—Por otro lado, nadie vacila en disparar un aturdidor —dijo Cordelia de modo sugerente—. Y te da cierto margen de error.

—?Vacilaria usted en disparar un disruptor?

—Si. Preferiria no hacerlo.

—Ah.

La curiosidad hizo mella en ella.

—?Como demonios mataron con un aturdidor al hombre que vio?

—No lo mataron con el aturdidor. Despues de quitarselo, lo mataron a patadas.

—Oh. —El estomago de Cordelia se tenso—. No… no seria amigo suyo, espero.

—Da la casualidad de que si. Compartia su actitud hacia las armas. Blando. —Fruncio el ceno, contemplando la distancia.

Se incorporaron y se internaron en el bosque. El barrayares trato de ayudarla un poco mas con Dubauer, al cabo de un rato. Pero Dubauer retrocedio ante el, y entre la resistencia del alferez y su pierna mala, el intento fracaso embarazosamente.

Despues de eso Vorkosigan se encerro en si mismo y se volvio menos charlatan. Toda su concentracion parecia volcada en avanzar un paso mas, pero murmuraba para si de modo alarmante. Cordelia tuvo la desagradable vision de un colapso y delirios febriles, y no sintio ninguna fe en su habilidad para sustituirlo en su funcion de identificar y contactar con un miembro leal de su tripulacion. Estaba claro que un error de juicio podria ser letal, y aunque no podia decir que todos los barrayareses le parecieran iguales, se vio obligada a recordar el viejo dicho que empieza: «Todos los cretenses son mentirosos.»

Al atardecer, cuando se abrian paso por entre un macizo boscoso mas denso, se encontraron de pronto ante un pequeno claro de sorprendente belleza. Una cascada caia sobre un lecho de rocas negras que brillaban como obsidiana, una cascada viva de luz. La hierba que bordeaba el lecho del arroyo quedaba iluminada por el sol con un fulgor dorado translucido. Los arboles adyacentes, altos, verde oscuro, con buena sombra, hacian que pareciera una gema.

Vorkosigan se apoyo en su baston y lo contemplo durante un rato. Cordelia penso que nunca habia visto a un ser humano mas cansado, pero claro, no tenia ningun espejo a mano.

—Todavia nos faltan unos quince kilometros —dijo el—. No quiero acercarme al escondrijo en la oscuridad. Nos detendremos aqui esta noche, descansaremos, y continuaremos por la manana.

Se desplomaron en la suave hierba y observaron en silencio la gloriosa puesta de sol, como un viejo matrimonio demasiado cansado para levantarse y apagarlo. Por fin la falta de luz los obligo a ponerse en marcha. Se lavaron la cara y las manos en el arroyo, y Vorkosigan compartio por fin sus raciones de campo barrayaresas. Incluso despues de cuatro dias de gachas y salsa de queso azul, fueron una decepcion.

—?Seguro que esto no son botas instantaneas? —pregunto Cordelia compungida, pues en color, sabor y olor se parecian mucho a cuero pulverizado para zapatos convertido en obleas.

Vorkosigan sonrio sardonico.

—Son organicas, nutritivas y se conservan durante anos… Probablemente, es lo que han hecho.

Cordelia sonrio y mastico un reseco bocado. Le dio de comer a Dubauer el suyo (el tenia tendencia a escupirlo), y luego se lavaron y se dispusieron a pasar la noche. Dubauer no habia tenido ningun ataque en todo el dia, cosa que ella esperaba que fuese un signo de mejora parcial en su estado.

De la tierra todavia emanaba un comodo calorcillo, y el arroyo ronroneaba suavemente en el silencio. Cordelia deseo poder dormir cien anos seguidos, como una princesa encantada. En cambio, se levanto y se ofrecio voluntaria para la primera guardia.

—Sera mejor que duerma bien esta noche —le dijo a Vorkosigan—. He hecho la guardia mas corta dos noches de tres. Ahora es su turno.

—No hay necesidad… —empezo a decir el.

—Si usted no lo consigue, yo no lo conseguire tampoco —comento ella bruscamente—. Ni el. —Indico con el pulgar al tranquilo Dubauer—. Tengo la intencion de que lo consiga manana.

