9. Nuevas palabras

Estaban segando el heno en la alargada pradera del senor, que se extendia de lado a lado de la ladera bajo las claras sombras de la manana. Tres de los segadores eran mujeres y uno de los dos hombres era un nino, por lo que Tenar alcanzaba a ver desde lejos, y el otro era un hombre encorvado y de pelo cano. Subio por las hileras segadas y le pregunto a una de las mujeres por el hombre que llevaba gorra de cuero.

—?Ah!, ese que vino de Valmouth —dijo la segadora—. No se donde se habra metido. —Los demas se acercaron por la hilera, contentos de poder descansar un poco. Nadie sabia donde estaba el hombre del Valle Central ni por que no estaba segando con ellos.— Es de los que no se quedan —dijo el hombre canoso—. Un vago. ?La dama lo conoce?

—No porque haya querido conocerlo —dijo Tenar—. Vino a fisgonear a mi casa…, asusto a la nina. Ni siquiera se como se llama.

—Dice que se llama Diestro —dijo el nino sin que le preguntara. Los demas la miraron o desviaron la mirada y no dijeron nada. Habian empezado a deducir quien debia de ser, la mujer karga que estaba en la casa del viejo mago. Eran inquilinos del Senor de Re Albi, desconfiados de los aldeanos, recelosos de cuanto se relacionara con Ogion. Afilaron las guadanas, se dieron media vuelta, se dispersaron nuevamente, se pusieron a trabajar. Tenar se alejo del sembrado en la ladera, paso junto a una hilera de nogales y llego al camino.

Alli habia un hombre esperando. Se sobresalto. Se le acerco a trancos largos.

Era Alamo, el hechicero de la mansion. Estaba apoyado con gesto airoso en su larga rama de pino, a la sombra de un arbol que habia a la vera del camino. Cuando Tenar se echo a andar por el camino, le dijo: — ?Andas buscando trabajo?

—No.

—Mi senor necesita peones. Falta poco para que deje de hacer calor, hay que guardar el heno.

A Goha, la viuda de Pedernal, le parecio bien lo que decia y Goha le respondio cortesmente: —Sin duda, con tus artes puedes evitar que llueva en las campinas hasta que hayan guardado el heno. —Pero el sabia que era la mujer a la que Ogion le habia revelado su nombre verdadero antes de morir y, por saberlo, lo que habia dicho era tan insultante y deliberadamente falso como para ser una clara advertencia. Ella habia estado a punto de preguntarle si sabia donde estaba el hombre llamado Diestro. En lugar de hacerlo, dijo:— Vine a decirle al capataz que un hombre que contrato para segar heno se marcho de mi aldea como un ladron y algo peor aun; no es alguien que le gustaria tener cerca. Pero parece que el hombre se ha marchado.

Miro fijamente y con serenidad a Alamo hasta que, haciendo un esfuerzo, el respondio: —No se nada de esas gentes.

La manana siguiente a la muerte de Ogion, le habia parecido un hombre joven, un joven alto, apuesto, con un manto gris y una vara plateada. Ya no se veia tan joven como habia creido o tal vez era joven pero algo ajado y marchito. Ahora habia un franco desprecio en su mirada fija y en su voz, y ella le respondio con la voz de Goha: —Ciertamente. Perdoname. —No queria tener ningun lio con el. Se dispuso a regresar a la aldea, pero Alamo le dijo:— ?Espera!

Ella se detuvo.

—«Un ladron y algo peor aun», eso dijiste, pero es facil calumniar y la lengua de una mujer es peor que cualquier ladron. Vienes aca a despertar encono entre los peones, lanzando calumnias y mentiras, la semilla de dragon que todas las brujas van dejando caer a sus espaldas. ?Creiste acaso que no me di cuenta que eras una bruja? Cuando vi a ese diablillo asqueroso que anda pegado a ti, ?crees que no me di cuenta quien lo habia engendrado y con que propositos? El hombre que trato de eliminar a esa criatura hizo bien, pero habria que terminar de hacer lo que se proponia. Me desafiaste una vez, por sobre el cadaver del viejo hechicero, y me controle para no darte tu merecido entonces, por el y porque habia otros alli. Pero ahora te has excedido, ?y te advierto, mujer! No permitire que vuelvas a pisar esta propiedad. Y si te opones a mis designios o te atreves tan solo a hablarme nuevamente, hare que te expulsen de Re Albi y te arrojen del Acantilado, con los perros pisandote los talones. ?Me has entendido?

