– Silencio, carajo.

Los franceses que llegan desde la calle Fuencarral son muchos. Por lo menos una compania entera, calcula el portero de juzgado Felix Tordesillas, que tuvo en su juventud alguna experiencia militar. Vienen con redoble de tambor y bien formados, arrogantes, llevando desplegado un banderin tricolor. Para sorpresa de los paisanos que los observan ocultos, tanto oficiales como soldados se cubren con el alto chaco caracteristico de los franceses, pero sus casacas de uniforme no son azules, sino blancas con pecheras abotonadas de color azul. Los preceden gastadores con hachas, granaderos y un par de oficiales.

– Esos traen malas pulgas -susurra Cosme de Mora-. Que a nadie se le escape un tiro ni haga ruido, o estamos apanados.

El tambor frances ha enmudecido, y por las rendijas se ve a dos oficiales acercarse a la puerta del cuartel, llamar a ella a voces y con los punos, y mirar a los lados de la calle. Despues uno de los oficiales da una orden, y una veintena de gastadores y soldados se acerca a la puerta y empieza a dar hachazos y golpes. En el almacen de esparto, arrodillado sobre un monton de sacos nuevos de arpillera, un ojo pegado a la rendija del postigo, el lencero Benito Amegide y Mendez se pasa la lengua por los labios y cuchichea con el sangrador Jeronimo Moraza, que esta a su lado.

– No creo que los de adentro vayan a…

Un estampido ensordecedor le corta las palabras y el aliento, mientras la onda expansiva de tres explosiones encadenadas, rebotando en los muros de la calle, revienta los vidrios de las ventanas y arroja una nube de astillas, esquirlas y fragmentos de yeso y ladrillo que crujen y saltan por todas partes. Aturdidos, sin reponerse de su asombro, Cosme de Mora y sus hombres se asoman a la calle, fusil en mano, y lo que ven los deja estupefactos: las puertas del parque han desaparecido, y bajo el arco de hierro forjado penden solo maderas rotas colgadas de sus bisagras. Frente a ellas, en una extension semicircular de quince o veinte varas de diametro, el suelo esta cubierto de escombros, sangre y cuerpos mutilados de franceses, mientras los supervivientes de la tropa corren en completo desorden, atropellandose unos a otros.

– ?Les han tirado desde dentro!… ?Han disparado los canones a traves de la puerta!

– ?Viva Espana!… ?Que no escape ninguno!… ?A ellos, a ellos!

La calle se llena de paisanos que disparan contra los franceses fugitivos, perseguidos casi hasta la fuente Nueva de los Pozos, en el cruce con la calle Fuencarral. El entusiasmo es delirante. De las casas salen hombres, mujeres y ninos que se apoderan de las armas abandonadas por el enemigo en fuga, disparan contra los franceses que aun se hallan a la vista, rematan a los heridos a navajazos y cuchilladas y despojan los cuerpos de cuanto util, arma, municion, dinero, anillos o ropa intacta llevan encima.

– ?Victoria! ?Van de huida!… ?Victoria!… ?Mueran los gabachos!

Con toda ingenuidad, la multitud -mas grupos de vecinos quieren unirse ahora a los paisanos armados- pretende lanzarse tras los franceses, dandoles alcance hasta sus cuarteles. El teniente Arango, a quien Luis Daoiz ha hecho salir con varios artilleros para impedirlo, debe emplearse a fondo para convencer a la gente de que entre en razon.

– ?No estan vencidos! -grita hasta volverse ronco-. ?Cuando se reorganicen, volveran! ?Volveran!

– ??Viva Espana y viva el rey!!… ??Muera Napoleon!!… ??Abajo Murat!!

Al fin, casi a golpes y empujones, Arango y los artilleros logran restablecer el orden. Los ayuda la llegada oportuna de la partida de civiles que acaudilla el cerrajero Blas Molina Soriano, que tras prolongados rodeos para evitar a los franceses -y una prudente espera en la calle de la Palma hasta ver en que terminaba el ultimo episodio-, se incorpora, al fin, al numero de defensores de Monteleon. Recibido el refuerzo con alborozo y conducido al interior del parque, es Molina quien informa al capitan Daoiz de la presencia de mas fuerzas imperiales en las proximidades. Acuden con mucha prisa, senala, desde la puerta de Santa Barbara. Por su parte, observando los uniformes y divisas de la docena de enemigos muertos en la calle, el capitan Velarde, que por su experiencia de estado mayor conoce la composicion de las fuerzas napoleonicas, identifica a la tropa que llevo a cabo el ultimo intento. Se trata de una compania adelantada del batallon de Westfalia, que suma al completo mas de medio millar de hombres. Los mismos que, segun el cerrajero Molina, acuden a paso ligero hacia Monteleon.

