Arrabal o los que vivian en una de las aldeas agricolas proximas a esta y nunca, ano tras ano, visitaban la Ciudad.
Cuando el grupusculo —formado por cuatro hombres y una mujer— bajo por la Carretera del Arrabal hasta el borde de los acantilados, algunos miraron con animada curiosidad y profundo respeto la Ciudad que se extendia a sus pies, en la accidentada orilla de Bahia Songe; hicieron un alto bajo la Torre del Monumento —el caparazon de ceramica de una de las naves que habia llevado a Victoria a los primeros pobladores—, pero no dedicaron muchos minutos a mirarla: era una estructura familiar, impresionante por su tamano pero esqueletica y bastante lamentable, encajada en lo alto del acantilado, una estructura que apuntaba audazmente a las estrellas pero solo servia como guia de los barcos pesqueros que se hacian a la mar. Estaba muerta y la Ciudad estaba viva.
—Miren eso —dijo Hari, el mayor del grupo—. ?Seria imposible contar todas las casas aunque pasaramos una hora aqui! ?Hay varios centenares!
—Como una ciudad de la Tierra —comento con orgullo de propietario un visitante mas asiduo.
—Mi madre nacio en Moskva, en Rusia la Negra —intervino un tercero—. Decia que alla, en la Tierra, la Ciudad no seria mas que una pequena poblacion.
Era una idea bastante inverosimil para personas que habian pasado sus vidas entre los campos humedos y las aldeas agrupadas, en un cerrado y constante compromiso a base de esfuerzos y de solidaridad humana, mas alla del cual se abria la enorme e indiferente inmensidad.
—Seguramente se referia a una gran poblacion —comento uno de los miembros del grupo con cierta incredulidad.
Permanecieron bajo el hueco caparazon de la astronave y miraron el brillante color oxido de los techos de tejas y de paja, las chimeneas humeantes, las lineas geometricas de paredes y calles, sin ver el extenso paisaje de playas, bahia y mar, valles vacios, colinas vacias, cielo vacio que rodeaba la Ciudad con su terrible desolacion.
En cuanto pasaran por la escuela y se internaran por las calles, podrian olvidar totalmente la presencia de la inmensidad. Estaban rodeados por los cuatros costados por las obras de la humanidad. Las casas, construidas en su mayoria en hileras, ocupaban ambos lados de la calle con sus altos muros y sus pequenas ventanas. Las calles eran estrechas y se hundian treinta centimetros en el barro. En algunos sitios habian colocado entablados para cruzar por encima del barro, pero estaban en mal estado y la lluvia los volvia resbaladizos. Aunque muy pocas personas deambulaban por las calles, una puerta abierta permitia atisbar el ajetreado patio interior de una casa, lleno de mujeres, ropa tendida, ninos, humo y voces. Y, una vez mas, el silencio pavoroso y asfixiante de la calle.
—?Es maravilloso! ?Maravilloso! —suspiro Hari.
Pasaron delante de la fabrica donde el hierro de las minas y de la fundicion gubernamentales se convertia en herramientas, baterias de cocina, picaportes y otros utensilios. La puerta estaba abierta de par en par. Se detuvieron y miraron la sulfurosa oscuridad de fuegos chispeantes y poblada de golpes y martillazos, pero un trabajador les grito que siguieran su camino. Bajaron hasta la Calle de la Bahia y, al ver el largo, el ancho y la rectitud de esa arteria, Hari repitio:
—?Maravilloso!
Siguieron a Vera, que conocia al dedillo la Ciudad, Calle de la Bahia arriba hasta el Capitolio. Ante el enorme edificio, Hari se quedo boquiabierto y se limito a mirarlo.
Era el edificio mas grande del mundo —tenia cuatro veces la altura de una casa corriente— y estaba construido con piedra solida. Su elevado porche se sustentaba en cuatro columnas, cada una de las cuales era un unico y enorme tronco de un arbol anillado, acanalado y encalado, con las gruesas mayusculas talladas y doradas. Los visitantes se sentian pequenos bajo esas columnas, pequenos al atravesar los anchos y altos portales. La entrada, estrecha pero muy elevada, tenia las paredes enyesadas y anos atras habian sido decoradas con frescos que iban del suelo al techo. Al verlos, la gente del Arrabal volvio a detenerse y los contemplo en silencio: eran imagenes de la Tierra.
