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Entre las doce y media y la una de la tarde, Madrid queda cortado en dos. Desde el paseo del Prado hasta el Palacio Real, las vias principales se encuentran ocupadas por tropas francesas, cuya caballeria va y viene al galope barriendo las calles con feroces cargas, reforzada por canones que tiran contra cuanto se mueve y por destacamentos de infanteria que avanzan de esquina en esquina. Sin embargo, pese a que la maquina de guerra napoleonica se impone poco a poco, su control esta lejos de ser absoluto. Los coraceros de la brigada Rigaud siguen en Puerta Cerrada, sin tener el paso expedito. Con la artilleria imperial batiendo la plaza Mayor, la de Santa Cruz y Anton Martin, grupos de madrilenos se dispersan por las callejas adyacentes despues de cada acometida, pero vuelven a reunirse y atacan de nuevo, tenaces, desde zaguanes y soportales. Sin esperanza de victoria, buena parte de la gente sensata, desenganada o aterrada por la matanza, anda en fuga o procura retirarse a su casa. Pero aun quedan madrilenos empenados en disputar, a tiros y navajazos, cada portal y cada esquina. Quienes se baten de ese modo son los desesperados sin escapatoria posible, los que nada tienen que perder, los que quieren vengar a amigos y parientes, la gente de los barrios bajos dispuesta a todo, y quienes, mas alla de cualquier razon, ya solo buscan cobrarse caro en los franceses, ojo por ojo y diente por diente, el estrago de la jornada.
– ?A ellos!… ?Que lo paguen, esos gabachos!… ?Que lo paguen!
Para unos y otros, el precio es terrible. Hay muertos en cada calle del centro, en cada portal y en cada esquina. El fuego de artilleria, que no escatima la metralla, ha hecho desaparecer de balcones y ventanas a casi todos los tiradores espanoles, y descargas continuas de fusileros, cazadores y granaderos mantienen desiertas las fachadas superiores, tejados y terrazas de los edificios. Varias mujeres perecen asi, alcanzadas cuando arrojan desde sus casas macetas, floreros y muebles contra los franceses. Entre ellas se cuentan la aragonesa de treinta y seis anos Angela Villalpando, que muere en la calle Fuencarral; en la de Toledo, las vecinas Catalina Calderon, de treinta y siete anos, y Maria Antonia Monroy, de cuarenta y ocho; en la del Soldado, la chispera de treinta y ocho anos Teresa Rodriguez Palacios; y en la de Jacometrezo, la viuda Antonia Rodriguez Florez. Por su parte, el comerciante Matias Alvarez recibe un disparo en el pecho cuando hostiga a los imperiales con una escopeta desde un balcon de la calle de Santa Ana. Y en su casa de la calle de Toledo, esquina a la Concepcion Jeronima, desde donde arroja tejas y enseres de cocina contra todo frances que pasa por debajo, a Segunda Lopez del Postigo le atraviesan el muslo izquierdo de un balazo.
Sin embargo, muchos de quienes hoy mueren o quedan heridos en ventanas y balcones son ajenos al combate, alcanzados al asomarse o mientras intentan resguardarse del tiroteo. Es asi como, en la calle del Espejo, una misma bala perdida, o intencionada, mata a la joven Catalina Casanova y Perrona -hija del alcalde de Casa y Corte don Tomas de Casanova- y a su hermano Joselito, de pocos anos; y en la esquina de la calle de la Rosa con la de Luzon, otra descarga francesa cuesta la vida, en visperas de su boda, a la joven de dieciseis anos Catalina Pajares de Carnicero, hiriendo a la criada de la casa, Dionisia Arroyo. De ese modo mueren tambien, entre numerosas victimas no combatientes, Escolastica Lopez Martinez, de treinta y seis anos, natural de Caracas; el pinche de cocina de treinta anos Jose Pedrosa, en la plaza de la Cebada; Josefa Dolz de Castellar, en la calle de Panaderos; la viuda Maria Francisca de Partearroyo, en la plaza del Cordon; y muchos otros, entre los que se cuentan los ninos Esteban Castarera, Marcelina Izquierdo, Clara Michel Cazervi y Luisa Garcia Munoz. Tras poner a esta ultima, de siete anos, en manos de su madre y de un cirujano, su padre y el mayor de sus hermanos, que no habian participado hasta ahora en los acontecimientos de la jornada, cogen un viejo sable de la familia, un cuchillo de monte y dos pistolas, y se echan a la calle.