Vorkosigan se tomo otro medio analgesico y se tumbo donde estaba, admitiendo el razonamiento. Con todo, estuvo inquieto, sin poder dormir, observandola en la oscuridad. Sus ojos parecian brillar de fiebre. Finalmente se apoyo en un codo, cuando ella terminaba de patrullar el borde del claro, y se sento con las piernas cruzadas en el suelo, a su lado.

—Yo… —empezo a decir, y guardo silencio—. No es usted lo que se espera de una oficial femenina.

—?No? Bueno, usted tampoco es lo que esperaba de un oficial de Barrayar, asi que ya somos dos. ?Que esperaba exactamente? —anadio con curiosidad.

—Yo… no estoy seguro. Es usted tan profesional como cualquier oficial con el que haya servido jamas, y ni una sola vez ha intentado imitar a un hombre. Es extraordinario.

—No hay nada extraordinario en mi —nego ella.

—Entonces la Colonia Beta debe de ser un lugar muy curioso.

—Es solo mi hogar. Nada especial. Un clima terrible.

—Eso he oido. —El tomo una rama y marco con ella rayas en el suelo, hasta que se quebro—. No tienen matrimonios concertados en la Colonia Beta, ?verdad?

Ella se lo quedo mirando.

—?Por supuesto que no! Que idea tan extrana. Casi parece una violacion de los derechos civiles. Cielos… no querra decir que hacen eso en Barrayar.

—En mi casta, casi siempre.

—?No se opone nadie?

—No son obligados. Los concertan los padres, normalmente. Parece que funciona. Para mucha gente.

—Bueno, supongo que es posible.

—?Como, ah… como se las apanan ustedes? Sin intermediarios debe ser muy embarazoso. Quiero decir, rechazar a alguien en su cara.

—No lo se. Es algo que consiguen los amantes despues de conocerse mutuamente durante algun tiempo, cuando desean solicitar el permiso de tener un hijo. Ese contrato que usted describe debe de ser como casarse con un autentico extrano. Claro que debe de ser embarazoso.

—Mm. —El encontro otra ramita—. En la Era del Aislamiento, en Barrayar, el hecho de que un hombre tomara a una mujer de la casta guerrera como amante se consideraba como un robo de su honor, y el tenia que morir como un ladron por eso. Una costumbre poco habitual, estoy seguro, aunque es un tema que aparece mucho en los dramas. Hoy estamos mezclados. Las viejas costumbres han muerto, y seguimos probando cosas nuevas, como ropas mal ajustadas. Es dificil saber lo que esta bien.

Tras un momento, anadio:

—?Que se esperaba usted?

—?De un barrayares? No se. Algo criminal, supongo. No me entusiasmo que me hicieran prisionera.

El bajo los ojos.

—Yo… comprendo eso de lo que habla, claro. No puedo negar que exista. Es una infeccion de la imaginacion, que se extiende de hombre a hombre. Es peor cuando llega de arriba abajo. Malo para la disciplina, malo para la moral… Odio sobre todo cuando afecta a los oficiales mas jovenes, cuando lo encuentran en los hombres en quienes deberian estar moldeandose. No tienen el peso de la experiencia para combatirlo mentalmente, ni distinguen cuando un hombre roba la autoridad del emperador para ocultar sus propios apetitos. Y por eso estan corrompidos casi antes de darse cuenta de lo que esta sucediendo. —En la oscuridad, su voz sonaba intensamente.

—Solo lo pensaba desde el punto de vista de prisionera. Supongo que he tenido suerte con mi captor.

—Son la hez del servicio. Pero debe creerme, constituyen una pequena minoria. Aunque tampoco me agradan los que fingen no ver esas cosas, y no son una minoria como… Pero no se equivoque. No es facil luchar contra esa infeccion. Aunque no tiene nada que temer de mi. Se lo prometo.

—Yo… ya me habia dado cuenta.

Permanecieron un rato en silencio, hasta que la noche cayo para arrancar del cielo los ultimos tonos turquesa, y la cascada se dibujo con brillo de perla en el cielo estrellado. A Cordelia le parecio que el se habia quedado dormido, pero Vorkosigan se agito y volvio a hablar. Apenas podia verle la cara, excepto el destello del

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