NOVENA PARTE
Cuando Bosch llego al cementerio de veteranos en Westwood, eran mas de las doce de la noche. Habia sacado otro coche de la flota de la comisaria de Wilcox y conducido hasta el apartamento de Eleanor Wish. No vio luces. Bosch se sentia como un adolescente espiando a una novia que le habia dejado. Aunque iba solo, estaba avergonzado. No sabia lo que habria hecho si hubiera visto alguna luz. Finalmente puso rumbo al este, en direccion al cementerio, mientras pensaba en como Eleanor le habia traicionado en el amor y en el trabajo.
Bosch partio de la suposicion de que Eleanor le habia hecho esa pregunta a Tiburon porque ella estaba en el jeep que transporto el cadaver de Meadows a la presa. Eleanor temia que el chico pudiera haberla reconocido, pero no fue asi. Cuando Bosch se unio al interrogatorio, Tiburon declaro que habia visto dos hombres y que el mas pequeno de los dos se habia quedado en el asiento del pasajero y no habia ayudado a cargar con el cuerpo. Bosch penso que aquel error del chico deberia haberle salvado la vida. Pero sabia que habia sido el quien habia condenado a Tiburon cuando sugirio hipnotizarlo. Eleanor se lo dijo a Rourke, y este decidio no correr ese riesgo.
La siguiente pregunta era por que. La respuesta mas obvia era el dinero, pero Bosch no podia atribuir ese movil a Eleanor y quedarse tan ancho. Habia algo mas. Todos los otros implicados -Meadows, Franklin, Delgado y Rourke- tenian en comun Vietnam, ademas de un conocimiento personal de los dos objetivos: Tran y Binh. ?Como encajaba Eleanor en todo aquello? Bosch penso en su hermano. ?Seria el la conexion? Recordaba que ella habia dicho que se llamaba Michael, pero no habia mencionado como murio. Bosch no la habia dejado. Ahora se arrepintio de haberla interrumpido cuando ella quiso hablarle del asunto. Eleanor tambien habia mencionado su visita al monumento de Washington y como aquello la habia cambiado. ?Que habria visto alli que la habia empujado a actuar de esa forma? ?Que podria haberle dicho esa pared que no supiera ya antes?
Bosch llego al cementerio situado junto a Sepulveda Boulevard y aparco frente a las grandes puertas de hierro forjado que cerraban el paso al camino de grava. Salio del coche y camino hasta ellas, pero estaban trabadas con una cadena y un candado. Al mirar a traves de los barrotes, diviso una caseta de piedra a unos treinta metros de la puerta. Tras una cortina se adivinaba el palido fulgor azul de un televisor. Bosch volvio al coche y encendio la sirena, dejandola aullar hasta que se encendieron las luces detras de la cortina. Unos segundos mas tarde, el guarda del cementerio salio de la caseta y camino hacia la verja con una linterna. Antes de que llegara, Bosch ya le estaba mostrando la placa por entre los barrotes. El hombre llevaba unos pantalones oscuros y una camisa azul clara con una chapa.
– ?Es usted policia? -pregunto.
A Bosch le entraron ganas de contestar que no, pero en cambio dijo:
– Departamento de Policia de Los Angeles. ?Podria abrirme la puerta?
El guarda enfoco la linterna sobre la placa y la tarjeta de identificacion de Bosch. Bajo aquella luz, Harry reparo en el bigote blanco del hombre y noto un ligero olor a bourbon y sudor.
– ?Que pasa, agente?
– Detective -contesto-. Estoy investigando un homicidio, senor…
– Kester. ?Homicidio? Aqui no nos faltan muertos, pero yo diria que estos casos estan cerrados…
– Senor Kester, no tengo tiempo de explicarselo, pero necesito entrar a ver el monumento a los caidos en Vietnam, bueno, la replica que han montado para el fin de semana.
– Oiga, ?que le pasa en el brazo? ?Y donde esta su companero? Ustedes suelen ir de dos en dos.
– Me cai, senor Kester. Y mi companero esta trabajando en otra parte de la investigacion. Ve usted demasiada tele en su garita, demasiadas series de polis.
A pesar de que Bosch dijo esto ultimo con una sonrisa, empezaba a cansarse del viejo guarda de seguridad. Kester se volvio a mirar hacia la caseta y luego a Bosch.
