—Te han dicho que les pasaras la pelota y lo has hecho…

—Quieren jugar un partido. Nosotros solo estabamos pasando el rato. Ya hemos tenido nuestro turno.

—Pero es que no te la piden, te ordenan que les des la pelota. ?No tienes orgullo?

Los ojos de Lev eran oscuros, su rostro era oscuro y aspero, inacabado; esbozo una sonrisa tierna y sorprendida.

—?Orgullo? Claro que si. Si no lo tuviera, me quedaria la pelota cuando les toca el turno a ellos.

—?Por que tienes siempre tantas respuestas?

—Porque la vida siempre tiene preguntas.

Lev rio y siguio mirandola como si la propia Luz fuera una pregunta, una pregunta repentina y sin respuesta. Lev tenia razon, ya que ella no tenia ni la mas remota idea de los motivos por los que lo desafiaba.

Timmo seguia a su lado, algo incomodo. Algunos de los chicos del campo de deportes los observaban: dos arrabaleros hablando con una senhorita.

Sin pronunciar palabra, los tres se alejaron de la escuela y descendieron por la calle de abajo, para que desde el campo no pudieran verlos.

—Si cualquiera de ellos se dirigiera a los demas con ese tono, tal como te gritaron, habria habido una pelea —dijo Luz—. ?Por que no peleas?

—?Pelear por una pelota de futbol?

—?Por lo que sea!

—Ya lo hacemos.

—?Cuando? ?Como? Lo unico que haces es largarte.

—Todos los dias entramos en la Ciudad para asistir a clase —respondio Lev.

Ahora que caminaban uno al lado del otro, Lev no la miraba y su rostro tenia la expresion de costumbre, era el rostro de un chico corriente, hosco y testarudo. Al principio Luz no comprendio a que se referia Lev y cuando lo entendio, no supo que decir.

—Punos y navajas son lo menos importante —anadio. Tal vez percibio pomposidad en su tono, cierta jactancia, ya que se volvio hacia Luz, rio y se encogio de hombros—. ?Las palabras tampoco sirven de mucho!

Abandonaron las sombras de una casa y se zambulleron en la luz dorada y uniforme. Convertido en un manchon derretido, el sol yacia entre el oscuro mar y las nubes oscuras y los tejados de la Ciudad ardian con un fuego extraterrenal. Los tres jovenes hicieron un alto y contemplaron el brillo y la oscuridad tremebundos de poniente. El viento marino —que olia a sal, a espacio y a humo de madera— les helo el rostro.

—No te das cuenta —dijo Lev—, salta a la vista…, podrias ver como deberia ser, como es.

Luz lo vio con los ojos de Lev, vio la gloria, la Ciudad como deberia ser y como era.

El instante se quebro. La bruma de gloria aun ardia entre el sol y la tormenta, la Ciudad aun se alzaba dorada y en peligro en la orilla eterna; algunas muchachas descendieron por la calle tras ellos, charlando y llamandose. Eran arrabaleras que se habian quedado en la escuela despues de clase para ayudar a las maestras a limpiar las aulas. Se reunieron con Timmo y Lev y saludaron a Luz amable aunque precavidamente, tal como habia hecho Timmo. El camino a la casa de Luz torcia a la izquierda, internandose en la Ciudad; el de ellos ascendia a la derecha, atravesaba los acantilados y desembocaba en Carretera del Arrabal.

Mientras descendia por la empinada calle, Luz miro hacia atras para verlos subir. Las chicas llevaban ropa de trabajo de colores vivos y pastel. Las chicas de la Ciudad se burlaban de las del Arrabal por usar pantalones; sin embargo, confeccionaban sus faldas con panos arrabaleros siempre que podian, ya que eran mas finos y estaban mejor tenidos que los que se fabricaban en la Ciudad. Los pantalones y las chaquetas de manga larga y cuello alto de los chicos tenian el color blanco cremoso de la fibra natural de hierba de seda. La marana de pelo grueso y sedoso de Lev aparecia muy negra por encima de tanta blancura. Caminaba detras de todos, junto a Vientosur, una muchacha hermosa y de voz pausada. Tal como tenia girada la cabeza, Luz supo que Lev estaba escuchando esa voz sosegada y que sonreia.

—?Joder! —mascullo Luz y siguio calle abajo, mientras las largas faldas le azotaban los tobillos.

Habia recibido una educacion demasiado esmerada para saber juramentos. Conocia la palabra «?Mierda!» porque su padre la pronunciaba, incluso en presencia de mujeres, cuando se enfadaba. Luz jamas decia «?Mierda!» porque era patrimonio de su progenitor. Anos atras Eva le habia confesado que «joder» era una palabra muy soez y por eso la empleaba cuando estaba a solas.

Alli, materializandose como un no-se-que salido de la nada y gibosa, vagamente plumosa y con sus ojos pequenos, redondos y brillantes, estaba su duena, Prima Lores, de la que suponia que media hora antes se habia dado por vencida y regresado a casa.

—?Luz Marina! ?Luz Marina! ?Donde te habias metido? He esperado y esperado… He ido corriendo a Casa Falco y he regresado a la escuela a la carrera…, ?donde te habias metido? ?Desde cuando hablas sola? Afloja el paso, Luz Marina, estoy con la lengua afuera, estoy con la lengua afuera.

Luz no estaba dispuesta a aflojar el paso para darle el gusto a la pobre mujer protestona. Siguio avanzando, intentando contener las lagrimas que afloraban muy a su pesar: lagrimas de rabia porque nunca podia andar sola, nunca podia hacer algo por si misma, nunca. Porque los hombres lo dirigian todo. Siempre se salian con la suya. Y todas las mujeres mayores estaban con ellos. Por eso una chica no podia andar sola por las calles de la Ciudad, ya que algun obrero borracho podia insultarla y, ?que ocurriria si despues lo metian preso o le cortaban las orejas por lo que habia hecho? No seria nada bueno. La reputacion de la chica se iria al garete. Porque su reputacion era lo que los hombres pensaban de ella. Los hombres pensaban todo, hacian todo, dirigian todo, creaban todo, hacian las leyes, transgredian las leyes, castigaban a los infractores; no quedaba espacio para las mujeres, no habia Ciudad para las mujeres. Ningun sitio, ningun lugar salvo sus aposentos, a solas.

Hasta una arrabalera era mas libre que ella. Hasta Lev, que no luchaba por una pelota de futbol, pero que desafiaba a la noche cuando esta ascendia por encima del limite del mundo y que se reia de las leyes. Hasta Vientosur, que era tan serena y apacible… Vientosur podia volver andando a casa con quien le diera la gana, tomada de la mano a traves de los campos abiertos bajo el viento vespertino, corriendo para librarse de la lluvia.

La lluvia tamborileaba en el techo de tejas del desvan en el que, cuando por fin llego a casa, se habia refugiado aquel dia de hacia tres anos, acompanada hasta la puerta por una Prima Lores que no dejo de resoplar y parlotear.

La lluvia tamborileaba en el techo de tejas del desvan en el que hoy se habia refugiado.

Habian pasado tres anos desde aquella tarde bajo la luz dorada. Y no habia nada que diera cuenta del paso del tiempo. Ahora incluso habia menos que lo que hubo. Hacia tres anos aun iba a la escuela; habia creido que cuando terminara la escuela seria magicamente libre.

Una carcel. Toda Victoria era una carcel, una prision. Y no habia escapatoria. No habia adonde ir.

Solo Lev se habia largado y encontrado un nuevo lugar en el lejano norte, en la inmensidad, un sitio al que ir… Y Lev habia regresado, habia dado la cara y le habia dicho «no» al Jefe Falco.

Pero Lev era libre, siempre lo habia sido. Por eso no habia otro tiempo en su vida, anterior o posterior, semejante al rato que habia compartido con el en las alturas de su Ciudad, bajo la luz dorada anterior a la tormenta, y en el que habia visto con el que era la libertad. Durante un instante. Una rafaga de viento marino, el encuentro de unas miradas.

Habia transcurrido mas de un ano desde la ultima vez que lo vio. Lev se habia ido, regresado al Arrabal, partido hacia el nuevo asentamiento, se habia largado libre, olvidandola. ?Por que tenia que recordarla? ?Por que tenia que recordarlo? Luz tenia otros asuntos en los que pensar. Era una mujer adulta. Tenia que afrontar la vida. Incluso aunque todo lo que la vida le deparara fuera una puerta con el cerrojo echado y, detras de la puerta cerrada con llave, ninguna habitacion.

3

Seis kilometros separaban los dos asentamientos humanos del planeta Victoria. Por lo que sabian los habitantes del Arrabal y de Ciudad Victoria, no existia ningun otro asentamiento.

Mucha gente trabajaba acarreando productos o secando pescado, lo que con frecuencia la obligaba a desplazarse de un asentamiento a otro, pero eran muchos mas los que vivian en la Ciudad y jamas acudian al

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