sala grande en forma de ele, dividida en tres espacios de trabajo principales, cada uno con una mesa curva de madera con sitio para ocho personas y pizarras blancas enormes, una titulada «Operacion Cormoran», otra «Operacion Lisboa» y otra «Operacion Ventisca», cada una cubierta de fotografias de la escena del crimen y graficos de las evoluciones. Pronto habria otra titulada «Operacion Salsa», el nombre elegido al azar y que el ordenador de la central de la policia en Scotland Yard habia asignado al caso de Michael Harrison.

En su mayoria, los nombres no guardaban ninguna relacion con las investigaciones y de vez en cuando habia que cambiarlo. Recordaba una vez en la que habian asignado el nombre «Operacion Caucasico» a la investigacion sobre un hombre negro al que habian hallado descuartizado en el maletero de un coche. Lo habian cambiado por otro menos controvertido; pero con la operacion Salsa, el estupido ordenador habia dado en el clavo por azar. Grace tenia la sensacion muy definida de estar participando en un espectaculo de variedades.

A diferencia de las zonas de trabajo de la mayoria de las comisarias de policia, no habia rastro de efectos personales en las mesas o en las paredes. Ni fotos de la familia, ni pelotas de futbol, ni listas de partidos de rugby, ni tiras comicas graciosas. Todos y cada uno de los objetos de esta sala, aparte de los muebles y el equipo informatico, estaban relacionados con los casos que se investigaban; aparte del Pot Noodle que comia con un tenedor de plastico el detective Michael Cowan, de pelo largo y aspecto de cansado, al fondo de uno de las zonas de trabajo.

En otra zona, pegado a una pantalla de ordenador plana, con un vaso de coca-cola en la mano, estaba sentado Jason Piette, uno de los inspectores mas astutos con los que habia trabajado Grace. Apostaria encantado a que algun dia a Piette lo nombraban jefe de la Met, el mejor puesto en la policia del pais.

Cada una de las zonas de trabajo estaba integrada por un reducido equipo, compuesto por un director, que normalmente era un sargento o un inspector, un supervisor de sistema, que normalmente era un agente de rango inferior, un analista, un «indexador» y un mecanografo.

Michael Cowan, que llevaba una camisa holgada de cuadros y unos vaqueros, saludo a Grace con cordialidad.

– ?Que tal, Roy? Vas un poco elegante.

– He pensado en arreglarme para vosotros, chicos. Obviamente, no tendria que haberme molestado.

– ?Si, si!

– ?Que es esa mierda que estas comiendo? -respondio Grace-. ?Tienes idea de lo que lleva esa cosa?

Michael Cowan puso los ojos en blanco, sonriendo.

– Productos quimicos, me dan fuerzas.

Grace meneo la cabeza con desaprobacion.

– Aqui dentro huele a comida china para llevar.

Cowan movio la cabeza hacia arriba y senalo la pizarra blanca que habia a su lado, titulada «Operacion Lisboa».

– Si, bueno, puedes relevarme de mi problema chino cuando te apetezca. He tenido que cancelar una cita con polvo seguro para estar aqui.

– Me cambio por ti encantado -dijo Grace.

Michael Cowan lo miro con mucha curiosidad.

– Cuenta.

– Mejor no saberlo, creeme.

– ?Tan malo es?

– Peor.

Capitulo 54

A la luz de los faros, Mark vio un grupo de coronas en el arcen de la carretera, en el vertice de una curva a la derecha. Algunas estaban sobre la hierba, otras apoyadas en un arbol y el resto, en un seto. Habia algunas mas que la ultima vez que habia pasado por alli.

Levanto el pie del acelerador y avanzo muy lentamente mientras un escalofrio le atravesaba el cuerpo, hasta muy adentro, muy dentro del alma. Siguio mirandolas mientras las perdia de vista en el resplandor de las luces traseras, hasta que desaparecieron en la oscuridad, en la noche; desaparecieron, se esfumaron, nunca habian estado alli. Josh, Pete, Luke, Robbo.

Tambien el, si el avion no hubiera salido con retraso.

Entonces, por supuesto, el problema habria sido otro. Con la carne de gallina, piso el acelerador. Queria largarse de alli, aquel lugar le ponia los pelos de punta. El movil vibro, luego comenzo a sonar. El numero de Ashley aparecio en el panel del salpicadero.

Contesto con el manos libres, contento de escucharla, terriblemente necesitado de compania.

– Hola.

– ?Y bien? -Su voz sonaba tan glacial como cuando se habia marchado del piso.

– Voy para alla.

– ?Todavia no has ido?

– Tenia que esperar a que oscureciera. Creo que no deberiamos hablar por el movil. ?Voy a verte cuando vuelva?

– Eso si que seria una estupidez, Mark.

– Si. Yo… Yo… ?Como esta Gill?

– Afectada. ?Como esperas que este?

– Ya.

– ?Ya? ?Te encuentras bien?

– Mas o menos.

– ?Ya se te ha pasado la borrachera?

– Claro -contesto de mal humor.

– No lo parece.

– No estoy bien, ?vale?

– Vale, pero ?vas a hacerlo?

– Es lo que acordamos.

– ?Me llamaras despues?

– Claro.

Colgo. Habia niebla y una pelicula de humedad cubria el parabrisas. Los limpiaparabrisas se movieron dos veces, las escobillas de goma chirriaron. Los desactivo. Los arbustos al fondo del bosque le resultaban familiares, asi que redujo, no queria pasarse la salida.

Unos momentos despues, cruzo el primer guardaganado, luego el segundo, las luces de los faros iluminaban la niebla como laseres gemelos, el coche daba bandazos en el sendero lleno de baches mientras aceleraba. Conducia demasiado deprisa, le daban miedo los arboles, que parecian inclinarse amenazadores a su paso, y miraba el retrovisor, por si acaso…

«?Por si acaso, que, exactamente?»

Ya se estaba acercando. Un murmullo suave de gente charlando en la radio lo distrajo y la apago, vagamente consciente de que se le estaba acelerando la respiracion, de que el sudor seguia bajandole por las sienes, por la espalda. El capo del coche descendio abruptamente cuando las ruedas delanteras se sumergieron en un charco y el agua salpico el parabrisas como guijarros. Tras volver a accionar los limpiaparabrisas, freno del todo. Dios santo, era hondo; no se habia dado cuenta de lo mucho que habia llovido desde la ultima vez que habia estado aqui. Y entonces… «Mierda, mierda, ?no!»

Las ruedas habian perdido traccion en el barro.

Al pisar el acelerador con mas fuerza, el BMW vibro, se deslizo unos centimetros hacia un lado y luego volvio a retroceder.

«?Dios mio, no!»

No podia quedarse atascado, no podia, no podia. ?Como cono podria explicarlo, a las diez y media de la noche, aqui?

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