Los franceses tiran a bulto, sin avisar. En la calle del Tesoro, un destacamento de la Guardia Imperial y un canon emplazado en la esquina de la Biblioteca Real disparan contra un grupo nutrido donde se mezclan fugitivos de los combates, vecinos y curiosos. Mueren en el acto Juan Antonio Alvarez, jardinero de Aranjuez, y el septuagenario napolitano Lorenzo Daniel, profesor de italiano de los infantes de la familia real; y queda herido Domingo de Lama, aguador del retrete de la reina Maria Luisa. Cuando acude a ayudar a este ultimo, que se arrastra por el suelo dejando un reguero de sangre, Pedro Blazquez, maestro de primeras letras, soltero, es acometido por un granadero frances, al que se enfrenta sin otra arma que un cortaplumas que lleva en el bolsillo. Perseguido hasta un patio interior, Blazquez logra despistar al granadero y regresa para ayudar a Domingo de Lama, a quien pone al cuidado de unos vecinos. El maestro de primeras letras se encamina entonces a su casa, situada en la calle Hortaleza, con tan mala suerte que al doblar una esquina se da de boca con un centinela frances, alli apostado con fusil y bayoneta. Consciente de que, si se aleja, el otro disparara su arma, Blazquez se abraza a el, intentando acuchillarlo en el cuello con su cortaplumas, recibiendo a cambio un bayonetazo en un costado. Al fin logra desasirse y huir por la calle de las Infantas, refugiandose en casa de una conocida, Teresa Miranda, soltera, maestra de ninas. Atemorizada por el tumulto, la maestra abre la puerta a Blazquez tras mucho hacerse de rogar y lo encuentra ante si, ensangrentado, todavia con el cortaplumas en la mano, con aspecto que mas tarde, entre sus amistades, calificara de «homerico y varonil». Haciendolo pasar, y mientras el hombre se desnuda de cintura para arriba a fin de que le cure la herida, la solterona se enamorara perdidamente del maestro de primeras letras. Transcurrido el tiempo de noviazgo al uso y hechas las amonestaciones pertinentes, Pedro Blazquez y Teresa Miranda se casaran un ano mas tarde, en la iglesia de San Salvador.
Mientras el maestro Blazquez es curado de su bayonetazo, en el centro de la ciudad prosiguen los combates. Aunque las tropas imperiales se mantienen desplegadas en las grandes avenidas, ni las cargas de caballeria ni el fuego nutrido de la infanteria logran despejar del todo la puerta del Sol, donde grupos de paisanos siguen atacando desde el Buen Suceso y las calles proximas sin desmayar por las enormes perdidas y la dureza de la respuesta. Lo mismo pasa en Anton Martin, Puerta Cerrada, la parte alta de la calle de Toledo y la plaza Mayor. En esta, bajo el arco de la calle Nueva, los artilleros franceses de un canon de a ocho libras se ven acometidos por medio centenar de hombres mal vestidos, sucios e hirsutos, que se han ido acercando a saltos, en pequenos grupos, resguardados en zaguanes y soportales. Se trata de los presos liberados de la cercana Carcel Real, en la plazuela de la Provincia, que tras dar un rodeo caen sobre los franceses con la contundencia propia de su cruda condicion, armados con pinchos, navajas y cuantas armas han podido coger por el camino. Atacados desde varios sitios a la vez, los artilleros son descuartizados sin misericordia junto al canon y despojados de ropa, fusiles, sables y bayonetas. Luego de aliviar a conciencia los cadaveres, dientes de oro incluidos, los atacantes, asesorados por un gallego llamado Souto -que hace tres anos, segun afirma, sirvio a bordo del navio
– ?Metralla!… ?Meted metralla, que es lo que mas dano hace!… ?Y refrescad antes, no se inflame la polvora!… ?Asi!… ?Venga aca ese botafuego!
Alentados por su ferocidad, otros paisanos dispersos o fugitivos engrosan el grupo, atrincherado en el angulo noroeste de la plaza. Se unen a los presos, entre otros, los asturianos Domingo Giron, de treinta y seis anos de edad, casado, carbonero de la calle Bordadores, y Tomas Guervo Tejero, de veintiuno, criado de la casa de monsieur Laforest, embajador de Francia. Tambien se incorporan a la partida, tras venir corriendo por la calle de Postas a causa de una nueva carga francesa y la consiguiente dispersion, el murciano de cuarenta y dos anos Felipe Garcia Sanchez, invalido de la 3? compania, su hijo -zapatero de oficio- Pablo Policarpo Garcia Velez, el tahonero Antonio Maseda, el guarnicionero Manuel Remon Lazaro, y Francisco Calderon, de cincuenta anos, que vive de pedir limosna en las gradas de San Felipe.
– ?Que pasa con los militares, amigo? ?Salen o no salen a echar una mano?
– ?Salir?… Ya lo ve. ?Aqui los unicos que salen son gabachos!
– Pues en la plaza de la Cebada acabo de cruzarme con unos de Guardias Walonas…
– Son desertores, seguro… Todavia los fusilaran si los cogen, o cuando vuelvan a su cuartel.
Llega a congregarse en aquel angulo de la plaza una nutrida fuerza que, pese a estar mal organizada y peor armada, impone respeto a los franceses procedentes de la puerta de Guadalajara, obligandolos a retirarse hacia los Consejos. Eso envalentona a algunos presos, que se aventuran bajo los soportales y acometen a los rezagados, entablandose confusos combates parciales al arma blanca, bayonetas contra navajas, entre la Plateria, la cava de San Miguel y la plazuela del mismo nombre. Ese ir y venir, que despeja un trecho de la calle Mayor,