el diablo, sale a un callejon trasero, donde intenta recobrar el aliento. Esta cansado y no logra orientarse, pues desconoce esas calles. Detente y piensa un poco, se dice, o caeras como un gorrion. Asi que intenta respirar hondo y tranquilizarse. Le arden los pulmones y la boca, gris de morder cartuchos. Al fin decide volver sobre sus pasos. Hallando de nuevo a las vecinas del patio, les pide un vaso de agua con voz ronca, que ni el mismo reconoce. Se la traen, asustadas del fusil al principio, compadecidas luego de su juventud y su aspecto.

– Esta herido -dice una de ellas.

– Pobrecillo. Tan joven.

Francisco Huertas niega primero con la cabeza, luego mira y comprueba que tiene un desgarron en la camisa, al costado derecho, por donde mana sangre. La idea de que ha sido herido hace que le flojeen las piernas; pero un breve examen lo tranquiliza en seguida. Solo es un rebote sin importancia: un impacto de bala fria de las que acaban de dispararle en la calle. Las mujeres le hacen una cura de urgencia, le dejan lavarse la cara en un lebrillo con agua y traen un trozo de pan y cecina, que devora con ansia. Poco a poco van acudiendo vecinos para informarse con el joven, que cuenta lo que ha visto en Monteleon; pero cada vez se arremolina mas gente, hasta el punto de que Francisco Huertas teme que eso atraiga la atencion de los franceses. Despidiendose, termina el pan y la cecina, pregunta como llegar a la Ballesta y al hospital de los Alemanes, sale de nuevo a la parte de atras y callejea con cautela, asomandose a cada esquina antes de aventurarse mas alla. Siempre con su fusil en las manos.

Pasadas las tres de la tarde ya no se combate en la ciudad. Hace rato que las tropas imperiales controlan todas las plazas y avenidas principales, y las comisiones pacificadoras dispuestas por el duque de Berg recorren Madrid aconsejando a la gente que se mantenga tranquila, renuncie a manifestaciones hostiles y evite formar grupos que puedan ser considerados provocacion por los franceses. «Paz, paz, que todo esta compuesto», es la voz que extienden los miembros de esas comisiones, integradas por magistrados del Consejo y los Tribunales, el ministro de la Guerra O ’Farril y el general frances Harispe. Cada una va acompanada por un destacamento de tropas espanolas y francesas, y a su paso, de calle en calle, se repiten las palabras de tranquilidad y concordia; hasta el punto de que los vecinos, confiados, se asoman a las puertas e intentan averiguar la suerte de familiares y conocidos, acudiendo a cuarteles y edificios oficiales o buscando sus cuerpos entre los cadaveres que los centinelas franceses impiden retirar. Murat desea mantener visibles los ejemplos del escarmiento, y algunos de esos cuerpos permaneceran varios dias pudriendose donde cayeron. Por incumplir la orden, Manuel Porton del Valle, de veintidos anos, mozo del Real Refugio que ha pasado la manana atendiendo a heridos por las calles, recibe un balazo cuando, junto a unos companeros, intenta retirar un cadaver en las cercanias de la plaza Mayor.

Mientras las comisiones de paz recorren Madrid, Murat, que ha dejado la cuesta de San Vicente para echar un vistazo al Palacio Real antes de volver a su cuartel general del palacio Grimaldi, dicta a sus secretarios una proclama y una orden del dia. En la proclama, energica pero conciliadora, garantiza a los miembros de la Junta y a los madrilenos el respeto a sus luces y opiniones, anunciando duras medidas represivas contra quienes alteren el orden publico, maten franceses o lleven armas. En la orden del dia, los terminos son mas duros:

El populacho de Madrid se ha sublevado y ha llegado hasta el asesinato. Se que los buenos espanoles han gemido por estos desordenes. Estoy muy lejos de mezclarlos con aquellos miserables que no desean mas que el crimen y el pillaje. Pero la sangre francesa ha sido derramada. En consecuencia, mando: 1.? El general Grouchy convocara esta noche la Comision Militar. 2.? Todos los que han sido presos en el alboroto y con las armas en la mano, seran arcabuceados. 3.° La Junta de Gobierno va a hacer desarmar a los vecinos de Madrid. Todos los habitantes que despues de la ejecucion de esta orden se hallaren armados, seran arcabuceados. 4.° Todo lugar en donde sea asesinado un frances sera quemado. 5.° Toda reunion de mas de ocho personas sera considerada junta sediciosa y deshecha por la fusileria. 6 ° Los amos quedaran responsables de sus criados; los jefes de talleres, de sus oficiales los padres y madres, de sus hijos; y los ministros de los conventos, de sus religiosos.

