reconocer su impotencia.

—No puedo. Las cosas han ido demasiado lejos. —Falco trago de nuevo y volvio a intentarlo—. Luz Marina, regresa a casa conmigo. Devolvere inmediatamente a los rehenes. Doy mi palabra. —Miro a Lev y su rostro macilento expreso lo que no era capaz de decir: estaba pidiendole ayuda.

—?Devuelvelos! —exclamo Luz—. No tienes derecho a mantenerlos presos.

—Y tu volveras… —No llego a ser una pregunta.

Luz nego con la cabeza.

—No tienes derecho a mantenerme presa.

—Luz, no estas presa, eres mi hija. —Falco avanzo y la joven dio un paso atras.

—?No! —insistio—. No ire si me negocias. ?Jamas regresare mientras sigas atacando y persiguiendo a la gente! —tartamudeo e intento encontrar las palabras adecuadas—. ?Nunca me casare con Herman Macmilan ni lo mirare, lo detesto! ?Volvere cuando sea libre de entrar y salir, libre de hacer lo que elija, y mientras el pise Casa Falco, jamas volvere!

—?Macmilan? —pregunto el padre, que sufria atrozmente—. No estas obligada a casarte con Macmilan… —Callo y, desesperado, paseo la mirada de Luz a Lev—. Vuelve —insistio. La voz le temblaba y lucho por dominarse—. Si puedo, detendre el ataque. Hablaremos…, hablaremos con usted —se dirigio a Lev—. Hablaremos.

—Hablaremos ahora, mas tarde, cuando quiera —acepto Lev—. Senhor, es todo lo que pedimos. Sin embargo, no debe pedirle a su hija que cambie su libertad por la de Vera, por su buena voluntad o por nuestra seguridad. Es un error. No puede hacerlo, no lo permitiremos.

Falco volvio a quedarse inmovil, pero se trataba de otro tipo de quietud: ?la derrota o su negativa definitiva ante la derrota? Su rostro, palido y empapado por la lluvia o el sudor, estaba rigido, inexpresivo.

—Entonces no la dejara venir —dijo.

—No ire —apostillo Luz.

Falco asintio una vez, se volvio y se alejo lentamente por la orilla curva de la charca. Paso junto a los arbustos que se desdibujaban y borraban bajo el crepusculo y subio por la ladera de suave pendiente que llevaba a la carretera de la Ciudad. Su figura erguida, baja y sombria pronto desaparecio de la vista.

9

Una de las criadas llamo a la puerta de Vera, la abrio y dijo con el tono a medias impertinente y a medias timido que empleaban cuando «cumplian ordenes»:

—?Por favor, senhora Vera, don Luis quiere verla en el gran salon!

—Oh, cielos, oh, cielos. —Vera suspiro—. ?Sigue de mal humor?

—Espantoso —respondio Teresa, la criada, abandonando de inmediato la actitud de «estoy cumpliendo ordenes» y agachandose para rascar un callo de su pie endurecido, descalzo y rollizo.

A esa altura todas las chicas de Casa Falco consideraban a Vera una amiga, una especie de tia de la buena suerte o hermana mayor; hasta Silvia, la severa cocinera entrada en anos, habia ido a la habitacion de Vera el dia despues de la desaparicion de Luz y hablado del asunto con ella. Evidentemente, no la preocupaba en lo mas minimo buscar palabras tranquilizadoras en boca del enemigo.

—?Ha visto la cara de Michael? —pregunto Teresa—. Ayer don Luis le aflojo dos dientes porque tardaba en quitarle las botas, grunia y protestaba, ya sabe como trabaja, y don Luis le dio un puntapie con la bota todavia calzada. Ahora Michael esta hinchado como un murcielago con saco abdominal, tiene un aspecto rarisimo. Linda dice que ayer por la tarde don Luis fue solo al Arrabal, lo vio Thomas, de Casa Marquez, ascendia por la carretera. ?Que cree que ha ocurrido? ?Cree que pretendia robar y traer de vuelta a la pobre senhorita Luz?

—Oh, cielos. —Vera volvio a suspirar—. Sera mejor que no lo haga esperar. —Se aliso el pelo y se acomodo la ropa. Siguio hablando con Teresa—: Llevas unos pendientes muy bonitos. ?Vamos! —Siguio a la muchacha hasta el salon de Casa Falco.