—No —dijo Tenar—. Nunca he entendido a los hombres como tu.

Se dio media vuelta y comenzo a bajar por el camino.

Algo como un cosquilleo le subio por la columna y se le erizaron los cabellos. Se volvio bruscamente y vio al hechicero con la vara extendida hacia ella y los oscuros relampagos concentrados en torno a la vara, y vio que abria los labios para decir algo. En ese momento penso: «?Ahora que Ged ha perdido su magia, creia que todos los hombres la habian perdido, pero estaba equivocada!». Y una voz dijo cortesmente: —Y bien, y bien. ?Que es esto?

Dos de los hombres de Havnor habian salido al camino despues de atravesar los huertos de cerezos que habia del otro lado. Miraron primero a Alamo y luego a Tenar, con expresion imperturbable y cortes, como si les molestara verse obligados a evitar que un hechicero le echara una maldicion a una viuda de mediana edad, pero de veras no tenia sentido.

—Senora Goha —dijo el hombre que llevaba una camisa con bordados de oro y la saludo con una reverencia.

El otro, el de ojos vivaces, tambien la saludo, sonriendo. —La senora Goha —dijo— es alguien que, como los reyes, usa su nombre verdadero abiertamente, pienso, y sin temor. Por vivir en Gont, tal vez prefiera que usemos su nombre gon-tesco. Pero, como se que proezas ha realizado, deseo rendirle honores; porque uso el Anillo que ninguna mujer habia usado desde Elfarran. —Se hinco sobre una rodilla como si eso fuese lo mas natural del mundo, cogio la mano derecha de Tenar, muy gentil y rapidamente, y apoyo la frente en su muneca. Le solto la mano y se puso de pie, con su sonrisa amable y complice.

—Ah —dijo Tenar, turbada y conmovida de pies a cabeza—, ?hay todo tipo de poderes en el mundo! Os agradezco.

El hechicero se habia quedado inmovil, observando fijamente. Habia cerrado la boca sin llegar a lanzar la maldicion y habia bajado la vara, pero aun habia una evidente tenebrosidad en torno de el y alrededor de sus ojos.

Ella no sabia si ya se habia enterado antes o si acababa de enterarse de que era Tenar, la del Anillo. No importaba. El no podia sentir mas odio por ella. Ella tenia la culpa de ser mujer. Para el nada podia agravar ese hecho ni rectificarlo; ningun castigo era suficiente. El habia visto lo que le habian hecho a Therru y le habia parecido bien.

—Senor —le dijo entonces al hombre mayor—, todo, excepto la honestidad y la franqueza, parece una afrenta contra el rey, en nombre de quien hablais… y actuais, como ahora. Querria honrar al rey y a sus mensajeros. Pero mi propio honor reside en el silencio, hasta que mi amigo me permita hablar. Estoy…, estoy segura, senores mios, que os enviara algun mensaje, mas adelante. Dadle tiempo, es lo unico que os pido, os ruego.

—Sin duda —dijo primero uno, luego el otro—. Todo el tiempo que desee. Y vuestra confianza, senora, nos honra mas que nada.

Finalmente se echo a andar por el camino que llevaba a Re Albi, conmovida por el sobresalto y el giro que habian tomado las cosas, el odio sin ambages del hechicero, su propio desprecio iracundo, su terror al darse cuenta repentinamente de su deseo de hacerle dano y del poder que tenia para hacerlo, el subito final de ese terror gracias a la proteccion que le habian ofrecido los enviados del rey, los hombres que habian llegado en el barco de velas blancas desde el mismisimo refugio, la Torre de la Espada y el Trono, el centro del bien y del orden. Su espiritu se exalto, lleno de gratitud. Era cierto que un rey ocupaba ese trono y la joya que se destacara en su corona seria la Runa de la Paz.

Le agradaba el rostro del hombre mas joven, astuto y bondadoso, y la forma en que se habia inclinado delante de ella como ante una rema, y su sonrisa en la que se ocultaba un guino. Se volvio a mirar. Los dos mensajeros subian por el camino que llevaba a la mansion junto con el hechicero Alamo. Parecian hablar amigablemente con el, como si nada hubiese sucedido.

Eso aminoro un tanto su arranque de esperanzada confianza. Sin lugar a dudas, eran cortesanos. No les correspondia participar en disputas, ni juzgar y estar en desacuerdo. Y el era un hechicero, y el hechicero de su

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