Sin embargo, las tropas francesas no esperan a recibir ese documento para aplicar sus terminos. A medida que las comisiones pacificadoras recorren las calles y los vecinos regresan a sus hogares o salen confiados de estos, piquetes imperiales detienen a todo sospechoso de haber participado en los combates, o a quien encuentran con armas, sean navajas, tijeras o agujas de coser sacos. Son asi apresadas personas que nada han tenido que ver con la insurreccion, como es el caso del cirujano y practicante Angel de Ribacova, detenido por llevar encima los bisturis de su estuche de cirugia. Tambien apresan los franceses, por una lima, al cerrajero Bernardino Gomez; al criado del convento de la Merced Domingo Mendez Valador, por un cortaplumas; al zapatero de diecinueve anos Jose Pena, por una chaveta de cortar suela; y al arriero Claudio de la Morena, por una aguja de enjalmar sacos que lleva clavada en la montera. Los cinco seran fusilados en el acto: Ribacova, De la Morena y Mendez en el Prado, Gomez en el Buen Suceso, y Pena en la cuesta del Buen Retiro.

Lo mismo ocurre con Felipe Llorente y Cardenas, un cordobes de veintitres anos, de buena familia, que vino hace unos dias a Madrid con su hermano Juan para participar en los actos de homenaje a Fernando VII por su exaltacion al trono. Esta manana, sin comprometerse a fondo en ningun combate, ambos hermanos han ido de un sitio para otro, participando de la algarada mas como testigos que como actores. Ahora, sosegada la ciudad, al pasar por el arco de la plaza Mayor que da a la calle de Toledo se ven detenidos por un piquete frances; pero mientras Juan Llorente logra eludir a los imperiales, metiendose en un portal cercano, Felipe es detenido al hallarsele una pequena navaja en el bolsillo. Su hermano no volvera a saber nunca de el. Solo dias mas tarde, entre los despojos recogidos por los frailes de San Jeronimo a los fusilados en el Retiro y el Prado, la familia de Felipe Llorente podra identificar su frac y sus zapatos.

Algunos, pese a todo, logran salvarse. Y no faltan actos de piedad por parte francesa. Es el caso de los siete hombres atados que unos dragones conducen por Anton Martin, a los que un caballero bien vestido consigue liberar convenciendo al teniente que manda el destacamento. O el de los casi cuarenta paisanos a los que una de las comisiones pacificadoras -la encabezada por el ministro O’Farril y el general Harispe- encuentra en la calle de Alcala, junto al palacio del marques de Valdecarzana, cercados como ovejas y a punto de ser conducidos al Buen Retiro. La presencia del ministro espanol y el jefe frances logra convencer al oficial de la fuerza imperial.

– Vayanse de aqui -dice O’Farril a uno de ellos en voz baja- antes de que estos senores se arrepientan.

– ?Llama senores a estos barbaros?

– No abuse de su paciencia, buen hombre. Ni de la mia.

Otro afortunado que salva la vida en ultima instancia es Domingo Rodriguez Carvajal, criado de Pierre Bellocq, secretario interprete de la embajada de Francia. Tras haberse batido en la puerta del Sol, donde unos amigos lo recogieron con una herida de bala, un sablazo en un hombro y otro que se le ha llevado tres dedos de la mano izquierda, a Rodriguez Carvajal lo conducen a casa de su amo, en el numero 32 de la calle Montera. Alli, mientras al herido lo atiende el cirujano de la diputacion del Carmen don Gregorio de la Presa -la bala no puede extraerse, y Rodriguez Carvajal la llevara dentro el resto de su vida-, el propio monsieur Bellocq, poniendo una bandera en la puerta, recurrira a su condicion diplomatica para impedir que los soldados franceses detengan al sirviente.

Pocos gozan hoy de esa proteccion. Guiados por delatores, a veces vecinos que desean congraciarse con los vencedores o tienen cuentas pendientes, los franceses entran en las casas, las saquean y se llevan a quienes se refugiaron en ellas despues de la lucha, sin distincion entre sanos y heridos. Eso le ocurre a Pedro Segundo Iglesias Lopez, un zapatero de treinta anos que, tras salir de su casa de la calle del Olivar con un sable y haber matado a un frances, al volver en busca de su madre anciana es denunciado por un vecino y detenido por los franceses. Tambien a Cosme Martinez del Corral, que logro evadirse del parque de artilleria, van a buscarlo a su casa de la calle del Principe y lo conducen a San Felipe, sin darle tiempo a desprenderse de los 7.250 reales en cedulas que lleva en los bolsillos. Siguen llenandose de ese modo los depositos de prisioneros establecidos en las covachuelas de San Felipe, en la puerta de Atocha, en el Buen Retiro, en los cuarteles de la puerta de Santa Barbara, Conde-Duque y Prado Nuevo, y en la residencia misma de Murat, mientras una comision mixta, formada por parte francesa por el general Emmanuel Grouchy y por la espanola por el teniente general Jose de Sexti, se dispone a juzgar sumariamente y sin audiencia a los presos, en virtud de bandos y proclamas que la mayor parte de estos ni siquiera conoce.

Muchos franceses, ademas, actuan por iniciativa propia. Piquetes, retenes, rondas y centinelas no se limitan a

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