en peligro la salud publica? O sea, tiene que ser ilegal.
—Tambien lo es cruzar la calle con imprudencia —comente.
—En Nueva York, no. Todo el mundo lo hace.
Aprender algo mas sobre la legislacion neoyorquina acerca de cruzar las calles con imprudencia no logro que mi humor mejorara. Cuanto mas pensaba en ello, mas me parecia que me estaba deslizando peligrosamente cerca de experimentar sentimientos humanos al respecto, y a medida que avanzaba el dia lo pensaba mas y mas. Notaba una extrana sensacion de asfixia justo debajo de la garganta, y una vaga angustia que no podia quitarme de encima, y tuve que preguntarme: ?es esto la culpa? O sea, suponiendo que tuviera conciencia, ?la mia estaria atormentada ahora? Era muy inquietante, y no me gustaba nada.
Ademas, era absurdo. Al fin y al cabo, Doncevic habia apunalado a Deborah, y si estaba viva no era porque el no se hubiera esforzado para conseguir lo contrario. Era culpable de algo bastante desagradable, aunque no fuera la version definitiva del hecho.
En tal caso, ?por que debia «sentir» algo? Es normal que los humanos digan: «He hecho algo que me hace sentir mal», pero ?como es posible que el frio y vacio Dexter diga algo por el estilo? Aunque sintiera algo, todas las probabilidades apuntan a que seria algo malo para la mayoria. Esta sociedad no contempla con aprobacion sentimientos tales como «Necesidad de Matar» ni «Placer de Mutilar», y esas serian las probabilidades mas numerosas en mi caso.
No, no habia nada de que arrepentirse. Era un caso leve de pequeno desmembramiento accidental e impulsivo. Aplicar la logica serena y gelida del gran intelecto de Dexter daba como resultado la misma conclusion, por mas veces que le diera vueltas: Doncevic no significaba una gran perdida para nadie, y al menos habia intentado matar a Deborah. ?Tenia que esperar que ella muriera para poder sentirme mejor?
Pero me estaba carcomiendo, y continuo dandome el conazo toda la manana, hasta que pase por el hospital a la hora de comer.
—Hola, colega —dijo Chutsky con vos cansada cuando entre en la habitacion—, No se han producido grandes cambios. Ha abierto los ojos un par de veces. Creo que esta recuperando las fuerzas.
Me sente en la silla al otro lado de la cama. Deborah no parecia mas fuerte. Tenia el mismo aspecto: palida, sin apenas respirar, mas cerca de la muerte que de la vida. Habia visto esa expresion muchas veces, pero no era propia de Deborah, sino de la gente a la que habia preparado cuidadosamente para que tuviera ese aspecto, mientras la empujaba por la oscura pendiente hacia la nada, como recompensa por sus maldades.
La habia visto anoche en Doncevic, y si bien no le habia elegido con esmero, me di cuenta de que era la expresion que merecia. Se la habia puesto a mi hermana, y eso bastaba. No habia nada que pudiera inquietar al alma inexistente de Dexter. Yo habia hecho mi trabajo, eliminado a una mala persona de esta vida frenetica, para luego distribuirla en una serie de bolsas de basura, el lugar que se merecia. Si habia sido descuidado e improvisado, seguia siendo justo, como dirian mis colegas del cuerpo. Colegas como Israel Salguero, quien ahora no tendria necesidad de acosar a Deborah y perjudicar su carrera solo porque el hombre de la cabeza reluciente estaba montando un cirio en la prensa.
Cuando termine con Doncevic, tambien termine con ese rollo. Un pequeno peso menos. Habia hecho lo que hace Dexter, y mi pequeno rincon del mundo estaba un poco mas limpio. Segui sentado en la silla, degluti un bocadillo horrible, charle con Chutsky y consegui ver a Deborah abrir los ojos una vez, durante tres segundos completos. No podria asegurar que reconocio mi presencia, pero ver sus globos oculares me resulto muy esperanzador, y empece a comprender un poco mas el desaforado optimismo de Chutsky.
Volvi a trabajar sintiendome mucho mejor conmigo y con todo en general. Era una forma gratificante y encantadora de volver de comer, y esa sensacion perduro hasta que llegue a mi cubiculo, donde encontre al detective Coulter esperandome.
