que no tardan en desenganarla: el rumor de caballerias se detiene, suenan voces airadas en frances, y una sucesion de golpes estremece la puerta. Sin hacerse ilusiones sobre su suerte -morir no seria lo peor, piensa-, la mujer sube desatinada por las escaleras, golpea una puerta tras otra, y al ver una abierta se mete por ella, mientras abajo crujen los maderos del portal y ruido de botas y metal atruena los peldanos. No hay nadie en la casa; y tras recorrer las habitaciones pidiendo auxilio en vano, Benita sale al pasillo para darse de boca con unos coraceros que lo destrozan todo.

– Viens, salope!

La ventana mas proxima esta demasiado lejos para tirarse a la calle, de modo que la mujer le cruza la cara de un tijeretazo al primer frances que la toca. Luego retrocede e intenta defenderse entre los muebles. Exasperados por su resistencia, los imperiales la acribillan a balazos, dejandola por muerta en un charco de sangre. Pese a la extrema gravedad de sus heridas, los duenos de la casa la encontraran mas tarde, aun con aliento. Curada in extremis en el hospital de la Orden Tercera, Benita Sandoval vivira el resto de su vida respetada por sus vecinos, famosa entre la manoleria protagonista del terrible combate de la puerta de Toledo.

Con los coraceros pisandole los talones, otro grupo de paisanos huye hacia el cerrillo del Rastro. Se trata del manolo Miguel Cubas Saldana, sus compadres Francisco Lopez Silva y Manuel de la Oliva Urena, el aguador de quince anos Jose Garcia Caballero, la vecina de la calle Manguiteros Vicenta Reluz, y el hijo de esta, de once anos, Alfonso Esperanza Reluz. Todos, hasta el nino, han intervenido en el combate de la puerta de Toledo e intentan ponerse a salvo; pero un destacamento de caballeria que sube desde Embajadores les corta el paso, acometiendolos a sablazos. Cae herido de un tajo en la cabeza Garcia Caballero, alcanzan a Manuel de la Oliva cuando intenta saltar una tapia, y huye el resto hacia la plaza de la Cebada, donde aun hay choques entre paisanos dispersos y jinetes. Alli, Miguel Cubas Saldana logra escabullirse metiendose en San Isidro, pero Francisco Lopez, alcanzado por los franceses, es roto a culatazos que le hunden el pecho. En las escaleras de la iglesia, en el momento de volverse para arrojar una piedra, cae muerto a balazos el nino Alfonso Esperanza, y herida la madre cuando intenta protegerlo.

En su progresion hacia el centro de la ciudad, la caballeria pesada que viene de los Carabancheles por la calle de Toledo y la infanteria que sube desde la Casa de Campo por la calle de Segovia encontraran, todavia, otro nucleo de resistencia en Puerta Cerrada. Alli se ven acometidos los franceses por fusileria desde ventanas y azoteas, y por ataques de vecinos que los hostigan desde las calles proximas. Eso da ocasion a varias cargas despiadadas con perdida de muchas vidas, el incendio de algunas casas y la explosion del deposito de polvora de la plazuela, donde muere abrasado el empleado de almacen Mariano Panadero. Cae combatiendo, alcanzado por un balazo, el zapatero gallego Francisco Doce, vecino de la calle del Nuncio; y tambien Jose Guesuraga de Ayarza, natural de Zornoza, Joaquin Rodriguez Ocana -peon albanil de treinta anos, casado y con tres hijos- y Francisco Planillas, de Crevillente, que logra retirarse herido hasta las cercanias de su casa, en la calle del Tesoro, donde morira sin socorro y desangrado. Muere tambien el asturiano de Llanes Francisco Teresa, soltero, con madre anciana en su tierra: hombre bravo, licenciado de la guerra del Rosellon y sirviente en el meson nuevo de la calle de Segovia, hace fuego de fusil por las ventanas, matando a un oficial frances. Cuando se le acaba la municion, los franceses entran a por el y, tras maltratarlo mucho, lo fusilan en la puerta.

El avance imperial se complica, pues ni siquiera las grandes calles que conducen al centro son seguras. El capitan Marcellin Marbot, que tras el primer ataque en la puerta del Sol intenta establecer contacto con el general Rigaud y sus coraceros, se ve obligado a detenerse y desmontar en la plazuela de la Provincia hasta que una tropa de infanteria despeje el camino. Escarmentados de anteriores emboscadas, los soldados avanzan despacio, pegados a las casas y resguardandose en los zaguanes, apuntando a ventanas y tejados, y disparan contra cualquier vecino, hombre, mujer o nino, que se asoma.

– ?Se puede pasar sin problemas? -le pregunta Marbot al caporal de infanteria que al fin le hace senas de seguir adelante.

– Pasar, se puede -responde indiferente el otro-. De los problemas no me hago responsable.

