo un gesto con los hombros y respondio:

—No podia permitir que estuvieras tan cerca sin venir a saludarte y desearte un feliz Ano Nuevo.

Harriman dijo:

—El viejo y sentimental Frank.

—Aja —replico Colt—. Sentimental. Eso es exactamente lo que soy.

—Me alegra verte —continuo Kinsman—. Coronel del aire, ?no? —Colt no dijo nada. Kinsman hizo un gesto senalando una silla mientras maniobraba la suya hasta las ventanas—. No se puede ver la Luna … demasiado cerrado el cielo.

Landau comenzo a organizar sus instrumentos sobre el escritorio.

—Pense que estarias ocupado con la cuenta regresiva en Kennedy —le dijo Kinsman a Colt.

—Todo esta en orden; no necesitan que les este encima. Si hay algun problema, siempre me pueden encontrar aqui.

Kinsman le sonrio.

—Ya no te pareces en nada al bastardo y fastidioso Frank Colt que yo conocia y queria.

Colt se volvio hacia otra parte, lentamente.

—Ahora soy un estupido coronel. Tengo que mostrar cierta dignidad. Ademas, prefiero estar aqui contigo.

—?Como es que el primer envio de inmigrantes parte desde la Florida ? —quiso saber Harriman—. ?Por que no desde aqui, el aeropuerto civil?

Colt no respondio. Se paso la lengua por el borde de los dientes inferiores y fruncio la frente.

Por Dios, que tenso esta, penso Kinsman.

—Escucha —dijo por fin Colt—. Yo…

La chicharra de la puerta los sorprendio a todos. Kinsman hizo girar su silla mientras Harriman corria hasta la puerta y la abria.

Cuatro ninos con rostros solemnes hicieron su aparicion. Eran tres muchachos y una chica. El mayor tendria como maximo diez anos. La nina y uno de los muchachos eran de piel oscura, tipo latino. Portorriquenos, probablemente. Habia un muchacho negro. El cuarto era un pelirrojo con pecas, un astuto y callejero Huckleberry Finn.

Y ademas, la maestra.

—?Oh, es muy amable de su parte permitirnos esta visita! Me imagino que debe estar sumamente ocupado…

La mujer continuaba hablando con Harriman mientras hacia entrar a los ninos a la habitacion, como una gallina empuja sus polluelos. Los ninos miraban y permanecian en silencio, pero la maestra no cesaba de hablar. Kinsman se dio cuenta inmediatamente que hablaba solo para calmar su nerviosismo. Usaba el mismo tono que seguramente empleaba en clase para dirigirse a los ninos.

—?Oh! Y usted debe ser el senor Kinsman. Chester Arthur Kinsman. ?Le pusieron ese nombre por el presidente Arthur? ?Y vive en la Luna ! Que interesante, ?verdad, ninos? ?Les gustaria vivir en la Luna alguna vez?

La nina extendio una mano hacia el esqueleto exterior de Kinsman.

—?Por que lleva eso?

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