entonces… ?Arriba!

En tropel, Velarde a la cabeza, los trece hombres suben el tramo de escalera que lleva al primer piso, hacen astillas la puerta y se lanzan contra los franceses que hay en la casa.

– ?Viva Espana!… ?Viva Espana y viva Dios!

La refriega se lleva a cabo acuchillando en corto, sin cuartel, entre los muebles destrozados, de habitacion en habitacion, a gritos, golpes y mosquetazos. El lencero Amegide recibe once heridas, y a su lado caen el Voluntario del Estado Jose Acha, que recibe un bayonetazo en un muslo, y el criado Francisco Maseda, con un balazo en el pecho. De los enemigos, cuatro quedan degollados y cinco saltan por la ventana. En el ultimo instante, el Voluntario del Estado Julian Ruiz, de veintitres anos, recibe un tiro tan a quemarropa que muere antes de que se apague el papel del cartucho frances que le humea en la casaca.

Afloja un poco el fuego enemigo, y los espanoles economizan municion. Frente a la puerta del parque, donde estan los canones -a uno se le ha rajado el fogon, por lo que solo quedan tres cubriendo las calles-, el teniente Jacinto Ruiz tiene cargada y apuntada la pieza que enfila San Jose hacia la esquina de San Andres, Fuencarral y la fuente Nueva, pero retiene el tiro hasta dar con un blanco que merezca la pena. Esta auxiliado por el escribiente Domingo Rojo, el Voluntario del Estado Jose Abad Leso y dos artilleros del parque: el cabo segundo Eusebio Alonso y el soldado Jose Gonzalez Sanchez. La fiebre tiene a Ruiz sumido en un estado de alucinacion que le hace despreciar el peligro. Se mueve como si la polvora quemada estuviese dentro de su cabeza, y no fuera. Intentando ver a traves de la humareda, el teniente senala con el sable desnudo los posibles objetivos a batir, mientras el cabo Alonso y los otros, bien abierta la boca para que no les revienten los timpanos con los estampidos, se agachan detras de la pieza, botafuego en mano, esperando la orden.

– ?Alli, alli!… ?Miren a la izquierda!

Desde atras, mientras vigila la actuacion de los otros canones, el capitan Luis Daoiz ve como una repentina fusilada francesa graniza sobre el canon del teniente, hiere a este en un brazo y derriba al cabo Alonso, al Voluntario del Estado Jose Abad y al artillero Gonzalez Sanchez. En dos zancadas se acerca a ellos: Gonzalez Sanchez tiene los sesos al aire, y Abad una bala en el cuello, aunque sigue vivo. El cabo Alonso, al que solo un rebote ha rozado la frente, se incorpora tapandose la brecha con una mano, dispuesto a seguir cumpliendo con su obligacion. A Jacinto Ruiz, que tiene un desgarron de un palmo en la manga izquierda, el brazo le sangra mucho.

– ?Como se encuentra? -pregunta Daoiz, a gritos para hacerse oir por encima del tiroteo.

El teniente se tambalea y busca apoyo en el canon. Al cabo respira hondo y mueve la cabeza.

– Estoy bien, mi capitan, no se preocupe… Puedo seguir aqui.

– Ese brazo tiene mala pinta. Vaya a curarselo.

– Luego… Ya ire luego.

Tres hombres y dos mujeres jovenes -una es la que antes ayudo a mover el canon, Ramona Garcia Sanchez- acuden desde los portales cercanos y arrastran a Gonzalez Sanchez y a Jose Abad, dejando un rastro de sangre, hasta el convento de las Maravillas. El exento Jose Pacheco, que con su hijo el cadete Andres Pacheco trae cuatro cargas de polvora encartuchada, saca un panuelo del bolsillo y se lo ata a Jacinto Ruiz en torno a la herida. Un estampido proximo -el canon mandado por el teniente Arango, que dispara hacia la calle de San Pedro- los ensordece a todos. Ahora el fuego de mosqueteria francesa se dirige a la puerta del parque, y ninguno de los artilleros que se resguardan alli acude a cubrir los puestos vacios. Dirigiendo senas a unos paisanos tumbados junto a la tapia del huerto de las Maravillas, Daoiz hace venir a dos: el botillero de Hortaleza Jose Rodriguez y su hijo Rafael.

– ?Saben manejar un canon?

– No… Pero llevamos un rato mirando como lo hacen.

– Pues ayuden aqui. Ahora estan a las ordenes de este oficial.

– ?Si, senor capitan!

