Grito —no tanto de dolor, pienso, como de ver mi hoja entrandole en la carne; un momento despues tenia la punta de mi cuchillo en la garganta.
—Quieto —le dije— o te mato aqui mismo. ?Como son de gruesas estas paredes?
—Mi brazo…
—Olvidate del brazo. Tendras tiempo de sobra para lamerte la sangre. ?Contestame!
—No son nada gruesas. Las paredes y los suelos son simples laminas de metal.
—Bien. Quiere decir que no hay nadie alrededor. Mientras estaba acostado preste atencion y no oi un solo paso. Puedes aullar todo lo que quieras. Ahora levantate.
El cuchillo de caza tenia buen filo: raje la camisa de Idas hasta la espalda y se la arranque, revelando los pechos en flor que en parte habia sospechado.
—?Quien te puso en este barco, muchacha? ?Abaia? —?Lo sabias! —Idas me miraba fijamente, con los palidos ojos dilatados.
Menee la cabeza y corte una tira de la camisa.
—Ten. Vendate el brazo.
—Gracias, pero no importa. De todos modos mi vida se ha terminado.
—Dije que te lo vendes. Cuando me ponga a trabajar en ti no quiero ver mas sangre en la ropa.
—No hace falta que me tortures. Si, era esclava de Abaia.
—?Te mandaron a matarme para que no traiga el Sol Nuevo?
Asintio.
—Y te eligieron porque aun eras suficientemente pequena para pasar por humana. ?Quienes son los otros?
—No hay ningun otro.
La habria agarrado, pero levanto la mano derecha.
—Lo juro por Abaia, el senor. Puede que haya otros pero no los conozco.
—?Tu mataste a mi camarero?
—Si.
—?Y revolviste mi camarote?
—Si.
—Pero no fue a ti a quien queme con la pistola. ?Quien era?
—Uno que alquile por un chrisos; cuando disparaste yo ya me habia alejado por la pasarela. Queria tirar el cadaver al vacio, ?sabes?, pero no sabia si iba a poder cargarlo sola y abrir las compuertas. Ademas,… —La voz quedo flotando.
—?Ademas que?
—Ademas, despues de eso tambien habria tenido que ayudarme en otras cosas. ?No es cierto? Bueno, ?como te diste cuenta? Dimelo, por favor.
—La que me ataco en los rediles de los inclusos no eras tu. ?Quien era?
Idas sacudio la cabeza como para aclararsela.
—No tenia idea de que te habian atacado.
—?Cuantos anos tienes, Idas?
—No se.
—?Diez? ?Trece?
—Nosotros no numeramos los anos. —Se encogio de hombros.— Pero dijiste que no eramos humanos y somos igual de humanos que tu. Somos la Otra Gente, el pueblo de los Grandes Senores que viven en el mar y bajo tierra. Bueno, ya he contestado tus preguntas; ahora por favor contesta tu las mias. ?Como te diste cuenta?
Me sente en la litera. Pronto empezaria el suplicio de esa nina delgaducha; hacia mucho tiempo —mas acaso que el que habia vivido ella— que yo no era ya el oficial Severian, y la tarea no iba a ser agradable. En cierto modo esperaba que se lanzara hacia la puerta.
—En primer lugar no hablabas como un marino. Como hace tiempo fui amigo de uno suelo reconocerlos, aunque es una historia demasiado larga para contarla ahora. Mis problemas, el asesinato de mi camarero y lo demas, empezaron poco despues de conoceros a ti y a los otros. Una vez me dijiste que habias nacido en la nave, pero los otros hablaban como marinos, excepto Sidero, y tu no.
—Purn y Gunnie son de Urth.
—Ademas, cuando te pregunte como llegar a la cocina, hiciste que me perdiera. Pensabas seguirme y cuando tuvieras la ocasion matarme, pero encontre mi camarote y eso debio parecerte mejor. Podrias esperar a que me durmiera y convencer a la cerradura de que te dejase entrar. Siendo tripulante no te habria sido dificil, supongo.
Idas asintio.
—Lleve herramientas y le dije que me habian mandado a reparar un cajon.
—Pero yo no estaba. Cuando salias te paro el camarero. ?Que habias estado buscando?
—Tu carta, la carta para el hierogramato que te dio uno de los acuastores de Urth. La encontre y la queme alli mismo, en el camarote. —La voz habia cobrado un matiz triunfal.
—Encontrar eso no te habria costado nada. Tu buscabas algo mas, algo que pensabas que estaria escondido. Si no me dices que era, dentro de un momento te voy a hacer mucho dano.
Sacudio la cabeza.
—?Puedo sentarme?
Asenti, esperando que se sentara en el baul o la litera vacia, pero se dejo caer en el suelo, al fin nina de veras pese a su altura.
—Hace un rato —continue— me pediste varias veces que encendiera la luz. Despues de la segunda no era dificil imaginar que querias asegurarte de darme una punalada mortal. Asi que use las palabras navio y pelagico porque los esclavos de Abaia las emplean de contrasena; hace mucho, alguien que penso un momento que quiza fuera de los vuestros me dio una tarjeta diciendo que lo encontraria en la calle del Bajel; y una vez Vodalus, tal vez hayas oido hablar de el, me dio un mensaje para alguien que debia decirme «El navio pelagico avista…».
No termine la cita. En esa nave donde todo lo pesado era tan leve, la nina cayo hacia delante muy lentamente, y sin embargo lo bastante rapido para que la cabeza diera en el suelo con un ruido blando. Estoy seguro de que habia estado muerta casi desde el comienzo de mi jactancioso discursito.
VIII — La manga vacia
Demasiado tarde ya, me movi rapidamente: tendi a Idas de espaldas, le busque el pulso, le golpee el pecho para renovar la vida del corazon, todo perfectamente inutil. No encontre el pulso, pero si un vaho de veneno en la boca.
Tenia que haberlo llevado escondido. No en la camisa, a menos que se hubiera deslizado la capsula en los labios mientras estaba oscuro para romperla y tragar si fracasaba. En el pelo, quizas (aunque era demasiado corto para esconder algo), o en la faja de los pantalones. De cualquiera de esos lugares le habria sido facil llevarselo disimuladamente a la boca mientras se restanaba la sangre del brazo.
Recordando lo que habia pasado cuando intentaba reanimar al camarero, no me atrevi a hacer otra prueba. Revise el cuerpo, pero no encontre casi nada aparte de nueve chrisos de oro, que puse en el bolsillo de la vaina. Ella me habia dicho que habia dado un chrisos para que la ayudasen; parecia razonable suponer que Abaia (o quienquiera de sus agentes que la hubiese enviado) le habia suministrado diez. Cuando abri las botas con el cuchillo, descubri que los pies que ocultaban eran grandes y palmipedos. Rebane las botas en trocitos, hurgandolas como un par de guardias antes habia hurgado ella mis pertenencias, pero no tuve mas exito.
Sentado en la litera, contemplando su cuerpo, me resulto extrano haberme dejado enganar, aunque al principio sin duda habia sido asi, no tanto por Idas como por el recuerdo de la ondina que me habia librado de los nenufares del Gyoll y acercado al vado. La ondina era una giganta; por eso yo habia visto a Idas como un joven larguirucho, no como una nina gigante, por mas que en la torre de Calveros hubiese visto encerrado a un nino parecido: un varon, y mucho mas joven.