que debian estar mucho mas sucias. Schwartz estaba seguro de ello.
Empezo a caminar sin apresurarse. Algo le hacia sospechar que no seria objeto de una busqueda organizada. Lo sabia sin comprender como habia llegado a saberlo, y lo cierto era que durante los ultimos dias Schwartz se habia ido volviendo cada vez mas sensible a la «atmosfera», a la «sensacion» de las cosas que le rodeaban. Eso formaba parte del enigma en que se habia convertido su mente desde que…, desde que…
El pensamiento se disipo antes de que hubiera podido llegar a formarse.
Y estaba claro que en el hospital reinaba una atmosfera de clandestinidad que le habia parecido estaba impregnada de temor, asi que no armarian ningun escandalo para perseguirle. Schwartz lo sabia, si, ?pero por que tenia que saberlo? ?Seria posible que aquella extrana y nueva actividad de su mente tuviera alguna relacion con lo que ocurria en los casos de amnesia?
Cruzo otra calle. Los vehiculos con ruedas eran relativamente escasos. Los peatones eran…, bueno, eran peatones. Sus prendas resultaban un poco comicas: no tenian costuras ni botones y tendian a lo multicolor. Pero a las suyas les ocurria lo mismo, claro. Schwartz se pregunto donde estaria la ropa que llevaba puesta antes, y enseguida se pregunto si alguna vez habria llegado a tener ropas como las que recordaba. Cuando empiezas a dudar de tu memoria resulta muy dificil sentirse seguro de algo.
Pero Schwartz se acordaba con gran claridad de su esposa y de sus hijos. No podian ser creaciones de su imaginacion. Se quedo inmovil al borde de la acera e intento recuperar la calma que habia perdido tan de repente. Quiza su esposa y sus hijos no eran mas que versiones deformadas de personas reales a las que debia encontrar en aquella vida de apariencia tan absurda.
La gente tropezaba con el al ir y venir por la calle, y algunas personas murmuraban frases hostiles. Schwartz reanudo la marcha, y de repente se le ocurrio que tenia apetito o que lo tendria muy pronto, y que carecia de dinero.
Miro a su alrededor. No habia nada parecido a un restaurante a la vista. Bueno, ?y como lo sabia? No era capaz de leer los carteles, ?verdad?
Empezo a estudiar el interior de todos los establecimientos ante los que pasaba, y acabo encontrando uno que consistia en un salon con mesitas aisladas. En una de ellas habia sentados dos hombres, y en otra habia un hombre solo; y los tres estaban comiendo.
Por lo menos aquello no habia cambiado. Cuando comian los seres humanos aun masticaban y tragaban.
Entro y se quedo inmovil unos momentos contemplando el local con expresion sorprendida. No habia barra, nadie cocinaba y no se veian rastros de que hubiese una cocina. Schwartz habia pensado en ofrecerse a lavar los platos sucios a cambio de que le dieran de comer, ?pero a quien podia dirigirse para ofrecer sus servicios como lavaplatos?
Se acerco recelosamente a los dos comensales.
—?Comida! —articulo con dificultad mientras senalaba con el dedo—. ?Donde? Por favor…
Los dos hombres le miraron con cierta perplejidad. Uno de ellos hablo muy deprisa diciendo algo incomprensible, y golpeo con la .palma de la mano una estructura de pequenas dimensiones instalada en el extremo de la mesa que se unia a la pared. El otro le imito con mas impaciencia.
Schwartz bajo la mirada. Se dio la vuelta disponiendose a marcharse, y de repente sintio una mano sobre su manga…
Granz se habia fijado en Schwartz cuando este solo era un rostro regordete y preocupado pegado al escaparate que espiaba el interior.
—?Que querra ese tipo? —habia preguntado.
Messter, que estaba sentado al otro lado de la mesita dando la espalda a la calle, giro la cabeza, le miro, se encogio de hombros y no dijo nada.
—Esta entrando —comento Granz.
—?Y que? —replico Messter.
—Nada. Era hablar por hablar…
Pero un momento despues el recien llegado se acerco a ellos despues de haber contemplado con expresion aturdida cuanto les rodeaba, y senalo el guiso de carne.
—?Comida! ?Donde? Por favor… —dijo con acento extrano.
