recordar, de cuando estuvo en aquella misma sala junto a su padre moribundo, cual era el electrocardiograma, cual el oxigeno en sangre, cual la tension, y que significaban. Y leia las etiquetas de los goteros. Manitol. Pentastarch. Morfina. Midazolam. Noradrenalina. Y pensaba. Josh siempre lo habia tenido todo. Un buen fisico, unos padres ricos. El perito tasador de seguros, siempre calculando, planificando su vida, hablando eternamente de planes a cinco anos, a diez anos, de objetivos vitales. Fue el primero de la pandilla en casarse, puesto que queria tener hijos pronto y ser aun joven para disfrutar de la vida cuando estos fueran mayores. Casarse con la esposa perfecta, la querida nina rica Zoe, totalmente fertil, le permitio hacer realidad su plan. Le habia dado dos ninos igualmente perfectos, uno detras del otro.

Mark repaso rapidamente la sala, fijandose en las enfermeras, los medicos, marcando sus posiciones. Luego, sus ojos se posaron en los goteros que entraban en el cuello de Josh y en el dorso de su mano, justo detras de la etiqueta de plastico con su nombre. Despues, pasaron al respirador. Luego, subieron hasta el electrocardiografo. Se oirian pitidos de aviso si bajaba demasiado el ritmo cardiaco o el nivel de oxigeno en sangre.

Que Josh sobreviviera seria un problema; se habia pasado despierto la mayor parte de la noche pensando en eso y habia llegado a la conclusion, a reganadientes, de que se trataba de una opcion que no podia contemplar.

Capitulo 9

Roy Grace siempre tenia la sensacion de que la sala numero uno del juzgado de Lewes habia sido disenada para intimidar e impresionar. No tenia una categoria superior al resto de las salas del edificio, pero parecia como si la tuviera. De estilo georgiano, el techo era alto y abovedado, contaba con una tribuna para el publico en las alturas, paredes con paneles de roble, bancos de roble oscuro y un estrado con balaustrada. En estos momentos, presidia el tribunal el juez Driscoll, con peluca, ya caduco, sentado, medio dormido, en una silla de respaldo rojo vivo, debajo del escudo de armas con la leyenda: «Dieu et mon droit». El lugar parecia un escenario de teatro y olia como una vieja aula de colegio.

Grace estaba en el estrado, vestido pulcramente, como siempre que comparecia ante un juez: con traje azul, camisa blanca, corbata sombria y zapatos con cordones negros brillantes; tenia buen aspecto por fuera, pero por dentro se sentia andrajoso. En parte, se debia a la falta de sueno por la cita de anoche -que habia sido un desastre- y en parte a los nervios. Sujetando la Biblia con una mano, recito el juramento intranquilo, mirando a su alrededor, captando la escena, y juro por enesima vez en su carrera, por Dios todopoderoso, decir la verdad, toda la verdad y nada mas la verdad.

El jurado tenia el mismo aspecto que todos los jurados: una panda de turistas tirados en una estacion de autobus. Un grupo desalinado y heterogeneo, con jerseis de colores chillones, camisas con el cuello abierto y blusas arrugadas debajo de un mar de rostros inexpresivos, palidos todos, ordenados en dos filas, detras de jarras de aguas, vasos y un fajo desordenado de hojas sueltas con notas. Sin orden ni concierto, apilados al lado del juez, habia un video, un proyector de diapositivas y una enorme grabadora. Debajo, la taquigrafa observaba remilgadamente desde detras de una serie de aparatos electronicos. Un ventilador electrico sobre una silla giraba hacia la derecha, luego hacia la izquierda, pero no ejercia un gran impacto sobre el ambiente bochornoso de ultima hora de la tarde. Nada como un juicio por asesinato para atraer a la clientela. Y aquel era el juicio del ano en la ciudad.

El gran triunfo de Roy Grace.

Suresh Hossain, un hombre rollizo con la cara picada de viruela y pelo liso peinado hacia atras, estaba sentado en el banquillo de los acusados, vestido con un traje marron de raya diplomatica y corbata de saten color purpura. Observaba el procedimiento con mirada laconica, como si aquel lugar fuera suyo y todo el juicio hubiera sido preparado para su entretenimiento personal. Canalla, cerdo, casero especulador. Habia sido intocable durante una decada, pero ahora Roy Grace por fin le habia pillado con las manos en la masa: conspiracion para asesinar. Su victima, un competidor igualmente sucio, Raymond Cohen. Si este juicio iba como tenia que ir, a Hossain iban a caerle mas anos de los que viviria y varios cientos de ciudadanos honrados de Brighton y Hove podrian disfrutar de la vida en sus casas, libres de la sombra horrible de los secuaces de Hossain, que convertian cada una de sus horas en un infierno.

