maleza enredada que bajaba hasta el rio y sobre las hojas de los arboles del algodon en la ribera: un tamborileo casi imperceptible, delicado y amplio.
Los ojos del capitan, que intentaban abarcarlo todo —guardias, aldeanos, la pila de aperos—, se cruzaron con los de Lev. Se miraron cara a cara.
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—Digales que vuelvan al trabajo.
—?De acuerdo! —exclamo Lev y se volvio—. Rolf y Adi, ?pueden hacer una camilla? Ustedes y dos guardias trasladaran a Pamplona al Arrabal. Thomas y Sol lo acompanaran. Los demas volveremos al trabajo, ?de acuerdo?
Lev y los demas arrabaleros se acercaron a la pila de piquetas y azadas, recogieron sus aperos y, sin prisas, volvieron a desplegarse por la ladera, cortando los tapetes de zarzas y arrancando las raices de los arbustos.
El capitan Eden se dirigio a sus hombres con una sensacion hormigueante en la boca del estomago. Los dos guardias a los que habia dado ordenes se encontraban muy cerca.
—Antes de dirigirse a la Ciudad, escoltaran a los enfermos a la aldea. Y regresaran por la noche con dos hombres sanos, ?esta claro? —Vio que Angel, mosquete en mano, lo miraba—. Teniente, usted los acompanara —anadio energicamente.
Los dos guardias saludaron con expresion vacia. La mirada de Angel era descaradamente insolente, burlona.
En torno a la hoguera, esa noche Lev y tres aldeanos se reunieron nuevamente con el capitan.
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—?Martin, lleve a estos hombres al sitio que les corresponde! —ordeno el capitan al hombre de guardia.
El guardia se adelanto sosteniendo el extremo del latigo; los aldeanos se miraron, se encogieron de hombros y retornaron a su fogata. El capitan Eden se dijo que lo importante era no hablar, impedir que hablaran. Cayo la noche, negra y diluviante. En la Ciudad nunca llovia de esa manera: habia techos. En la oscuridad el ruido de la lluvia era espantoso, sonaba en todas partes, a traves de kilometros, kilometros y kilometros de oscura inmensidad. Los fuegos chisporroteaban y se apagaban. Los guardias se agazapaban deprimidos bajo los arboles, apoyaban las bocas de los mosquetes en el barro asfixiante, se acurrucaban, maldecian y temblaban. Al despuntar el dia, los aldeanos no estaban: se habian desvanecido durante la noche, en medio de la lluvia. Tambien faltaban catorce guardias.
Palido, afonico, derrotado y desafiante, el capitan Eden reunio a lo que quedaba del destacamento calado hasta los huesos y emprendio el regreso a la Ciudad. Perderia su rango, tal vez lo azotarian o mutilarian como castigo a su fracaso, pero de momento no le importaba. No le importaba nada de lo que pudieran hacerle salvo el exilio. Seguramente comprenderian que no era culpa suya, que nadie podia hacer ese trabajo. El exilio no era corriente, solo se aplicaba en el caso de los peores delitos: traicion o asesinato de un Jefe; los hombres expulsados de la Ciudad eran trasladados en bote costa arriba, abandonados en medio de la inmensidad, totalmente solos, para ser torturados y abatidos si osaban retornar, pero nunca nadie habia regresado; habian muerto en la soledad, perdidos, en ese vacio terrible y desamparado, en medio del silencio. El capitan Eden respiraba agitado mientras avanzaba, buscando con la mirada los primeros indicios de los tejados de la Ciudad.
A causa de la oscuridad y de la lluvia torrencial, los aldeanos habian tenido que seguir la Carretera Sur; se habrian perdido en el acto si hubiesen intentado dispersarse por las colinas. Ya era muy dificil seguir la carretera, que no era mas que un carril gastado por las pisadas de los pescadores e irregularmente cubierto de baches producidos por las ruedas de los carros que transportaban madera. Tuvieron que desplazarse muy lentamente, buscando el camino a tientas, hasta que escampo y empezo a clarear. La mayoria de ellos se habia largado en las horas posteriores a la medianoche y con las primeras luces apenas estaba a medio camino. Pese al temor de la persecucion, casi todos caminaron por la carretera para ir mas rapido. Lev habia partido con el ultimo grupo y ahora quedo deliberadamente rezagado. Si veia que los guardias se aproximaban, lanzaria un grito de advertencia y los aldeanos abandonarian la carretera y se internarian en la maleza. No era imprescindible que lo hiciera, ya que todos estaban al acecho de lo que ocurria a sus espaldas, pero le servia de excusa para estar solo. No deseaba estar con los demas ni hablar; queria caminar solo junto a la victoria.
