todas partes entran y salen batidores con ordenes, en un ambiente de nerviosismo y agitacion extrema. En la biblioteca de la planta baja, donde se han arrinconado muebles y libros para dejar espacio libre a mapas y archivos militares, Marbot encuentra a Murat vestido de punta en blanco, botas hannoverianas, dolman de husar, alamares, bordados y rizos por todas partes, resplandeciente como de costumbre pero con el ceno fruncido, rodeado de su plana mayor: Moncey, Lefevbre, Harispe, Belliard, ayudantes de campo, edecanes y otros. La flor y la nata. No en vano la Republica y la guerra han dado al Imperio los generales mas competentes, los oficiales mas leales y los soldados mas valientes de Europa. El propio Murat -sargento en 1792, general de division siete anos despues- es una esplendida prueba de ello. Sin embargo, aunque eficaz y sobrado de coraje, el gran duque no resulta un prodigio de habilidad diplomatica, ni de cortesia.

– ?Ya era hora, Marbot!… ?Donde diablos estaba?

El joven capitan se cuadra, balbucea una excusa vaga e ininteligible y luego deja la boca cerrada, ahorrandose explicaciones que en realidad a nadie importan. Al primer vistazo ha advertido que Su Alteza esta de un humor de mil diablos.

– ?Alguien sabe donde se ha metido Friederichs?

El coronel Friederichs, comandante del 1? regimiento de granaderos de la Guardia Imperial, entra en ese instante, casi empujando a Marbot. Viene con sombrero redondo, casaquilla de manana y ropa de paisano, pues el tumulto lo sorprendio en el bano y no tuvo tiempo de vestirse de uniforme. Trae en una mano el sable de un corneta de cazadores a caballo muerto por el populacho ante la puerta de la casa donde se aloja. Murat aun se enfurece mas al escuchar su informe.

– ?Que hace Grouchy, maldita sea?… ?Ya tendria que estar trayendo a la caballeria desde el Buen Retiro!

– No sabemos donde esta el general Grouchy, Alteza.

– Pues busquen a Prive.

– Tampoco aparece.

– ?Entonces, a Daumesnil!… ?A quien sea!

El duque de Berg esta fuera de si. Lo que estimaba una represion brutal, rapida y eficaz, se esta yendo de las manos. A cada momento entran mensajeros con partes sobre incidentes en la ciudad y franceses atacados por la gente. La lista de bajas propias aumenta sin cesar. Acaba de confirmarse la muerte del hijo del general Legrand -un joven y prometedor teniente de coraceros liquidado por un macetazo en la cabeza, comentan con estupor-, la herida grave del coronel Jacquin, de la Gendarmeria Imperial, y tambien que el general La Riboisiere, comandante de Artilleria del estado mayor, lo mismo que medio centenar de jefes y oficiales, se encuentra bloqueado por el populacho en su alojamiento, sin poder salir.

– Quiero a los marinos de la Guardia protegiendo esta casa, y a mis cazadores vascos en Santo Domingo. Usted, Friederichs, asegure con sus dos batallones de granaderos y fusileros la plaza de Palacio y la entrada a la Almudena y la Plateria… Que la tropa tire sin compasion. Sin perdonar la vida de nadie, sea cual sea la edad o el sexo. ?Esta claro?… De nadie.

Sobre un plano de Madrid extendido en la mesa -espanol, aprecia el joven Marbot, levantado hace veintitres anos por Tomas Lopez-, Murat repite sus ordenes a los recien llegados. El dispositivo, previsto hace dias, consiste en traer a la ciudad a los veinte mil hombres acampados en las afueras; y con los diez mil que ya hay dentro, tomar todas las grandes avenidas y controlar las principales plazas y puntos clave, para evitar el movimiento y las comunicaciones entre un barrio y otro.

– Seis ejes de progresion, ?comprendido?… Una columna de infanteria entrara desde El Pardo por San Bernardino, otra de la Casa de Campo por el puente y la calle de Segovia pasando por Puerta Cerrada, otra por Embajadores y otra por la calle de Atocha… Los dragones, los mamelucos, los cazadores a caballo y los granaderos montados del Buen Retiro avanzaran por la calle de Alcala y la carrera de San Jeronimo, mientras la caballeria pesada sube con el general Rigaud desde los Carabancheles por la puerta y calle de Toledo… Esas fuerzas iran cortando las avenidas, aislando cuarteles, y confluiran en la plaza Mayor y la puerta del Sol… Si hace falta, para controlar el norte de la ciudad moveremos dos columnas mas: el resto de la infanteria desde el cuartel del Conde-Duque, y la que esta acampada entre Chamartin, Fuencarral y Fuente de la Reina… ?Me explico? Pues espabilen. Pero antes miren ese reloj, caballeros. Dentro de una hora, o sea, a las once y media, a las doce como mucho, todo tiene que haber terminado. Muevanse. Y usted, Marbot, este atento. En seguida habra algo para usted.

