Esbozo una sonrisa—. Oh, si, es una eleccion, pero no la unica. Se puede ser madre y, por anadidura, muchas cosas mas. Podemos hacer mas de una cosa. Con voluntad y suerte… La suerte no me acompano o tal vez fui obstinada, elegi mal. No me gustan las medias tintas. Puse todo mi corazon en un hombre que…, que estaba enamorado de otra mujer. Estoy hablando de Sasha…, de Alexander Shults, el padre de Lev. Fue hace mucho tiempo, antes que nacieras. El se caso y yo segui con el trabajo para el que servia porque siempre me habia interesado y no hubo muchos hombres que me interesaran. Si me hubiera casado, ?habria tenido que pasar mi vida en el cuarto trasero? Te dire una cosa: si nos quedamos en el cuarto trasero, con o sin hijos, y dejamos el resto del mundo a los hombres, es logico que los hombres lo hagan todo y lo sean todo. ?Por que tiene que ser asi? Solo son la mitad de la raza humana. No es justo endilgarles todo el trabajo. No es justo para ellos ni para nosotras. Ademas —Vera sonrio complacida—, los hombres me gustan mucho, pero a veces…, son tan absurdos, tienen la cabeza tan atiborrada de teorias… Solo se mueven en linea recta y no se detienen. Es peligroso. Te repito que es peligroso dejar todo en manos de los hombres. Ese es uno de los motivos por los que me gustaria volver a casa, al menos de visita. Para saber que traman Elia con sus teorias y mi querido y joven Lev con sus ideales. Me preocupa que vayan demasiado rapido y en linea recta y que nos metan en un pantano, en una trampa de la que no podamos salir. En mi opinion, los hombres son debiles y peligrosos en su vanidad. La mujer tiene un centro, es un centro. Pero el hombre no, es una extension hacia lo exterior. Por eso se estira, aferra cosas, las acumula a su alrededor y dice: yo soy esto, yo soy aquello, esto soy yo, aquello soy yo, ?demostrare que yo soy yo! Y en su intento por demostrarlo puede dar al traste con muchas cosas. Eso era lo que intentaba expresar con respecto a tu padre. Si pudiera ser ni mas ni menos que Luis Falco, seria mas que suficiente, pero no, tiene que ser el Jefe, el Concejal, el Padre y mil cosas mas. ?Que despilfarro! Lev tambien es terriblemente vanidoso, quizas en el mismo sentido. Posee un gran corazon, pero no esta seguro de donde esta el centro. Ojala pudiera hablar con el, aunque solo fuera diez minutos, y cerciorarme… —Hacia rato que Vera se habia olvidado de ovillar el hilo; meneo con pesar la cabeza y contemplo la madeja con la mirada perdida.

—En ese caso, vaya —dijo Luz en voz baja. Vera se mostro ligeramente sorprendida—. Regrese al Arrabal. Esta misma noche. La ayudare. Y manana le dire a mi padre que la ayude. Soy capaz de hacer algo…, ?algo distinto a sentarme aqui, coser, maldecir y escuchar a ese estupido de Macmilan!

Agil, vigorosa y dominante, la joven se habia puesto en pie de un salto y se erguia ante Vera, que permanecia inmovil, encogida.

—He dado mi palabra, Luz Marina.

—?Y eso que importa?

—Si no digo la verdad, tampoco puedo buscarla —respondio Vera con tono severo. Se miraron con expresion decidida—. Yo no tengo hijos y tu no tienes madre. Nina, si pudiera ayudarte, lo haria, pero no en esos terminos. Yo cumplo mis promesas.

—Yo no hago promesas —puntualizo Luz. Quito un poco de hilo del huso y Vera lo ovillo.

