El secretario se levanto con movimientos muy rigidos, y estuvo a punto de perder el equilibrio aunque no llego a caer. Despues bailo…, de una forma extrana y casi mecanica, pero bailo.
Le faltaba ritmo y elegancia, pero para las tres personas que observaban el cuerpo y para Schwartz —que observaba la mente y el cuerpo— fue un espectaculo realmente maravilloso; porque en ese momento el cuerpo del secretario se encontraba bajo el control de una mente que no tenia ninguna conexion material con el.
Shekt se acerco lenta y cautelosamente al secretario que acababa de convertirse en un robot, y extendio la mano sin titubear. La palma abierta sostenia el desintegrador con la empunadura dirigida hacia Balkis.
—Haga que lo coja, Schwartz —dijo.
Balkis estiro la mano y aferro torpemente el arma. Un brillo salvaje paso fugazmente por sus ojos, y se desvanecio sin dejar rastro una fraccion de segundo despues. El desintegrador fue guardado lentamente en la funda que colgaba del cinturon, y la mano de Balkis se aparto de ella.
—Por un momento estuvo a punto de escaparseme —comento Schwartz.
Dejo escapar una risita estridente, pero su rostro estaba tan blanco como la cera.
—Bien, ?puede controlar su mente?
—Lucha como un demonio, pero no me resulta tan dificil como antes.
—Eso se debe a que ahora usted sabe lo que esta haciendo —le explico Shekt con un entusiasmo que estaba bastante lejos de sentir—. Bien, ahora transmita… No intente controlar su mente. Basta con que se limite a pensar que es usted mismo quien hace todas esas cosas.
—?Puede obligarle a hablar? —intervino Arvardan.
Hubo una pausa, y despues el secretario dejo escapar un grunido gutural. Otra pausa, y un nuevo grunido ahogado.
—Eso es todo lo que puedo conseguir —jadeo Schwartz.
—?Pero por que no puede hacer que hable? —pregunto Pola con preocupacion.
—El hablar involucra musculos muy complejos y delicados —dijo Shekt encogiendose de hombros—. No es tan sencillo como manipular los musculos de las extremidades… No importa, Schwartz. Quiza no lleguemos a necesitar que hable.
El recuerdo de las dos horas siguientes quedo grabado de manera distinta en la mente de cada uno de los participantes en aquella extrana odisea. En el caso del doctor Shekt, se habia dejado dominar por una curiosa rigidez mental y todos sus temores quedaban ahogados por la tensa e impotente simpatia que sentia hacia Schwartz, quien estaba claro libraba una terrible lucha interior. Durante todo el tiempo no aparto la mirada de aquellas facciones regordetas que se iban frunciendo poco a poco a causa del esfuerzo, y apenas dedico alguna que otra mirada fugaz a los demas. Los guardias apostados junto a la puerta saludaron marcialmente al secretario en cuanto vieron que venia hacia ellos. La tunica verde de Balkis parecia desprender una aureola de autoridad y poder, y su propietario les devolvio el saludo con el rostro inexpresivo. Pasaron de largo junto a los guardias sin ser molestados.
Arvardan no fue realmente consciente de lo absurdo que resultaba todo aquello hasta que hubieron salido del Caseron, y solo entonces comprendio en toda su magnitud el inmenso e inimaginable peligro que amenazaba a la Galaxia y el endeble puente de seguridad que franqueaba el abismo; pero incluso entonces le bastaba con mirar a Pola a los ojos para sentir que se perdia en ellos. Aunque le estuviesen arrebatando el futuro, aunque el futuro se estuviera desmoronando a su alrededor, aunque estuviese perdiendo para siempre la dulzura que habia saboreado de una manera tan fugaz…, fuera lo que fuese lo que estuviera ocurriendo, ninguna mujer le habia parecido nunca tan inmensa e irresistiblemente digna de ser deseada.
Y, despues, lo unico que recordo de aquellas horas fue la proximidad de la muchacha.
Los brillantes rayos del sol de la manana caian sobre Pola de tal modo que el rostro inclinado hacia abajo de Arvardan parecia borrarse delante de ella. Pola le sonrio, y fue consciente del roce de aquel brazo fuerte y musculoso sobre el que ella apoyaba el suyo con tanta delicadeza. Aquel fue el recuerdo que guardo en su memoria: unos musculos lisos y firmes cubiertos por la tela de textura plastica cuyo contacto suave y fresco podia sentir debajo de la muneca.
