tan raro. En ese lugar yo estaba quizas en una epoca muy anterior a aquella en que Zak habia hecho lo que hizo en la nave de Tzadkiel. Alli el Sol Viejo aun no se habia debilitado, y era posible que ni siquiera lograran alcanzarme esas influencias que arrojaban sombras detras de mi cuando habia llegado al barranco.
Por fin vino el alba. El sol del dia anterior me habia dejado enrojecido y fragil; no sali del barranco, donde a veces habia un poco de sombra, y camine cruzando el arroyo o por la orilla, y encontre el cuerpo de un pecari que alguien habia matado cuando el animal bajaba a beber. Arranque un pedazo de carne, lo mastique, y lo lave con agua barrosa.
Alrededor de las nonas aviste la primera bomba de riego. El barranco tenia casi siete anas de profundidad, pero los autoctonos habian construido una serie de presas pequenas y escalonadas apilando piedras del rio. Una noria provista de cubos de cuero colgantes entraba avidamente en el agua, movida por dos hombres agachados, del color de las momias, que grunian de satisfaccion cada vez que un cubo se vaciaba en la batea de arcilla.
Me gritaron en una lengua que no conocia, pero no intentaron pararme. Yo agite la mano y segui andando, extranado de verlos regar los campos, porque entre las constelaciones de la noche anterior habia distinguido los crotalos, esas estrellas de invierno que traen el crujido de las ramas envainadas en hielo.
Pase frente a una docena de norias semejantes antes de llegar al pueblo, donde habia una escalera de piedra que bajaba hasta el agua. Alli iban las mujeres a lavar ropa y llenar cantaros, y se quedaban a contar chismes. Me miraron; y yo exhibi las manos mostrando que estaba desarmado, aunque dada mi desnudez el gesto habra sido superfluo.
Las mujeres hablaron entre ellas en un lenguaje cadencioso. Me senale la boca para indicar que tenia hambre y una mujer macilenta, un poco mas alta que las demas, me dio una faja de una tela vieja y tosca para que me la atara a la cintura, ya que este uno donde este, las mujeres se parecen mucho.
Como los hombres de la bomba de riego, aquellas tenian ojos pequenos, boca estrecha y anchas mejillas chatas. Tarde mas de un mes en comprender por que parecian tan diferentes de los autoctonos que yo habia visto en la Feria de Saltus, en el mercado de Thrax y otros lugares, aunque solo se trataba de que estos tenian orgullo y eran mucho menos inclinados a la violencia.
En la escalera el barranco era ancho y no echaba sombra. Cuando adverti que ninguna mujer pensaba darme comida, subi los peldanos y me sente en el suelo a la sombra de una de las casas de piedra. Tengo la tentacion de insertar aqui toda clase de meditaciones, cosas que en realidad pense avanzada ya mi estancia en el pueblo de piedra; pero la verdad es que en aquel momento no pense nada. Estaba muy cansado y muy hambriento, y un poco dolorido. Me aliviaba librarme del sol y no caminar mas, y eso era todo.
Poco despues la mujer alta me trajo una torta chata y un jarro de agua; los dejo a tres codos de mi y se fue a toda prisa. Comi la torta y bebi el agua, y esa noche dormi en el polvo de la calle.
A la manana siguiente vague por el pueblo. Las casas estaban hechas con piedras del rio. Los techos eran casi planos, de lenos delgados cubiertos de barro mezclado con paja, vainas y varas. En una puerta una mujer me dio la mitad de una negruzca torta de cereal. Los hombres que vi no me prestaron atencion. Mas tarde, cuando llegue a conocerlos mejor, comprendi que tenian el deber de explicar todo lo que vieran; y como no tenian nocion de quien era yo ni de donde venia, simulaban no verme.
Esa noche me instale en el mismo lugar que la anterior, pero cuando regreso la mujer alta, esta vez dejando la torta y el jarro algo mas cerca, los levante y la segui hasta su casa, una de las mas viejas y mas pequenas. Al verme apartar la raida estera que hacia de puerta, la mujer se asusto, pero yo me sente a comer y beber en un rincon y procure demostrarle que no tenia malas intenciones. Junto a su pequeno fuego la noche era mas tibia que la de fuera.
Me puse a trabajar en la casa retirando las partes de los muros que parecian a punto de caerse y volviendo a apilar las piedras. La mujer me miro largo rato antes de irse al pueblo. No volvio hasta el atardecer.
Al otro dia la segui y descubri que iba a una casa mas grande donde trituraba maiz en un molino de mesa, lavaba la ropa y barria. A esas alturas yo manejaba los nombres de algunos objetos simples y cuando entendia lo que estaba haciendo la ayudaba.