—La comida esta aqui, companero —replico Granz levantando la vista—. Acerque una silla a la mesa que prefiera y utilice el afimentomata…, ?el alimentomata! ?No sabe lo que es? Fijate en ese pobre idiota, Messter. Me mira como si no entendiera ni una sola palabra de lo que le estoy diciendo… Eh, companero… Si, esta cosa de aqui. Mire, eche una moneda dentro y dejeme comer en paz, ?de acuerdo?
—No le hagas caso —gruno Messter—. No es mas que un mendigo que pide limosna.
—?Eh, espere! —exclamo Granz, y cogio a Schwartz por la manga cuando este se volvia para irse—. Dejemos que coma —le dijo a Messter en voz baja—. Probablemente no le falta mucho para llegar a los sesenta, asi que lo menos que puedo hacer es echarle una mano—. Eh, amigo, ?tiene dinero? Gran Galaxia, parece que sigue sin entenderme… ?Dinero, amigo, dinero! Esto… —Saco de su bolsillo una reluciente moneda de medio credito y la hizo girar entre sus dedos para que reflejase la luz—. ?Tiene algo? —insistio.
Schwartz meneo lentamente la cabeza.
—?Bueno, pues entonces le invito! —dijo Granz.
Volvio a guardar el medio credito en su bolsillo y le ofrecio una moneda bastante mas pequena.
Schwartz la cogio despues de un leve titubeo.
—Muy bien… Y ahora no se quede ahi parado. Metala en el alimentomata…, en este aparato de aqui.
Y de repente Schwartz lo comprendio todo. El alimentomata tenia un serie de ranuras para las monedas de distintos tamanos, y otra serie de protuberancias circulares colocadas frente a rectangulitos blancos cuyas inscripciones no podia leer. Schwartz senalo la comida que habia encima de la mesa, y deslizo el indice sobre la hilera de protuberancias mientras arqueaba las cejas y ponia cara de interrogacion.
—No se conforma con un bocadillo, ?eh? —comento Messter, cada vez mas asombrado—. Parece que los mendigos de esta ciudad se han vuelto muy aristocraticos ultimamente… No se gana nada ayudandoles, Granz.
—Bah, solo me costara ochenta y cinco centimos de credito, y de todas formas manana es dia de paga… Adelante, sirvase —anadio dirigiendose a Schwartz. Metio las monedas en el alimentomata y saco un recipiente metalico de un pequeno nicho que se abrio en la pared—. Ahora lleveselo a otra mesa… No, guardese el cambio. Le servira para tomar una taza de te.
Schwartz se apresuro a llevar el recipiente a una mesa cercana. En un lado del recipiente habia una cuchara adherida mediante una cinta transparente que se rompio bajo la presion de su una; y simultaneamente la tapa del recipiente se abrio en una juntura casi invisible y se doblo sobre si misma.
A diferencia de lo que estaban comiendo los dos hombres, su guiso estaba frio, pero era un detalle sin importancia. Un minuto mas tarde Schwartz noto que la comida se iba calentando poco a poco, y que el recipiente estaba perceptiblemente mas caliente al tacto. Se alarmo un poco, dejo de comer y espero.
El guiso despidio unas nubecillas de vapor y despues burbujeo durante un rato. Schwartz espero a que se hubiese enfriado un poco y acabo de comer.
Granz y Messter seguian alli cuando se marcho, igual que el tercer hombre al que Schwartz no habia prestado ni la mas minima atencion durante todo el tiempo que estuvo dentro del local.
Y despues de haber salido del Instituto tampoco se habia fijado en el hombrecillo delgado que, sin dar en ningun momento la impresion de que le seguia, habia conseguido no perder de vista a Schwartz hasta entonces.
Despues de darse una ducha y cambiarse de ropa, Bel Arvardan satisfizo su intencion original de observar la subespecie terrestre del animal humano en su medio ambiente nativo. El clima era agradable, la brisa suave y refrescante y la aldea —perdon, la ciudad— misma ofrecia un aspecto resplandeciente, limpio y apacible.
No estaba nada mal.
«Chica, primera etapa —penso Arvardan—. La mayor concentracion de terrestres que existe en todo el planeta. Despues Washenn, capital de la Tierra… ?Y luego Senloo, Senfran, Bonair!» Habia trazado un itinerario por todos los continentes occidentales (donde vivia la mayor parte de la escasa y altamente dispersa poblacion de