salvar la vida.
Otros tienen menos suerte. Por todo el barrio, exasperados con la matanza hecha en sus camaradas, los imperiales disparan contra quien se acerca y procuran dar caza a los fugitivos. Asi es como caen heridos Julian Martin Jimenez, vecino de Aranjuez, y el tejedor vigues de veinticuatro anos Pedro Cavano Blanco. Asi muere tambien Jose Rodriguez, lacayo del consejero de Castilla don Antonio Izquierdo: herido ante la casa de sus amos, en la calle de la Almudena, llama desesperadamente a la puerta; pero antes de que le abran es alcanzado por dos soldados franceses. Uno le asesta un sablazo en la cabeza y otro lo remata de un pistoletazo en el pecho. En la misma calle, a poca distancia de alli, el nino de doce anos Manuel Nunez Gascon, que ha estado arrojando piedras e intenta ponerse a salvo perseguido por un frances, es muerto a bayonetazos ante los ojos espantados de su madre, que lo presencia todo desde el balcon.
Al otro lado de la Almudena, refugiado en un portal cercano a los Consejos con su sirviente Olmos, Joaquin Fernandez de Cordoba, marques de Malpica, ve pasar al galope a varios batidores imperiales que vienen de la plaza de Dona Maria de Aragon. Su preparacion militar le permite hacerse una idea aproximada de la situacion. La ciudad tiene cinco puertas principales, y todas las avenidas que vienen de estas confluyen en la puerta del Sol a modo de los radios de una rueda. Madrid no es plaza fortificada, y ninguna resistencia interior es posible si el centro de esa rueda y los radios son controlados por un adversario. El marques de Malpica sabe donde acampan las fuerzas enemigas de las afueras -a estas alturas es hora de pensar en los franceses como enemigos- y puede prever sus movimientos para sofocar la insurreccion: las puertas de la ciudad y las grandes avenidas seran su primer objetivo. Observando a los grupos de civiles mal armados que corren en desconcierto de un lado para otro, sin preparacion ni jefes, el de Malpica concluye que la unica forma de oponerse a los franceses es hostigarlos en esas puertas, antes de que sus columnas invadan las calles anchas.
– La caballeria, Olmos. Ahi esta la clave del asunto… ?Comprendes?
– No, pero da lo mismo. Usia mande, y punto.
Saliendo del zaguan, Malpica para a un grupo de vecinos que viene en retirada, pues conoce de vista al hombre que los encabeza. Este, un caballerizo de Palacio, lo reconoce a su vez y se quita la montera. Trae un trabuco, lleva la capa terciada al hombro, y lo acompanan media docena de hombres, un muchacho y una mujer con delantal y un hacha de carnicero en las manos.
– Nos han acribillado, senor marques. No hay manera de arrimarse a la plaza… Ahora la gente desbaratada lucha donde puede.
– ?Vosotros vais a seguir batiendoos?
– Eso ni se pregunta.
El de Malpica explica sus intenciones. La caballeria, utilisima para disolver motines, sera el principal peligro con el que se enfrenten quienes pelean en las calles. Los dos nucleos principales estan acuartelados en el Buen Retiro y en los Carabancheles. El Retiro queda lejos, y ahi nada puede hacerse; pero los otros entraran por la puerta de Toledo. Se trata de organizar una partida dispuesta a estorbarlos alli.
– ?Cuento con vosotros?
Todos asienten, y la mujer del hacha de carnicero llama a voces a otros que corren alejandose de Palacio. Asi reunen a una veintena, entre los que destacan el uniforme amarillo de un dragon de Lusitania que iba a su cuartel y cuatro soldados de Guardias Walonas que han desertado del Tesoro con sus fusiles, descolgandose por las ventanas, y vienen corriendo desde las caballerizas para unirse a los que luchan. El dragon tiene veinticuatro anos y se llama Manuel Ruiz Garcia. Los de Guardias Walonas, vestidos con su uniforme azul de vueltas rojas y polainas blancas, son un alsaciano de diecinueve anos llamado Franz Weller, un polaco de veintisiete, Lorenz Leleka, y dos hungaros: Gregor Franzmann, de veintisiete anos, y Paul Monsak, de treinta y siete. El resto del grupo son jardineros, mozos de las cuadras cercanas, un mancebo de botica, un aguador de quince anos de edad que lleva un panuelo ensangrentado alrededor de la cabeza, un conserje de los Consejos y un manolo de Lavapies, carpintero de oficio, despechugado y de aire crudo -redecilla en el pelo, chaquetilla de alamares y navaja de dos palmos metida en la faja-, que responde al nombre de Miguel Cubas Saldana. El manolo, que va en compania de otro sujeto de aspecto patibulario vestido con capote pardo y calanes, se ofrece con mucho desparpajo a levantar en su barrio, de camino, una buena cuerda de compadres. Asi que, tras detenerse junto al palacio de Malpica para que Olmos traiga el refuerzo de tres criados jovenes, dos carabinas y cuatro escopetas de caza, el marques, eligiendo las calles menos frecuentadas para evitar a los franceses, dirige a sus voluntarios hacia la puerta de Toledo.