No todos parecen tan dispuestos, comprueba Daoiz. Artilleros, soldados y voluntarios aguantan lo mejor que pueden; pero cada vez que se intensifica el fuego frances, mas gente busca refugio dentro del parque o se queda en el convento con pretexto de llevar a los heridos. Es logico, concluye desapasionado el capitan. No hay como los metrallazos y la sangre para templar entusiasmos. Tampoco todos los oficiales que esta manana se presentaron voluntarios asoman la nariz. Alguno de los que mas alto hablaban en tertulias y cafes prefiere ahora quedarse dentro. Daoiz suspira, resignado, el sable sobre el hombro y rozandole la hoja la patilla derecha. Alla cada cual. Mientras el mismo, Velarde y algunos otros sigan dando ejemplo, la mayor parte de militares y civiles aguantara; ya sea por confianza ciega en los uniformes que los guian -si esos pobres paisanos supieran, concluye-, o por mantener las formas y el que diran. A falta de otra triste cosa, la palabra cojones sigue obrando efectos prodigiosos entre el pueblo llano.

– ?Apunten esta pieza!… ?Ya!

Las ordenes de Jacinto Ruiz vuelven a resonar junto a su canon. Satisfecho, Daoiz comprueba que tambien las otras dos piezas cumplen su cometido. Las balas pasan zumbando como abejorros, y el sevillano se sorprende de seguir vivo en vez de tirado en el suelo, como otros infelices que estan junto a la tapia con los ojos abiertos y las caras rebozadas de sangre, o los que gritan mientras los llevan camino del convento, la amputacion o la muerte. Asi, tarde o temprano, vamos a terminar todos, piensa. En el suelo o en el convento. La idea le hace torcer la boca en una mueca sin esperanza. Por un instante su mirada se cruza con la del teniente Rafael de Arango, negro de polvora, sudoroso y con la casaca y el chaleco desabrochados, que da ordenes a su gente. El comportamiento del joven es correcto, pero en sus ojos puede leerse un reproche. Creera que disfruto con esto, deduce Daoiz. Un chico extrano, de todas formas: suspicaz y poco simpatico. Debe de pensar que, si sale vivo de Monteleon y no acaba fusilado o en un castillo, le hemos reventado para siempre la carrera. Pero al diablo. Que cada palo aguante su vela. Tenientes, capitanes o soldados, no hay vuelta atras para nadie. Eso vale para todos, paisanos incluidos. Lo demas carece de importancia.

Con tales pensamientos en la cabeza, cuando Daoiz se vuelve a mirar hacia otro lado, encuentra al capitan Velarde.

– ?Que haces aqui?

Pedro Velarde, con el escribiente Almira pegado a el como una sombra, viene tiznado y roto de su refriega en la esquina de San Andres, donde acaba de mandar como refuerzo a la otra mitad de la partida de Cosme de Mora. Daoiz observa que su amigo ha perdido algunos botones de la elegante casaca verde de estado mayor y trae una charretera partida de un sablazo.

– ?Crees que vendran a socorrernos? -pregunta Velarde.

Ha debido gritar para hacerse oir entre el tiroteo. Daoiz encoge los hombros. Hoy no sabe que soporta menos: los reproches mudos del teniente Arango o el optimismo desaforado de Velarde.

– No creo. Estamos solos… No hay mas cera que la que arde.

– Pues los franceses aflojan el fuego.

– De momento.

Velarde se acerca mas, intentando que no los oiga Almira.

– Aun hay esperanza, ?no? Ya le habra llegado tu mensaje al capitan general… Tal vez reaccionen… ?Nuestro ejemplo los estara haciendo enrojecer de verguenza!

Una bala francesa zumba entre los dos militares, que se miran a los ojos. Exaltado como siempre el uno, sereno el otro.

– No digas tonterias, hombre -responde Daoiz-. Y vete adentro, que te van a matar.

6

Disparando sus ultimos cartuchos, los soldados de Guardias Walonas Paul Monsak, Gregor Franzmann y Franz Weller se repliegan en buen orden desde Puerta Cerrada a la plaza Mayor por el arco de Cuchilleros. Retroceden cubriendose unos a otros, amparados en los portales y sin dejar de batirse con tenacidad germanica, desde que la ultima carga de coraceros e infanteria francesa los desalojo de la plaza de la Cebada, donde se habian juntado con un grupo que intentaba resistir alli, y en el que se contaban, entre otros, el vecino de la Arganzuela Andres

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