de Gont. Pero no puedo hablar de eso, porque eran gente rica, importante. ?Ellos eran los que tenian poder, no yo! No querian que su hijo se enredara con una muchacha del pueblo como yo, perra inmunda me decian, y me habrian quitado de en medio, como quien mata a un gato, si no me hubiera venido aqui. Pero, ?ay!, como me gustaba ese muchacho, con sus piernas y sus brazos redondos y suaves y sus ojos grandes, oscuros; es como si lo estuviera viendo despues de todos estos anos…

Se quedaron sentadas por largo rato en la oscuridad, sin hablar.

—Cuando tuviste un hombre, Musgo, ?tuviste que renunciar a tu poder?

—Ni a una pizca —dijo la bruja, satisfecha.

—Pero tu dijiste que uno no consigue nada a menos que de. ?Es distinto, entonces, para los hombres y para las mujeres?

—?Que cosa, queridita?

—No se —dijo Tenar—. Me parece que nosotros hacemos casi todas esas diferencias y despues nos quejamos. No se por que el Arte de la Magia, por que el poder, tiene que ser diferente para un brujo y una bruja. A menos que el poder mismo sea diferente. O el arte.

—El hombre da, queridita. La mujer recibe.

Tenar se quedo en silencio pero insatisfecha.

—Nuestro poder parece insignificante en comparacion con el poder de ellos —dijo Musgo—. Pero es muy profundo. Esta lleno de raices. Es como una vieja zarzamora. Y el poder de un hechicero es como un abeto, tal vez, grande y alto y majestuoso, pero no resiste una tormenta. Nada destruye a una zarzamora. —Se rio como siempre, cloqueando como una gallina, contenta con su comparacion.— ?Y bien! —dijo animadamente—. Por eso, como te dije, quiza sea bueno que se haya marchado y que ya no este aqui, para que la gente del pueblo no empiece a hablar.

—?A hablar?

—Tu eres una mujer respetable, queridita, y la reputacion de una mujer es su riqueza.

—Su riqueza —repitio Tenar, con el mismo tono inexpresivo; luego volvio a decir—: Su riqueza. Su tesoro. Su caudal. Su valor… —Se puso de pie, incapaz de quedarse quieta en la silla, estirando la espalda y los brazos.— Como los dragones que se metian en cuevas, que construian fortalezas para ocultar su tesoro, su caudal, para estar protegidos, para dormir sobre su tesoro, para ser su tesoro. ?Recibir, recibir, y no dar nunca!

—Ya reconoceras el valor de una buena reputacion —dijo Musgo secamente—, si la pierdes. No es todo. Pero es dificil sustituirla.

—?Dejarias de ser una bruja para ser respetable, Musgo?

—No se —dijo Musgo al cabo de un rato, con aire pensativo—. No se si sabria hacerlo. Tal vez tenga un don, pero no el otro.

Tenar se le acerco y la cogio de las manos. Sorprendida ante ese gesto, Musgo se levanto, apartandose un poco; pero Tenar dio un paso adelante y la beso en la mejilla.

La vieja alzo una mano y timidamente rozo los cabellos de Tenar, una sola caricia, como solia hacer Ogion. Luego se alejo y dijo entre dientes que tenia que regresar a casa, y se acerco a la puerta y desde alli le pregunto: —?O preferirias que me quedara, por los forasteros que andan por aqui?

—Vete —dijo Tenar—. Estoy acostumbrada a los forasteros.

Esa noche, cuando estaba acostada tratando de dormir, volvio a internarse en los vastos torbellinos de viento y de luz, pero era una luz ahumada, roja, anaranjada y ambar, como si el aire fuese fuego. Estaba y no estaba en ese elemento; volando en el viento y siendo el viento, el empuje del viento, la fuerza que se liberaba; y ninguna voz la llamaba.

De manana, se sento en el peldano de la entrada a cepillarse los cabellos. No tenia los cabellos rubios, como la mayoria de los kargos; tenia la tez palida, pero los cabellos oscuros. Aun los tenia oscuros, con apenas una que otra hebra gris. Se los habia lavado con parte del agua que estaba hirviendo para lavar ropa, porque habia decidido que ese dia se dedicaria al lavado, ahora que Ged se habia marchado y que su respetabilidad estaba a salvo. Se seco los cabellos al sol, cepillandolos. En la manana calida y ventosa, el cepillo sacaba chispas que chisporroteaban en las puntas ondulantes de sus cabellos.

Therru se paro a su lado, observando. Tenar se volvio y la vio tan atenta que casi temblaba.

—?Que sucede, pajarito?

—Las llamas vuelan —dijo la nina, temerosa o alborozada—. ?Por todo el cielo!

