enfadar si se entera!». Se reia sin dejar de hablar.

— Asi fue — dijo el.

Ella espero.

El dijo: — Me sentia decepcionado.

— Enfadado — dijo ella.

— Enfadado — dijo el.

El le lleno la copa.

—En ese entonces tenia el poder de reconocer el poder —dijo el—. Y tu…, tu irradiabas luz, en ese lugar terrible, el Laberinto, en esa oscuridad…

—Y bien, entonces, dime: ?que deberia haber hecho con mi poder y con lo que Ogion trato de ensenarme?

—Usarlo.

—?Como?

—Como se usa el Arte de la Magia.

—?Quien lo usa?

—Los hechiceros —respondio el, con un dejo de dolor.

—?La magia son las maestrias, las artes de los hechiceros, de los magos?

—?Que otra cosa podria ser?

—?Es todo lo que puede llegar a ser? El se quedo pensativo, alzando los ojos un par de veces para mirarla.

—Cuando Ogion me ensenaba —dijo ella—, alli… ante el hogar, las Palabras del Habla Arcana, me era tan facil y tan dificil pronunciarlas como a el. Era como aprender la lengua que hablaba antes de nacer. Pero lo demas… el saber, las runas del poder, los sortilegios, las reglas, la invocacion de las fuerzas… todo eso era algo sin vida para mi. Una lengua ajena. Pensaba entonces que podria vestirme como un guerrero, con una lanza y una espada y un penacho y todo, pero que nada me quedaria bien, ?o no? ?Que haria con la espada? ?Me convertiria en un heroe? Llevaria ropas que no me quedarian bien, eso es todo, y apenas podria caminar.

Bebio un poco de vino.

—Asi que me lo quite todo —dijo— y me vesti con mi propia ropa.

—?Que dijo Ogion cuando lo abandonaste?

—?Que solia decir Ogion?

Eso hizo aparecer nuevamente la sombria sonrisa. Ged no dijo nada.

Ella asintio.

Al cabo de un rato, siguio hablando mas suavemente. —El me acogio porque tu me habias traido. Despues de ti, no queria tener pupilos y nunca habria aceptado a una muchacha a menos que tu la trajeras, que tu se lo pidieras. Pero me queria. Me estimaba. Y yo lo queria y lo estimaba. Pero no podia darme lo que yo queria y no pude aceptar lo que tenia para darme. El lo sabia. Pero, Ged, fue distinto cuando vio a Therru. El dia antes de morir. Tu dices y Musgo dice que el poder reconoce el poder. No se que vio en ella, pero me dijo: «?Ensenale!» Y dijo…

Ged espero.

—Dijo: «Le temeran». Y dijo: «?Ensenale todo! No lo de Roke». No se que queria decir. ?Como puedo saber? Si me hubiese quedado aqui tal vez sabria, tal vez podria ensenarle. Pero yo pense: «Ged vendra, el sabra. El sabra que ensenarle, que necesita saber mi pequena tan maltratada».

—No se —dijo el, en voz muy baja—. Lo que vi… En la nina solo vi… el dano que le habian hecho. El mal.

Se bebio el vino de un trago.

—No tengo nada que darle —dijo.

Se escucho un tenue rasguno en la puerta. El se puso de pie instantaneamente, dandose vuelta con el mismo gesto desvalido, buscando un lugar donde ocultarse.

Tenar se acerco a la puerta, la entreabrio y olio a Musgo aun antes de verla.

—Hay hombres en la aldea —susurro dramaticamente la vieja—. Gentes muy finas de todo tipo que vienen del puerto, del gran barco que llego de la Ciudad de Havnor, eso dicen. Vienen a buscar al Archimago, dicen.

—El no quiere verlos —dijo Tenar debilmente. No se le ocurria que hacer.

—Yo me atrevo a decir que no —dijo la bruja.

Y despues de una pausa expectante—: ?Donde esta, entonces?

—Aqui —dijo Gavilan, acercandose a la puerta y abriendola mas. Musgo lo miro y no dijo nada.

—?Saben que estoy aqui?

—Si lo saben no es porque yo se lo haya dicho —dijo Musgo.

—Si vienen aqui —dijo Tenar—, lo unico que tienes que hacer es decirles que se marchen… Despues de todo, tu eres el Archimago…

Ni el ni Musgo le prestaban atencion.

—A mi casa no van a venir —dijo Musgo—. Ven, si lo deseas.

El la siguio, mirando fijamente a Tenar pero sin decirle nada.

—?Pero que debo decirles? —pregunto.

—Nada, queridita —dijo la bruja.

Brezo y Therru regresaron de los pantanos con siete ranas muertas en una bolsa de malla, y Tenar se puso a cortarles las patas y a despellejarlas para preparar la cena de las cazadoras. Estaba a punto de terminar cuando escucho voces fuera y, cuando alzo los ojos para mirar por la puerta abierta, vio a varias personas de pie ante la puerta, hombres con sombreros, un destello de oro, un brillo. —?La senora Goha? —pregunto una voz cortesmente.

—?Entrad! —dijo ella.

Entraron: eran cinco hombres que parecian diez en la habitacion de techo bajo, y altos e imponentes. Miraron en derredor, y ella vio lo que ellos veian.

Veian a una mujer de pie ante una mesa, con un cuchillo largo y afilado en la mano. En la mesa habia un tajadero y, encima, a un costado, un montoncito de patas verdiblancas despellejadas; al otro lado habia un monticulo de ranas gordas, sanguinolentas, muertas. En la sombra que habia detras de la puerta se ocultaba algo: una nina, pero una nina deforme, maltrecha, con media cara, con una mano que parecia una garra. Sobre una cama que habia en un rincon, bajo la unica ventana, estaba sentada una muchacha alta, huesuda, que los contemplaba boquiabierta. Tenia sangre y barro en las manos, y su falda mojada olia a agua pantanosa. Cuando vio que la miraban, trato de taparse la cara con la falda, mostrando las piernas hasta el muslo.

Apartaron los ojos de la muchacha y de la nina, y no habia nadie mas a quien mirar, salvo la mujer con las ranas muertas.

—Senora Goha —repitio uno de ellos.

—Asi me dicen —dijo ella.

—Venimos de Havnor, el rey nos envia —dijo la voz cortes. No podia verle claramente la cara porque estaba a contraluz—. Buscamos al Archimago, a Gavilan de Gont. El Rey Lebannen ha de ser coronado al comienzo del otono y desea que el Archimago, su senor y amigo, este a su lado para prepararlo para la coronacion, y para coronarlo si asi lo desea.

El hombre hablaba con seguridad y formalidad, como si le hablara a una dama en un palacio. Llevaba sobrios pantalones de cuero y una camisa de lino cubierta de polvo por haber subido desde el Puerto de Gont, pero era una tela delicada, bordada con hilos de oro en el cuello.

—No esta aqui —dijo Tenar.

Un par de ninos de la aldea fisgonearon desde la puerta y retrocedieron, volvieron a fisgonear, y huyeron gritando.

—Tal vez vos podais decirnos donde esta, senora Goha —dijo el hombre.

—No puedo.

Los miro. El temor que le habian despertado en un comienzo —contagiado por el panico de Gavilan, quizas, o una simple y absurda turbacion ante desconocidos— empezaba a disiparse. Estaba en la casa de Ogion; y comprendia perfectamente por que Ogion nunca habia sentido temor ante la gente importante.

—Debeis de estar cansados despues del largo camino —dijo—. ?Quereis sentaros? Hay vino. Aqui teneis,

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