el intruso. Hasta alli parecia claro.

Pero luego venia lo mas raro del asunto. Al encontrar el cuerpo del camarero, yo habia intentado reanimarlo usando la espina en vez de la verdadera Garra del Conciliador. Habia fracasado; pero tambien habia fracasado antes en todo intento de convocar el poder que la Garra autentica me habia transmitido en otro tiempo. (La primera vez, creo, al tocar a la mujer de nuestra mazmorra que habia hecho los muebles de su habitacion con la ayuda de ninos raptados.) Esos fracasos, con todo, no habian sido mas violentos que el de una palabra que no tiene poder: uno la pronuncia pero la puerta no se abre. Asi, yo habia tocado con la espina sin que tuviera lugar cura ni resurreccion.

Esta vez habia sido muy diferente; la conmocion habia sido tan fuerte que yo todavia estaba debil y mareado, e ignoraba el motivo. Por absurdo que suene, eso me daba esperanzas. Aunque casi me habia costado la vida, por fin habia pasado algo.

Fuera lo que fuese, me habia dejado inconsciente; luego habia llegado la oscuridad. Envalentonado, el intruso habia vuelto. Al oir mi grito de ayuda (que una persona bienintencionada hubiera respondido) habia avanzado para matarme.

Toda esta reflexion me llevo menos tiempo que el que he ocupado escribiendola. Ahora se alza el viento, transportando nuestra nueva tierra, grano a grano, a la Comunidad hundida; pero yo escribire todavia un rato mas antes de acostarme en mi cenador: escribir que la unica conclusion satisfactoria que extraje fue que el intruso aun debia yacer herido en la pasarela. De ser asi, podria inducirlo a revelar sus motivos y sus complices, si es que tenia alguno. Soplando la vela, abri la puerta lo mas silenciosamente posible y me deslice afuera, preste atencion un momento y me atrevi a encenderla de nuevo.

Mi enemigo se habia ido, pero ese era el unico cambio. El camarero muerto seguia muerto, la navaja de muelle junto a la mano. Hasta donde alumbraba la vacilante llama amarilla, la pasarela estaba desierta.

Temiendo que la vela se extinguiera o delatara mi situacion, la apague una vez mas. Pensandolo bien, el cuchillo de caza que me habia encontrado Gunnie, parecia, me seria mas util que la pistola. Con el cuchillo en una mano y la otra rozando la pared, avance lentamente por la pasarela en busca del camarote de los hierodulos.

Yendo hacia alli con Famulimus, Ossipago y Barbatus, yo no me habia fijado en el recorrido ni en la distancia; pero recordaba cada una de las puertas que habiamos dejado atras y casi todos los pasos que habia dado. Aunque el camino me llevo mucho mas tiempo que la primera vez, a cierta altura supe exactamente (o al menos crei saber) que habia llegado a la cabina que yo buscaba.

Golpee la puerta pero no hubo respuesta. Aunque pegue la oreja al panel, no detecte dentro ningun sonido. Volvi a golpear, mas fuerte pero sin mayor resultado; y por ultimo martillee con el mango del cuchillo.

Como tampoco asi obtuve resultado, me deslice en la oscuridad hasta cada una de las puertas vecinas (aunque estaban las dos un poco lejos y yo sabia que ninguna era correcta) y tambien las golpee. Tampoco contesto nadie.

Volver a mi camarote era una invitacion al asesinato, y me felicite calurosamente de haberme asegurado ya un segundo alojamiento. Lamentablemente, para llegar por la unica ruta que conocia iba a tener que pasar por mi camarote. Tiempo antes, estudiando la historia de mis antecesores y examinando los recuerdos de aquellos cuyas personas se funden con la mia, me habia impresionado cuantos de ellos perdieron la vida en una ultima repeticion de cierta accion aventurada: encabezando la carga final de una victoria o arriesgandose al incognito para ir a la ciudad a despedirse de una amante. Ya que recordaba bien la ruta, me parecio que podia calcular en que parte de la nave estaba mi cabina; decidi seguir por la pasarela, apartarme de ella cuando fuese posible, volver atras y asi llegar finalmente a mi meta.

Pasare por alto mis vagabundeos, que me cansaron por demas y no hace falta que te cansen a ti, hipotetico lector. Baste decir que encontre una escalera y una pasarela que parecia ir por debajo de la que habia dejado, pero que pronto desemboco en otra escalera descendente. Llegue al fin a un laberinto de andenes, escalerillas y pasajes oscuros como un foso, donde el suelo se movia bajo mis pies y el aire era cada vez mas caliente y humedo.