6

Las puntas de los latigos restallaron en las puertas. Se oyeron voces masculinas. En Granja del Rio Abajo alguien gritaba o chillaba. Los aldeanos se apinaban en la bruma fria en la que dominaba el olor a humo; aun no habia amanecido, las casas y los rostros se desvanecian en medio de la niebla y las penumbras. Aterrados por el miedo y la confusion de sus padres, dentro de las casitas los ninos chillaban. La gente intentaba encender las lamparas, encontrar la ropa, calmar a los pequenos. Excitados, armados entre los indefensos y vestidos entre los desnudos, los guardias de la Ciudad abrian puertas, se introducian en el calido y oscuro interior de las viviendas, daban ordenes a los aldeanos y a sus companeros, empujaban a los hombres a un lado y a las mujeres al otro; dispersos como estaban en la oscuridad, entre las casas y entre el gentio creciente que se apinaba en la unica calle de la aldea, el oficial no podia controlarlos; solo la mansedumbre de los aldeanos impedia que la brutal excitacion se convirtiera en un extasis de asesinato y violacion. Los aldeanos protestaron, discutieron e hicieron preguntas, pero como la mayoria creia que los estaban arrestando y en el Templo habian acordado no resistirse, obedecieron diligentemente las ordenes de los guardias; en cuanto comprendieron las ordenes, transmitieron la informacion rapida y claramente —los hombres adultos a la calle, las mujeres y los ninos debian permanecer en las casas— como medida de proteccion. El frenetico oficial observo que los detenidos se agrupaban por su cuenta. En cuanto se formo un grupo de veinte hombres, ordeno a cuatro guardias —uno de ellos armado con un mosquete— que salieran en formacion de la aldea. De la misma manera habian sacado a dos grupos de Aldea de la Meseta. Estaban reuniendo al cuarto grupo en Aldea Sur cuando aparecio Lev. Rosa, la esposa de Lyon, habia corrido de Meseta al Arrabal, habia llamado agotada a la puerta de la casa de los Shults e informado sin resuello: «Se llevan a los hombres. Los guardias se llevan a todos los hombres». Lev habia partido de inmediato, en solitario, encomendando a Sasha que despertara al resto del Arrabal. Llego jadeante a causa de los tres kilometros de carrera y vio que la niebla raleaba, se tornaba luminosa. Las figuras de aldeanos y guardias en la Carretera Sur destacaban con las primeras luces mientras Lev acortaba camino por los campos rumbo a la cabeza del grupo. Se detuvo delante del hombre que encabezaba la irregular formacion.

—?Que pasa?

—Se ha ordenado un reclutamiento de trabajadores. Pongase en la fila, con el resto.

Lev conocia al guardia, un sujeto alto llamado Angel; habian pasado un ano juntos en la escuela. Vientosur y las otras arrabaleras le temian porque siempre que podia Angel las arrinconaba en el pasillo e intentaba meterles mano.

—Pongase en la fila —repitio Angel y alzo el mosquete, apoyando la punta del canon en el pecho de Lev. Su respiracion era casi tan agitada como la de Lev y tenias las pupilas muy dilatadas; solto una especie de risa chirriante al ver que la respiracion espasmodica de Lev hacia que el canon subiera y bajara—. Chico, ?ha visto como suenan cuando se disparan? Un ruido estrepitoso, estentoreo, como el de la semilla de un arbol anillado… —Apreto el mosquete contra las costillas de Lev, apunto subitamente hacia el cielo y disparo.

Atontado por el aterrador estampido, Lev se tambaleo y quedo anonadado. El rostro de Angel palidecio; luego se quedo en blanco unos segundos, estremecido por el culatazo del arma torpemente fabricada.

Creyendo que habian disparado a Lev, los aldeanos situados detras se acercaron en tropel y los otros guardias corrieron con ellos, gritando y maldiciendo. Extendieron los largos latigos y los chasquearon, haciendolos parpadear pavorosamente en medio de la niebla.

—Estoy bien —afirmo Lev. Oyo su propia voz debil y lejana—. ?Estoy bien! —grito con todas sus fuerzas. Oyo que Angel tambien gritaba y vio que un aldeano recibia un latigazo en pleno rostro—. ?Vuelvan a la fila!

Lev se unio al grupo de aldeanos y se reagruparon. Obedecieron a los guardias, se dividieron en pares y trios y echaron a andar hacia el sur por el accidentado carril.

—?Por que vamos hacia el sur? Esta no es la Carretera de la Ciudad, ?por que nos dirigimos al sur? — pregunto el que iba a su lado, un chico de unos dieciocho anos cuya voz denotaba inquietud.

—Han decidido practicar un reclutamiento de trabajadores —respondio Lev—. No se para que clase de faena. ?A cuantos se han llevado? —Sacudio la cabeza para librarse del zumbante vertigo.

—A todos los hombres de nuestro valle. ?Por que tenemos que ir?

—Para que nuestros companeros vuelvan. Cuando estemos todos reunidos, podremos actuar juntos. Todo saldra bien. ?Hay algun herido?

—No lo se.

—Todo saldra bien. Debemos mantenernos firmes —susurro Lev sin saber lo que decia.

Se fue rezagando hasta quedar junto al hombre al que habian azotado. Este caminaba tapandose los ojos con el brazo y otro hombre lo sujetaba del hombro para guiarlo; eran los ultimos de la fila. Un guardia los seguia, apenas visible en medio de la niebla baja.

—?Puedes ver?

—No lo se —respondio el hombre y se protegio la cara con el brazo. Su pelo cano estaba revuelto y erizado; llevaba camisa de dormir y pantalon e iba descalzo; sus pies anchos y desnudos resultaban extranamente infantiles, tropezaban y se golpeaban con las piedras y el barro del camino.

—Pamplona, aparta el brazo para que podamos ver que tienes en los ojos —dijo preocupado el segundo hombre.

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