—Son solo chispas de mis cabellos —dijo Tenar, desconcertada. Therru sonreia y Tenar no sabia si habia visto sonreir alguna vez antes a la nina. Therru extendio las dos manos, la mano sana y la mano quemada, como si fuese a tocar y seguir el vuelo de algo en torno a los cabellos flotantes de Tenar—. Las llamas, vuelan —repitio, y luego rio.

En ese instante Tenar se pregunto por primera vez como la veria Therru —como veria el mundo— y se dio cuenta de que no lo sabia: que no podia saber que veria alguien con un ojo consumido por el fuego. Y recordo las palabras de Ogion, Le temeran; pero ella no le temia en absoluto a la nina. No le temia y siguio cepillandose los cabellos, energicamente, para que salieran chispas, y volvio a oir la ronca risa de jubilo.

Lavo las sabanas, los estropajos, sus mudas y su otro vestido y los vestidos de Therru, y (despues de asegurarse de que las cabras estaban en la dehesa cercada) los extendio en el prado para que se secaran sobre la hierba seca, colocando piedras sobre las prendas porque soplaba un viento borrascoso, con un impetu de fines de verano.

Therru habia ido creciendo. Aun era muy pequena y delgada para su edad, posiblemente unos ocho anos, pero en los ultimos dos meses, con las heridas cicatrizadas por fin y sin sufrir dolores, habia empezado a correr mas por todas partes y a comer mas. La ropa, vestidos usados de la hij a menor de Alondra, una nina de cinco anos, le iba quedando chica.

A Tenar se le ocurrio que podria ir a la aldea a visitar al Tejedor Abanico, y ver si le podia dar uno o dos trozos de tela a cambio de los restos que le habia estado mandando para los cerdos. Queria hacerle alguna prenda a Therru. Y tambien queria visitar al viejo Abanico. La muerte de Ogion y la enfermedad de Ged la habian mantenido alejada de la aldea y de la gente que habia conocido alli. Como siempre, la habian alejado de lo que conocia, de lo que sabia hacer, del mundo en el que habia elegido vivir… un mundo que no era el mundo de los reyes y las reinas, de los grandes poderes y dominios, de las grandes artes y de viajes y aventuras (pensaba mientras se aseguraba de que Therru estaba con Brezo y se echaba a andar hacia el pueblo), sino de gente sencilla que hacia cosas sencillas, como casarse y criar hijos y dedicarse a la labranza y coser y hacer el lavado. Pensaba en eso con cierto espiritu vengativo, como si le estuviese hablando a Ged, que ahora indudablemente estaria a mitad de camino del Valle Central. Lo imagino en el camino, cerca del claro donde habia dormido con Therru. Se imagino al hombre delgado, de cabellos cenicientos, caminando solo y en silencio, con media hogaza del pan de la bruja en el bolsillo y el corazon abrumado de dolor.

«Tal vez ya sea hora de que lo descubras», penso dirigiendose a el. «?Es hora de que descubras que no aprendiste todo en Roke!» Mientras lo sermoneaba mentalmente, vio otra imagen: cerca de Ged estaba uno de los hombres que se habia quedado esperandolas a ella y a Therru en el camino. Sin proponerselo, dijo: «Ged, ?ten cuidado!»; temia por el, porque no llevaba ni una vara siquiera. A quien veia no era al hombre alto con bigotes que le cubrian los labios, sino a otro de los hombres, un hombre mas o menos joven con una gorra de cuero, el que habia mirado detenidamente a Therru.

Alzo los ojos para mirar la pequena cabana que habia junto a la casa de Abanico, donde habia vivido cuando vivia alli. Vio pasar a un hombre entre ella y la cabana. Era el hombre al que habia estado recordando, imaginando, el hombre con una gorra de cuero. El hombre paso delante de la cabana, delante de la casa del tejedor; no la habia visto. Lo vio subir por la calle de la aldea, sin detenerse. Se dirigia al recodo del camino de la colina o a la mansion.

Sin detenerse a pensar por que, Tenar lo siguio a cierta distancia hasta ver por donde seguia. No bajo por el camino que habia tomado Ged, sino que siguio subiendo por la colina hacia la propiedad del Senor de Re Albi.

Entonces dio media vuelta y fue a visitar al viejo Abanico.

Aunque era casi un recluso, como muchos tejedores, Abanico se habia mostrado gentil con la muchacha karga dentro de su habitual timidez, y vigilante. ?Cuantas personas habian protegido su respetabilidad!, penso. Ahora que estaba casi ciego, Abanico tenia una aprendiza que hacia la mayor parte del trabajo. Se alegro de recibir una visita. Se sento ceremoniosamente en una vieja silla tallada bajo el objeto que le habia dado su

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