El marques de Malpica no es el unico que ha pensado en cortar el paso a las tropas francesas. En el noroeste de la ciudad, un grupo numeroso y armado con escopetas de caza y carabinas, en el que se cuentan Nicolas Rey Canillas, de treinta y dos anos, mozo de Guardias de Corps y ex soldado de caballeria, Ramon Gonzalez de la Cruz, criado del mariscal de campo don Jose Jenaro Salazar, el cocinero Jose Fernandez Vinas, el vizcaino Ildefonso Ardoy Chavarri, el zapatero de veinte anos Juan Mallo, el aceitero de veintiseis Juan Gomez Garcia y el soldado de Dragones de Pavia Antonio Martinez Sanchez, deciden obstaculizar la salida de la tropa francesa que ocupa el cuartel del Conde-Duque, junto a San Bernardino, y se apostan en las proximidades. El primero en morir es Nicolas Rey, que lleva dos pistolas cargadas al cinto; y que al toparse con un centinela, a quien descerraja un tiro a bocajarro, es alcanzado por un balazo. Desde ese momento, tomando posiciones en las casas cercanas y tras las tapias, los sublevados abren fuego y se generaliza un combate que sera breve por la desproporcion de fuerzas: quinientos franceses frente a veintipocos madrilenos. Saliendo los marinos de la Guardia Imperial del cuartel, dirigen un eficaz fuego graneado que obliga a replegarse a los atacantes. En la retirada, deteniendose de vez en cuando a disparar mientras saltan tapias y huertos para ponerse a salvo, moriran Gonzalez de la Cruz, Juan Mallo, Ardoy, Fernandez Vinas y el soldado Martinez Sanchez.
No solo mueren los combatientes. Exasperados por el acoso de los madrilenos, los piquetes franceses empiezan a hacer fuego contra los vecinos asomados a ventanas y balcones, o contra grupos de curiosos. El ex sacerdote Jose Blanco White, sevillano de treinta y dos anos, sale a ver que ocurre cuando oye el tumulto desde la casa que lleva dos meses habitando en el numero 8 de la calle Silva.
– ?Los franceses tiran contra el pueblo! -le advierte un vecino.
En realidad, Jose Blanco White todavia no se llama asi. El nombre -tomado de su ascendencia irlandesa- lo adoptara mas tarde, britanizando el suyo original de Jose Maria Blanco y Crespo, cuando exiliado en Inglaterra escriba unas
– ?Cuidado!… ?Van a disparar!… ?Cuidado!
La descarga llega inesperada, brutal, y un hombre cae muerto a la entrada de la calle por donde todos escapan corriendo. Con el corazon saltandole en el pecho, aterrado por lo que acaba de presenciar y sin aliento, Blanco White corre de vuelta a su casa, sube las escaleras y cierra la puerta. Alli, indeciso, lleno de turbacion, abre la ventana, escucha mas disparos y vuelve a cerrarla a toda prisa. Luego, sin saber que hacer, saca de un arcon una escopeta de caza, y con ella en las manos se pasea por la habitacion, sobresaltandose a cada descarga cercana. Es un acto suicida, se dice, echarse a la calle de cualquier modo, sin saber para que. Con quien ni contra quien. A fin de calmarse, mientras toma una decision, coge una caja de polvora y plomos y se pone a hacer cartuchos para la escopeta. Al cabo, sintiendose ridiculo, devuelve la escopeta al arcon y va a sentarse junto a la ventana, estremeciendose con el crepitar del tiroteo que se extiende por los barrios cercanos, punteado a intervalos por el retumbar del canon.