– Ha visto usted la luz de la tele, ?verdad? Ya lo entiendo -dijo con satisfaccion por haberlo deducido-. Bueno, esto es propiedad federal y no se si puedo abrir sin…
– Mire, Kester, se que usted es un funcionario y que seguramente no han despedido a ninguno desde que Truman era presidente, pero si usted me pone problemas, yo se los voy a poner a usted. El martes por la manana se va encontrar con una denuncia por beber en horas de servicio. A primera hora. Asi que abrame la puerta y no le molestare. Solo quiero echar un vistazo a la pared.
Bosch agito la cadena. Kester se quedo un segundo con la mirada perdida, pero finalmente saco una serie de llaves de su cinturon y abrio la verja.
– Lo siento -se disculpo Bosch.
– Sigo pensando que no esta bien -opino Kester, enfadado-. Ademas, ?que tiene que ver esa piedra negra con un homicidio?
– Tal vez todo -respondio Bosch. Estaba a punto de meterse en su coche, pero entonces se dio la vuelta al recordar algo que habia leido sobre el monumento-. Hay un libro con los nombres ordenados alfabeticamente que indica su situacion en la pared. ?Esta el libro junto al monumento?
Incluso a traves de la oscuridad, Bosch vio que Kester lo miraba con una expresion de perplejidad.
– No se nada de un libro. Solo se que la gente del Servicio de Parques trajeron esa cosa y la plantaron aqui. ?Y tuvieron que usar una excavadora! -se sorprendio Kester-. Tienen a un tio que esta alli durante las horas de visita. Es a el a quien deberia hablarle sobre libros. Y no me pregunte donde esta. Ni siquiera se como se llama. ?Va estar mucho rato o dejo la puerta abierta?
– Mas vale que cierre. Yo ya vendre a buscarle cuando haya terminado.
El coche de Bosch franqueo la entrada despues de que el viejo abriera la verja. Al llegar al aparcamiento de grava al pie de la colina, Bosch vio el brillo negro de la pared que se alzaba en la cima. El lugar estaba completamente oscuro y desierto. Bosch saco una linterna del coche y comenzo a subir por la ladera.
Primero enfoco la linterna desde lejos para hacerse una idea de la envergadura de la pared. Bosch calculo que tenia unos dieciocho metros de largo y se estrechaba en los extremos. Entonces se acerco para leer los nombres, pero de pronto le invadio una sensacion de temor, se dio cuenta de que no queria leerlos. Habria demasiados conocidos y, peor aun, nombres inesperados, de gente que no sabia que estaba alli. Busco con la linterna y vio un soporte de madera con un atril, como un facistol de iglesia. Sin embargo, no encontro el libro. La gente del Servicio de Parques debia de haberlo guardado para que no quedara a la intemperie. Bosch se volvio y contemplo la pared que se perdia en la oscuridad. Entonces repaso sus cigarrillos y descubrio que le quedaba un paquete casi entero. Se rindio ante lo inevitable; tendria que leerse todos los nombres. Ya lo habia imaginado antes de venir, por lo que encendio un cigarrillo con resignacion y apunto la linterna al primer panel del muro.
Pasaron cuatro horas antes de que Bosch viera un nombre conocido. No era Michael Scarletti, sino Darius Coleman, un chico que Bosch habia conocido en el Primero de Infanteria. Coleman fue el primer amigo de Bosch que murio en la guerra. Todo el mundo lo llamaba Pastel, porque llevaba esa palabra tatuada en el antebrazo. Coleman cayo bajo fuego propio cuando un teniente de veintidos anos se equivoco al dar las coordenadas de un ataque aereo en el Triangulo.
Bosch paso los dedos por las letras del nombre del soldado muerto, tal como hacia la gente en la television y en las peliculas. Entonces le vino a la memoria la imagen de Pastel con un porro detras de la oreja, sentado en una mochila y comiendo tarta de una lata. Siempre le cambiaba la tarta a todo el mundo. La marihuana le daba ganas de comer chocolate.
Harry prosiguio, parando unicamente para encender cigarrillos hasta que se le acabaron. Al cabo de casi cuatro horas habia leido mas de una docena de nombres conocidos, pero ninguno de ellos le sorprendio, por lo que sus temores eran infundados. No obstante, la desesperacion asomo por otro sitio. En una rendija entre dos paneles de marmol falso Bosch hallo una pequena foto de un hombre de uniforme. El hombre ofrecia al mundo su sonrisa amplia y orgullosa. Pero ahora era un nombre en una pared.
Bosch sostuvo la foto en la mano y le dio la vuelta. En el dorso decia: «George, echamos de menos tu sonrisa. Te quieren, Mama y Teri.»
Volvio a colocar la foto en la rendija, sintiendose como un intruso en aquella relacion tan privada. Penso un