chaquetas tenian cinturon y grandes botones de metal, eran muy parecidas. Todos los hombres portaban latigo y mosquete. Semejaban uno de los murales del interior del Capitolio. Alto y de anchos hombros, Herman Macmilan se adelanto sonriente:

—?A su servicio, don Luis!

—Buenos dias, don Herman. ?Todo preparado? —pregunto Falco con voz ahogada.

—Todo preparado, senhor. ?Hombres, al Arrabal!

Dio media vuelta y encabezo la columna de hombres Calle del Mar arriba, sin esperar a Falco, que tomo a Vera del brazo y la hizo correr entre los chaquetas oscuras para reunirse con Macmilan en la vanguardia del destacamento. Sus propios seguidores intentaron pisarle los talones. Vera se vio zarandeada entre los hombres, con sus armas y los mangos de los latigos, sus brazos fuertes, sus rostros que la miraban desde arriba, jovenes y hostiles. La calle era estrecha y Falco se abrio paso por la fuerza, arrastrando consigo a Vera. En cuanto se situo al lado de Macmilan, al frente del destacamento, solto el brazo de Vera y camino serenamente, como si en todo momento hubiera ocupado la cabecera.

Macmilan lo miro y sonrio con su proverbial sonrisa fruncida y altanera. Al ver a Vera simulo sorprenderse.

—Don Luis, ?quien es esa? ?Ha traido una duena?

—?Se han recibido nuevos informes del Arrabal en la ultima hora?

—Segun el ultimo parte, siguen reuniendose. Aun no se han puesto en movimiento.

—?La Guardia de la Ciudad saldra a nuestro encuentro en el Monumento?

El joven asintio.

—Con algunos refuerzos que Angel reunio. ?Ya era hora que nos pusieramos en marcha! Estos hombres han esperado demasiado.

—Son sus hombres; espero que sepa hacerles mantener el orden —puntualizo Falco.

—Estan deseosos de entrar en accion —anadio Macmilan con falsa intimidad.

Vera noto que Falco le dirigia una rapida y sombria mirada.

—Escucheme bien, don Herman. Si sus hombres no aceptan ordenes, si usted no acepta ordenes, nos detenemos aqui mismo y ahora. —Falco paro y la fuerza de su personalidad era tal que Vera, Macmilan y los hombres que iban a la zaga tambien se detuvieron, como si estuvieran unidos a el con una cuerda.

La sonrisa de Macmilan se habia esfumado.

—Concejal, es usted quien esta al mando —declaro con un ademan que no lograba encubrir su profundo malestar.

Falco asintio y reanudo la marcha. Vera noto que ahora el era quien daba la pauta.

Al acercarse a los acantilados Vera vio que en lo alto, cerca del Monumento, los esperaba un grupo de hombres aun mas numeroso. Cuando llegaron al punto mas elevado y pasaron bajo la sombra de la sordida y espectral astronave, ese destacamento se sumo a la retaguardia de los hombres de Falco y los chaquetas marrones de Macmilan, de modo que en la carretera ahora habia mas de doscientos hombres de la Ciudad.

?Que se proponen?, se pregunto Vera. ?Se trata del ataque al Arrabal? ?Por que me han traido? ?Que pretenden? Falco esta enloquecido de dolor, Macmilan esta enloquecido de envidia y estos hombres, todos estos hombres, tan corpulentos, con sus armas y sus chaquetas y su paso vivo… No puedo seguir este ritmo. ?Ojala Hari y los demas estuvieran aqui para ver un rostro humano! ?Por que me han traido solo a mi? ?Donde estan los demas rehenes? ?Los han matado? Todos estan locos, se huele, huelen a sangre… ?Saben en el Arrabal lo que estos hombres se proponen? ?Lo saben? ?Como reaccionaran? ?Elia! ?Andre! ?Mi querido Lev! ?Que piensan hacer, que piensan hacer? ?Podran resistir? No puedo seguir este paso, caminan muy rapido, no puedo seguirlos.

Aunque la poblacion del Arrabal y de las aldeas empezo a congregarse a primera hora de la manana —para la Corta Marcha, como la designo Sasha sin el menor asomo de ironia—, hasta casi mediodia no se puso en camino; como era un grupo multitudinario, torpe y algo caotico a causa de la presencia de muchos ninos y de la llegada constante de rezagados que buscaban amigos junto a los que caminar, no se desplazaron rapidamente por la Carretera de la Ciudad.

Por su parte, Falco y Macmilan se habian trasladado velozmente cuando supieron que en la carretera habia una gran concentracion de arrabaleros. A mediodia habian sacado sus efectivos a la carretera —el ejercito de Macmilan, los Guardias de la Ciudad, los guardaespaldas personales de varios Jefes y un grupo variado de voluntarios— y se movian deprisa.

