Apremiada, Famulimus canturreo entonces: —Solo me queda por decir una cosa. Tzadkiel es justo y benevolo. Recuerdalo, por mucho que sufras.
Me volvi contra ella; no pude evitarlo.
—Recuerdo una cosa: ?el viejo Autarca no vio nunca a su juez! No me acordaba del nombre porque el se habia esforzado por olvidarlo; pero ahora nos acordamos de todo, y era TzadkieL Era un hombre mas benevolo que Severian, una persona mas justa que Thecla. ?Y ahora que posibilidades tiene Urth?
Aunque no se de quien era —de Thecla, tal vez, o de alguna de las tenues figuras ocultas detras del viejo Autarca— una mano habia bajado a mi pistola; tampoco se a quien le habria disparado, como no fuera a mi mismo. No llego a salir de la funda, porque Ossipago me agarro por detras, inmovilizandome los brazos con un anillo de acero.
—Es Tzadkiel quien decidira —me dijo Famulimus—. Urth tiene todas las posibilidades que tu puedas darle.
De alguna manera Ossipago abrio la puerta sin soltarme, o quiza se abrio sola a una orden que no oi. Me hizo girar y me empujo a la pasarela.
VI — Un muerto y la oscuridad
Era el camarero. Estaba en la pasarela, boca abajo, las gastadas suelas de las botas bien lustradas a menos de tres codos de mi puerta. Casi le habian cercenado la cabeza. Junto a la mano derecha tenia una navaja de muelle sin abrir.
Hacia diez anos que yo llevaba la garra negra que me habia arrancado del brazo a la orilla de Oceano. Al comienzo de mi autarcado habia tratado de usarla mas de una vez, siempre sin exito. En los ultimos ocho anos apenas habia pensado en ella. Ahora la saque de la bolsita de cuero que Dorcas me habia cosido en Thrax, la aplique a la frente del camarero y busque repetir, fuera lo que fuese, lo que habia hecho por la muchacha de la choza, el hombre mono de las cataratas y el ulano muerto.
Aunque no tenga ganas, intentare describir lo que sucedio entonces. Una vez, estando prisionero de Vodalus, me mordio un murcielago vampiro. El dolor era poco, pero habia una sensacion de lasitud que se iba volviendo cada vez mas seductora. Cuando movi el pie y eche al murcielago del festin, el viento de las alas oscuras me parecio la exhalacion misma de la Muerte. Aquello no fue sino la sombra, el sabor anticipado de lo que senti en la pasarela. Como siempre somos para nosotros, yo era el centro del universo; y como los harapos podridos de un Cliente, el universo se hizo trizas y en un polvo gris cayo a la nada.
Pase largo tiempo tendido a oscuras, temblando. Tal vez estaba consciente. Sin duda no lo sabia, ni sabia de nada que no fuera ese dolor rojo que me atenazaba y una debilidad como la que deben de sentir los muertos. Al fin vi una chispa de luz; se me ocurrio que me habia quedado ciego, pero si veia la chispa habia cierta esperanza, por remota que fuese. Me sente, aunque estaba tan estragado y debil que fue un suplicio.
La chispa aparecio de nuevo, un relampago infinitesimal, menos que el brillo que convoca el sol en la punta de una aguja. Tendi la mano, pero cuando quise darme cuenta se habia extinguido, mucho antes de que lograra mover los dedos rigidos y descubrirlos viscosos de sangre.
Habia sido la garra, esa negra espina dura y afilada que hacia tanto tiempo me habia pinchado el brazo. La garra se me habia clavado en la segunda articulacion del indice mientras yo tenia el puno cerrado y desde dentro habia atravesado de nuevo la piel enganchando el dedo como un anzuelo. Me la quite de un tiron, apenas consciente del dolor, y humeda aun de mi sangre la meti de nuevo en la bolsita.
A esa altura volvia a estar seguro de que me habia quedado ciego. La lisa superficie donde yacia no era otra cosa, pense, que el suelo de la pasarela; los paneles que descubri a tientas una vez que me puse en pie bien podrian haber sido la pared. Pero alli habia buena luz. ?Quien me habria arrastrado a este otro lugar, ese lugar oscuro, convirtiendome el cuerpo en un tormento? Oi el gemido de una voz de hombre. Era la mia, y me aprete la garra contra la mandibula para acallarla.
