tirania de una Galaxia por la tirania de la Cierra? No, no… Tiene que haber una solucion para todos los seres humanos, un camino que acabe llevando a la justicia y la libertad.
Se tapo el rostro con las manos, y su cabeza se balanceo lentamente en un sentido y en otro detras de sus dedos nudosos y arrugados.
Arvardan lo habia oido todo como a traves de una bruma de estupor.
—No ha cometido ninguna traicion, doctor Shekt —murmuro—. Ire inmediatamente al Everest. El Procurador Ennius me creera…, tiene que creerme.
Y de repente oyeron ruido de pasos que se acercaban a la carrera. Un rostro asustado se asomo a la habitacion, y la puerta quedo abierta.
—?Papa, unos hombres se acercan por el camino!
—Deprisa, doctor Arvardan, por el garaje —dijo el doctor Shekt palideciendo—. Llevese a Pola y no se preocupe por mi —anadio empujandole con todas sus fuerzas—. Yo les detendre…
Pero cuando se volvieron se encontraron con un hombre que vestia una tunica verde. Sus labios estaban curvados en una leve sonrisa, y empunaba con estudiada despreocupacion un latigo neuronico. Hubo una lluvia de punetazos sobre la puerta principal, seguida por un crujido y ruido de pasos.
—?Quien es usted? —pregunto Arvardan al hombre de la tunica verde mientras se colocaba delante de Pola.
El arqueologo intento que su voz sonara desafiante, pero no lo consiguio del todo.
—?Que quien soy? —replico secamente el hombre de verde—. Oh, no soy mas que el humilde secretario de Su Excelencia el Primer Ministro de la Tierra. —Dio un paso hacia delante—. Falto poco para que esperase demasiado, pero he llegado a tiempo. Vaya, tambien hay una muchacha… Muy imprudente por su parte, ?no les parece?
—Soy ciudadano galactico —dijo Arvardan sin perder la calma—. Dudo mucho que tenga derecho a detenerme, y ni tan siquiera creo que tenga derecho a entrar en esta casa sin un documento legal emitido por la autoridad competente.
—Yo soy todo el derecho y la autoridad que existen en este planeta —dijo el secretario golpeandose suavemente el pecho con la enano libre—. Dentro de muy poco tiempo sere el derecho y la autoridad de toda la Galaxia. No se si sabran que todos han caido en nuestras manos…, Schwartz incluido.
—?Schwartz! —exclamaron el doctor Shekt y Pola casi al unisono. —?Les sorprende? Vengan conmigo y les conducire hasta el. Lo ultimo de que tuvo conciencia Arvardan fue de que la sonrisa se ensanchaba…, y del fogonazo del latigo neuronico. Perdio el conocimiento y se derrumbo cayendo a traves de una neblina escarlata de dolor.
16. ?ELIJA SU BANDO!
Por el momento Schwartz intentaba descansar sin mucho exito sobre un duro banco de una de las pequenas celdas subterraneas de la Casa Correccional de Chica.
El Caseron, como era conocido popularmente, era el gran atributo del poder local del Primer Ministro y de su circulo. Alzaba su mole oscura sobre una escarpada elevacion rocosa que dominaba el cuartel imperial situado detras de ella, de la misma forma en que su sombra alcanzaba al delincuente terrestre extendiendose hasta mucho mas lejos de donde llegaba la autoridad del Imperio.
Durante los ultimos siglos muchos terrestres habian sido encerrados entre sus muros y habian aguardado alli hasta ser juzgados por haber falsificado o incumplido las cuotas de produccion, haber vivido mas tiempo del autorizado por la Costumbre o haber ayudado a otro a cometer ese delito, o por haber intentado derrocar el gobierno local. Cuando el gobierno imperial cosmopolita y refinado de la epoca consideraba que los absurdos prejuicios de la justicia terrestre habian alcanzado un excesivo grado de ridiculez el Procurador anulaba una sentencia, pero estas actuaciones siempre provocaban insurrecciones o, por lo menos, disturbios de considerable violencia.
Lo habitual era que cuando el Consejo solicitaba la pena de muerte el Procurador accediera. Despues de todo, los unicos que sufrian eran terrestres.