Junto a la fuente de la Mariblanca, en la puerta del Sol, Dionisio Santiago Jimenez, mozo de labor conocido por Coscorro en el real sitio de San Fernando, de donde es natural, ve morir a su amigo Jose Fernandez Salcedo, de cuarenta y seis anos, cuando una bala francesa le arranca media cara.

– ?No os quedeis al descubierto, carajo! ?Cubrios!

Coscorro y otros que andan cerca forman parte de los grupos de gente forastera, robusta y decidida, que entro ayer en Madrid para pronunciarse a favor de Fernando VII; y que hoy, lejos de sus casas y sin refugio posible, pelean en las calles con la determinacion de quien no tiene adonde ir. Tal es el caso de muchos de los que integran la partida numerosa, casi un centenar de hombres, que lleva hora y media tenazmente pegada a los aledanos de la plaza, retirandose dispersa ante cada acometida francesa y volviendo a juntarse y pelear en cuanto puede. Estan alli el sexagenario Jose Perez Hernan de la Fuente y sus hijos Francisco y Juan, que vinieron ayer de Miraflores de la Sierra endomingados con marselles, gorro de pelo y capote de grana, y tambien el jardinero del marques de Santiago en Grinon Miguel Facundo Revuelta Munoz, de diecinueve anos, a quien acompana su padre Manuel Revuelta, jardinero del real sitio de Aranjuez. Andan cerca, lanzando golpes de mano contra los franceses desde las puertas del hospital del Buen Suceso que dan a San Jeronimo y a Alcala, los hermanos Rejon, con su bota de vino vacia y sus navajas ensangrentadas, en compania de Mateo Gonzalez, el actor Isidoro Maiquez, el oficial de imprenta Antonio Tomas de Ocana, que va armado con un trabuco, los vecinos de Perales del Rio Francisco del Pozo y Francisco Maroto, y los muchachos Tomas Gonzalez de la Vega, de quince anos, y Juanito Vie Angel, de catorce. Este ultimo se encuentra en compania de su padre, el antiguo soldado invalido de Guardias Walonas Juan Vie del Carmen.

– ?Ahi vienen mas!

Cuatro jinetes polacos y unos dragones sables en mano se acercan al galope, dispuestos a dispersar el pequeno grupo que de nuevo se ha formado junto a la Mariblanca. En ese momento, saliendo del Buen Suceso, el oficial de imprenta Ocana descerraja un trabucazo en el pecho de uno de los caballos, que cae arrastrando al jinete. Aun no ha tocado este el suelo cuando los hermanos Rejon y Mateo Gonzalez lo cosen a punaladas, y Maiquez, que acaba de cargar una pistola, dispara contra los otros. Acuden los demas paisanos, sablean polacos y dragones, suenan mosquetazos de infantes franceses que cargan a la bayoneta desde la calle de Alcala, y en medio de una confusion enorme, entre gritos y maldiciones, se baten todos con rapida ferocidad. Un sablazo deja fuera de combate a Mateo Gonzalez, que se arrastra como puede, desangrandose, hasta un portal cercano. Suenan tiros, llegan mas enemigos, cae Antonio Ocana atravesado de un balazo, Francisco del Pozo retrocede dando alaridos con un profundo tajo de sable que casi le cercena un hombro, y el resto busca resguardo en el claustro del Buen Suceso, donde varias mujeres aterrorizadas gritan e intentan esconderse mientras suenan las descargas y los franceses fuerzan la entrada.

– Estoy sin balas -dice Isidoro Maiquez- y ya tengo bastante.

Escapando por la puerta frontera al convento de la Victoria, el actor sale disparado hacia su casa, que esta cerca de Santa Ana. Lo acompanan corriendo los hermanos Rejon, a los que ofrece refugio. Al intentar seguirlos, una bala alcanza por la espalda a Francisco Maroto, que se desploma en medio de la calle, frente a la botilleria de La Canosa. El ex soldado Juan Vie del Carmen, que sale detras con su hijo, coge a este de la mano y se lanza en direccion opuesta, hacia la esquina de Carretas, mientras las balas zumban alrededor y suenan con chasquidos en el suelo y contra las fachadas de las casas.

– ?Corre, Juanito!… ?Corre!… ?Piensa en tu madre!… ?Corre!

Subiendo por Carretas, a punto de torcer a la derecha por detras de Correos, el muchacho se suelta de la mano, trastabilla y cae.

– ?Papa!… ?Papa!

Con la muerte en el alma, Juan Vie se detiene y da la vuelta. Una bala le ha pasado un muslo a Juanito. Aterrado, el padre lo coge en brazos e intenta ponerlo a resguardo mientras lo cubre con su cuerpo, pero en un instante se ven rodeados de soldados enemigos. Estos son muy jovenes y llevan los uniformes sucios y los rostros ennegrecidos por el humo de la polvora. Con sistematica brutalidad, usando las culatas de sus fusiles, los franceses revientan a golpes a padre e hijo.

Вы читаете Un Dia De Colera
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату