capitan abanderado de Guardias Walonas Javier Cabanes. Como fray Andres manifiesta su preocupacion por que Daoiz muera sin recibir los santos oleos, Cabanes va hasta la parroquia de San Martin en busca de un sacerdote, regresando con el padre Roman Garcia, que trae los avios necesarios. Pero antes de que el recien llegado unja la frente y la boca del moribundo, Daoiz agarra la mano de fray Andres, suspira hondo y muere. Arrodillado junto al lecho, el fiel escribiente Almira llora sin consuelo, como un nino.

Media hora mas tarde, en su despacho de la junta Superior de Artilleria y apenas informado de la muerte de Luis Daoiz, el coronel Navarro Falcon dicta a un amanuense el parte justificativo que dirige al capitan general de Madrid, para que este lo haga llegar a la junta de Gobierno y a las autoridades militares francesas:

Estoy bien persuadido, Sr. Excmo., de que lejos de contribuir ninguno de los oficiales del Cuerpo al hecho ocurrido, ha sido para todos un motivo del mayor disgusto el que el alucinamiento y preocupacion particular de los capitanes D. Pedro Velarde y D. Luis Daoiz sea capaz de hacer formar un equivocado concepto trascendental de todos los demas oficiales, que no han tenido siquiera la mas minima idea de que aquellos pudieran obrar contra lo constantemente prevenido.

El tono de ese oficio contrasta con otros que el mismo jefe superior de Artilleria de Madrid escribira en los dias siguientes, a medida que vayan sucediendose acontecimientos en la capital y en el resto de Espana. El ultimo de tales documentos, firmado por Navarro Falcon en Sevilla en abril de 1814, terminada la guerra, concluira con estas palabras:

El 2 de mayo de 1808 los referidos heroes Daoiz y Velarde adquirieron la gloria que inmortalizara sus nombres y ha dado tanto honor a sus familias y a la nacion entera.

Mientras el director de la junta de Artilleria escribe su informe, en el edificio de Correos de la puerta del Sol se reune la comision militar presidida por el general Grouchy, a quien el duque de Berg ha encomendado juzgar a los insurrectos capturados con armas en la mano. Por parte espanola, la Junta de Gobierno mantiene alli al teniente general Jose de Sexti. Emmanuel Grouchy -cuya negligencia influira siete anos mas tarde en el desastre de Waterloo- es hombre experto en represiones: en su curriculum vitae consta, con letras negras, el incendio de Strevi y las ejecuciones de Fossano durante la insurreccion del Piamonte en el ano 99. En cuanto a Sexti, desde el primer momento decide inhibirse, dejando en manos francesas la suerte de los prisioneros que llegan atados, de uno en uno o en pequenos grupos, y a quienes los jueces no escuchan ni ven siquiera. Convertidos en tribunal sumarisimo, Grouchy y sus oficiales resuelven friamente nombre tras nombre, firmando sentencias de muerte que los secretarios redactan a toda prisa. Y mientras los magistrados espanoles que recorrieron las calles proclamando «paz, que todo esta compuesto» se retiran a sus casas, convencidos de que su pobre mediacion devuelve la tranquilidad a Madrid, los franceses, libres de trabas, intensifican los apresamientos, y la matanza se establece ahora de un solo signo, a modo de venganza implacable.

Los primeros en sufrir ese rigor son los prisioneros depositados en las covachas de San Felipe, a los que acaban de unirse el impresor Cosme Martinez del Corral, traido desde su casa de la calle del Principe, el cerrajero de veintiseis anos Bernardino Gomez y el panadero de treinta Antonio Benito Siara, apresado cerca de la plaza Mayor. De camino, mientras un piquete frances conducia a los dos ultimos, una ronda de Guardias de Corps se topo con ellos e intento liberarlos. Discutieron unos y otros, porfiaron los Guardias y acudieron mas franceses al tumulto. Al fin, los militares espanoles no lograron impedir que los imperiales se salieran con la suya. Encerrados ahora en las covachuelas, un suboficial frances lleva a Correos la lista de ese deposito, donde Martinez del Corral, Gomez y Siara figuran junto al maestro de esgrima Vicente Jimenez, el contador Fernandez Godoy, el corredor de letras Moreno, el joven criado Bartolome Pechirelli y los otros detenidos, hasta un total de diecinueve. Firma el general Grouchy todas las sentencias de muerte -ni siquiera las lee- mientras el teniente general Sexti observa sin despegar los labios. Al instante, para angustia de los amigos y parientes que se atreven a permanecer en la calle y siguen de lejos a los presos que caminan entre bayonetas, estos son llevados al Buen Suceso. En el trayecto, que es cono, los detenidos cruzan la puerta del Sol, llena de soldados y canones, en cuyo pavimento, entre grandes regueros de sangre seca, yacen los caballos destripados por las navajas durante el combate de la manana.