Ambos grupos se encontraron en la carretera, en la Colina de la Cumbre Pedregosa, mas cerca del Arrabal que de la Ciudad. La vanguardia del Pueblo de la Paz corono la baja cresta de la colina y vio que los hombres de la Ciudad subian por la cuesta. Se detuvieron en el acto. Poseian la ventaja de una altura superior y la desventaja que la mayoria aun se encontraba en el lado oriental de la colina y no podia ver que ocurria ni ser vista. Elia propuso a Andre y a Lev que retrocedieran un centenar de metros para recibir en un pie de igualdad a la Ciudad en la cumbre de la colina; aunque este repliegue podria interpretarse como condescendencia o debilidad, llegaron a la conclusion que era lo mejor. Valio la pena ver la cara de Herman Macmilan cuando se pavoneo en la cresta de la colina y descubrio lo que le esperaba: alrededor de cuatro mil personas congregadas en la carretera, en toda la ladera de la colina y mas atras, en el llano; ninos, mujeres y hombres, la mayor concentracion de seres humanos que tuvo lugar en ese mundo. Ademas, cantaban. El rostro rubicundo de Macmilan perdio el color. Lanzo una orden a sus hombres, los chaquetas marrones, y todos manipularon las armas y las prepararon. Muchos guardias y voluntarios se habian puesto a gritar y a chillar para tapar los cantos y paso un rato hasta que se logro que guardaran silencio para que los cabecillas de los dos grupos pudieran parlamentar.

Falco habia empezado a hablar, pero aun persistia el revuelo y su voz seca no se oia. Lev dio un paso al frente y tomo la palabra. Su voz silencio las demas y resono jubilosa en el aire plateado y ventoso de la cumbre de la colina.

—?El Pueblo de la Paz saluda con camaraderia a los representantes de la Ciudad! Hemos venido a explicar lo que pretendemos hacer, lo que les pedimos que hagan ustedes y lo que ocurrira si rechazan nuestras decisiones. ?Pueblo de Victoria, oigan lo que decimos, ya que aqui estan puestas todas nuestras esperanzas! En primer lugar, deben dejar en libertad a los rehenes. En segundo lugar, no habra mas reclutamientos para trabajos forzosos. En tercero, representantes del Arrabal y la Ciudad se reuniran a fin de establecer un acuerdo comercial mas equitativo. Por ultimo, el plan del Arrabal para establecer una colonia en el norte proseguira sin interferencias de la Ciudad, del mismo modo que el plan de la Ciudad para abrir el Valle del Sur a lo largo del Rio Molino y crear un asentamiento proseguira sin interferencias del Arrabal. Todos los habitantes del Arrabal han evaluado y acordado estos cuatro puntos, que no son susceptibles de negociacion. La poblacion del Arrabal advierte a la de la Ciudad que si la Junta no los acepta, toda cooperacion en el trabajo, el comercio, la provision de alimentos, madera, panos, minerales y productos se interrumpira y no se reanudara a menos que se negocien y se apliquen los cuatro puntos. Esta decision no esta abierta a debate. Bajo ningun concepto emplearemos la violencia con ustedes pero, a menos que se satisfagan nuestras demandas, no cooperaremos de ninguna manera. Tampoco negociaremos ni llegaremos a un acuerdo. Hablo en nombre de la conciencia de mi pueblo. Nos mantendremos firmes.

Rodeada por los corpulentos hombres de chaqueta marron que solo le permitian ver hombros, espaldas y culatas de mosquete, Vera estaba temblorosa, todavia sin aliento a causa de la rapida marcha, y luchaba por contener el llanto. La voz clara, valiente, potente y juvenil, que hablaba sin colera ni incertidumbre, que entonaba las palabras de la razon y la paz, que entonaba el alma de Lev, su propia alma, el alma de todos, el desafio y la esperanza…

—Sin lugar a dudas, no habra negociacion ni pacto —declaro la voz seca y sombria, la voz de Falco—. En eso estamos de acuerdo. Vuestra demostracion numerica de fuerza es impresionante. Pero sera mejor que todos recuerden que nosotros representamos la ley y que estamos armados. No deseo que haya violencia. Es innecesaria. Son ustedes los que la han impuesto trayendo semejante multitud para encajarnos vuestras demandas. Es intolerable. Si su gente intenta dar un paso mas hacia la Ciudad, nuestros hombres recibiran la orden de impedirlo. Recaera en usted la responsabilidad de toda lesion o muerte. Nos ha obligado a adoptar medidas excepcionales para defender la Comunidad del Hombre de Victoria. No vacilaremos en aplicarlas. De inmediato dare la orden a fin que este gentio se disperse y regrese a sus casas. Si no la acatan en el acto, ordenare a mis hombres que disparen a discrecion. Antes me gustaria intercambiar rehenes, tal como hemos acordado. ?Estan aqui las dos mujeres, Vera Adelson y Luz Marina Falco? Que crucen sanas y salvas la linea que

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