Desde la una de la tarde, un silencio siniestro se extiende por el centro de Madrid. En torno a la puerta del Sol y la plaza Mayor solo se oyen tiros aislados de las patrullas o pasos de piquetes franceses que caminan apuntando sus fusiles en todas direcciones. Los imperiales controlan ya, sin oposicion, las grandes avenidas y las principales plazas, y los unicos enfrentamientos consisten en escaramuzas individuales protagonizadas por quienes intentan escapar, buscan refugio o llaman a puertas que no se abren. Aterrados, escondidos tras postigos, celosias y cortinas, asomados a portales y ventanas los mas osados, algunos vecinos ven como patrullas francesas recorren las calles con cuerdas de presos. Una la forman tres hombres maniatados que caminan por la calle de los Milaneses bajo custodia de un grupo de fusileros que los hacen avanzar a golpes. Un platero de esa calle, Manuel Arnaez, que pese a los ruegos de su mujer se encuentra asomado a la puerta del taller, reconoce en uno de los cautivos a su companero de profesion Julian Tejedor de la Torre, que tiene tienda en la calle de Atocha.
– ?Julian!… ?Adonde te llevan, Julian?
Los guardias franceses le gritan al platero que se meta dentro, y uno llega a amenazarlo con el fusil. Arnaez ve como Julian Tejedor se vuelve a mostrarle las manos atadas y levanta los ojos al cielo con gesto resignado. Mas tarde sabra que Tejedor, tras echarse a la calle para batirse junto a sus oficiales y aprendices, ha sido capturado en la plaza Mayor en compania de uno de los hombres que van atados con el: su amigo el guarnicionero de la plazuela de Matute Lorenzo Dominguez.
El tercer preso del grupo se llama Manuel Antolin Ferrer, y es ayudante de jardinero del real sitio de la Florida, de donde vino ayer para mezclarse en los tumultos que se preparaban. Es hombre corpulento y recio de manos, como lo ha probado batiendose en los Consejos, la puerta del Sol y la plaza Mayor, donde resulto contuso y capturado por los franceses en la ultima desbandada. Testarudo, callado, cenudo, camina junto a sus companeros de infortunio con la cabeza baja y el ojo derecho hinchado de un culatazo, barruntando el destino que le aguarda. Confortado por la satisfaccion de haber despachado, con sus propias manos y navaja, a dos soldados franceses.
La escena de la calle de los Milaneses se repite en otros lugares de la ciudad. En el Buen Retiro y en las covachuelas de la calle Mayor, los franceses siguen encerrando gente. En estas ultimas, bajo las gradas de San Felipe, el numero de presos asciende a dieciseis cuando los franceses meten dentro, empujandolo a culatazos, al napolitano de veintidos anos Bartolome Pechirelli y Falconi, ayuda de camara del palacio que el marques de Cerralbo tiene en la calle de Cedaceros. De alli salio esta manana con otros criados para combatir, y acaban de apresarlo cuando huia tras deshacerse la ultima resistencia en la plaza Mayor.
Cerca, por la plaza de Santo Domingo, otro piquete imperial conduce en cuerda de presos a Antonio Macias de Gamazo, de sesenta y seis anos, vecino de la calle de Toledo, al palafrenero de Palacio Juan Antonio Alises, a Francisco Escobar Molina, maestro de coches, y al banderillero Gabriel Lopez, capturados en los ultimos enfrentamientos. Desde la puerta de las caballerizas reales, el ayudante Lorenzo Gonzalez ve venir de Santa Maria a unos granaderos de la Guardia que conducen, entre otros, a su amigo el oficial jubilado de embajadas Miguel Gomez Morales, con quien hace unas horas asistio a los incidentes de la plaza de Palacio y que luego, no pudiendo sufrir el desafuero de la fusilada francesa, fue a batirse en los alrededores de la plaza Mayor. Al pasar maniatado y ver a Gonzalez, Gomez Morales le pide ayuda.
– ?Acuda usted a alguien, por Dios! ?A quien sea!… ?Estos barbaros van a fusilarme!
Impotente, el ayudante de caballerizas ve como un caporal frances le cierra la boca a su amigo con una bofetada.