El dueno de la casa era un chaman. Servia a un dios cuya terrorifica imagen se alzaba en las afueras del pueblo, hacia el este. Despues de trabajar varios dias para la familia, aprendi que el principal acto de devocion se llevaba a cabo por las mananas, antes de que yo llegase. En adelante me levante mas temprano y lleve lena al altar donde el quemaba carne y aceite, y en la fiesta del solsticio de verano degolle un coipo a un son de pies danzantes y un redoble de tamboriles. Asi vivi entre esa gente, compartiendo todo lo que podiamos compartir.
La madera era preciosa en alto grado. En la pampa no se desarrollaban bien los arboles, y solo se les permitia crecer en los linderos de los cultivos. El fuego de la mujer alta, como el de todos, era de madera, mazorcas y vainas mezcladas con estiercol seco. A veces aparecia algun leno, incluso en el fuego que el chaman encendia cada manana, cuando con cantos y salmodias atrapaba los rayos del Sol Viejo en el cuenco sagrado.
Aunque yo habia reconstruido los muros de la casa de la mujer alta, lo que se podia hacer por el techo, en apariencia, era poco. Los postes eran pequenos y viejos, y algunos estaban muy agrietados. Considere un tiempo la posibilidad de alzar una columna de piedra para sostenerlo, pero habria reducido el espacio dentro de la casa.
Tras cierta reflexion eche abajo toda la estructura desvencijada y la reemplace por unos arcos intersectantes como viera en el cobertizo del pastor donde habia dejado el chal de las Peregrinas, todos de piedras sin mezcla, todos apuntando al centro de la casa. Utilice mas piedras, tierra molida y las vigas del techo hasta que estuvieron completos los arcos, y reforce las paredes con nuevas piedras del rio como soporte exterior. Mientras avanzaba la construccion la mujer y yo tuvimos que dormir fuera; pero ella no se quejo y, cuando estuvo todo listo y yo hube revocado el panal del techo con adobe, como antes, tuvo una vivienda nueva, alta y maciza.
Al ponerme a trabajar echando abajo el techo viejo, nadie me habia hecho mucho caso; pero cuando empece a levantar los arcos, los hombres venian del campo a observar y algunos me ayudaban. Y estaba desmantelando el ultimo andamio cuando aparecio el chaman en persona, acompanado del ataman del pueblo.
Por un rato dieron vueltas y vueltas en torno a la casa; pero cuando quedo claro que el andamio ya no sostenia el techo entraron con antorchas. Y por ultimo, una vez terminado el trabajo, me hicieron sentar y me interrogaron, empleando numerosos gestos porque yo aun no conocia bien la lengua que hablaban.
Les dije todo lo posible y apile unos pedruscos chatos para explicarles como se hacia. Despues me preguntaron por mi: de donde habia venido y por que vivia con ellos. Hacia tanto que yo no hablaba con nadie mas que con la mujer que solo a trancas y barrancas pude dar forma a buena parte del relato. No esperaba que me creyesen; era suficiente con que alguien lo escuchara, ellos o cualquiera.
Al final, cuando sali para senalar el sol, descubri que mientras yo tartamudeaba y garabateaba mis toscos dibujos en el polvo, habia anochecido. La mujer alta se habia sentado a la puerta, el pelo negro batido por un fresco viento pampeano. El chaman y el ataman salieron tambien, empunando las antorchas goteantes, y vi que ella tenia mucho miedo.
Pregunte que problema habia pero, sin darle tiempo a responder, el chaman inicio un largo discurso del cual yo apenas entendia una palabra entre diez. Enseguida, el ataman hablo del mismo modo. Lo que decian saco a los hombres de las casas y los reunio alrededor, algunos con lanzas de caza (porque no era un pueblo guerrero, otros con azuelas o cuchillos. Me volvi hacia la mujer y le pregunte que pasaba.
Con un susurro furioso, me conto que segun el ataman y el chaman yo habia dicho que traia el dia y caminaba por el cielo. Ahora tendriamos que permanecer donde estabamos hasta que el dia llegara sin que yo lo trajera; cuando sucediera eso moririamos los dos. Lloraba. Quiza le corrieran lagrimas por las mejillas flacas; en todo caso, yo no las veia a la parpadeante luz de las antorchas. Me di cuenta de que nunca habia visto llorar a ninguna de esas gentes, ni siquiera a los ninos. Ningun llanto me ha conmovido nunca como el seco castaneteo de esos sollozos.
Esperamos largo rato ante la casa. Llegaron nuevas antorchas, y con lena y ascuas de las casas cercanas se encendieron varios fuegos. Pese a todo, el frio que rezumaba la tierra me endurecio las piernas.
No teniamos otra esperanza que resistir mas que esa gente, hasta exasperarlos. Pero cuando les estudiaba