En el Arrabal aun quedaba gente que recordaba la Tierra y que hablaba de ella, pero sus evocaciones —de hacia cincuenta y cinco anos— se remontaban a experiencias de la infancia. Quedaban muy pocos que hubieran sido adultos en el momento del exilio. Algunos habian consagrado varios anos de su vida a escribir la historia del Pueblo de la Paz, los pensamientos de sus dirigentes y heroes, descripciones de la Tierra y esbozos de su historia remota y espantosa. Otros apenas habian mencionado la Tierra; a lo sumo, habian cantado a sus hijos nacidos en el exilio, o a los hijos de sus hijos, una vieja cancion infantil en la que desgranaban palabras y nombres extranos, o les habian narrado historias sobre los ninos y las brujas, los tres ositos, el monarca que monto un tigre. Los ninos escuchaban con ojos desorbitados.
—?Que es un oso? ?El monarca tambien tiene rayas?
Por otro lado, la primera generacion de la Ciudad, enviada a Victoria cincuenta anos antes que el Pueblo de la Paz, procedia mayoritariamente de las ciudades: Buenos Aires, Rio, Brasilia y los demas grandes centros de Brasilamerica; algunos habian sido personas influyentes, conocedoras de cosas aun mas extranas que las brujas y los osos. El pintor de los frescos habia reproducido escenas que impresionaban profundamente a los que ahora las contemplaban: torres llenas de ventanas, calles llenas de maquinas con ruedas, cielos llenos de maquinas aladas; mujeres con vestidos tornasolados y enjoyados y los labios de color rojo sangre; hombres, altas figuras heroicas, realizando increibles hazanas: sentados en inmensas bestias cuadrupedas o detras de bloques de madera grandes y brillantes, gritando con los brazos levantados en direccion a una multitud, avanzando entre cadaveres y charcos de sangre al frente de hileras de hombres vestidos de la misma manera, bajo un cielo cargado de humo y llamaradas centelleantes… Los visitantes del Arrabal necesitaban quedarse una semana para verlo todo o seguir rapidamente su camino pues no debian llegar tarde a la reunion de la Junta. Todos hicieron un alto ante la ultima tabla, que se diferenciaba de las demas. Era negra y no estaba cubierta de rostros, fuego, sangre y maquinas. En el angulo inferior izquierdo aparecia un pequeno disco verde azulado y otro en el angulo superior derecho; entre los discos y alrededor de ellos no habia nada: la negrura. Solo si observabas atentamente la negrura descubrias que estaba salpicada por un minusculo e inconmensurable brillo estelar; por ultimo, veias la plateada astronave finamente dibujada, apenas mas grande que el filo de una una, posada en el vacio de los mundos.
Junto a la puerta que se alzaba tras el fresco negro habia dos guardias, imponentes figuras, vestidos con pantalones anchos, jubones, botas y cintos. No solo portaban latigos enroscados en los cintos, sino armas: mosquetes largos, con la culata tallada a mano y pesado canon. La mayoria de los arrabaleros habia oido hablar de las armas, pero nunca las habia visto, por lo que ahora las contemplaron con curiosidad.
—?Alto! —exclamo uno de los guardias.
—?Como? —pregunto Hari.
La poblacion del Arrabal habia adoptado muy pronto la lengua de Ciudad Victoria, pues eran gentes de idiomas muy distintos y necesitaban una lengua comun para comunicarse entre si y con la Ciudad; algunos de los mas ancianos desconocian ciertas costumbres de la Ciudad. Hari nunca habia oido la palabra «Alto».
—Detenganse aqui —anadio el guardia.
—Muy bien —acepto Hari—. Tenemos que esperar aqui —explico a sus companeros.
Desde el otro lado de las puertas cerradas de la Sala de la Junta llego el rumor de voces pronunciando discursos. Poco despues los arrabaleros bajaron por el pasillo para mirar los frescos mientras esperaban; los guardias ordenaron que permanecieran juntos y volvieron a reunirse. Por fin las puertas se abrieron y los guardias escoltaron a la delegacion del Arrabal hasta el Salon de la Junta del Gobierno de Victoria: una amplia estancia, dominada por la luz cenicienta que se colaba por las ventanas empotradas en lo alto de la pared. En el extremo aparecia una plataforma elevada sobre la que diez sillas formaban un semicirculo; en la pared posterior pendia una lamina de tela roja, con un disco azul en el medio y diez estrellas amarillas a su alrededor. Unos veinticinco hombres se repartian irregularmente en las hileras de bancos, frente a la tarima. De las diez sillas del estrado, solo tres estaban ocupadas.
Un hombre de cabellos rizados, sentado en una mesilla situada debajo de la tarima, se puso en pie y anuncio que una delegacion del Arrabal habia solicitado autorizacion para dirigirse al Pleno Supremo del Congreso y la Junta de Victoria.
—Autorizacion concedida —informo uno de los hombres de la tarima.
—Avancen… No, por ahi no, por el pasillo… —El hombre de cabellos ensortijados susurro y se desvivio hasta colocar a la delegacion donde queria, cerca de la tarima—. ?Quien es el portavoz?
—Ella —respondio Hari y senalo a Vera con la cabeza.