Schwartz agonizaba banado en sudor. El camino sinuoso que iba alejandoles de la puerta lateral por la que habian salido estaba desierto, y Schwartz se alegro enormemente de ello.
Solo Schwartz conocia el verdadero precio que tendrian que pagar por el fracaso. Podia percibir la humillacion insoportable, el odio avasallador y los siniestros planes que se agitaban en la mente enemiga que controlaba. Tenia que hurgar en su interior buscando las informaciones que irian guiandole —la posicion del vehiculo oficial, la ruta que debian seguir—, y al investigar tambien captaba la amargura de hiel de los propositos de venganza que se desencadenarian si su control mental flaqueaba aunque solo fuese durante una decima de segundo.
Los rincones secretos de la mente que se veia obligado a explorar quedaron convertidos para siempre en su posesion personal, y despues Schwartz viviria las palidas horas grisaceas de muchas auroras inocentes en las que volveria a guiar los pasos de un loco por los peligrosos senderos de una fortaleza enemiga.
Cuando llegaron al vehiculo Schwartz balbuceo las palabras necesarias. No se atrevia a relajarse durante el tiempo necesario para pronunciar frases coherentes, y se limito a decir lo estrictamente imprescindible con voz entrecortada.
—No puedo… conducir el vehiculo —jadeo—. No puedo obligar a… Balkis a que… conduzca. Demasiado complicado…, no puedo hacerlo…
Shekt le tranquilizo con un suave murmullo. No se atrevia a tocar a Schwartz ni a dirigirle la palabra, porque temia que eso pudiera distraerle y afectar su concentracion mental durante un momento.
—Suba al asiento de atras, Schwartz —susurro—. Yo conducire…, se hacerlo. Le quitare el desintegrador, y a partir de ahora bastara con que mantenga inmovilizado a Balkis.
El vehiculo de superficie del secretario era de un modelo especial, y al ser especial era tambien diferente. Llamaba bastante la atencion: su reflector verde giraba hacia la derecha y hacia la izquierda, y la luz intermitente se desvanecia y volvia a brillar con destellos de esmeralda. Los transeuntes se detenian a mirar y los vehiculos que avanzaban en sentido contrario se apresuraban a apartarse respetuosamente.
Si el vehiculo no hubiese sido tan llamativo y hubiese atraido menos la atencion, los transeuntes ocasionales podrian haberse fijado en el secretario palido e inmovil que viajaba en su asiento trasero…, podrian haberse preguntado si…, quiza incluso podrian haber llegado a intuir el peligro…
Pero solo miraban el vehiculo, y el tiempo fue transcurriendo poco a poco.
Un soldado vigilaba el camino que llevaba a los resplandecientes portones cromados que se erguian envueltos en la aureola gigantesca e imponente tan tipica del Imperio, que contrastaba agudamente con los edificios macizos, achaparrados y tristones de la Tierra. Su rifle energetico de gran calibre se movio horizontalmente en un gesto de impedir el paso, y el vehiculo se detuvo.
—Soy ciudadano del Imperio, soldado —anuncio Arvardan asomandose por la ventanilla—. Deseo ver a su oficial superior.
—Tendra que ensenarme sus documentos, senor.
—Me los han quitado. Soy Bel Arvardan, de Baronn, Sector de Sirio. Trabajo para el Procurador Ennius, y tengo mucha prisa.
El soldado se llevo una muneca a la boca y hablo en voz baja por el transmisor. Hubo una pausa mientras esperaba la respuesta, y despues bajo el arma y se hizo a un lado. El porton se fue abriendo lentamente.
19. EL PLAZO FINAL SE ACERCA
Las horas siguientes fueron testigos del caos tanto dentro como fuera del Fuerte Dibburn…, y especialmente en la misma Chica.
A mediodia el Primer Ministro, que estaba en Washenn, uso la onda comunal para averiguar donde estaba su secretario, y la busqueda subsiguiente no dio ningun resultado. El Primer Ministro quedo muy disgustado, y los funcionarios de la Casa Correccional se alarmaron bastante.