Habian ganado. Surtio efecto. Habian ganado la batalla sin violencia. No hubo muertos, sino solo un herido. Los «esclavos» liberados sin proferir amenazas ni dar un solo golpe; los Jefes regresaban corriendo junto a los Jefes para comunicar su fracaso y, tal vez, para preguntarse por que habian fracasado y para empezar a comprender, a ver la verdad… El capitan y los guardias eran hombres bastante buenos; cuando por fin entrevieran la libertad, irian en su busqueda. A largo plazo, la Ciudad se uniria al Arrabal. Cuando los guardias desertaran, los Jefes abandonarian su lamentable intento de gobernar, su ficcion de poder por encima de otros hombres. Tambien llegarian, aunque mas lentamente que los trabajadores; hasta ellos llegarian a comprender que para ser libres tenian que abandonar sus armas y sus defensas y salir, iguales entre iguales, hermanos. Entonces el sol asomaria sobre la comunidad de la Humanidad de Victoria, igual que ahora, bajo las densas masas nubosas de las colinas, estallaba clara la luz plateada, cada sombra retrocedia a saltos por el estrecho camino y cada charco de lluvia de la noche anterior relampagueaba como la sonrisa de un nino.
Y fui yo, penso Lev con incredulo deleite, fui yo el que hablo en nombre de ellos, a quien apelaron, y no les falle. ?Nos mantuvimos firmes! ?Oh, Dios mio, cuando disparo el mosquete al aire, pense que estaba muerto y enseguida crei que me habia quedado sordo! Ayer, con el capitan, no se me ocurrio pensar en lo que ocurriria si disparaba porque supe que habria sido incapaz de alzar el arma, el lo sabia, el arma no le servia de nada… Si hay algo que debes hacer, puedes hacerlo. Puedes mantenerte firme. Sali airoso, todos salimos airosos. Oh, Dios mio, cuanto los quiero, cuanto los quiero a todos. ?No sabia, no sabia que en el mundo existiera tanta felicidad!
Siguio andando bajo el aire vivo hacia su casa y la lluvia caida salpico sus pies con su risa rapida y fria.
7
—Necesitamos mas rehenes…, sobre todo a los cabecillas, a los dirigentes. Debemos azuzarlos para que nos desafien, pero sin aterrorizarlos hasta el extremo que tengan miedo de actuar. ?Me ha entendido? Su defensa es la pasividad y la chachara, chachara y mas chachara. Queremos que devuelvan el golpe mientras capturamos a sus lideres, para que el desafio quede desarticulado y se quiebre facilmente. Entonces se desmoralizaran y sera facil hacerlos trabajar. Debe tratar de apoderarse del chico, creo que se apellida Shults; del hombre Elia y de cualquiera que actue como portavoz. Debe provocarlos pero sin llegar a aterrorizarlos. ?Puede confiar en que sus hombres se detendran cuando les de la orden?
Luz no oyo la menor respuesta de Herman Macmilan, salvo un refunfuno negligente y esquivo. Evidentemente a Macmilan no le gustaba que le dijeran que «debia» hacer esto y aquello ni que le preguntaran si habia entendido.
—Ocupese de atrapar a Lev Shults. Su abuelo fue uno de los grandes cabecillas. Podemos amenazarlos con ejecuciones y practicarlas, si es necesario, pero seria mejor no apelar a este recurso. Si los asustamos demasiado, se aferraran a sus ideas y las mantendran con firmeza porque no tienen otra posibilidad. Lo que queremos hacer, que sin duda requerira moderacion de nuestra parte, es obligarlos a traicionar sus ideales, a perder la fe en sus dirigentes, sus razones y sus palabras acerca de la paz.
Luz estaba fuera del estudio de su padre, justo debajo de la ventana, abierta de par en par al aire lluvioso y sin viento. Herman Macmilan habia entrado atronadoramente en la casa pocos minutos antes, portando noticias; ella habia oido su voz, elevada en tono de colera y acusacion: «?Debimos apelar a mis hombres! ?Ya se lo habia dicho!». Luz queria averiguar que habia ocurrido y se sorprendio del hecho que alguien utilizara ese tono para