De joven, viajando de Nessus a Thrax con Dorcas y de Thrax a Orithya en gran parte solo, habia llevado acero y pedernal para hacer fuego. Ahora no tenia nada. Busque en la mente y los bolsillos algo que me alumbrase, pero no encontre otra cosa que mi pistola. Sacandola, tome aliento para gritar una advertencia; y solo entonces se me ocurrio pedir auxilio.
No hubo respuesta. Preste atencion pero no oi ningun paso. Tras cerciorarme de que la pistola se guia estando al minimo, resolvi usarla.
Dispararia un solo tiro. Si no veia la llama violeta, sabria que habia perdido la vista. Entonces, desesperado, consideraria si deseaba perder tambien la vida, o si buscaria el tratamiento que la nave pudiera ofrecer. (Y, con todo, incluso entonces sabia que aunque eligiera —aunque eligieramos— perecer, no podria. ?Que otra esperanza habia para Urth?) Con la mano izquierda toque la pared para orientarme. Con la otra levante la pistola a la altura del hombro, como hacen los tiradores que disparan de lejos.
Un alfiler de luz fulguro ante mi como el rojo Verthandi visto entre nubes. Me asombro tanto verlo que apenas note que habia apretado el gatillo con el dedo lastimado.
La energia hendio la oscuridad. En el resplandor violeta, vi el cuerpo del camarero, mas alla la puerta entreabierta de mi cabina, una forma contorsionada y el destello del acero.
Al instante regreso la oscuridad, pero yo no estaba ciego. Enfermo si; con todos los miembros doloridos —me sentia como si un remolino me hubiera hecho girar lanzandome contra una columna— pero no ciego. ?No ciego!
La nave, en todo caso, se habia hundido en la oscuridad como en la noche. Volvi a oir un grunido humano, pero esa voz no era mia. O sea que en el pasillo habia alguien; alguien que habia querido quitarme la vida, porque sin duda ese destello habia sido la hoja de un arma. El haz reducido la habia chamuscado como una vez las pistolas de los hierodulos habian chamuscado a Calveros. Este de aqui no era ningun gigante, pero igual que Calveros seguia con vida; y acaso no estuviera solo. Agachandome, movi la mano libre hasta encontrar el cuerpo del camarero, pase por encima de el como una arana coja y al fin me las arregle para deslizarme por la puerta del camarote y cerrarla por dentro.
La lampara a cuya luz habia vuelto a copiar mi manuscrito estaba tan apagada como las luces de la pasarela, pero mientras tanteaba el escritorio para encontrarla toque una vara de lacre y recorde que para fundirlo habia tambien una vela dorada, una vela que se encendia apretando un boton. Yo habia guardado en una casilla ese ingenioso dispositivo junto con el lacre, de modo que me bastaria pensar en el para ponerle la mano encima. No estaba en su lugar, pero pronto lo encontre entre el revoltijo del pupitre.
La clara llama amarilla se encendio en seguida. A esa luz vi la ruina del camarote. Mi ropa estaba desparramada por el suelo, desgarradas todas las prendas y cada costura. Una hoja afilada habia abierto el colchon de extremo a extremo. Los cajones del escritorio estaban dados vuelta, los libros dispersos por la cabina; habian destrozado hasta las maletas en las cuales habia subido mis cosas a bordo.
Lo primero que pense fue que era simple vandalismo; que alguien que me odiaba (y en Urth habia habido muchos) habia desahogado la furia de no haberme encontrado durmiendo. Reflexionando un poco me convenci de que la destruccion era demasiado prolija. Alguien habia entrado en el camarote un instante despues de haber salido yo. Sin duda los hierodulos, cuyo tiempo corria al reves que el nuestro, habian previsto la llegada del intruso y habian enviado al camarero en parte para que impidiese el ataque. No habiendome encontrado, el intruso habia revuelto mis pertenencias en busca de algo tan pequeno que podia esconderse en el cuello de una camisa.
Buscara lo que buscase, yo solo tenia un tesoro: la carta que me habia dado el maestro Malrubius identificandome como legitimo Autarca de Urth. Como no esperaba que me robaran el camarote no la habia ocultado, simplemente la habia dejado en un cajon con otros papeles de Urth; por supuesto, habia desaparecido.
Al salir del camarote, el intruso habia encontrado al camarero, quien sin duda lo detuvo y trato de interrogarlo. Eso no podia tolerarse, porque despues el camarero habria podido describirmelo. El intruso habia sacado un arma; el camarero habia intentado defenderse con una navaja, pero con demasiada lentitud. Yo habia oido su grito mientras hablaba con los hierodulos, y Ossipago me habia impedido salir para que no me topara con