– No tengo caballo, Alteza.

– ?Que no tiene que?… ?Quitese de mi vista, maldita sea!… ?Ocupese de este inutil, Belliard!

Desolado, temeroso de haber caido en desgracia, Marbot se cuadra ante el general Belliard, jefe del estado mayor, quien le ordena que busque inmediatamente un caballo, suyo o de quien sea, o se pegue un tiro. Tambien le manda que distribuya unos cuantos granaderos en torno al palacio Grimaldi, para eliminar a los tiradores enemigos que empiezan a hacer fuego desde azoteas y tejados.

– Disparan mal, mi general -argumenta Marbot, pasandose de listo.

Belliard lo fulmina con la mirada y senala el vidrio roto de una ventana, sobre un charco de sangre en el entarimado del suelo.

– Por mal que lo hagan, nos han herido aqui a dos hombres.

«Hoy no es mi dia», piensa Marbot, que se imagina degradado por torpe y bocazas. Para rehabilitarse, emprende con mucho celo la tarea encomendada. Aprovechando la ocasion, pone un piquete bajo su mando personal, ahuyenta con descargas cerradas a los merodeadores y despeja la calle hasta el palacete de don Antonio Hernandez. Donde logra por fin, para alivio de su reputacion maltrecha, recuperar el caballo.

Mientras el capitan Marbot avanza con su piquete entre la plaza de Dona Maria de Aragon y la de Santo Domingo, madrilenos armados con trabucos, mosquetes y escopetas de caza intentan regresar al Palacio Real o bajar hacia este desde la puerta del Sol; pero encuentran el camino tomado por los canones y los granaderos del coronel Friederichs, que destaca avanzadillas en las calles proximas. De modo que esos grupos son ametrallados sin compasion en cuanto aparecen por la Almudena y San Gil, que los canones imperiales enfilan a lo largo. Muere asi Francisco Sanchez Rodriguez, de cincuenta y dos anos, oficial de la tienda de coches del maestro Alpedrete, a quien una andanada francesa alcanza de lleno cuando dobla la esquina de la calle del Factor en compania de los soldados de Voluntarios de Aragon Manuel Agrela y Manuel Lopez Esteba -los dos tambien caen malheridos y falleceran dias despues-, y del cartero Jose Garcia Somano, que escapa a la descarga pero hallara la muerte media hora mas tarde, alcanzado por una bala de mosquete en la plazuela de San Martin. Desde las ventanas altas de Palacio, donde alabarderos y guardias se han aprovisionado de municiones y cerrado las puertas, resueltos a defender el recinto si los franceses intentan meterse dentro, el capitan de Guardias Walonas Alejandro Coupigny ve, impotente, como los paisanos son rechazados y corren perseguidos por jinetes polacos venidos del palacio Grimaldi, que los rematan a sablazos.

Los que huyen de las balas francesas se fragmentan en grupos. Muchos recorren la ciudad pidiendo armas a voces, y otros buscan venganza y se quedan por las inmediaciones, en espera de ajustar cuentas. Tal es el caso de Manuel Antolin Ferrer, ayudante del jardinero del real sitio de la Florida, que uniendose al oficial jubilado de embajadas Nicolas Canal y a otro vecino llamado Miguel Gomez Morales, se enfrenta a navajazos con un piquete de granaderos de la Guardia Imperial en la esquina de la calle del Viento con la del Factor, acometiendolos desde un portal. De ese modo matan a dos franceses, retirandose despues a la azotea de la misma casa, con la mala fortuna de encontrarse en un lugar sin salida. Aunque Canal logra evadirse arrojandose al tejado vecino, Antolin y Gomez Morales son apresados, molidos a culatazos y conducidos a un calabozo. Ambos seran fusilados al dia siguiente, de madrugada, en la montana del Principe Pio. Entre esos fusilados se contara tambien Jose Lonet Riesco, dueno de una merceria de la plaza de Santo Domingo, que tras pelear junto a Palacio es apresado por un piquete cuando huye, con una pistola descargada en una mano y un cuchillo en la otra, por la calle de la Inquisicion.

Mas afortunado resulta el notario eclesiastico de reinos Antonio Varea, uno de los pocos individuos de buena posicion que hoy luchan en las calles de Madrid. Tras haber acudido a la puerta del Sol en compania de su tio Claudio Sanz, escribano de camara, y luego a la explanada de Palacio resuelto a batirse, el notario Varea participa en los enfrentamientos hasta que, persiguiendo a unos franceses en retirada, recibe cerca de los Consejos un balazo de los granaderos de la Guardia. Transportado por su tio y por el oficial de inspeccion de Milicias don Pedro de la Camara a su casa de la calle de Toledo, junto a los portales de Panos, lograra refugiarse alli, ser curado y

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