Luis Falco estaba sentado junto a la ventana, contemplando Bahia Songe. La vibrante luz matinal se extendia sobre el mar; las nubes eran grandes y turbulentas, las crestas resplandecian blancas cuando el sol las iluminaba y se oscurecian en los momentos en que el viento amainaba y las nubes mas altas impedian el paso de la luz. Falco se puso en pie para recibir a Vera. Su expresion denotaba dureza y gran cansancio. No la miro mientras le hablaba:

Senhora, si tiene aqui algunas pertenencias que desee llevarse, haga el favor de ir a buscarlas.

—No tengo nada —replico Vera lentamente.

Hasta entonces Falco nunca la habia asustado; a decir verdad, durante el mes que habia pasado en su casa, habia acabado por caerle muy bien, termino respetandolo. Ahora algo habia cambiado en el; no eran el dolor y la rabia visibles y comprensibles desde la huida de Luz; en el se habia producido un cambio, no una emocion, sino una manifestacion de destruccion, como la de una persona mortalmente enferma o herida. Vera deseaba contactarse con el, pero no supo como hacerlo.

—Don Luis, usted me dio la ropa y lo demas —anadio. Vera sabia que la ropa que ahora vestia habia pertenecido a la esposa de Falco; habia hecho llevar a su habitacion un arcon con prendas, bellas faldas, blusas y chales finamente tejidos, doblados con primor y con hojas de lavanda dulce intercaladas hacia tanto tiempo que el perfume se habia evaporado—. ?Quiere que vaya a ponerme mi ropa? —pregunto.

—No…, si, claro, si es lo que quiere. Haga lo que prefiera… Por favor, regrese lo antes posible.

Cuando Vera regreso cinco minutos mas tarde con su traje de seda blanca de los arboles, Falco estaba nuevamente inmovil en el asiento de la ventana, contemplando la enorme bahia gris cubierta por las nubes.

Cuando Vera se acerco, Falco volvio a levantarse, pero esta vez tampoco la miro.

—Por favor, senhora, acompaneme.

—?Adonde? —pregunto Vera sin moverse.

—Al Arrabal —anadio como si hubiera olvidado mencionarlo porque estaba en otra cosa—. Espero que sea posible el reencuentro con los suyos.

—Yo tambien lo espero. Don Luis, ?acaso hay algo que lo vuelva imposible?

Falco no replico. Vera noto que no eludia la pregunta, simplemente el esfuerzo de responder lo superaba. Falco se hizo a un lado para dejarla pasar. Vera contemplo el gran salon que tan bien habia llegado a conocer y miro el rostro del hombre.

—Don Luis, me gustaria agradecerle su amabilidad para conmigo —dijo con formalidad—. Recordare la autentica hospitalidad que convirtio a una prisionera en invitada.

El rostro cansado de Falco no se demudo; meneo la cabeza y espero a que Vera pasara.

Vera lo adelanto y el la siguio por el vestibulo hasta la calle. La mujer no habia atravesado el umbral desde el dia en que la llevaron a la casa.

Esperaba encontrar afuera a Jan, a Hari y a los demas, pero de ellos no habia indicios. Una docena de hombres, en los que reconocio a los criados y a la guardia personal de Falco, esperaban agrupados; tambien diviso a otro conjunto de hombres de edad madura, entre los que figuraban el Concejal Marquez y Cooper —el cunado de Falco—, asi como parte de su sequito: unos treinta en total. Falco les echo un rapido vistazo y a continuacion, mecanicamente deferente con Vera y dejando que lo precediera un paso, se puso a caminar por la empinada calle, haciendo una senal al resto para que lo siguieran.

Mientras caminaban, Vera oyo que el viejo Marquez hablaba con Falco, pero no se entero de que decian. Caramarcada —Anibal— le hizo un ligerisimo guino mientras avanzaba elegantemente al lado de su hermano. La fuerza del viento y el brillo del sol despues de haber pasado tanto tiempo puertas adentro o en el jardin amurallado de la casa, la dejaron perpleja; se sentia insegura al andar, como si hubiera permanecido mucho tiempo enferma en cama.

Delante del Capitolio esperaba un grupo mas nutrido, cuarenta hombres, tal vez cincuenta, todos muy jovenes y vestidos con el mismo tipo de chaqueta, de una gruesa tela marron negruzca; las hilanderias debieron haber trabajado horas extras para fabricar tanta cantidad de la misma tela, penso Vera. Como todas las

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