Al cabo de un buen rato ese aire sofocante me trajo un olor acre y raramente familiar. Lo segui lo mejor que pude; tantas veces como me habia jactado de mi memoria, ahi estaba yo olisqueando como un sabueso durante lo que parecio una legua y dispuesto, despues de tanto vacio, sombra y silencio, a aullar casi de alegria ante la idea de un lugar conocido.

Entonces si que aulle, porque a lo lejos vi el resplandor de una luz tenue. En mis guardias errabunda por las entranas del barco los ojos se me habian acostumbrado tanto a la oscuridad que ese debil resplandor me mostro la obstinada superficie que estaba pisando y las mohosas paredes que tenia a los lados; envaine el cuchillo y corri.

Un momento mas tarde me rodeaban habitats circulares y un centenar de bestias extranas. Habia vuelto al zoo donde encerraban a los inclusos: el resplandor provenia de uno de los recintos. Fui hasta alli y descubri que la criatura que habia dentro no era sino el ser hirsuto que yo habia ayudado a capturar. Estaba erguido en las patas de atras, con las delanteras apoyadas en el muro invisible que lo contenia, y un extrana fosforescencia le corria por el vientre y brillaba con fuerza en las garras como manos. Le hable como al volver de un viaje le habria hablado a un gato favorito, y como un gato parecio recibirme el, apretando el cuerpo peludo contra el muro invisible, maullando, mirandome con ojos implorantes.

Un instante despues el pequeno hocico se le partia en un grunido y los ojos le brillaban como a un demonio. Yo habria retrocedido, pero un brazo me rodeo el cuello mientras una hoja descendia hacia mi pecho como un relampago.

Agarre la muneca del asesino y pare el cuchillo a menos de un pulgar; luego intente agacharme para arrojarlo por sobre mi cabeza.

Han dicho de mi que soy fuerte, pero el me superaba. Levantarlo fue facil —en esa nave yo habria podido alzar a doce hombres—, pero las piernas me atenazaron el pecho como fauces de una trampa; me incline para rechazarlo, pero solo consegui que cayeramos los dos al suelo. Me retorci freneticamente para librarme del cuchillo.

Casi en mi oreja, grito de dolor.

Al caer habiamos entrado en el habitat, y tenia los dientes del animal hirsuto clavados en la muneca.

VII — Un muerto a la luz

Cuando me recobre y pude incorporarme, el asesino se habia marchado. Casi negras a la luz de la vela dorada, unas gotas de sangre quedaban en el circulo regido por mi hirsuto amigo. Estaba sentado sobre las ancas, con las patas traseras dobladas debajo de un modo extranamente humano, apagado el brillo, lamiendose las garras y alisandose con ellas el sedoso pelo del hocico. «Gracias», le dije, y con el sonido el, atento, enderezo la cabeza.

No lejos estaba el cuchillo del asesino, un gran bolo de hoja ancha, bastante rustico, con un gastado mango de madera oscura. De modo que muy probablemente era un marinero raso. Lo aleje de una patada y recorde la mano que habia vislumbrado: una mano de hombre, grande, fuerte y tosca pero, hasta donde yo habia visto, sin marcas que la identificaran. No habria venido mal que le faltasen uno o dos dedos, pero al menos era posible que ahora hubiese algo: un marinero con una fea mordedura en la mano.

?Me habria seguido todo el tiempo a oscuras, por tantas escaleras anchas o angostas, a lo largo de tantos pasillos sinuosos? Parecia improbable. Entonces habia dado conmigo por casualidad, y aprovechando la ocasion habia actuado: un hombre peligroso. Me convenia mas buscarlo en seguida que darle tiempo para rehacerse y pergenar alguna historia que explicara la herida en la mano. Si conseguia identificarlo, lo denunciaria a los oficiales de la nave; y si el tiempo no daba para eso o ellos no hacian nada, lo mataria yo mismo.

Manteniendo bien alta la vela dorada, subi la escalera hacia el alojamiento de la tripulacion, caminando deprisa y urdiendo planes con mas prisa aun. Los oficiales —el capitan que habia mencionado el camarero muerto— volverian a amueblar mi camarote o me asignarian otro. En la puerta haria apostar un guardia, no tanto

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