—Estan todos bien. Pero este grupo…, ninguno estaba en condiciones, no lo habian pensado, no estaban preparados. Temi que les hicieran dano, temi que se asustaran y se enfurecieran. La responsabilidad es nuestra, nosotros encabezamos la sentada. Los hicimos arrestar. Pero aguantaron. ?No se amedrentaron ni lucharon, se mantuvieron firmes! —A Lev le temblaba la voz—. La responsabilidad es mia.
—Es nuestra —puntualizo Andre—. No los enviamos, no los enviaste, fueron por su cuenta. Eligieron ir. Estas agotado. Deberias comer. —Habian llegado a la puerta de la casa de Lev—. ?Sasha, ocupate a fin que este hombre coma! Ellos alimentaron a sus presos y ahora tu tendras que dar de comer a Lev.
Sasha, que estaba sentado delante del hogar lijando el mango de una azada, levanto la mirada. Le temblo el bigote y se le erizaron las cejas por encima de los ojos hundidos.
—?Quien puede obligar a mi hijo a hacer lo que no quiere hacer? —pregunto—. Si quiere comer, ya sabe donde esta el plato para la sopa.
5
El
Seria una fiesta a la vieja usanza, al estilo del Viejo Mundo, con cinco platos, ropa de etiqueta y musica despues de la cena. Los viejos se presentaron a la hora acordada, acompanados por sus esposas y una o dos hijas casaderas. Algunos hombres mas jovenes —como el joven Helder— tambien llegaron a horario y en compania de sus esposas. Las mujeres se agruparon junto a la chimenea de un extremo del salon de Casa Falco, con sus vestidos largos y sus joyas, y parlotearon; los hombres se congregaron junto a la chimenea del otro extremo del salon, con sus mejores trajes negros, y conversaron. Todo parecia marchar sobre ruedas, tal como ocurria cuando don Ramon, el abuelo del concejal Falco, ofrecia cenas, igual que las cenas que se daban en la Tierra, tal como habia sostenido, satisfecho y convencido, don Ramon, pues al fin y al cabo su padre, don Luis, habia nacido en la Tierra y sido el hombre mas influyente de Rio de Janeiro.
Algunos invitados no habian llegado puntualmente. Se hizo tarde y seguian sin aparecer. El concejal Falco fue llamado a la cocina por su hija: los rostros de los cocineros tenian expresion tragica, se echaria a perder la soberbia cena. Falco ordeno que trasladaran la larga mesa al salon y la pusieran. Los invitados tomaron asiento; se sirvio el primer plato, comieron, retiraron la vajilla usada, se sirvio el segundo y entonces, solo entonces, aparecieron los jovenes Macmilan, Marquez y Weiler, libres y afables, sin disculparse y, lo que era aun mas grave, en compania de un monton de amigos que no habian sido invitados: siete u ocho petimetres corpulentos con latigo en el cinto, sombrero de ala ancha que no tuvieron la sensatez de quitarse al entrar en la casa, botas embarradas y una retahila de expresiones groseras y estentoreas. Hubo que hacerles lugar, encajarlos entre los invitados. Los jovenes habian estado bebiendo antes de presentarse y siguieron bebiendose la mejor cerveza de Falco. Pellizcaron a las criadas e ignoraron a las damas. Gritaron de uno a otro extremo de la mesa y se sonaron las narices con las servilletas bordadas. Cuando llego el momento supremo de la cena, el plato de carne, compuesto por conejo asado —Falco habia contratado a diez tramperos durante una semana para ofrecer tamano lujo—, los recien llegados llenaron sus platos tan vorazmente que no alcanzo para todos y los que estaban sentados en la punta de la mesa no probaron la carne. Otro tanto ocurrio con el postre, un budin moldeado, preparado con fecula de tuberculos, compota de frutas y nectar. Varios jovenes lo tomaron sacandolo de los cuencos con los dedos.
Falco hizo senas a su hija, sentada en la punta de la mesa, y Luz encabezo la retirada de las senoras hacia la sala de estar del jardin, en el fondo de la casa. Ello dio aun mas libertad a los descarados jovenes para repantigarse, escupir, eructar, maldecir y emborracharse un poco mas. Tragaron como si de agua se tratara las copitas de conac que daban fama a las destilerias de Casa Falco y gritaron a los desconcertados criados que volvieran a llenarlas. A varios de los otros jovenes y algunos mayores les agradaba este comportamiento tosco, o quiza pensaron que ese era el modo en que se esperaba que uno se comportara en una cena, y se sumaron a la juerga. El viejo Helder se emborracho tanto que tuvo que ir a un rincon a vomitar, pero regreso a la mesa y siguio bebiendo.