—Morgan —dijo—, Sientate.
Pense que era muy amable por su parte invitarme a tomar asiento en mi propia silla, pero de todos modos lo hice. Me miro un momento largo, mientras masticaba un palillo que sobresalia por una comisura de su boca. Era un tipo en forma de pera, carente de todo atractivo, y en aquel momento todavia menos. Habia acomodado sus considerables nalgas en la silla que habia junto a mi escritorio y, aparte del mondadientes, estaba dando cuenta de una botella gigante de Mountain Dew, parte de la cual se habia derramado sobre su sucia camisa blanca. Su apariencia, junto con su forma de mirarme en silencio como si esperara que estallara en lagrimas y confesara algo, era de lo mas irritante, por decir algo. De modo que reprimi la tentacion de transformarme en una masa lloriqueante, recogi un informe de laboratorio de mi bandeja y empece a leerlo.
Al cabo de un momento, Coulter carraspeo.
—Muy bien —afirmo, y yo levante la vista y enarque una ceja cortesmente—. Hemos de hablar de tu declaracion.
—?Cual? —pregunte.
—Cuando apunalaron a tu hermana. Hay un par de cosas que no ligan.
—De acuerdo.
Coulter volvio a carraspear.
—Bien, hum… Cuentame de nuevo lo que viste.
—Yo estaba sentado en el coche.
—?A que distancia?
—Tal vez unos quince metros.
—Aja. ?Por que no fuiste con ella?
—Bien —dije, aunque pensaba que no era asunto suyo—, no lo considere necesario.
Me miro un poco mas y sacudio la cabeza.
—Podrias haberla ayudado. Tal vez habrias podido impedir que el tipo la apunalara.
—Tal vez.
—Podrias haber actuado como un companero.
Estaba claro que el lazo sagrado del companerismo era fundamental para Coulter, de modo que reprimi el impulso de decir algo, y al cabo de un momento asintio y continuo:
—Asi que la puerta se abre y, bum, ?le clava un cuchillo?
—La puerta se abre y Deborah le ensena su placa —corregi.
—?Estas seguro?
—Si.
—Pero ?no estabas a quince metros de distancia?
—Tengo muy buena vista —dije, mientras me preguntaba si toda la gente que vendria a verme hoy seria tan irritante.
—De acuerdo. Y despues, ?que?
—Despues —conteste, mientras revivia aquel momento con terrible claridad a camara lenta—, Deborah cayo. Intento levantarse y no pudo, y yo corri en su ayuda.
—Y ese tipo, Dankawitz, o como se llame, ?seguia alli?
—No. Se habia ido, pero volvio a salir cuando yo estaba cerca de Deborah.
—Aja —dijo Coulter—. ?Cuanto tiempo desaparecio?
—Tal vez diez segundos, como maximo. ?Por que es eso tan importante?
Coulter se saco el mondadientes de la boca y lo examino. Por lo visto, incluso a el le parecio espantoso, porque al cabo de un momento de meditacion, lo tiro a mi papelera. Fallo, por supuesto.
—Tenemos un problema —dijo—. Las huellas dactilares del cuchillo no son de el.
Hacia mas o menos un ano me habian extraido una muela incrustada, y el dentista me habia administrado oxido de nitrogeno. Durante un momento, experimente la misma sensacion de idiotez aturdida.
—Las…, hum, ?huellas dactilares? —consegui farfullar al fin.
—Si —afirmo Coulter, mientras daba un trago a la botella de gaseosa gigante—. Tomamos sus huellas cuando le encerramos. Como es natural. —Se seco la comisura de la boca con la muneca—. Y las comparamos con las del mango del cuchillo. Y vaya, no coinciden. Asi que pienso, vaya mierda, ?no?
—Por supuesto —conteste.
—Y pense, ?y si habia dos? Es la unica explicacion, ?verdad? —Se encogio de hombros y, por desgracia para todos nosotros, saco otro mondadientes del bolsillo de la camisa y empezo a mordisquearlo—. Por eso tengo que preguntarte otra vez que crees que viste.