Joseph Schwartz no sabia nada de todo aquello, naturalmente. Lo unico que el podia ver era una pequena habitacion con las paredes banadas por una luz tenue, un mobiliario compuesto por una mesa y dos bancos bastante duros e incomodos con una especie de pequeno nicho excavado en la pared que combinaba las funciones de aseo y retrete. No habia ninguna ventana que permitiera ver el cielo, y el agujero de ventilacion apenas si dejaba entrar una tenue corriente de aire.
Se froto el pelo que rodeaba su calva y se incorporo lentamente. Su intento de huir a la nada (?pues en que lugar de la Tierra podria haber encontrado refugio?) habia sido breve y doloroso, y habia terminado alli.
Bien, por lo menos podia distraerse con el contacto mental.
?Pero eso era bueno o malo?
Durante su estancia en la granja el contacto mental solo habia sido una facultad extrana e inquietante. Schwartz no sabia nada sobre su naturaleza, y no habia pensado en sus posibilidades; pero ahora parecia tratarse de un don tan amplio como indefinido que debia ser investigado.
No tener nada que hacer durante las veinticuatro horas del dia como no fuera pensar en su encierro le hubiese acabado llevando al borde de la locura, pero Schwartz podia entrar en contacto mental con los carceleros que pasaban y con los guardianes de los pasillos vecinos, e incluso podia extender las antenas mas largas de su mente hasta el lejano despacho del alcaide de la prision.
Investigaba delicadamente dentro de las mentes y hurgaba en ellas. Las mentes se abrian como otras tantas nueces, cascaras secas de las que caia una lluvia sibilante de emociones e ideas.
Schwartz aprendio mucho sobre la Tierra y el Imperio…, mas de lo que habia aprendido durante sus dos meses de estancia en la granja.
Y uno de los hechos que descubrio repetidamente y sin que hubiese ninguna posibilidad de error era… ?que habia sido condenado a muerte! No habia escapatoria, dudas ni reservas. Podia ocurrir aquel dia o el siguiente, ?pero moriria! Esa verdad fue entrando en el, y Schwartz la acepto casi con agradecimiento.
La puerta de la celda se abrio y Schwartz se puso en pie. Estaba asustado. Se puede aceptar la muerte de una manera racional con todas las facultades de la mente consciente, pero el cuerpo es un animal que no sabe nada de razonamientos. ?Habia llegado la hora!
No, todavia no. El contacto mental que entro en la celda no traia consigo la muerte para Schwartz. El guardia empunaba una vara metalica lista para ser usada. Schwartz sabia lo que era.
—Acompaneme —ordeno secamente.
Schwartz le siguio sin dejar de pensar en su extrano poder. Podia fulminar al guardia sin un ruido y sin un solo movimiento delator mucho antes de que este pudiese utilizar su arma y, de hecho, mucho antes de que tuviera alguna probabilidad de saber que debia utilizarla. La mente del guardia estaba totalmente a merced de la de Schwartz. Bastaria con un impacto impalpable e invisible, y todo habria acabado.
?Pero por que hacer algo semejante? Habria otros guardias. ?A cuantos podria llegar a eliminar simultaneamente? ?Cuantos pares de manos poseia su mente?
Schwartz siguio docilmente al guardia.
Le hicieron entrar en una sala de dimensiones enormes. Estaba ocupada por dos hombres y una muchacha que yacian rigidamente estirados como cadaveres sobre bancos altos, muy altos. Pero no eran cadaveres, porque Schwartz capto inmediatamente la presencia de tres mentes en actividad.
?Estaban paralizados! ?Les conocia? ?Tenian alguna relacion con el? Schwartz ya se estaba deteniendo para poder verles mejor cuando la mano del guardia se poso sobre su hombro.
—Siga.
Habia un cuarto banco cuya superficie estaba vacia. La mente del guardia no contenia pensamientos de muerte, y Schwartz se encaramo en el. Sabia que iba a ocurrir.
La vara metalica entro en contacto sucesivo con cada una de sus extremidades. Schwartz sintio un cosquilleo, y sus miembros parecieron desaparecer dejandole reducido al estado de una cabeza que flotaba en el vacio.