Picando espuelas con su escolta de dragones, el joven capitan de estado mayor avanza al trote, cauto. No llega, sin embargo, mas que hasta la calle de la Lechuga, donde se detiene al ver mas fusileros agazapados tras unos carros con las caballerias muertas entre los varales. Mas alla, le dicen, los golpes de mano de la gente que ataca a saltos desde las calles cercanas y la accion de tiradores ocultos hacen el avance imposible.

– ?Cuando podre pasar?

– Ni idea -responde un sargento con aretes en las orejas, mostacho gris y la cara tiznada de polvora-. Tendra que esperar a que despejemos la calle… Aventurarse es peligroso.

Marbot mira en torno. Sentados contra una pared hay tres soldados franceses con vendajes ensangrentados. Un cuarto yace boca abajo, inmovil en un charco rojo parduzco sobre el que zumba un enjambre de moscas. En cada bocacalle hay cadaveres que nadie se atreve a retirar.

– ?Tardaran mucho nuestros jinetes?

El sargento se hurga la nariz. Parece muy cansado.

– Por los tiros y gritos que se oyen, no andan lejos. Pero han tenido perdidas enormes.

– ?Frente a mujeres y paisanos? ?Es caballeria pesada, por Dios!

– A mi que me cuenta. Con estos brutos enloquecidos, todo es posible. Y matarlos lleva su tiempo.

Mientras el capitan Marbot intenta cumplir su mision de enlace, algunos madrilenos sufren las primeras represalias organizadas. Ademas de las ejecuciones en caliente, rematando heridos o tirando sobre gente indefensa que observa los combates, los franceses empiezan a fusilar, sin tramite previo, a quienes apresan con armas en la mano. Tal es la suerte que corre Vicente Gomez Sanchez, de treinta anos, de profesion tornero de marfil, capturado tras una escaramuza frente a San Gil y arcabuceado en la alcantarilla de Leganitos. Lo mismo ocurre con los hortelanos de la duquesa de Frias Juan Jose Postigo y Juan Toribio Arjona, que los imperiales capturan tras la matanza del portillo de Recoletos. Sacados de la huerta donde se escondian y llevados fuera de la puerta de Alcala, junto a la plaza de toros, los fusilan y rematan a bayonetazos en compania de los hermanos alfareros Miguel y Diego Manso Martin, y del hijo de este, Miguel.

Sobre las doce y media, a excepcion de los puntos de resistencia que los madrilenos mantienen entre Puerta Cerrada, la calle Mayor, Anton Martin y la puerta del Sol, las columnas que convergen hacia el centro avanzan ya sin demasiada dificultad, asegurando sus comunicaciones por las grandes avenidas. Tal es el caso de la calle de Atocha, hacia la que se han retirado numerosos paisanos que combatian en el paseo del Prado. Algunos traen noticia de las atrocidades cometidas por los franceses en la puerta de Alcala y en el Resguardo de Recoletos, donde acaban de apresar a los funcionarios que alli estaban, interviniesen o no en los combates.

– Se los han llevado a todos -cuenta alguien-: Ramirez de Arellano, Requena, Parra, Calvillo y los otros… Tambien a un hortelano del marques de Perales que tuvo la mala suerte de esconderse con ellos. Llegaron los gabachos, les quitaron las armas y los caballos, y los bajaron al Prado como a una recua de bestias… Y cuando el brigadier don Nicolas Galet acudio de uniforme a reclamar a su gente, le pegaron un tiro en la ingle.

– Conozco a Ramirez de Arellano. Su mujer es Manuela Franco, la hermana de Lucas. Tienen dos hijos y ella esta embarazada del tercero… ?Pobres!

– Por lo visto estan fusilando a mucha gente.

– Y la que van a fusilar… A nosotros, por ejemplo, si nos agarran.

– ?Cuidado, que vuelven!

Atacados por un destacamento de dragones procedente del Buen Retiro y por una columna de infanteria que avanza desde el paseo de las Delicias, una docena de paisanos y cuatro soldados de los cinco que abandonaron el cuartel de Guardias Espanolas -el quinto, Eugenio Garcia Rodriguez, ha muerto junto a la verja del Jardin Botanico- se baten en retirada protegiendose en las calles proximas. Empieza de ese modo una sucia pelea de esquinas, zaguanes y soportales, en la que los espanoles terminan cercados. Apresan asi, cuando huye hacia las tapias de Jesus, a Domingo Brana Balbin, mozo de tabaco de la Real Aduana. Tres soldados de Guardias Espanolas que van con el logran escapar de casa en casa, derribando tabiques y saltando por los tejados, mientras que el sevillano Manuel Alonso Albis, cuyo uniforme atrae la atencion de los franceses, recibe un tiro de refilon que le destroza un carrillo; y al volverse dejando caer el fusil mientras desenvaina el sable, recibe otro disparo en el pecho que lo

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