Su mente recordo la noche anterior. «Claudine. Claudine gilipollas Lamont.» Vale, no ayudo que llegara una hora y cuarenta y cinco minutos tarde a la cita; pero tampoco que la fotografia de la pagina web estuviera, siendo generosos, diez anos desfasada; tampoco que hubiera omitido en la informacion sobre si misma que era vegetariana estricta, que no fumaba, que odiaba a los policias y que su unico interes en la vida parecian ser sus nueve gatos rescatados de la calle.

A Grace le gustaban los perros. No tenia nada en especial en contra de los gatos, pero aun no habia conocido ninguno con el que conectara igual que conectaba casi al instante con cualquier perro. Despues de dos horas y media en un depresivo restaurante vegetariano de Guildford, sermoneado e interrogado alternativamente sobre el espiritu libre de los gatos, la naturaleza opresiva de la policia britanica y los hombres que veian a las mujeres unicamente como un objeto sexual, habia sido un alivio poder escapar.

Ahora, despues de una noche de sueno agitado e intermitente y de pasar el dia paseando arriba y abajo a la espera de que lo llamaran, estaba a punto de que volvieran a interrogarlo. Continuaba lloviendo, pero el ambiente era mucho mas caluroso y humedo. Grace notaba que el sudor le bajaba por la espalda.

El prestigioso abogado defensor, que habia sorprendido al tribunal al citarlo como testigo, tenia ahora la palabra. Se habia levantado: pose arrogante, peluca gris corta, toga negra larga, boca fruncida en una sonrisa calida. Se llamaba Richard Charwell, y era un letrado de primera clase. Grace lo conocia de antes y no habia sido una experiencia agradable. Detestaba a los abogados. Para ellos, los juicios eran un juego. Nunca tenian que salir a la calle y arriesgar su vida para atrapar a los malos. Y les importaba un comino que delitos se habian cometido.

– ?Es usted el comisario Roy Grace, destinado en la central del Departamento de Investigaciones Criminales en Sussex House, Hollingbury, Brighton? -le pregunto el abogado.

– Si -contesto Grace.

En lugar de su voz segura de siempre, la respuesta habia salido por el lado equivocado de su garganta y sono mas como un graznido.

– ?Y ha tenido relacion con este caso?

– Si. -Otro sonido entrecortado salio de su boca seca.

– Voy a interrogar al testigo.

Hubo una pausa breve. Nadie hablo. Richard Charwell habia captado la atencion de toda la sala. Era un actor consumado con un fisico distinguido y, antes de volver a hablar, se quedo callado para causar efecto; un cambio repentino en el tono sugirio que ahora se habia convertido en el nuevo mejor amigo de Roy Grace.

– Comisario, me pregunto si podria ayudarnos con un tema en concreto. ?Tiene conocimiento de la existencia de un zapato relacionado con este caso? ?Un mocasin marron de piel de cocodrilo con una cadena de oro?

Grace lo miro unos instantes antes de responder.

– Si.

De repente, sintio una punzada de panico. Antes incluso de que el abogado pronunciara sus siguientes palabras, tuvo la horrible impresion de saber adonde iria a parar todo aquello.

– ?Va a decirnos a quien les condujo este zapato, comisario, o quiere que se lo saque yo?

– Bueno, senor, no estoy muy seguro de adonde quiere ir a parar.

– Comisario, creo que sabe muy bien adonde quiero ir a parar.

El juez Driscoll, con el mal humor de un hombre a quien han interrumpido la siesta, intervino.

– Senor Charwell, tenga la bondad de ir al grano. No tenemos todo el dia.

– Muy bien, senoria -respondio el abogado empalagosamente. Luego se volvio hacia Grace-. Comisario, ?no es verdad que usted ha manoseado una prueba vital para este caso? ?Este zapato, concretamente?

El abogado lo cogio de la mesa de pruebas y lo levanto para que toda la sala lo viera, como habria alzado un trofeo deportivo que acabara de ganar.

– Yo no diria que lo manosee -respondio Grace, enfadado por la arrogancia del hombre, pero igualmente consciente de que esa era la estrategia del abogado, ponerlo tenso, enfurecerlo.

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