El mismo camino sigue otra cuerda de presos en la que figuran Domingo Brana Calbin, mozo de tabaco de la Real Aduana, y Francisco Bermudez Lopez, ayuda de camara de Palacio. Brana y Bermudez se cuentan entre quienes con mas coraje se han batido en las calles de Madrid, y diversos testigos acreditaran puntualmente su historia. Brana, asturiano, tiene cuarenta y cuatro anos y ha sido capturado cuando peleaba al arma blanca, con un valor extremo, cerca del Hospital General. En cuanto a Francisco Bermudez, vecino de la calle de San Bernardo, salio al estallar los tumultos armado con una carabina de su propiedad, y tras pelear durante toda la manana donde la refriega era mas intensa
Otros tienen mas suerte. Es el caso del joven Bartolome Fernandez Castilla, que en la plazuela del Angel salva la vida de milagro. Sirviente en casa del marques de Ariza, donde se aloja el general frances Emmanuel Grouchy, Fernandez Castilla salio a pelear con el primer alboroto del dia, armado de una escopeta. Asistio asi a los combates de la puerta del Sol, y tras batirse en las callejuelas que van de San Jeronimo a Atocha, resulto herido por una descarga hecha desde la plaza Mayor. Disperso su grupo, llevado por tres companeros de aventura hasta la casa de su amo, donde lo dejan en el portal, es rodeado por la guardia del general frances, que pretende acabarlo a bayonetazos. Lo advierte una criada, pide socorro, acuden los demas sirvientes y se oponen todos a los franceses. Porfian unos y otros, amagan empujones y golpes, logran los criados meter a Fernandez Castilla en la casa, y solo se calman los animos cuando acude un ayudante del general Grouchy, quien ordena respetar la vida del mozo y llevarlo preso en una camilla al Buen Retiro. Vuelven a amotinarse los criados, negandose a entregarlo, y hasta las cocineras salen a forcejear con los imperiales. El propio marques, don Vicente Maria Palafox, termina por intervenir y convence a los franceses de que respeten al herido. Bajo su cuidado personal, el joven permanecera en cama cuatro meses, convaleciente de sus heridas. Anos mas tarde, acabada la guerra contra Napoleon, el marques de Ariza comparecera por iniciativa propia ante la comision correspondiente, para que las autoridades concedan a su criado una pension por los servicios prestados a la patria.
Mientras en la plazuela del Angel se decide sobre la vida o muerte de Bartolome Fernandez Castilla, cerca de alli, en la de la Provincia, el portero jefe de la Carcel Real, Felix Angel, oye golpes en la parte trasera del edificio y acude a ver quien llama. Al cabo empiezan a llegar presos de los que salieron a combatir por la manana. Muchos vienen ahumados de polvora, rotos de la lucha, ayudando a caminar a sus camaradas; pero todos se tienen, mas o menos, sobre sus pies. Acuden solos, en parejas o pequenos grupos, sofocados por el esfuerzo de la carrera que se han dado para escapar de los franceses.
– Nunca pense que me alegraria de volver aqui -comenta uno.
No falta quien conserva animo para alardear de lo que hizo afuera, ni quien tuvo tiempo de remojarse en la taberna del arco de Botoneras. Varios traen las ropas manchadas de sangre, no siempre propia, y tambien armas capturadas al enemigo: sables, fusiles y pistolas que van dejando en el zaguan y que, a toda prisa, el portero jefe hace desaparecer arrojandolas al pozo. Entre ellos vienen el gallego Souto -vestido con una casaca de artillero frances- y un sonriente Francisco Xavier Cayon, el recluso que escribio la peticion para que los dejaran salir a la calle bajo palabra de reintegrarse a prision cuando todo acabase.
– ?Ha sido duro?
– A ratos.
Sin mas comentarios, con el aplomo de la gente cruda, Cayon se va derecho al porron de vino que el portero jefe tiene sobre la mesa de la entrada, echa atras la cabeza y se mete un largo chorro en el gaznate. Luego se lo pasa a Souto, que hace lo mismo.
– ?Muchas desgracias? -se interesa Felix Angel.
Cayon se seca la boca con el dorso de la mano.
– Que yo sepa, han matado a Pico.
– ?A Frasquito? ?El pastor mozo de la Paloma?
– Ese mismo. Y a Domingo Palen tambien se lo llevaron herido al hospital, pero no se si habra llegado o no… Tambien me parece que vi caer a otros dos, pero de esos no estoy seguro.
– ?Quienes?
– Quico Sanchez y el Gitano.
– ?Y los demas que faltan?
El preso cambia una mirada guasona con su companero Souto y luego se encoge de hombros.