Falco y algunos amigos intimos —el viejo Marquez, Burnier y el medico— se retiraron al hogar e intentaron hablar, pero la barahunda en torno a la mesa larga era ensordecedora. Algunos bailaban y otros discutian; los musicos contratados para tocar despues de la cena se habian mezclado con los invitados y bebian como esponjas; el joven Marquez habia sentado a una criada en sus rodillas y la chica estaba palida, cohibida y musitaba:
—?Oh, hesumeria! ?Oh, hesumeria!
—Luis, es una fiesta muy divertida —dijo el viejo Burnier despues de un estallido muy penoso de canticos y chillidos.
En ningun momento Falco habia perdido la serenidad. Su expresion era tranquila cuando replico:
—Una prueba de nuestra degeneracion.
—Los jovenes no estan acostumbrados a estos banquetes. Solo Casa Falco sabe dar una fiesta a la vieja usanza, segun el autentico estilo de la Tierra.
—Son degenerados —insistio Falco.
Su cunado Cooper, un hombre de sesenta anos, asintio y dijo:
—Hemos perdido el estilo de la Tierra.
—En absoluto —afirmo un hombre tras ellos. Todos se volvieron. Era Herman Macmilan, uno de los que habian llegado tarde; habia bebido y gritado como el que mas, pero ahora no mostraba rastros de ebriedad, exceptuando el color subido de su rostro apuesto y joven—. Caballeros, creo que estamos redescubriendo el estilo de la Tierra. Al fin y al cabo, ?quienes fueron nuestros antepasados, los que llegaron del Viejo Mundo? No eran hombres debiles ni dociles, ?verdad? Eran hombres valientes, osados y fuertes, sabian vivir. Nosotros estamos aprendiendo de nuevo a vivir. Planes, leyes, reglas, modales, ?que tienen que ver con nosotros? ?Acaso somos esclavos, mujeres? ?De que tenemos miedo? Somos hombres, hombres libres, amos de todo un mundo. Ya es hora que recibamos nuestra herencia. Y asi son las cosas, caballeros. —Sonrio respetuoso pero absolutamente seguro de si mismo.
Falco estaba impresionado. Tal vez ese fracaso de cena sirviera para algo. El joven Macmilan, que hasta entonces no le habia parecido mas que un buen animal musculoso y un posible partido para Luz Marina, mostraba voluntad e inteligencia, parecia tener madera de hombre.
—Don Herman, coincido con usted —dijo Falco—. Puedo coincidir con usted solo porque todavia somos capaces de hablar. Eso lo diferencia de casi todos sus amigos presentes. Todo hombre debe ser capaz de beber y pensar. Puesto que de los jovenes solo usted parece capaz de hacer ambas cosas, digame: ?que opina de mi idea de crear latifundios?
—?Quiere decir grandes granjas?
—Si, grandes granjas. Extensos campos de monocultivo para ganar en eficacia. Mi idea consiste en seleccionar administradores entre nuestros mejores jovenes; darle a cada uno una extensa region que administrar, una propiedad, y suficientes campesinos para trabajarla. Luego hay que dejar que cada uno haga lo que quiera. Asi se produciran mas alimentos. El exceso de poblacion del Arrabal se pondra a trabajar y se mantendra bajo control para evitar que siga hablando de independencia y nuevas colonias. La siguiente generacion de hombres de la Ciudad incluira una serie de grandes propietarios. Hemos estado encerrados para conservar las fuerzas mas tiempo del necesario. Como usted mismo ha dicho, ha llegado la hora para que nos despleguemos, aprovechemos nuestra libertad y nos convirtamos en amos de nuestro rico mundo.
Herman Macmilan lo escucho sonriente. Sus delgados labios mantenian una sonrisa casi permanente.
—La idea no esta mal —opino—. La idea no esta nada mal,
Falco mantuvo el tono paternalista pues habia llegado a la conclusion que Herman Macmilan le podria ser util.
—Pienselo —anadio—. Pienselo con respecto a usted. —Sabia que era exactamente lo que estaba haciendo el joven Macmilan—. Don Herman, ?le gustaria ser dueno de una de esas haciendas? Me refiero a un pequeno…, ya no recuerdo como se dice, es una vieja palabra…
—Reino. —El viejo Burnier le proporciono la palabra.
—Exactamente, un pequeno reino para usted. ?Que le parece?