– ?Nos van a matar! -grita el napolitano Pechirelli a la gente con la que se cruzan junto a la Mariblanca-. ?Estos canallas nos van a matar!

De la cuerda de presos se alza un clamor desgarrado, de protesta y desesperacion, coreado por los familiares que siguen el triste cortejo. A todas esas voces y llantos acuden mas soldados franceses, que dispersan a la gente y empujan entre culatazos a los hombres maniatados. Llegan asi al Buen Suceso, en una de cuyas salas vacias son confinados los prisioneros mientras sus verdugos los despojan de los escasos objetos de valor y prendas de buena ropa que aun conservan. Luego, sacados de cuatro en cuatro, son puestos ante un piquete de fusileros dispuesto en el claustro, que los arcabucea a quemarropa mientras los amigos y familiares, que aguardan afuera o en los corredores del edificio, gritan horrorizados al oir las descargas.

El Buen Suceso es el comienzo de una matanza organizada, sistematica, decretada por el duque de Berg pese a sus promesas a la Junta de Gobierno. A partir de las tres de la tarde, el estrepito continuo de fusileria, los gritos de los torturados y el vocerio de los verdugos sobrecoge a los pocos madrilenos que, buscando noticias de los suyos, se aventuran cerca del Buen Retiro y el paseo del Prado. La alameda y el terreno comprendido entre los Jeronimos, la fuente de la Cibeles, las tapias de Jesus Nazareno y la puerta de Atocha se convierten en vasto campo de muerte donde iran amontonandose cadaveres a medida que decline el dia. Los fusilamientos, que empezaron de forma espontanea por la manana y se intensifican ahora con las sentencias de muerte oficiales, se suceden hasta la noche. Solo en el Prado, los sepultureros llenaran al dia siguiente nueve carros de cadaveres, pues la cantidad de ejecutados alli es enorme. Entre ellos se cuentan el zapatero Pedro Segundo Iglesias, que tras matar a un frances fue delatado por un vecino en la calle del Olivar, el mozo de labor del real sitio de San Fernando Dionisio Santiago Jimenez Coscorro, el toledano Manuel Francisco Gonzalez, el herrero Julian Duque, el escribiente de loteria Francisco Sanchez de la Fuente, el vecino de la calle del Piamonte Francisco Iglesias Martinez, el criado asturiano Jose Mendez Villamil, el mozo de cuerda Manuel Fernandez, el arriero Manuel Zaragoza, el aprendiz de quince anos Gregorio Arias Calvo -hijo unico del carpintero Narciso Arias-, el vidriero Manuel Almagro Lopez, y el joven de diecinueve anos Miguel Facundo Revuelta, jardinero de Grinon que combatio junto a su padre Manuel Revuelta, en cuya compania vino a Madrid para intervenir contra los franceses. Tambien fusilan a otros infelices que no han participado en la lucha, como es el caso de los albaniles Manuel Oltra Villena y su hijo Pedro Oltra Garcia, apresados en la puerta de Alcala cuando, ajenos a todo, venian de trabajar fuera de la ciudad.

– Sortez!… ?Afuega todos!

En un patio del palacio del Buen Retiro, el guardacoches del edificio, Felix Mangel Senen, de setenta anos, entorna los ojos en la luz poniente y gris, bajo un cielo que de nuevo amenaza lluvia. Los franceses acaban de sacarlo a empujones de su improvisado calabozo, un almacen de la antigua fabrica de porcelana de la China donde ha pasado las ultimas horas a oscuras, en compania de otros detenidos. Mientras sus ojos se acostumbran a la claridad exterior, el guardacoches advierte que sacan tambien al cochero Pedro Garcia y a los mozos de Reales Caballerizas Gregorio Martinez de la Torre, de cincuenta anos, y Antonio Romero, de cuarenta y dos -los tres son subordinados suyos, y juntos se han batido contra los franceses hasta caer presos en la reja del Botanico-. Con ellos vienen el alfarero Antonio Colomo, trabajador de los tejares de la puerta de Alcala, el comerciante Jose Doctor Cervantes y el amanuense Esteban Sobola. Todos estan mugrientos, heridos o contusos, muy maltratados despues de que los capturasen luchando o con armas escondidas. Los franceses se han ensanado con el alfarero Colomo, que por resistirse cuando fueron a buscarlo al tejar donde se escondia, vino lleno de golpes y ensangrentado. Apenas se tiene en pie, hasta el extremo de que deben sostenerlo sus companeros.

– Allez!… Vite!

El modo en que los franceses aprestan los fusiles no deja lugar a dudas sobre la suerte que aguarda a los prisioneros. Al advertirlo, prorrumpen en ruegos y lamentos. Colomo cae al suelo, mientras Mangel y Martinez de

Вы читаете Un Dia De Colera
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату