—Les doy mi palabra que permanecere donde me digan, pero preferiria estar con mis amigos —intervino Vera.

—?Por favor, senora, callese! —ordeno el oficial y se sujeto la cabeza con las manos—. De acuerdo. Ustedes dos, llevenla a Casa Falco.

—Mis amigos tambien daran su palabra si… —intento anadir Vera.

El oficial ya le habia dado la espalda y grito:

—?De acuerdo! ?Adelante! ?En fila india!

—Por aqui, senhora —dijo Caramarcada.

Vera se detuvo en la bocacalle y alzo la mano para saludar a sus cuatro companeros, que ahora iban calle abajo.

—?Paz! ?Paz! —grito Hari con gran entusiasmo.

Caramarcada mascullo algo y solto un escupitajo. Los dos guardias eran hombres que habrian asustado a Vera si se hubiera cruzado con ellos por las calles de la Ciudad pero en este momento, mientras caminaban flanqueandola, su modo de protegerla era evidente hasta en la forma de andar. Vera tuvo la sensacion que ellos se consideraban sus salvadores.

—?La carcel es muy desagradable? —inquirio.

—Borracheras, refriegas, hedores —replico Caramarcada.

—No es sitio para una dama, senhora —anadio el gemelo con grave decoro.

—?Es un sitio mas apto para hombres? —insistio Vera, pero ninguno de los dos respondio.

Casa Falco solo distaba tres calles del Capitolio: era un edificio grande, bajo, blanco y de techo de tejas rojas. La criada rolliza que abrio la puerta se perturbo en presencia de dos soldados y de una senhora desconocida; hizo una reverencia, hipo y murmuro:

—?Oh, hesumeria! ?Oh, hesumeria! —y huyo dejando al trio en el umbral.

Despues de una pausa prolongada en la que Vera converso con los guardias y se entero que ellos eran hermanos gemelos, que se llamaban Emiliano y Anibal y que les gustaba su profesion porque la paga era buena y no tenian que oir impertinencias de nadie, si bien a Anibal —Caramarcada— no le agradaba permanecer erguido tantas horas porque le dolian los pies y se le hinchaban los tobillos… Despues de la pausa, una joven aparecio en la entrada, una muchacha de espalda recta y mejillas rojas que meneaba sus largas faldas.

—Soy la senhorita Falco —se presento echando una rapida mirada a los guardias pero dirigiendose a Vera. Su expresion se demudo—. Lo siento, senhora Adelson, no la habia reconocido. ?Pase, por favor!

—Veras, querida, es una situacion embarazosa, no vengo como visitante, sino como presa. Estos caballeros han sido muy amables. Pensaron que la carcel no es un sitio para mujeres y me trajeron aqui. Creo que si paso ellos tambien tendran que entrar para vigilarme.

Las cejas de Luz Marina habian formado una delgada recta. Permanecio muda unos segundos.

—Pueden esperar aqui, en la entrada —dijo—. Sientense en los arcones —ofrecio a Anibal y a Emiliano—. La senhora Adelson se quedara conmigo.

Los gemelos cruzaron tiesos el umbral, detras de Vera.

—Pase, por favor —ofrecio Luz amablemente.

Vera entro en el vestibulo de Casa Falco, con sus sillones y sus sofas de madera acolchados, sus mesas taraceadas y su suelo de piedra adornado con dibujos, sus ventanas de grueso cristal y las enormes y frias chimeneas: su carcel.

—Por favor, tome asiento —ofrecio su carcelera y se acerco a una puerta interior para ordenar que prepararan el fuego y lo encendieran y que les sirvieran cafe.

Vera no se sento. Miro admirada a la joven a medida que regresaba a su lado.

—Querida, eres muy amable y atenta. Pero estoy realmente detenida…, por orden de tu padre.

—Esta es mi casa —declaro Luz con una voz tan seca como la de su padre—. En mi casa se acoge bien a las visitas.

Vera suspiro y se sento docilmente. El viento de las calles habia alborotado su cabellera cana; la estiro y cruzo sus manos delgadas y morenas sobre el regazo.

—?Por que la ha detenido? —Luz habia reprimido la pregunta y ahora salio disparada—. ?Que ha hecho?

—En fin, hemos venido para tratar de elaborar con la Junta los planes para el nuevo asentamiento.

—?Sabian que los detendrian?

—Era una posibilidad.

—?De que esta hablando?

—Del nuevo asentamiento…, diria que de la libertad. Querida, en realidad no deberia hablar contigo de este asunto. Me he comprometido a ser una detenida y los presos no deben pregonar su delito.

—?Por que no? —pregunto Luz desdenosamente—. ?Acaso es contagioso, como la gripe?

Vera rio.

—?Ya lo creo! Se que nos hemos visto antes…, pero no recuerdo donde nos conocimos.

La nerviosa criada entro rapidamente con una bandeja, la deposito sobre la mesa y salio espantada, sin aliento. Luz sirvio la bebida negra y caliente —llamada cafe y preparada con la raiz tostada de una planta nativa— en tazas de fino barro rojo.

—El ano pasado asisti al festival del Arrabal —respondio. Su voz habia perdido la sequedad autoritaria y ahora sonaba cohibida—. Fui a ver las danzas. Usted vino un par de veces a la escuela para hablarnos.

—?Es verdad! ?Lev, tu y el famoso grupo estudiaron juntos! Entonces conociste a Timmo. ?Te enteraste que el murio en la expedicion al norte?

—No, no lo sabia. Entonces murio en la inmensidad —dijo la joven y acompano la palabra inmensidad con un fugaz silencio—. ?Lev estaba…, esta Lev en la carcel?

—No, no ha venido con nosotros. Sabras que en la guerra las fuerzas nunca se concentran en un solo frente.

Vera bebio un sorbo de cafe con renovado entusiasmo y el sabor la llevo a hacer una ligera mueca.

—?La guerra?

—Estoy hablando de una guerra sin combates. Probablemente hablo de una rebelion, como dice tu padre. Espero que solo se trate de un desacuerdo. —Daba la sensacion que Luz no entendia nada—. ?Sabes que es la guerra?

—Si, claro que si. Cientos de personas se matan entre si. La historia de la Tierra, que estudiamos en la escuela, no hablaba de otra cosa. Pero suponia…, suponia que ustedes no luchaban.

—Y no estas equivocada —coincidio Vera—. No luchamos, al menos no lo hacemos con navajas y armas. Pero cuando nos ponemos de acuerdo en que hay que hacer algo o en que algo no debe hacerse, nos volvemos muy testarudos. Y cuando nuestra testarudez topa con otra testarudez, puede estallar una especie de guerra, un combate ideologico, el unico tipo de guerra que es posible ganar. ?Te das cuenta? —Evidentemente, Luz no entendia—. No te preocupes —prosiguio Vera afablemente—, ya llegara el dia en que lo comprenderas.

4

El arbol anillado de Victoria llevaba una doble vida. Comenzaba por un unico planton de crecimiento rapido con hojas rojas dentadas. Una vez maduro, florecia prodigamente y daba grandes flores de color miel. Atraidos por los dulces petalos, los no-se-que y otros pequenos seres voladores los comian y asi fertilizaban el amargo corazon de la flor con polen adherido a su pelaje, sus escamas, sus alas o barbas. El resto fertilizado de la flor se enroscaba hasta formar una semilla dura. Aunque en el arbol podia haber cientos, se secaban y caian, una tras otra, dejando una unica semilla en una elevada rama central. Esta semilla dura y de sabor desagradable crecia y crecia al tiempo que el arbol se debilitaba y marchitaba, hasta que las ramas peladas se hundian pesarosas bajo el peso de la bola grande y negra de la semilla. Despues, alguna tarde en que el sol otonal se abria paso entre los nubarrones, la semilla realizaba su extraordinaria hazana: estallaba, madurada por el paso del tiempo y calentada por el sol. Soltaba un estampido que podia oirse en varios kilometros a la redonda. Se levantaba una nube de

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